Bernard

Ese día un nuevo jugador maduro iba a entrar en mi vida para volverla del revés y para darle todo el sentido al sexo más brutal que jamás hubiera imaginado.

Aquella mañana había despertado especialmente excitada y creo que no era consciente del deseo que estaba por despertarse en mí. En aquella sala, repleta de gente, me hice un hueco hasta llegar a una de las mesas. Coloqué mis cosas delicadamente sobre la silla: el bolso, la chaqueta sobre el respaldo y el portafolio sobre la mesa. Me giré buscando la mesa buffet con la idea de servirme un café y permitirme la posibilidad de revisar al personal con la discrección de quien se toma una bebida caliente distraídamente. Coloqué mi falda suavemente y sentí el roce del forro con el encaje de mi ropa interior. Resultaba verdaderamente excitante.

A lo lejos pude ver a alguno de dos colegas con los que habitualmente comparto cursos y formación para altos ejecutivos de cuentas. Nos dirijimos un saludo escueto seguido de una leve sonrisa de compromiso. Ambos pusieron sus ojos en mi pecho dejándolos descender hacia mis piernas rápidamente tratando de evitar que los cazara en su radiografía. No pude ni quise evitar mirarlos cuando comentaban lo visto. Sabía que mi pecho solía ser tema entre ellos, no solamente por ser yo la única mujer en ese mundo de hombres, sino por su tamaño. Yo, consciente de ello, provocaba sus miradas sin piedad utilizando blusas de seda que insinuaban mi ropa interior o incluso dejaban que se viera parte del encaje. Sabía que no pocos acuerdos se habían tomado gracias a ellos, a mis pechos y a la promesa que había hecho a más de uno de mis colegas. Sí, era por todos conocida mi capacidad de negociar sin escrúpulos. Sin embargo, nadie lo sabía por mí y todos fantaseaban con ser el siguiente.

Ese día un nuevo jugador iba a entrar en mi vida para volverla del revés y para darle todo el sentido al sexo más brutal que jamás hubiera imaginado. Y allí estaba él, nuestro coach, nuestro formador americano. Era un hombre de mediana estatura, complexión fuerte, piel morena y pelo y barba canosos recortados a la perfección. Sobre su camisa blanca y corbata roja, colgaban las gafas de carey redondeadas. Tenía una magnífica cintura para un hombre que al menos me sacaba quince años. No pude evitar rozar mis caderas y sentir la humedad incipiente en mi entrepierna. Aquel hombre mayor de ojos oscuros tenía la mirada perdida en el fondo del auditorio pero había despertado mi deseo sin aún percatarse de que yo estaba allí. Me senté en mi silla y lo observé desde la distancia. Mantenía el mismo gesto con las manos en la espalda como esperando a que todos hubieran tomado la decisión de sentarse cuando el temporizador de la pantalla señaló que era el momento de hacerlo. En ese instante, cruzó accidentalemente su mirada con la mía y el accidente se convirtió en  varios segundos. "Dios mío, un hombre que es capaz de sostener mi mirada puede volverme loca." Y él lo hizo. Me sentí desnuda y él también." Bernard, my name is Bernard, but you can call me Bern if you want. Y si me permiten a partir de ahora hablaré en castellano." Sonrió devolviendo sus ojos a mis ojos. Crucé mis piernas tratando de evitar sentir el pálpito entre mis piernas. Instintivamente me llevé la mano al pelo coqueteando con él en la distancia. Lo deseaba sin saber nada de él, sin conocer su olor y su tacto.

Miradas y sonrisas veladas se sucedieron mientras él hablaba de números y previsiones hasta que llegó la hora del descanso. Deseaba salir de aquella sala, en la que el aire pesaba demasiado para ir a saciar mi necesidad de sexo que Bern había despertado como si yo fuera una loba. Corrí al baño y me encerré. Es lo bueno que tiene ser casi la única mujer entre tantos hombres. Apresuradamente coloqué mi pierna sobre el retrete y levanté mi falda lo suficiente como para poder alcanzar mi coño encima del tanga. Mis fluidos lo habían sobrepasado y ya comenzaban a deslizarse entre los muslos y mojaban el liguero. Hice a un lado el hilo negro y comencé a frotarme el clítoris recordando su voz. Desesperadamente introduje un par de dedos en mi agujero mientras cerraba los ojos y pensaba en su boca y en su mirada sobre mi cuerpo. La otra mano pellizcaba mis pezones fervientemente.Estaban empitonados. Fantaseaba con su lengua mamándomelos desesperadamente. Mantuve el ritmo follándome de forma brutal con los cuatro dedos de mi mano derecha, evitando gritar, mordiéndome los labios e imaginando sus dedos y su mano forzando mi sexo. Me recosté sobre la pared del baño y ahogué mi orgasmo en un silencio forzado. Los espasmos de mi coño duraron varios minutos y el placer iba desapareciendo, dejando paso a la calma.

Casi no podía respirar pausadamente, pero debía volver al curso lo antes posible. Así que me recompuse y salí del baño para lavarme las manos. Aunque había intentado secar mi chocho, seguía sintiendo el calor y la humedad entre las piernas. Mi tanga estaba empapado. Me gustaba sentirlo. Me lavé y adecenté el pelo para salir.

Anduve por el pasillo con la decisión habitual hasta que llegué a la mesa del café. Sin mirar a los lados extendí mi mano para tomar una taza cuando sentí un brazo con camisa blanca y piel morena junto al mío. Escuché una voz sensual en mi oído que decía: " Señorita, moriría por sudar bajo sus sábanas."