Belzeba iii. abandonad toda esperanza
Junto al trono del Infierno, y mientras los diablos disfrutan con sus prácticas sadomasoquistas, Lucifer se folla a su propia hija antes de revelarle sus planes respecto al Apocalipsis y al futuro de la humanidad.
Luzbel aguarda de espaldas, hierático, con sus alas recogidas. La pareja de demonios espera en silencio. Belzeba, entre ambos, observa a su padre rememorando la última vez que le vio. Fue hace tanto. El día en el que la condenó a cumplir penitencia en el rincón más oscuro del Abismo. Demasiado tiempo apartada de la gloria de aquél que osó rebelarse. El rencor que en su corazón creció por el castigo que siempre consideró injusto parece diluirse ahora, ante la magnificencia de su figura. Como si Él oyera sus pensamientos se gira y fija en ella su mirada implacable, sin atisbo de emoción alguna. Belzeba siente cómo aquellos ojos abisales le atraviesan, como si una invisible radiación envolviera su cuerpo con fuego gélido. Permanecen así durante un instante que parece una eternidad. Ella cree que no lo resistirá, que se desintegrará dentro de la esfera de infinita oscuridad que emana del interior de las pupilas de su señor. Entonces Lucifer eleva una mano y hace un gesto, y Belzeba corre a arrojarse a sus pies.
–¡Perdóname, padre! ¡Aparta de mí este cáliz!
–Sabes que la piedad no está entre mis atributos… Pero considero que has sufrido suficiente condena por tu falta y… Eres más útil a nuestra causa fuera de tu encierro.
En agradecimiento Belzeba besa los pies de su padre. Primero los cubre de apasionados besos, entusiastas, veloces. Luego los deposita más lentamente, acariciando con sus labios la piel que un día fue iluminada por el resplandor celestial. Su lengua juguetea entre los dedos, asciende por el empeine hasta los tobillos, las rodillas; y se deleita con los muslos poderosos como columnas dóricas. Lame las ingles, eludiendo el miembro que permanece relajado, aparentemente ajeno a sus caricias. Continua por su abdomen hasta alcanzar el pecho, donde chupa y mordisquea los pezones. Luzbel, entonces, sujeta su cabeza y la atrae hacia sí, besándola con pasión.
–¡Oh, padre! Cómo te he añorado.
–Lo sé.
Mientras se besan la mano de él desciende hasta la entrepierna de Belzeba, busca tras sus testículos y acaricia la vagina, ya abierta y anhelante, en tanto que su otra mano se introduce entre los glúteos. Ella, a su vez, coloca su mano sobre los genitales de su padre, sobándolos con deleite; acaricia la polla y juguetea con los testículos, pellizca el rugoso escroto y estimula el perineo.
Alouqua y Baalzephon, desde un discreto rincón del Salón del Trono observan con deleite la escena. Excitado, el demonio comienzo a acariciar el cuerpo de su compañera, que se tensa como una cuerda de guitarra bajo sus expertas manos. Se deja tumbar en el suelo y mira gustosa como la cabeza de él se coloca entre sus muslos. La lengua se mueve con habilidad entre los labios, buscando el clítoris erguido y dilatado bajo su capuchón. Sus dientes lo mordisquean y Alouqua ronronea de placer.
Lucifer, al tiempo, sujeta a su hija por las caderas y la eleva con facilidad, como si fuera una muñeca, haciéndola descender suavemente sobre su polla. El miembro entra sin problemas dentro del lubricado coño, quedando Belzeba ensartada y a horcajadas sobre su padre, con sus piernas alrededor de las caderas y las manos de él agarrándole por los glúteos. Poderoso y dominante, el Ángel Oscuro comienza a elevar y descender el cuerpo de su hija, sincronizando el movimiento con el de sus propias caderas, deslizando su polla dentro de la vagina una y otra vez. El zarandeo logra, además, que el pene y los testículos de Belzeba se restrieguen contra el firme abdomen del Diablo, duplicando las gozosas sensaciones de la princesa infernal. Ella mordisquea los pezones de su padre y éste desliza su mano entre los glúteos, introduciendo su dedo en el ano abierto como una flor de carne, palpitante y sudorosa.
Baalzephon aparta su cara empapada con los fluidos de Alouqua y coloca su pubis entre las piernas de ésta, apuntando con su polla enorme, dura y goteante hacia el coño abierto por el cunnilingus, y con un solo movimiento el tronco de carne desaparece en el interior de la rosada vagina. Ambos cuerpos inician una danza de sincronizados movimientos, acompañada de sus mutuos jadeos. Alouqua clava sus uñas en el pecho de él, arañándolo hasta hacerlo sangrar, y Baalzephon responde abofeteándola.
–¡Cabrona! ¡Eso ha dolido!
Ella, sin embargo, insiste, arañándole de nuevo, por lo que él vuelve a golpearla.
–¿Qué eres? –Pregunta la diablesa lamiendo la gota de sangre de su comisura– ¿Un maricón castrado? ¿No sabes pegar más fuerte?
Baalzephon, en respuesta, le abofetea el rostro. Ella le mira, libidinosa y retadora, y el lanza sus manotazos contra sus tetas, azotándolas sin piedad y arrancándole gritos de placer. Excitado, alterna sus golpes contra la cara y de nuevo contra las tetas, al tiempo que embiste con virulencia clavando su verga en lo más profundo de las entrañas de Alouqua, quien parece enloquecida por la catarata de sensaciones. Las largas y rojas colas de ambos demonios bailan, se retuercen y se enroscan una con la otra.
Con Belzeba ensartada en su polla, Lucifer avanza por la plataforma hasta depositarla de espaldas en el suelo, sobre una alfombra claveteada. Las afiladas puntas se hunden en la piel de ella cuando el Diablo continúa follándola, pero de la boca de su hija no escapa queja alguna, sólo gemidos de placer.
–¡Oh, sí padre! ¡Fóllame! ¡Fóllame!
Alentado por la súplica, Lucifer incrementa la fuerza de sus embestidas y pequeñas gotas de sangre manan de la piel alfileteada de Belzeba. Ella aproxima la mano a su pubis y se agarra el miembro, empapado por su propio líquido preseminal mezclado con el sudor de su padre, y comienza a masturbarse.
–Éste fue mi regalo, hija. La capacidad de gozar doblemente del sexo, como hombre y como mujer. El placer multiplicado, las perspectivas duplicadas, la percepción ampliada. Otra rama del Árbol del Conocimiento.
En el otro lado del salón Baalzephon hace girar el cuerpo de Alouqua hasta quedar a cuatro patas, sin extraer el falo. Desliza su mano entre los glúteos y explora el valle de carne perlado de sudor. Su dedo acaricia el anillo que forma la entrada del esfínter y empuja introduciéndolo. Sincroniza entonces los movimientos de dedo y polla, la cual puede palpar a través de la delgada pared que separa vagina y esfínter, mientras su otra mano azota las nalgas de la diablesa. La estimulación pinza la libido de Alouqua, desencadenando un incontenible orgasmo. Las convulsiones de los músculos vaginales presionan con fuerza la verga de Baalzephon, arrancándole a su vez una eyaculación que inunda de abundante y cálido esperma las entrañas de ella. Agotados se derrumban ambos sobre el suelo manteniendo la verga en el interior del empapado y acogedor coño.
Lucifer, próximo al clímax, aprieta las tetas de Belzeba y clava su cuerpo contra la espinosa superficie. Sus alas se despliegan majestuosamente, envolviendo a la figura femenina con su enorme sombra. Arquea la espalda y sus caderas embisten feroces contra el pubis de su hija, y el rugido que surge de su garganta resuena desde lo alto de la torre hacia la ilimitada extensión infernal, reverberando hasta el último rincón del Inframundo. Y todos los condenados tiemblan, espeluznados ante la desalentadora perspectiva de algo mucho peor que los tormentos a los que hasta el momento han sido sometidos.
Entre ellos, sumida en una de las Simas del Dolor, la perversa ex abadesa Sor Suplicio se retuerce empalada por una interminable e incandescente verga que le abrasa las entrañas, mientras otro consolador erizado de púas le desagarra el esfínter: la sangre gotea entre sus muslos. Al tiempo, una miríada de filamentos de acero le lacera la piel de todo el cuerpo y su boca se halla saturada por el enorme y bulboso miembro de uno de los demonios que la torturan, y mientras la chupa, casi sin aliento, suspira porque fuera la polla del Príncipe de las Tinieblas la que le desencaja la mandíbula.
En lo alto, la potencia de las arremetidas de Lucifer parece capaz de reventar el coño de su hija, el cual estalla en un volcánico orgasmo sin parangón con cualquier otro que Belzeba hubiese experimentado con anterioridad, desencadenando a su vez una fuerte eyaculación de su polla. Agotados y jadeantes, sus cuerpos se relajan, pegados uno al otro, y sus labios se entrelazan suavemente…
–La batalla final se aproxima, hija mía. El Verbo ha ordenado romper el primero de los Siete Sellos: el Apocalipsis va a ser invocado. El fin de los tiempos se avecina y si no somos capaces de impedirlo una dictadura de ángeles se impondrá sobre el Mundo por toda la Eternidad. El pecado será extinguido, la carne y el sexo serán proscritos.
–¿Cuál es mi misión, padre? –Pregunta ella, aún agotada, notando la humedad de la leche de su padre deslizándose entre sus muslos mientras se acaricia la polla semienhiesta.
–Tu cometido, Belzeba, habrá de ser crucial en esta definitiva confrontación. En ti reside la esperanza. Llevas mi semilla en tu interior. Irás a la Tierra y allí engendrarás al Anticristo.