Bellezas Cautivas (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. La vida en el Campamento

Bellezas Cautivas (fragmento)


Título original: Captive Beauties

Autor: Reece Gabriel (c) 2002

Traducido por GGG, agosto de 2002

El Campamento se usaba como cárcel. Cerrado años atrás por el estado, fue comprado por un agente en nombre de una corporación con lazos con Girls, Ltd. Hasta donde Shayla podía decir, servía a dos propósitos principales. El primero era aterrorizar, induciendo a la cooperación y obediencia por parte de los muchos "empleados" de la compañía. Como un coco (monstruo infantil) el Campamento se cernía sobre sus cabezas: baila mejor, trabaja más, posa de forma más excitante, ofrece más a los clientes y no tendrás que ir allí, les decían a las mujeres. Fracasa en el cumplimiento de las reglas, niégate a complacer a los amos y perderás incluso las pocas libertades de que disfrutas.

El Campamento también servía con propósito de entrenamiento. Reduciendo a las mujeres al status más abyecto posible -desnudas, encadenadas, sujetas a rigores sexuales, psicológicos y físicos- podías rehacerlas, hacer de ellas criaturas para el placer, dispuestas a llegar a los extremos, obedecer cualquier orden para servir a los caprichos de un hombre. Además estaba el marcaje a fuego y todo lo que implicaba. Permanente, modificador de la vida y absoluto.

Después de tres días -el tiempo solo se podía medir por la rutina de las torturas- Shayla empezaba a encontrarse cada vez más cómoda en su nueva esclavitud. La presencia de Candy y Jaclyn ayudaba ciertamente. Estando en la misma zona de celdas estaban juntas con frecuencia, retorciéndose bajo la tralla o debajo de los cuerpos de los insaciables guardias. En el momento presente las estaban empleando como fuerza de trabajo, fregando el suelo de uno de los vestíbulos principales. Sobre manos y rodillas utilizando pequeños cepillos y cubos de agua jabonosa. Era una empresa un poco inútil, al resultar el vestíbulo imposiblemente grande, pero la función del Campamento no era la limpieza real sino la subyugación de la mujer.

Las marcas en la espalda y las nalgas de Candy y Jaclyn eran claramente visibles desde la flagelación a la que habían sido sometidas anteriormente ese mismo día. Ella misma llevaba marcas similares. También tenía ahora la 'S', la marca esculpida a fuego que compartía con sus hermanas. Shayla arqueó la espalda y separó los muslos. Su sexo estaba hoy especialmente dolorido debido a la repetida penetración con un bastón, del que un guarda había hecho uso después de que su propio dardo estuviera exhausto. Aunque el placer de las chicas se suponía que no importaba, muchos de los guardas insistían en que las esclavas tuvieran orgasmos y a menudo no las dejaban hasta que conseguían el resultado.

Inocentemente había preguntado un día por qué las chicas no fingían los orgasmos para contentar a los hombres.

"Las esclavas no pueden fingir nada," dijo Candy. "Los amos ven nuestras almas a través de nuestros cuerpos."

"Les pertenecemos," añadió Jaclyn. "No podemos controlar lo que les mostramos en nuestros rostros más de lo que podemos controlar esto."

Jaclyn se puso la mano en los labios de su sexo, separándolos momentáneamente. Shayla había sentido el ímpetu en su propia entrepierna y enseguida entendió.

Realmente Shayla se sentía ahora como una de ellas. Con la excepción, desde luego, de estar enamorada de su amo, Gustav Rainier. Eso y el hecho de que había un ritual diario en el que solo ella participaba. Cada tarde, justo después de la hora de alimentarse, cuando se les permitía a todas dos minutos con sus palanganas, Shayla era llevada a la oficina del comandante. Siempre era igual. La tendrían de pie ante el escritorio y le harían una sola pregunta. Era inusual en sí mismo el hecho de que se le permitiera no estar de rodillas. Generalmente una chica solo estaba erguida cuando se la castigaba o se la usaba sexualmente.

En cuanto a la pregunta la pilló tan desprevenida la primera vez que casi se desmaya.

"¿Estás lista para irte?" preguntó el hombre vestido de gris de rostro sombrío levantando la vista del papel, con ojos fríos y duros. "Si nos das tu palabra de que nunca mencionarás o entrarás en contacto con ninguna parte de Girls Ltd. el señor Rainier te asegura personalmente que volverás a casa sana y salva."

Era obvio que actuaba cumpliendo órdenes, repitiendo mecánicamente las palabras. La cara como grabada en piedra, se sentaba y esperaba la respuesta.

"No," había dicho ella. "Pertenezco a Gustav. Me quedaré."

El hombre había sonreído débilmente. "En ese caso," dijo, "te tumbarás de espaldas en el suelo, con las piernas abiertas."

La tomó brutalmente, luego la envió de vuelta con las otras. Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, se repitieron las mismas palabras. Una vez más se sentó tras la mesa y no hizo ningún movimiento de asalto ni le dio ninguna orden hasta que repitió su promesa de quedarse y esperar a Gustav. Esa vez la tomó sobre la mesa después de pegarle con el cinturón. Después de tirarla al suelo le ordenó que se fuera.

Al tercer día, después de su tercera negativa consecutiva a irse, la tomó analmente usando una de las puntas eléctricas. Shayla proclamó su orgasmo mientras el activaba el dispositivo, profundamente insertado, simultáneamente con la manipulación manual de su clítoris inflamado. Luego le hizo que se la chupara, después de que le hubiera puesto pinzas en ambos pezones. Le dejaron las pinzas mientras la llevaban al patio para exhibirla colgada sobre un potro metálico, con los brazos detrás de la cabeza, las piernas colgando, su cuerpo disponible para que se pudiera hacer sobre él cualquier abuso.

Esa tortura especial había durado cinco horas.

Claramente Rainier quería que ella cediera y accediera a volver a casa, dando por finalizada así su culpa por lo que le estaban haciendo a ella. Su actitud la entristecía, pero cuanto más apretaba él, más testaruda se volvía ella. Todo su conflicto interno desapareció mientras se polarizaba en su obsesión por el hombre oscuro y atormentado. Los pensamientos en Max retrocedían cada vez más tras la realidad siempre presente de la tortura, el dolor y la redención. ¿No se daba cuenta Gustav de que cuanto más la forzara más invertiría ella en su amor por él? Estaba sufriendo por su causa; solo él podía justificar ahora ese sufrimiento, solo su vuelta a ella y la aceptación del regalo de su esclavitud podría salvarla.

Imaginaba con frecuencia ese momento; la hora en que finalmente volvería a buscarla, como sabía que lo haría. Sería un momento glorioso. Gustav de rodillas, justo como había hecho con Chastain, suplicando su perdón, ofreciéndose a cumplir su deseo más profundo. Solo que ella no querría fama, sino más bien esclavitud, con Gustav ocupando su lugar como su amo natural. Con que dulzura se sometería ella entonces a él, desnuda, ayudándole a estar a la altura de las circunstancias. Luego harían el amor; un entrelazamiento salvaje, miles de mensajes complejos y no dichos, invisibles, sin cadenas, sin ataduras, sin ritual elaborado, solo dos cuerpos, uno dominante, el otro sumiso, la unión eterna.