Bendición Gitana
Una mujer se convierte en maniquí por un extraño hechizo y sólo puede salvarse admitiendo y aceptando el amor de su hijo. Relato erótico con un toque de realismo-mágico.
Bendición Gitana.
Con mi madre de vez en cuando salimos de paseo a recorrer las carreteras. Regresando de uno de ellos, vimos a una gitana solitaria caminando, no había ninguna población cercana así es que nos detuvimos y le ofrecimos darle un aventón. Se subió y nos indicó el camino.
Nos llevó a una casa llena de botellas, frascos y demás artilugios de magia. Sin embargo, lo que llamó la atención de mi madre fue un maniquí: una mujer de cabello largo hondeado por el viento, de mirada triste y que en su mano llevaba una pulsera.
La gitana nos contó que era víctima de un hechizo –por lo que lo tomé sólo por una leyenda- y estaba esperando alguien que la rescatara: LA VÍCTIMA DE UN CARIÑO PROHIBIDO. SÓLO EL CALOR DEL AMOR PUEDE DERRETIR UN CORAZÓN ATRAPADO POR EL HIELO. Sin entender sus palabras, el maniquí soltó la pulsera la cual cayó a los pies de mi madre.
La gitana dijo “es un regalo. Tal vez tú…” y sin terminar la frase cambió de tema. Nos despedimos y nos subimos al coche. Llegando a la ciudad los miembros de mi madre se congelaron y su piel tomó la consistencia de la cera fría. La llevé rápidamente a un hospital pero me tildaron de loco: “No puede traer un maniquí, ¿acaso se burla de nosotros?, llamaré a la policía, etc” Fue su respuesta. La casa de la gitana estaba muy lejos y sabía que no me podría ayudar.
Desesperado la llevé a mi casa, la cargué en brazos. Ni mis tíos, ni sus amistades la recordaban. Era como si no hubiera existido. Recordé las extrañas palabras de la gitana y decidí encargarme de ella.
La senté en el sillón y empecé a peinar su lacio cabello, contándole lo que sentía por ella: Lo mucho que la quería, más allá de un hijo, pero que era prohibido. En ese momento sentí su aliento y supe que me estaba escuchando. Su piel estaba algo fría, encendí la terma y la cargué en brazos hasta su recámara en busca de su bata, mientras llenaba la tina.
La desnudé: quitándole sus zapatos, la blusa, el sostén cayendo la gloria de sus senos cayeron: Firmes y suaves, aunque con apariencia del plástico, le bajé el pantalón recorriendo sus piernas, le quité el calzón y me impresionó su chocho: sus bellos púbicos eran lisos y suaves. La coloqué suavemente en la tina, con el agua un poco caliente y la empecé a enjabonar. Masajeando su cuello, sus hombros, su espalda, sus senos sensuales (fue lo que me tomó más tiempo) y sentí que movió el cuello y dio un suspiro. Me fije pero el efecto había pasado. Continué por su estómago, su pubis, sus piernas y pies. Subiendo nuevamente por su vagina y enjabonando bien su cueva. Le dije: De ahí salí hace 23 años y no imaginaba que fuera tan suave. Mi madre dio un gemido. La abracé contra mí y no sentí su respiración, así que le di respiración boca a boca, lo cual se convirtió en un beso, que luego se transformó en estilo francés. Su lengua cobró vida, pero no podía mover el resto de su cuerpo. Sólo alcanzó decir: “Te amo, te deseo…”
Desnudándome rápidamente me metí en la tina. Sabía que su cuerpo reaccionaba a cada toque. La empecé a besar comenzando por sus pies, contándole que era mi fetichismo mirarle y acariciarle los pies. Mi boca empezó a subir y se quedó en su pubis, sus vellos volvieron a la normalidad y empecé a beber de su clítoris: “¡Qué rico, entra en mí!” Fueron las palabras que dijo. Masajeé sus tetas hasta que se calentaron y normalizaron.
No podía moverse, pero ya respiraba. La sequé suavemente con la toalla y el secador de cabello a baja potencia. La llevé a su cuarto abriéndola de piernas y mientras le decía: Esto lo hago porque te amo. La embestí de adentro para fuera, de manera enérgica. Fue cuando sentí sus brazos alrededor de mi cuello. Gozando conmigo: “Sigue, sigue… Soy tu muñequita y haré cualquier cosa que me digas. No te detengas”
Luego, me echó boca arriba diciendo: “ahora me toca a mí”. Intentó pararse para sentarse encima de mi pene, pero sus músculos estaban algo atrofiados y cayó de bruces dejándome con la visión de su chucha la cual empecé a lamer mientras ella me masturbaba con su mano y boca. Unos dulces gemidos salieron de sus labios.
Poco a poco fue adquiriendo movilidad y con ello probábamos otra pose. Más placer encontró en la pose del misionero: de espaldas, relajada y sintiéndose protegida por mi cuerpo, con mi pelvis frotando sus nalgas. Sólo se oían nuestros gemidos y la respiración agitada.
Al venirse ella dijo: “Te amo con locura. No sabes cuánto y desde cuándo lo deseo”. Mientras que el brazalete, el cual dejamos entre sus ropas crujió y se rompió. Un humo salió de él y se vio la figura de la gitana maniquí. Contándonos que su alma ya estaba libre del hechizo e iba a buscar a su hermano a quien ama para así romper su hechizo. Gracias a mí ya sabía el remedio: el amor sincero y verdadero, puede quebrar las cadenas de lo prohibido y destruir las normas.
Desde ese día baño, visto y peino a mi mamá, ya que ella finge que es una muñeca. Toco su piel tersa y disfruto cada curva. Hasta que ella no pueda más y cae en la locura de la pasión carnal. Sin el qué nos importe qué nos digan los demás.
La vida es maravillosa cuando se tiene un amor sincero y sin inhibiciones, con una persona que te corresponda de igual manera.