Belleza (3)
Todos los misterios de una casa sin secretos salen a la luz.
Carmen está arrodillada entre las piernas de Carlos y aún tiene restos de su semen en los bordes de su boca. El corazón del joven brinca en el pecho cuando escucha la voz de la madre.
-Menudas confianzas son esas.
Él no se atreve a mirarle a los ojos y pierde su mirada en Carmen. Ésta se levanta y se dirige a su madre; Carlos la sigue con la mirada y se sorprende cuando ve a Conchi lamer la lefa que reposa entorno a la boca de su hija. Con gula desliza la lengua por cada uno de los pegotes e incluso penetra en la boca de su hija. Absortas las dos, como inadvertidas de la presencia del huésped, se devoran en un febril morreo para apagar el hambre de sus bocas.
Carmen desata el nudo de la finísima bata que asoma el cuerpo de su madre. Desliza con suavidad y cautela las manos en el interior de la prenda mientras sus bocas aún degustan el festín de lenguas y labios. El susto se vuelve excitación, su pene retoma la rigidez que había perdida hace unos minutos. Entrever bajo la fina gasa las exploradoras manos de la hija acariciar los senos de la madre resulta ser algo extasiante para la excitación del joven.
Cuando sus bocas se despegaron Conchi ve el tamaño faraónico de la estaca de su invitado; tan maliciosa como lujuriosa le invita a unirse. Mientras, como sí de una cálida brisa se tratase, pierde su bata guiada por las manos de su hija. Desnuda, exuberante, fresca y ligeramente humedecida por la ducha ilumina, cuan Venus, la cocina con su piel y su pase gatuno, felino.
Carlos se acerca a ellas con su albornoz abierto; su falo desafiante como un mascaron de proa se incrusta candente sobre los glúteos de la figura desnuda, presionándolo; acerca sus labios al cuello y lo besa, lo lame, erizando todo el bello de su amante. La hija, mientras, chupa y mordisquea los pezones rígidos de su progenitora. Carlos extiende las manos alrededor de Conchi y se topa con la lengua juguetona de la hija chupando, casi mamando, los dedos del muchacho.
Conchi se separa, aprovecha para ver de lejos los cuerpos jóvenes de sus amantes. Empieza por sacarse la camiseta a su hija. Hermoso, grácil, divino aparece el cuerpo de la muchacha; un pubis poblado, oscuro y rizado; un vientre plano y firme; sobre él unos senos pequeños, turgentes, apetitosos, ornados con cerezas claras. Su pelo abundante abanica cuando la madre le desposee por completo de la única prenda que le ha cubierto. Desnudas las dos, posan sus manos y sus caricias en el huésped. Su torso atlético es recorrido por las cuatro manos, él se deja hacer, absorto y excitado no se da cuenta de cómo le sacan el albornoz.
Conchi decide que estarán más cómodos en su dormitorio, en procesión abandonan la cocina para arrimar a un dormitorio moderno, con un gran ventanal que iluminaba la estancia a través de las cortinas. La madre se acuesta en la inmensa cama y abre las piernas exageradamente para que los jóvenes sean cómplices del manjar. La hija, poseída por un voraz deseo es la primera en arrodillarse y alimentar su canibalismo con los pliegues brillantes de su progenitora. Su lengua ágil se posa en los lugares del placer; haciendo que su madre se retuerza y emita profundos gemidos de placer intercalados en su respiración entrecortada. Carlos se sienta al borde de la cama y observa a las dos mujeres; decide participar posando su boca en las montañas de la madre, su lengua recorre el camino que separa las dos cumbres, dejando una senda brillante; Al llegar a la meta mordisquea y chupa la rosada recompensa y deshace el camino para proporcionarle igual dedicación a la otra.
Carmen levanta la vista de su esmerado trabajo y observa la mano de su madre recorriendo despacio el pene erecto. Aún sin saciar su hambre, acerca sus labios a los testículos del muchacho, los lame y manosea, incluso intenta ponerse los dos en la boca pero le resulta imposible. Desiste de jugar con ellos y sube su lengua por el falo; la mano de la madre está ahora ocupada incrustándose con violencia en la gruta de la mujer. La mamada es rápida y ruidosa, la saliva abundante recorre por completo el mango. Es interrumpido de sus que haceres por la angustiada voz de la madre que exige ser poseída por la verja del muchacho. Humedecidos y fogosos, la penetración resulta fácil, lubricada. Tras acomodar sus piernas y su cadera comienza a cabalgarlo, como quien doma a un caballo salvaje la mujer brinca para sentir incrustada la estaca de su amante.
La hija aprovecha para posar su concha sobre la boca de Carlos, la lengua de este empieza a recorre los bordes rosáceos para terminar incrustándose en el espacio estrecho, la saca y recorre el infinito espacio que le separa del ano, da pequeños círculos alrededor como dudando de sus intenciones, poco a poco la lengua se incrusta en el más estrecho de los agujeros de la muchacha. Mientras las dos mujeres se acarician mutuamente los pechos, Conchi incluso acerca los labios a la boca de su hija para propinarle beso escuetos que terminan en mordiscos y lucha de lenguas húmedas en busca de todos los tesoros que esconde la boca de su rival.
Un orgasmo se apodera del vientre de la madre, pequeños gritos agudos se untan por la habitación, la excitación de todos aumenta haciendo que Carlos aumente el ritmo de su lengua, como coro las dos mujeres gritan y se retuercen sobre su amante.
Las chicas más relajadas, deciden cambiar de postura. Conchi se recuesta en la cama para que su hija se coloque a cuatro patas. Mientras lame y saborea los humores de su madre, recibe la rigidez de Carlos. Sin esfuerzo se incrusta en la muchacha, y empieza con severas embestidas mientras la ase de la cintura. Las acometidas son cada vez más violentes, los testículos golpean a Carmen con fuerza, esto le resulta extasiante y se retuerce en un orgasmo ahogado entre las piernas de su madre.
Carlos avisa de la proximidad de su eyaculación. Las mujeres escucharon las palabras de Carlos como si de una oda se tratase. Veloces aproximan su boca al surtidor de néctar y mientras una le masturba la otra chupa para apurar el torrente de semen; no se hizo de rogar y apareció erptado sobre las caras de madre e hija. La una lame los pegotes de la otra. Saboreando cada gota como si del mejor manjar se tratase.