Beneficios de la lluvia
Un día de lluvia hizo posible el encuentro íntimo con una compañera de trabajo. Encuentros que prosiguieron casi hasta el momento de nuestra jubilación.
Como el día había amanecido lluvioso, me fui al trabajo con el coche. No dejó de llover en toda la mañana. Solamente al salir dejó de llover un poco, que aproveché para ir a comer al restaurante cercano al que solíamos acudir bastante personal de la empresa.
A la salida del restaurante seguía lloviendo, pero con poca intensidad. Cogí el coche, y antes de atravesar un pequeño jardincillo, ví como una mujer, a la que creí reconocer, se caía de bruces, cuan larga era, en un charco que se había formado en la calzada de tierra.
Frené. Me acerqué y la ayudé a levantarse. Era Sara, la encargada del laboratorio de la empresa.
-¿Qué te ha pasado, te has hecho daño?
-Creo que he resbalado. No me he hecho mal, pero mira como me he puesto. Si voy llena de barro. Tendré que coger un taxi.
-No, no hace falta, ya te llevo yo a tu casa, además vas muy mojada.
-Y encima, creo que se me ha partido el tacón de un zapato.
En esas condiciones tuvo que aceptar que la llevase, aunque al principio, no quería, porque según ella no me quería molestar.
-Toma, ponte esto por encima, no te vayas a constipar –le dije a la par que le daba una manta de viaje que siempre llevo en el coche- porque vas empapada.
-No se como me he podido caer.
Y hablando sobre el tema, criticando al ayuntamiento por lo mal que estaban las calles y al restaurante por la desidia en el cuidado de la salida, llegamos hasta su casa.
-Mira, justo en la puerta tienes sitio para aparcar. Sube que nos haremos un café bien caliente, que buena falta nos hace.
-No gracias, no quiero molestarte, no es necesario.
-¿Cómo no va a ser necesario, si tu también vas mojado?
-Vale, subo un momento. No te quites la manta, que te enfriaras.
Así, arropada con la manta por encima, la acompañé hasta su apartamento.
-Voy a preparar el café, -dijo dirigiéndose a la cocina- vigílalo mientras yo me cambio de ropa, porque estoy calada hasta los huesos.
-Vale, vale, no te preocupes.
Volvió en un par de minutos, justo cuando la cafetera empezaba a silbar. Se había puesto una bata gruesa, mas bien un albornoz.
-Hasta las bragas me he tenido que cambiar. Y tú, quítate la chaqueta que también la llevas mojada.
-.Lo que llevo mojados son los zapatos y los calcetines.
-Quítatelos, que te traigo unas zapatillas. De paso voy a poner la calefacción un poco alta, para que se nos vaya el frío.
Es que Sara era de las que no tienen pelos en la lengua y hablaba con naturalidad y franqueza. En el laboratorio tenía fama de ser algo dura con los empleados que tenía a su cargo. Yo había coincidido con ella en alguna reunión, pero apenas la conocía personalmente. Tenía cincuenta y un años (uno menos que yo). Era de constitución robusta, sin llegar a ser gorda, ni siquiera gruesa.
Fuimos con la cafetera y las tazas al salón. Sacó una botella de coñac y otra de whisqui, junto con unas copas y una caja de pastas.
-Nos hace falta un trago, ¿no crees?. Nos quitará el frío.
-Nos vendrá muy bien, si. Yo prefiero coñac.
Sirvió el café y el licor. Mientras nos lo tomábamos reparé en una fotografía de un niño que había en el salón.
-Es mi nieto.
-¿De verdad es nieto tuyo? Eres muy joven.
-No tanto, ya lo sabes tú que habrás visto mi ficha alguna vez. ¿Tú tienes ya alguno?
-¡Qué va! Si soy soltero.
-Pero ¿no estabas casado con aquella gallega que estuvo unos años aquí, aquella que era economista, o algo así?
-No, no. Solamente compartíamos piso.
-¿Solo el piso? Alguna otra cosa compartiríais.
-Bueno, si, es verdad, compartíamos cama.
-¿O sea que erais amantes?
-Llámalo como quieras. Todos nos emparejamos de una u otra forma. Acaso tú no vives con tu marido.
-No. Nos divorciamos hace muchos años, cuando nuestra hija todavía era pequeña (es la madre de este niño tan guapo). Como verás vivo sola.
Nos tomamos el café y una copa. Volvimos a la cocina para hacer más café. Todo ello mientras hablábamos. Al principio la conversación giró en torno al trabajo, pero fue desembocando hacia temas más personales.
Sentados nuevamente en el sofá ella, creo que deliberadamente, dejaba entrever sus piernas y su pecho.
-¿Te las arreglas bien tú solo en casa?
-Si, creo que si. Desayuno y como en el restaurante y la cena me la hago yo con poca cosa.
-Yo solo voy al restaurante a comer, aunque algunos días me vengo a casa.
-Tienes la casa muy limpia y ordenada. Yo en esto voy un poco regular. Lo que más me fastidia es hacer la cama todos los días. Hasta he pensado en comprarme un saco de dormir, en lugar de emplear sábanas, mantas y colchas y toda esa parafernalia.
-Pues te equivocas. La cama es muy importante. Hay que tenerla limpia y preparada. Da gusto meterte entre las sábanas y sentir el calorcillo.
-Yo creo que las sábanas dan mas bien frío. En todo caso el calor lo aporta la compañía.
-Por eso hay que tenerla bien hecha todos los días, por si viene algún invitado.
-Y… ¿tienes muchos invitados?
-Bueno… alguno de vez en cuando..
Sin darnos cuenta (o mejor, dándonos perfecta cuenta) nos habíamos acercado el uno al otro hasta llegar a rozar nuestras piernas. En un movimiento que hice con la mano se me quedó un dedo entre el cinturón de la bata. Estiré el cinturón como si hubiera sido un accidente y quedaron a la vista sus hermosas piernas. Ella hizo caso omiso al “accidente”. Yo creo que intencionadamente las separó un poco para que las pudiese ver mejor.
-¡Qué piernas tan bonitas!
-¿Te gustan? -dijo abriéndose un poco la bata- Es que voy casi todos los días al gimnasio.
-Son preciosas. Claro, que tú también eres muy guapa.
-Gracias por el cumplido.
-Mira, todavía tienes unas motas de barro en el pelo.
-Si es que me he puesto perdida de agua y barro. Me tengo que duchar y mañana llevaré la ropa a la lavandería.
-Déjame que te quite el barro del pelo.
Aproveché la ocasión para acariciarle el pelo y pasarle la mano por detrás del cuello. Ella se dejaba hacer. Le puse la otra mano en una de las piernas. No se si fue accidental o no el movimiento, pero al moverse, dejó al descubierto sus pechos, No muy grandes, apenas colgaban. Así, dejo al descubierto todo su cuerpo. Solamente llevaba las bragas y la bata, ya definitivamente abierta.
Si dejar de acariciarle cuello y nuca, me acerqué a ella y le puse los labios sobre su boca. No opuso resistencia alguna, sino que iniciamos un beso largo, a la vez que ella me acariciaba el pelo. Le empecé a acariciar el sexo por encima de la braga. Se movía para acompañar el movimiento de mis dedos. Fue ella la que rompió el silencio.
-¿Te gustaría ver lo bien ordenada y limpia que tengo la cama?
-Mejor me gustaría desordenarla contigo.
-Me imagino que me estás pidiendo que vayamos a follar, ¿no?
-Y tú, ¿no me lo estás insinuando?
- Bueno, bueno. Vamos.
Ella ya se quitó la bata en el salón, así que en bragas me cogió de la mano hasta la habitación. Me ayudó a quitarme la ropa. Cuando ya solo me quedaba el calzoncillo, se tumbó en la cama.
-Ven, ven, no te quites todavía el calzoncillo.
Solo con dichas prendas nos empezamos a sobar por todo el cuerpo. Me dijo que le encantaba que le tocara las tetas, así que se las acaricié, se las chupé y hasta unos pequeños mordisquitos, eso si, con mucho cuidado. Ella. Mientras tanto me acariciaba el pene por encina del calzoncillo.
-¿Empezamos?, le dije haciendo el gesto de quitarme el calzoncillo.
-Si, pero ¿te importa si lo hacemos con preservativo.
-No, no me importa pero no llevo, los tengo en el coche.
-Yo tengo –dijo abriendo el cajón de la mesilla y sacando uno- Ven que te lo pongo yo.
-Eres precavida. Señal de que los usas muy a menudo.
-Te equivocas, solo los guardo para alguna emergencia
Me quedé tumbado mientras me ponía el preservativo. Ella se quitó la braga y se tumbó a mi lado.
-Me gusta esta postura.
-¿No te gusta ponerte encima, en plan dominadora?
-Deja, deja, me gusta que domine el hombre.
Ya me había colocado encima de ella, me cogió el pene y se lo apuntó en mitad de su sexo. Empuje ligera y suavemente hasta que la penetración fue completa. En principio, ella parecía tomar una actitud pasiva, como esperando que yo lo hiciera todo, pero progresivamente fue moviendo su cuerpo, como buscando una postura donde le diese más gusto. Al parecer, la encontró rápidamente, y fue entonces cuando sus movimientos se acompasaron con los míos. Yo procuraba hacerlo lentamente, porque así retrasaba mejor mi eyaculación. Ella empezaba a jadear y suspirar.
-¿Lo pasas bien?, le pregunté.
-Muy bien, muy bien, lo haces muy bien.
-Muévete a tu gusto. Yo me correré después que tú.
-¿En serio?
-Al menos, lo intentaré.
Ya apenas nos dijimos más palabras hasta después de consumado el acto sexual. Yo notaba que ella estaba a punto de llegar al clímax del coito, al orgasmo, o sea que se iba a correr en unos segundos. Sus movimientos se hicieron rápidos y apretaba su sexo cada vez más contra mí. Un ligero temblor se le notaba en las piernas. Aguanté un poco más hasta comprobar que había acabado. Finalmente, se quedó quieta, aunque abrazada a mí. Eyaculé y unos segundos más tarde me quité el condón.
-Dámelo -me dijo con la voz todavía entrecortada- ya lo tiraremos más tarde.
Sacó un orinal de debajo de la cama y lo dejó en él. Los dos estábamos sudando, pues había sido un coito largo y hasta apasionado, con un final extraordinario.
-¡Ay, madre mía, que sofoco que tengo! -dijo ella a la par que con la mano hacía como si se abanicase- No se si es por la calefacción, por el polvo que nos hemos echado o por la menopausia.
Esta referencia a la menopausia la hizo de una forma irónica o chistosa. De momento, no le dije nada al respecto.
-Pero, ¿has disfrutado o no?
-Mucho, muchísimo. No esperaba que fueses tan buen follador. Me has dejado como nueva. Hacia tiempo que no me he había echado un polvo tan bueno.
-No es solo mérito mío. Tú te has portado maravillosamente. También me has dado mucho gusto. ¿Es verdad que ya eres menopáusica?
-Si, hace cerca de un año, que ya no tengo la regla.
-Pues parece mentira. Dicen que la menopausia rebaja la libido.
-Pues conmigo me parece que es lo contrario.
-¿Quieres decir que follas mucho?
-No, quiero decir que todavía tengo ganas de follar, que lo haría más a menudo. Lo que pasa es que me tengo que reprimir mucho.
-Y si no tienes la regla ya ¿por qué lo haces con preservativo?
-No me fío todavía, no vaya a ser cosa que por no tomar precauciones, se infiltre algún espermatozoide por donde no debe.
Con bromas de este estilo, permanecimos tumbados en la cama un buen rato, hasta que ella decidió ir a ducharse.
-Si quieres nos duchamos juntos.
-Vale, así te enjabonaré bien.
No nos duchamos juntos porque la ducha era muy pequeña. Después nos tomamos unas cervezas que sacó del frigorífico, sentados en el sofá. Se la veía contenta y satisfecha. Pasaron varias horas, como era noviembre, enseguida se hizo de noche. Se asomó a la ventana.
-Sigue lloviendo.
-Pues yo me tendré que ir.
-Quédate aquí. Total, mañana vamos juntos a trabajar. Ya preparemos algo de cena para los dos.
-No, no te molestes, no quiero alterar tus planes.
-¿Qué planes? Si el mejor que tengo es estar contigo.
Total que me quedé. Preparamos una cena ligera, que nos comimos viendo la televisión. Ella empezó a hacer zapping con el mando a distancia, para ver si echaban algo interesante. No encontró nada, aunque se paró un poco en una película porno que estaban echando.
-¿Te gustan estas películas?, me preguntó.
-La verdad es que no. Apenas he visto una o dos completas. Además es que no tienen argumento, solo follar y follar, y siempre igual.
-A mí tampoco me gustan. Siempre hacen lo mismo. Primero ella se la chupa a él, luego el le lame el coño a ella, luego la folla en alguna postura rara y por fin le da por el culo.
-Y todo dura medía hora o más y el tío con la polla dura, y encima se le corre encima de la cara a la tía, -añadí-.
-¿Has hecho tú alguna cosa rara?
-¿Cómo de rara?
-¿Qué si te la chupado alguna, o le has comido el coño tú?
-¿Y por qué te interesa todo eso?
-No, nada, por curiosidad.
-Bueno, si, me la han chupado. Y tú, ¿qué, también has hecho cositas?
-¿Tú que crees?
-Yo solo creo lo que veo. Y desde luego lo que he visto hasta ahora es que me gusta como lo haces.
Nos fuimos a la cama y nos metimos entra las sábanas completamente desnudos, nos sobamos y nos acariciamos hasta que decidimos empezar la acción.
-¿No te atreves a hacerlo a pelo, sin condón?, -le pregunté-.
-No estoy muy segura. Me gustaría, pero todavía no me atrevo.
-Mira, si quieres, te la meto a pelo y procuraré aguantar todo lo que pueda. Cuando te vayas a correr, avisa, y cuando me digas que te has corrido ya, la saco. Si por casualidad me voy a correr yo antes, la sacaré, aunque claro, quizá no llegues al orgasmo.
-A lo mejor manchamos las sábanas, si te vas correr fuera. Espera que ponga una toalla.
¡Que delicia follar a pelo con Sara! El calorcillo del interior de su sexo se transmitía a mi miembro viril de tal forma que todavía lo ponía más enhiesto. La humedad calentita que emanaba su vagina lubricaba el roce haciéndolo suave y agradable.
-¡Madre mía, cómo me estás poniendo! Cada vez estoy más cachonda. No se si aguantaré mucho sin correrme.
-Aguanta, aguanta un poco, muévete despacito, así, así…
-Así, así, -repitió ella- dale, que me golpeé tu capullo en el fondo de mi coño.
Poco rato tardó en decir que no aguantaba más. Cuando noté que ya se había corrido le dije que la iba a sacar, que me correría fuera. Ella cogió la toalla, la puso encima de mi miembro, me lo cogió con la mano, le dio unos meneítos, que no eran necesarios ya y todo el semen se quedó depositado en la toalla.
-Mejor que el de antes –dije yo mientras la ponía a ella de lado frente a mí- A ti ¿qué te parece?
-Si, mucho mejor. Me gustaría follar alguna vez más contigo. Pero…, -añadió- sin ningún tipo de compromiso.
-Por mí encantado.
Amaneció y lo primero fue darnos unos fuertes besos y apretones, Ya estábamos los dos en forma. Le pregunté si empezábamos ya. Lo que no esperaba yo, era su respuesta
-Si, vamos, que no aguanto más. Pero esta vez córrete dentro.
-¿Estás segura?
-Si, totalmente segura. No creo que pase nada.
El polvo que nos echamos fue extraordinario y creo que nos ratificó a los dos en la idea de que teníamos que seguir haciéndolo juntos.
-Hacía tiempo que no sentía el golpe del semen cuando te corres.
-Yo también hacía tiempo que no me había corrido dentro.
Nos fuimos al trabajo en mi coche. Durante el camino le pregunté si de verdad querría follar alguna vez más conmigo.
-Si, pero no todos los días, solo de vez en cuando ¿eh?.
-Vale, cuando tú digas.
Pasaron diez o doce días. Nos veíamos en el trabajo, pero no nos decíamos nada al respecto, hasta que ese día, nos encontramos en el restaurante. Se acercó a mi mesa y me preguntó si estaba solo.
-Si, solo. Siéntate.
-He ido al ginecólogo, -me dijo de repente-.
-¿No me irás a decir que estás embarazada?
-No que va. Todo lo contrario. Luego te lo cuento.
Comimos juntos, y dijo de ir a su casa. Fuimos en mi coche y nada más entrar en él, le pregunté que por qué había ido al ginecólogo, si no se encontraba bien, si tenía algo.
-Todo lo contrario, estoy perfectamente. Mira, como el último que nos echamos lo hicimos sin condón, por si acaso, me compré un test de embarazo, ya que no estaba segura de que no pasara nada. Dio negativo. Entonces decidí ir al ginecólogo, y me hizo una revisión a fondo y unos análisis. Me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara, que llevaba muy bien la menopausia.
-Pues de verdad que me alegro.
-Luego, directamente, le pregunté “Doctor, ¿puedo hacerlo sin preservativo?, Quiero decir, si tengo que tomar alguna precaución”.
-Y ¿qué te dijo?.
-Pues me dijo algo así como “claro que si, mujer, puede usted hacerlo sin preservativo, no hace falta que tome precaución alguna. Es más, la veo a usted muy fuerte y con ganas de disfrutar, así que aproveche la ocasión y hágalo a gusto, sin preocuparse por la menopausia o por los embarazos. De todas formas, no le vendrá mal que le haga alguna revisión periódica, y desde luego, si nota algo raro, venga a verme”.
-Buena noticia, y ahora, ¿que piensas hacer?
-De momento, llegar a casa y echarnos un buen polvo.
-Te voy a echar un polvo que te va al salir el semen por las orejas.
-No hará falta que me salga por ninguna parte –dijo riéndose- se puede quedar dentro.
Bien, pues así seguimos durante varios años. Al principio lo hacíamos casi todas las semanas. Incluso de vez en cuando pasábamos en fin de semana juntos. Lo pasábamos tan bien que nos bastaba hasta la próxima vez. Ya no tenía que irme de putas, como me ocurría antes.
Después se fueron espaciando los encuentros. Ella empezó a no encontrarse bien. No fue nada importante, pero lo fuimos dejando, dejando hasta que pasados cinco o seis años, lo dejamos definitivamente. Yo me jubilé anticipadamente a los sesenta años y ella un poco después que yo. No nos hemos vuelto a ver, aunque todas las Navidades nos enviamos alguna postal.