Bellezas
El fin de semana se descubría aburrudo, unas cervezas y una desconocida se encargaron de animarlo.
Cuando mis amigos decidieron ir de acampada a un multitudinario concierto al sur del país, mi intención era de ir con ellos pero un problema de liquidez y tener que trabajar el sábado por la mañana me condenaron a quedar el fin de semana en Madrid.
El sábado noche prometía ser muy aburrido sin los colegas así que decidí ir a un bar de divorciados que quedaba cerca de mi casa y tomar algo suave para irme pronto a casa. El bar era discreto, con un ambiente agradable y un buen número de gente madura poblando la barra. Mi barba disimulaba mi edad dándome unos años más de los 24 que tengo, y haciendo más inadvertida mi presencia.
Me acerqué a la barra y pedí una cerveza, antes de que el camarero me la sirviera ya había entablado conversación con una señora de unos 45 años, de pelo color caoba y con unas voluptuosas curvas, destacando sus grandes senos que asomaban por el generoso escote; su culo se adivinaba apetecible bajo la falda que a pesar de ser por debajo de la rodilla tenía una lírica raja que dejaba entrever el muslo, de modo que mis ojos bailaban entre la raja y el escote.
Conchi, que así se llamaba no paraba de hablar de cosas triviales y yo le acompañaba en la conversación. Cuando nos quisimos dar cuenta ya iban a ser las dos y el local estaba para cerrar, por lo que decidimos irnos. Ella me propuso que la acompañase a casa; en ese momento las cervezas ya no permitían la habitual agilidad mental pero aún así deduje que esa iba a ser una noche larga.
La acompañé al portal de su casa y tras un apasionado beso de buenas noches me disponía a despedirme con la cordialidad exigible a una desconocida, pero ella me invitó a tomar la última cerveza en su casa, acepté con gusto pues intuía lo que esto significaba. Al entrar en el ascensor me acerqué a ella y la bese en la boca; mientras nuestras lenguas se reconocían fui descolgando mis manos hasta su trasero, que a pesar de los años aún seguía siendo duro y turgente; mientras nuestras bocas se divertían en el húmedo juego de buscarse, mis manos fueron subiendo su falda hasta dejar al descubierto su hermoso culo, ornamentado con un delicioso tatuaje en forma de media luna que pude ver reflejado en el gran espejo del elevador, así vi también el tanguita que hábilmente se escondía entre sus nalgas.
La visión hizo que el hinchado pene se incruste en su vientre. Su sonrisa picara y juguetona, mitad por el alcohol, mitad por la lujuria me animó a seguir, esta vez besando su cuello, pero sin dejar de acariciar sus nalgas, ahora ya desnudas. Cuando paró el ascensor nos separamos, ajustó su falda y caminamos cogidos de la mano hasta su piso. Ella abrió la puerta y ya entré detrás de ella; aun no había cerrado la puerta y yo ya le estaba sobando las tetas sobre la blusa, mis dedos fueron desenredando los botones y ella me ayudó a sacarla. La visión fue tremenda, sus senos se hallaban encarcelados en un sujetador rojo de encaje, de esos que a un servidor le vuelven loco, por lo que sin pensarlo dos veces me abalance sobre ellos y los empecé a morder y a acariciar, mientras ella me iba sacando la camisa.
Suavemente saqué un de los senos de la cazoleta en la que se hallaba prisionero, pudiendo contemplar un gran pezón rosáceo y duro. Mi boca se apoderó de este afrodisíaco manjar y lo empecé a mordisquear y chupar dotándole así de una mayor rigidez, mientras mi lengua lamía el pezón las manos de Conchi me despojaban del cinturón, yo le desabroche el sujetador y se lo saqué. Esos dos pechos no tenían la rigidez de los de una quinceañera pero aun se mostraban muy apetecibles. Me detuve a jugar en el otro pecho mientras ella me sacaba los pantalones y los calzoncillos a la vez, dejando mi erecto pene al descubierto y presionándolo contra su vientre, cuando mi glande sintió la suavidad de su piel, una descarga eléctrica recorrió toda mi espalda y termino en un suave mordisco sobre su pecho que arranco un felino gemido de su garganta.
Cuando me despojó de mis pantalones, se agachó y llevó su boca a mi verja. Era algo delicioso sentir la suavidad de sus labios en mi glande, el calor de su boca y la humedad de su saliva consiguieron que mi pene alcanzara su máxima plenitud. Sus labios se despojaron de mi glande dejando tras de si el suculento brillo de su saliva. Su mirada lasciva se clavó en mis ojos mientras me aconsejaba que me sentara en el sofá, cosa que hice al instante. Ella quedó a unos metros de mí y me brindó un baile sensual, se asía las tetas, se las amasaba y las sopesaba, la visión provocó que me empezase a hacer una paja. Sus manos empezaron a bajar por su vientre dirigiéndose al cierre de su falda, esta cayó al suelo y su tanguita, también de encaje rojo, apareció como censurador de su belleza más secreta que ella no tardó en desvelarme al bajar la intima prenda, enrollándola primero y después bajándoselo con suavidad, la visión de su bello púbico tan perfectamente recortado por los extremos y tan perfectamente recortado por los extremo y tan homogéneamente distribuido delataban los cuidados que su poseedora depositaba en esa prohibida parte del cuerpo.
Ahora estábamos los dos completamente desnudos, en igualdad de condiciones, frente a frente dispuestos a liberar la batalla más placentera jamás acontecida. Se acercó a mí y me besó en los labios, su lengua pugnaba deseosa por encontrar la mía que se escondía dentro de su boca, sus senos se apretaban contra mi pecho, su vulva acariciaba mi pene con un rítmico movimiento de sus caderas.
-Ahora te toca a ti.- Dijo mientras se sentaba en el sofá, abriendo sus piernas y dirigiendo mi cabeza hasta su sexo. El acabado de su bello púbico con una esmerada depilación en los extremos, dejando sólo un fino hilito de pelo, me volvía loco y reaccionaba chupando con ferocidad el clítoris que empezaba a asomarse y a enrojecerse pero no solo me jactaba en la divina golosina, sino que también deslizaba mi boca por sus húmedos labios, mordiéndolos para arrancar gatunos sonidos de su garganta. Cuando ya la humedad empezaba a rebosar, dándole un fuerte olor (y un exuberante sabor) al suculento manjar, decidí introducir uno de mis dedos en la cueva del placer, Conchi se retorció de goce y me pidió que no dejase de chupar. Cómo poder resistirse a esa petición de auxilio; volví a depositar mis labios en la carnosa turgencia mientras mis ahora dos dedos seguían cuan dos exploradores reconociendo los secretos de la lubricas cavidad encontrando el placer en cada roce.
Su orgasmo se acercaba imparable como un huracán anticipándose en los espasmos de su cadera, su vagina devoraba mis dedos, presionándolos y mojándolos, llegando a la cumbre, bendecía al Dios del placer por el deleite que le producía mis movimientos, los gritos entrecortados inundaban la habitación aumentando mi excitación hasta el infinito. Una catarata de goce, en forma de brillante fluido brotó de su gruta para extenderse sobre mi mano. El orgasmo fue larguísimo, casi eterno, pero la velada no debía acabar ahí. Mi falo reclamaba conocer lo oscuro del placer tan bien como lo habían hecho mis dedos, por lo que lleve mis labios a sus oídos, y entre suaves mordiscos en los lóbulos le dije:
-Ahora me toca a mí- Ella me sonrió y con una mirada desbordante de satisfacción dijo:
-Siéntate, esto aún no ha empezado.
Obediente me senté en el sofá, ella se levantó y se acercó a mí, dejó sus jugosas tetas a la altura de mi boca, yo empecé de nuevo a besarlas y a mamarlas, ella me recostó en sillón y se subió a él, una de sus manos la tenía apoyada en el respaldo mientras con la otra fue dirigiendo mi rígido miembro hasta su entrada, lentamente fue bajando su trasero hasta reposar sobre mis piernas, un suave movimiento circulas de su cadera acomodó mi miembro en el lubricado lugar, se dobló y mordió mis labios mientras empezó un lento movimiento, el calor de su cuerpo quemaba sobre el mío, mis manos agarraron firmes su culo, manoseándolo y amasándolo, mientras mi boca ya libre de la suya, bajo para seguir degustando sus pezones, más duros y sabrosos que nunca, el placer me arrastraba hasta el cielo, ella asía mi cabeza y la apretaba contra sus pechos y yo intentaba la imposible tarea de besar y lamer cada parte de la voluptuosa carne. Llevábamos un rato entre lentos movimientos y desgarradores besos cuando se separo de mí. Yo no sabía que hacer por lo que decidí quedarme como estaba.
Ella se irguió, se dio la vuelta y se volvió a sentar sobre mi pene. Apoyó las manos en la mesita que estaba frente al sofá y fue bajando, fui yo esta vez el que apuntó el mástil hacia la vagina, esta vez la incursión fue más rápida y placentera. El tatuaje de su nalga me mostró una sonriente media luna que me animaba en mis caricias. Sus primeros movimientos fueron lentos, tan lentos como en la anterior postura, pero el ritmo aumentando, así como la profundidad y la violencia de las envestidas; el éxtasis nos invadía y nos alineaba de nuestros cuerpos. Tanto fue así que ninguno de los dos escuchó abrir la puerta, yo nunca me habría enterado de que alguien irrumpió en la habitación si no fuera el saludo que sonó desde el pasillo. Los dos dirigimos alarmados nuestras miradas a la puerta del salón en el que nos hallábamos. Una chica de unos veinte años asomó su cabeza por la puerta; se sonrojó y se retiró. Conchi pareció no darle importancia y prosiguió con sus movimientos por lo que llegué a pensar que fura una alucinación producida por el goce de la follada.
Un espasmo recorrió mi cuerpo como fiel avisador de la proximidad de la erupción de vida y placer. Se lo dije a Conchi y me respondió.
-¡Córrete dentro, quiero sentirte dentro!- Su voz entrecortada y agitada me excitó tanto que los borbotones de semen de me eyaculación inundaron toda la cavidad, era una sensación increíble sentir mi semen mezclado con sus jugos, resbalar por mi falo y acariciar mis testículos mientras seguían su camino hacia el suelo.
La flaccidez de mi miembro empezaba a tomar protagonismo cuando ella se levantó y se giró para lamer la mezcla que tan frenéticamente habíamos preparado. Sorbió mi glande y lamió todo lo que resbalaba por el mango y por los testículos que empezaba a asomar después del desbordamiento. Se irguió y me mostró sus labios brillantes por la salva y el cóctel, me cogió de la cabeza y nos fundimos en un exquisito beso donde nuestras lenguas saboreaban la deliciosa amalgama fruto de nuestro mutuo goce.
Nos recostamos en el sofá rendidos por el esfuerzo.