Bella y olorosa rosa (revisado y corregido)

Este es el primer relato que publique en esta web has ya bastante tiempo. Esta versión es la misma, solo que con algunas correcciones en la redacción y ortografía, además de unas pequeños agregados. A pesar que me resulta extraño leerlo luego de tanto tiempo, me sigue gustando, por eso lo he revisado y vuelto a publicar.

Bella y olorosa rosa (revisado y corregido)

Bellas y olorosas rosas hay por toda la habitación. En una habitación grande de un departamento solitario de una gran ciudad. Un día de invierno, neblinoso y sumamente frío, en el que solo quieres encerrarte entre paredes y descansar, pensar y capaz soñar.

Ella es María, o es Laura?, tal vez Susana?... el nombre no importa. Es ella, una mujer de 30 o hasta 40 años, quien sabe, atractiva para los hombres y mas importante, atractiva para ella misma. Cientos de veces se había admirado frente a su gran espejo, completamente desnuda, había observado milímetro a milímetro su piel en busca de imperfecciones que no lograba encontrar. Mujer que como he dicho debía tener al rededor de treinta y tantos años, de estatura mediana, larga caballera que llevaba la mayor parte del tiempo recogida, cabellos de color negro y ondulados, sedosos, deseosos, ojos café en un rostro terso, muy bien cuidado, sin una pizca de maquillaje, cejas espesas. Un cuerpo de formas exquisitamente femeninas, curvas y delgadas, algo voluptuosa, pero sin ser para nada vulgar.

Estaba sola, como hacía muchos años. Muchos datos son inciertos, pues su mente no los quiere recordar, su mente solo guarda detalles de lo que ella sintió y vivió, recuerdos del placer y el de unas bellas y olorosas rosas rojas.

Desde su ventana se filtraban casi inaudibles los sonidos de la calle. Esos sonidos fueron de repente acallados por "Canciones de un compañero Errante" de "Mahler". Eso si lo recordaba, era algo que la excitaba en muchos sentidos, la voz del barítono, sí… la podía escuchar ahora, era una voz grave y varonil.

Estaba en su amplia habitación y tenía todo dispuesto para abandonarse a los placeres que ella misma se proporcionaría. Se escuchaba la música en los parlantes, baja, pero lo suficiente para ser audible. Las rosas, tanto en su mesa de noche, sobre su cómoda, en el suelo, sobre su cama. El olor era exquisito. Había algo en el olor de esas flores que la excitaba, no podía evitarlo y no quería. Su cuerpo ya desnudo, parada sobre la alfombra beige que cubría la blanca habitación.

Decidió cerrar las cortinas y encender la calefacción, aunque no la necesitaba, el calor de su cuerpo era suficiente. Ahí se escuchaba "Mahler" ahora... era suave, melancólico y en por momentos épico. Su cuerpo tembló un momento al escucharlo. Se dirigió hacia el baño de la habitación, amplio al igual que la habitación. Una ducha sería lo mejor penso. Abrió la llave y regulo el agua para que esta fuera tibia. Bajo el chorro de agua que caía sobre su cabeza, sus bellas y cuidadas manos junto a un cómplice jabón arrancaron de su cuerpo todo vestigio de suciedad, de la suciedad de la que se impregnaba en la calle, esa que es invisible, pero que corrompe. Sus manos se mueven solas, sin poner atención en ninguna parte, pasan sobre los hombros, brazos y luego a su estomago, sube a sus pechos donde forman círculos para abarcarlos. Debe quitarse la suciedad... debe estar limpia, debe purificar su cuerpo, ahora con el jabón y el agua, después con el placer.

Termina de enjuagarse y abriendo la puerta de la ducha coge una toalla, una grande, con la que seca su cuerpo, al igual que en la ducha no hay atención para ninguna parte específica, en ese momento no hay preferencias, ni siquiera se mira, mira hacia arriba mientras su manos con la toalla secan. El cabello esta mojado, pero ella quiere que este seco, una secadora de mano sería lo ideal. Sale del baño tal como entro, desnuda, pero ahora limpia. Su desnudez se refleja en el espejo al momento de pasar de un lado a otro, busca el secador, lo conecta, lo enciende... se sienta y se seca. El olor a rosas inunda de nuevo sus pulmones, se introduce en su nariz y colma de sensaciones su mente.

Se pone de pie y se percata que "Mahler" ya no suena en los altavoces, ahora es "Chopin", los valses de "Chopin". Ohhh, como le encanta el sonido del piano. Mira hacia su cama y ahí esta la ropa que había escogido: unas finas y costosas braguitas negras delgadas y pequeñas, en extremo sensuales; además una bata negra de fina tela. Esa es toda su ropa. Toma las bragas y las mira mientras el vals Nro 4 de la Opera nr 34 suena maravillosamente. Las mira (la braga) y luego mira hacia su bajo vientre, se voltea y se coloca frente al gran espejo que refleja su imagen completa, se agacha y coloca las piernas dentro de las bragas una a una, luego las sube hasta llegar a encajarla en el sitio que le corresponden. La tela pasa desde sus pequeños pies por sus delicadas piernas a sus torneados muslos y termina entrando en contacto con su intimidad, por detrás la tela se pierde entre dos firmes y redondas nalgas, por delante... queda justa. Se vuelve a mirar, egresa a la cama por la bata, la cual también se pone frente al espejo, no cierra del todo la bata, la deja entre abierta, quiere que sus pechos se vean... no completamente, pero si que se exhiban... no para alguien mas... solo para ella.

Camina hacía su cómoda, mientras se observa al pasar por el espejo de nuevo. Coge el frasco de perfume, perfume de rosas. Se coloca unos toques en la nuca y otros en la parte interior de los muslos. Sus sentidos están colmados, respira el olor de las rosas, siente sus manos pegadas a sus piernas, siente su tersa piel…"Chopin" esta en sus oídos... sus labios se tienen el uno al otro y a una picara lengua que de rato en rato sale para humedecerlos. Siente calor estando ahí parada. Decide caminar al rededor de su cama, sintiendo la suave tela de su braga jugar con su sensible piel. Al otro lado de su habitación hay un baúl, marrón y viejo. Abre su oscura tapa y extrae de su interior una pequeña caja de zapatos atada con un lazo rojo. Vuelve a su cama... a su gran y cómoda cama cuya colcha es tan suave. Se sienta en el borde, frente al espejo y coloca la caja sobre su cama. Se siente algo impaciente y sumamente acalorada, nerviosa incluso. Se mira de nuevo al espejo, es una completa narcisista, pero que mujer no lo sería siendo tan bella como Adriana… si, Adriana!!! … ahora lo recuerdo, su nombre es Adriana.

Sentada en el borde de la cama y de frente al espejo abre ligeramente sus piernas. La bata se abre un poco también. Ella se mira a los ojos, quisiera poder besarse, quisiera poder desdoblarse y besar su bello cuerpo, quisiera que su imagen, aquella que la mira desde el espejo, cobrara vida y se acercara a ella para acariciarla.

Siente el calor, que se origina muy dentro de ella, y que hace que se ruborice. Sus mejillas se tornan color rosa, como las flores que ella ama. Ahora toma una de estas, una rosa roja que esta en su cama. Cierra su puño al rededor de su tallo intentado cortarse, luego abre de nuevo su mano y observa que lo único que logró fueron pequeñas heridas en su palma, algunas pequeñas manchitas de sangre. Toma de nuevo la flor y la huele, el aroma la invade. Pasa la suave flor por su frente, sus mejillas sus labios cerrados... es suave... como su piel. Ahora abre la parte superior de su bata lo suficiente para ver sus pechos. Son hermosos, ni grandes ni pequeños, justos, exactos, de pezones café ligeramente endurecidos; aureolas no muy amplias.

La flor los roza, los acaricia, primero el contorno, la base y luego suben y bajan rozando los pezones que insolentes se ponen completamente erectos. Lo hace despacio, sabe que le gusta. Se mira al espejo, la imagen de ella con sus pechos descubiertos y sus pezones desafiantes la excita. Un fuerte calor se acumula en su entrepierna. Con sus dedos presiona un pezón... un suspiro sale de su boca, pareciera que la imagen del espejo disfrutara a la vez del espectáculo como ella disfruta de ver su imagen reflejada.

Lanza la rosa al suelo al tiempo que se recuesta en una pila de cojines rojos sobre la misma cama. Puede seguir viendo el espejo. Ahora separa más las piernas y finalmente su bata termina de quedar abierta, dejando su cuerpo semidesnudo solo cubierto por unas bragas. Esas bragas delgadas y provocativas que guardan su delicado, húmedo y tibio tesoro. Quisiera arrancárselas con las manos pero le gusta ver como le calzan. Es la opera 69 o la 72 de "Chopin", no lo recuerda, no le importa. La melodía del piano es hermosa. Sus manos que hacía un momento se habían calmado no resisten y se deslizan a ambos lados de sus muy bien formadas piernas y las acarician hasta llegar a sus monumentales muslos. Sus manos pasan a su vientre, y luego a sus pechos, los cuales presiona suavemente y junta, para luego separar y soltar. Sus manos siguen hacia su cuello y lo acarician lado a lado, las yemas de sus dedos tocan sus mejillas y por ultimo se posan en los lóbulos de sus orejas. Siente humedad allí abajo. Su corazón palpita aún pausadamente pero su mente se acelera. "Chopin" ya no suena, ahora es "Stravinsky" quien la deleita con su exquisita música.

Flexiona sus piernas y las mantiene abiertas. Se mira bien y luego con su mano derecha acaricia su pierna, hasta el muslo, para ir a colocar su dedo índice sobre sus bragas, en la parte de su pubis Pasa el dedo hacia abajo abarcando la extensión de lo que cubren las bragas, la sensación es algo impersonal, la tela no causa muchas sensaciones sobre su cuerpo, decide que las bragas deben irse. Cierra los ojos y con ambas manos a los costados de su ropa intima (ella aún recostada) tira de las bragas hacia abajo, las saca de entre sus pies y la lanza al suelo. Abre los ojos y mira al espejo, ahí entre sus piernas ve unos sensuales y ensortijados vellos que cubren una delicada femineidad. Le gusta la manera en que esa oscura pelosidad le cubre el pubis. La admira y mira un poco mas abajo donde esta, ligeramente cerrado, su caliente tesoro.

Con las piernas aún abiertas dirige de nuevo su mano derecha hacía su entrepierna y con dos dedos separa los pliegues de su sonrosada vulva. Sus dos carnosos y rosados labios encierran dentro un pequeño botón con el que Adriana mas de unas vez ha jugado. Los dedos separan los labios, ella mira en el espejo la escena, la rosácea y en extrema sensible carne parece imitar el color de las rosas que a ella le gustan. Ahí entre sus labios hay pequeñas gotitas cual roció, evidencia de su humedad. Pasa uno de los dedos y recoge algo de ese rocío, una olorosa secreción, la cual la impregna los demás dedos de la mano. Se siente en un estado febril, su corazón ligeramente acelerado y esa sensación eléctrica que recorre su cuerpo la abruman.

Se incorpora un poco sobre la cama y busca la caja. La abre y saca de ella un pluma de ganso. Realiza una operación similar a la que hizo con la rosa, pero la sensación esta vez es diferente. Ahora son como cosquillas las que produce la pluma. La pasa entre su senos y por pezones sujetando la pluma con su mano derecha. Con la izquierda toma el pecho de ese lado y lo estruja suavemente. Toma con sus dedos su curioso pezón, un pezón duro, desafiante. Ahora la pluma guiada por la mano acaricia alrededor de aquella pequeña protuberancia produciéndole cosquillas casi insoportables y a la vez excitantes

Termina por presionar fuertemente con los dedos su coqueto pezón, hasta causarse algo de dolor. El contraste del cosquilleo y el dolor le gusta. Va ahora con la pluma hacia sus muslos, la sensación de cosquilleo es bastante excitante, quiere dirigir la pluma al contorno de su vulva pero antes de llegar a hacerlo es demasiado, sufre unas pequeñas convulsiones, unas suaves oleadas la estremecen. Su cuerpo extremadamente erotizado ha alcanzado un pequeño orgasmo sin haberle aún dedicado atención a su sexo. Deja por un momento la pluma y aprieta ambos senos con las manos volviendo a friccionar los sensibles pezones mientras su boca muerde sus carnosos labios. Allí en su vagina las contracciones se suceden una detrás de otra. Respira un poco mientras se calma, mira de nuevo el espejo y se encuentra, sigue ahí… igual de hembra... igual de deseosa Su mirada lasciva se posa otra vez en su entrepierna y sabe que quiere más.

Aún sin reponerse del todo del primer orgasmo decide continuar con su juego sexual. La pluma ahora hurga el contorno de su sexo, alborotando los pequeños vellos que encuentra y excitando la piel sensible de esa zona. La pluma entra en contacto con sus labios vaginales. Adriana puede ver en el espejo como el pringoso líquido que emana de su interior ha corrido hacía abajo mojando su otro agujero. Levanta un poco mas las caderas para poder ver ese pequeñito agujero rugoso, algo oscuro, perfectamente apreciable. Le llama bastante la atención. Esta manchado por sus líquidos, que también han manchado su colcha. La pluma no descansa y ahora juguetea mas abajo, en esa parte a la cual pocas veces le ha dedicado atención. La cosquilleante y puntual sensación que le produce en esa zona la excitan bastante. Hace ligera presión sobre su esfínter con la punta de la pluma y luego baja el dedo índice de su mano izquierda y humedeciéndolo presiona de nuevo. No se siente mal piense ella, nunca antes lo había hecho, pero decide dejar para otro día aquella lujuriosa exploración

Lleva su mano izquierda hacia su húmedo y caliente sexo. Lo abre como hizo antes para luego mirar el espejo y así poder dirigir bien la pluma hacia esa pequeña protuberancia llamada clítoris. El contacto es electrizante. Aleja la pluma inmediatamente, está a punto de venirse de nuevo, pero ahora la pluma no sirve, no la colma, solo la atormenta. La deja a un lado de la cama y ahora son sus dedos, que impregnándose del flujo emanado, empiezan a juguetear con su punto del placer. Un solo dedo entra en contacto y frota suavemente esa exquisita protuberancia, ese jugoso fruto, pequeño pero rico en sensaciones. Juguetea con el haciendo círculos, eso la hace delirar. Sus ojos no miran ya el espejo, se cierran, ella sabe como hacerlo. Se ha acariciado cientos de veces. Se frota, acaricia y juguetea. Los licores que emanan ayudan bastante.

El dedo medio resbala sobre el botón, su boca se tuerce en una mueca sensual de placer, trata de contenerse un poco y retira los dedos pero al instante los regresa, no puede parar. Ahora usa toda la mano para restregar su lujuriosa vulva y así aplacar su deseo. Su mano se dirige hacía su cueva, sus dedos se pierden como absorbidos en el interior de ese humedecido estuche. La lubricación es abundante, dos dedos entran y salen pringoso de néctar, prueba con tres dedos ahora... no hay problema alguno. Su dilatada vagina los acepta. Los introduce tan profundo como puede y los saca luego para mirarlos, empapados en aquellos jugos. La mano derecha regresa al ataque. Su mano izquierda que acariciaba sus pechos pasa ahora a ocupar el puesto de la otra mano sobre sus clítoris. Las dos manos ahora se dedican solo a su sexo. El placer llega y la sacude varias veces., sus movimientos de cadera sobre la cama la hacen votar la caja. Se detiene un momento para asomarse por un lado de la cama en busca de la caja.

El contenido de la caja esta vertido sobre la costosa alfombra beige. Coge el objeto cilíndrico de color carne que allí estaba, se lo mete primero en la boca para humedecerlo, cosa innecesaria ya que su lubricación allí abajo es mas que suficiente. Lo toma con la mano izquierda y lo introduce en su agujero. Un suspiro sale de su boca, algo mas que un suspiro, un quejido, le gusta. El objeto no es grande, pero si más adecuado que sus dedo. Resbala dentro de ella y se adueña de todo su calor. Se siente ahora llena y colmada. Sus dedos vuelven al ataque sobre su botón del placer ahora rojo y duro. Los movimientos son los mismos sobre él. La otra mano controla el objeto que sale y entra por su estrecho túnel.

A estas alturas ya ha perdido la cuenta de los orgasmos que la asaltan. Su cuerpo es conducido al éxtasis total una y otra vez. Desea verse en el espejo y observar a esa putita que goza satisfecha sobre la cama de una lujosa habitación de un lujoso apartamento. Definitivamente esa debe ser una putita de clase, lujosa y altiva. Sus ojos responden al deseo de observarse por instantes. Se ve tumbada de costado, cerrando las piernas y con solo una mano atacando sin piedad su clítoris, la otra mano se clava en la colcha, se mira y piensa "soy toda una puta desvergonzada"

Siente que si sigue así se desmayara. El placer es demasiado para soportarlo, esto es demasiado bueno. Palabras sin sentido escapan de sus labios mientras su cuerpo se estremece, mientras el olor embriagante de hembra mezclado con perfume de rosas inunda la habitación, mientras "Stravinski" hace de las suyas en "Pulcinella", mientras ella muerde sus labios. En un único e intenso grito ahogado sucumbe. Se gira sobre si misma varias veces mientras convulsiona de placer. Las piernas cerradas y su mano atrapada en su palpitante sexo, sus pechos duros y sus pezones erguidos, ruborizada totalmente, extasiada y bastante cansada. Las oleadas parecen interminables pero poco a poco van decayendo en intensidad. Este ha sido capaz el orgasmo mas intenso que la haya devorado jamas. Siente que si trata de pararse sus piernas no obedecerá. Se siente ahora un poco mas relajada, satisfecha. Sus músculos pierden tensión y el objeto que estaba alojado en su vagina es liberado.

Su cabeza se gira y mira una delicada rosa sobre su mesa de noche... una rosa roja. Sus ojos se quieren cerrar y sus manos están ahora inmóviles. La rosa esta ahí, tan hermosa, tan apacible, imposible de pensar que algún día se tenga que marchitar. Eso no importa ahora, Adriana dormirá sin preocuparse, consciente de que luego despertará y será siempre joven, como sus rosas, como aquellas bellas y olorosas rosas.

FIN

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