Bella, tierna y deliciosa, como una (puta) diosa
Se llama Cristina y tiene diecinueve años. Yo bastante más del doble.
Vive con su madre y su hermanito en mi mismo edificio, en la misma planta, dos puertas más allá de la mía. Tiene novio, un chaval rubio de su edad con cara de niño pijo y hablar de retrasado mental. Describirla con pocas palabras es muy sencillo: es muy joven y está buenísima, ¿qué más añadir? Quizás que también es deliciosamente viciosa. Iniciamos una relación íntima, muy intensa y un tanto peculiar, hace ahora un par de meses.
Su madre, Elvira, es una cuarentona divorciada de muy buen ver y que como la gran mayoría de las cuarentonas divorciadas de hoy en día, es un verdadero putón. Con cara de picarona, sonrisa de buscona y boca de mamona; alta y con un magnífico par de voluminosas tetas (gracias a la diosa silicona, por supuesto) que siempre luce con descaro e incluso cierta vulgaridad en los provocativos escotes que suele vestir. Me excita y lo sabe. Deseo follarla y lo sabe. Estoy seguro de que algún día, pronto, podré hacerlo.
Recibe con frecuencia hombres en su casa. Lo sé porque que me he cruzado con algunos por la escalera. Suelen ser siempre tíos diferentes aunque uno de ellos, un moreno rechoncho, con pinta de sicario y bastante más joven que ella, lo he visto ya varias veces.
El hermanito es un impertinente y estúpido niño de unos diez años que siempre anda dando gritos y balonazos al entrar o salir del edificio. De buena gana agarraba del cuello y le daba dos hostias bien dadas al maldito crío.
Cristina es sexualmente sumisa, o por lo menos le gusta jugar a serlo cuando está conmigo. Se somete a mis juegos, deseos y caprichos (todo ello en plan "soft", quiero precisar) con placer y goza y me hace gozar increíblemente cuando estamos juntos.
Todo se desencadenó de manera muy rápida y espontánea. Pasamos de golpe del "Hola, ¿qué tal?" de cumplido al cruzarnos por la escalera, a gozar juntos del sexo. Del sexo solo por el sexo, simplemente para saciar las ganas de follar, por el placer animal de fornicar, de poseer, de dominar y de ser dominada.
Aquella tarde hacía bastante calor, mucho calor, mucho más de lo normal para la época del año, uno de los efectos, supongo, del tan debatido recalentamiento del planeta. Yo estaba solo en casa, desnudo (como suelo estar siempre que la climatología lo permite), levantando pesas y con la polla medio tiesa, ya que mientras hacía ejercicio miraba en el ordenador una peli porno que me había bajado de Internet. También porque a la vez observaba el reflejo de mi cuerpo sudado, esbelto y con los músculos tensos por el esfuerzo, en el espejo que tenía a mi derecha. Eso es algo que también me excita: verme en el espejo desnudo y con la pija erecta, ya que mi imaginación se dispara y fantaseo con mil situaciones de hembras ardientes y viciosas gozando de ese pene y de ese cuerpo que se conserva, creo, todavía deseable a pesar de la edad.
En eso estaba cuando sonó el timbre de la puerta y presuroso me puse el pantalón del chándal y eché una toalla sobre los hombros. Al abrir me encontré a Cristina plantada delante, con una mochila al hombro, carita de niña tímida y una minifalda de tela vaquera.
Tras la sorpresa de verme abrir medio en cueros y sudando, se disculpó por haberme interrumpido mientras observaba, creo que con interés, mis brazos y torso desnudos. Me pidió si por favor le permitía telefonear, ya que según me explicó tenía su teléfono móvil descargado, había olvidado las llaves de casa y no había nadie en ella. Quería llamar a su madre para rogarle regresar lo antes posible.
Como es evidente, accedí a ayudarla y le rogué pasar. Cuando le señalé el lugar donde se encuentra el teléfono, sobre la mesa del despacho, me di cuenta de mi error pero ya era demasiado tarde, ya que junto a él se encuentra la pantalla del ordenador, en la cual seguían desfilando las pornográficas imágenes de la película, que con la precipitación había olvidado parar.
-Disculpa. Le pedí un tanto ruborizado mientras me apresuraba a cerrar el programa de lectura de video del PC- Siéntate, por favor, y telefonea tanto como quieras, estás en tu casa.
Intentando parecer natural y haciendo como si no hubiera pasado nada, retrocedí unos pasos, me senté sobre el banco de las pesas y comencé de nuevo a levantar la barra que tenía colocada en el soporte. Cristina, sin decir nada pero con una picarona sonrisa en los labios, tomó el teléfono y se dispuso a utilizarlo. Desde mi posición podía admirar sus magníficos muslos, casi completamente desnudos, sus piernas largas y bellas, apenas tapadas unos centímetros en su parte superior por la escueta minifalda. Notaba como me excitaba e inevitablemente mi pija volvía a crecer y comenzaba a abultar de manera obscena dentro del pantalón. Cuanto más tiesa se ponía mi verga, más me excitaba, ya que veía el reflejo en el espejo y además tenía a esa deliciosa y joven hembra a tan solo un par de metros de mí. Ella mientras tanto marcaba el número del teléfono móvil de su madre, esperaba unos segundos, colgaba y volvía a marcar.
-Vaya, no contesta, qué raro se quejaba. Pensé que lo más probable es que su mamita querida se encontrara en ese momento con una polla metida en la boca y que no iba a poder contestar hasta que dicha pija se retirara no sin antes habérsela llenado de esperma, aunque lo que respondí fue:
-Bueno, es posible que esté conduciendo y no pueda contestar hasta que encuentre un sitio donde parar, no te preocupes, sigue insistiendo.
Lo hizo tres o cuatro veces más, colgó el teléfono y entonces se volvió. Su mirada se clavó instantáneamente en mi obscenamente abultada entrepierna, al tiempo que susurraba casi sin voz:
-No sé que que pasa, no contesta mi mi madre
Por un momento temí que se asustara y se marchara corriendo, o que me insultara, que me tratara de viejo salido y ofendida huyera de mi casa. Pero no, no hizo nada de eso, sino que permaneció allí, embobada, sin moverse, mirándome levantar la barra de acero con los pesados discos insertados en sus extremos, mirando mi cuerpo trabajar, mis músculos tensarse y mi polla abultar dentro del pantalón, mirando como la miraba yo a ella y me excitaba cada vez más, tanto que sentía intensamente el roce de la tela contra el glande, lo cual me proporcionaba tal placer que me hacía flaquear los brazos.
No sé muy bien que me ocurrió en ese momento. Cristina es una criatura que normalmente me habría empujado a la caricia suave, al mimo, me habría hecho sentir el deseo de adorarla y besarla con ternura y devoción, desde los deditos de los pies hasta la punta de sus cabellos. Pero en cambio lo que sentí fue un deseo salvaje e incluso rabioso. Quizás motivado por el hecho de ver en el espejo el reflejo de ese cuerpo de hombre ya metido en la cuarentena, que a pesar de permanecer esbelto y fuerte gracias al deporte y al cuidado permanente que observo con la alimentación y la bebida, presenta un aspecto maduro, casi viejo si lo comparamos con la juventud y perfecta lozanía de la tersa piel de Cristina.
-Me estás mirando la polla, ¿verdad, nena? Le pregunté en tono duro.
Sentí la rabia y el deseo mezclados. Odié al novio de la chica y a todos aquellos hombres jóvenes que sin duda habían gozado, gozaban y gozarían de ese divino cuerpo, ese cuerpo que seguramente la joven me iba a negar, ese cuerpo que tan intensamente deseaba y temía no poder gozar nunca. Me incorporé, me senté en el borde del banco y sin pensármelo me bajé el pantalón de un tirón, liberándome la pija y dejándola apuntando tiesa hacia el techo.
-Así la ves mejor, ¿te gusta? Admírala, pequeña zorra. Ven aquí, vamos, acércate. Le ordené mientras me la agarraba con la mano derecha y comenzaba a meneármela despacio.
De nuevo temí que saliera corriendo pero enseguida me percaté de que estaba como bloqueada, o fascinada, sin atinar a decir ni hacer nada, solo mirándome, aparentemente sin voluntad ni capacidad de reacción. Eso me satisfizo y decidí aprovecharme de ello, sin ningún remordimiento ni pensar en posibles consecuencias.
Me dirigí junto a ella, la agarré de un brazo y la hice levantarse. Tomé una de sus manitas y se la coloqué directamente sobre mi polla. "- Tócala, mastúrbame "-, le ordené. Solo sentir el contacto de esa núbil mano al agarrar el inflamado tronco de mi pene me provocó tal descarga de placer que casi me corro al instante. Mientras Cristina movía tímidamente la manita arriba y abajo comencé a quitarle la ropa, sin encontrar ninguna resistencia u oposición por su parte. Cuando hube terminado, casi no podía dar crédito al descubrir la increíble belleza, exhuberancia y voluptuosidad de su joven cuerpo desnudo. La agarré de la nuca con una mano y la atraje contra mí, hasta pegarla contra mi pecho velludo, y loco de deseo, le susurré al oído:
-Vas a ser mía. Me vas a besar, me vas meter la lengua en la boca y vas a chupar la mía, me vas a mamar la polla y los huevos, me vas a lamer el culo, me vas a entregar el tuyo, te vas a abrir de piernas como una perra para que te coma el coño, me vas a suplicar que te lo folle con la lengua, con los dedos, con la polla, me vas a dejar que goce de tu cuerpo como se me antoje y vas a gozar como una puerca, vas a correrte como nunca lo hiciste, jodida putilla.
Ella comenzaba a gemir y con los ojos entornados solo susurraba bajito "-si si " al tiempo que comenzaba a pajearme más rápido y me sobaba y masajeaba los huevos. Sintiendo que estaba casi a punto de correrme, la empujé sin miramientos hacia atrás, la tumbé sobre el banco de las pesas y me abalancé como un animal sobre sus tetas. Las agarré con ambas manos y comencé a masajearlas y apretarlas sin miramientos. Alternativamente, me metía un pezón entero en la boca y procedía a chuparlo y mamarlo con intensidad, mientras hacía rodar el otro entre las yemas de mis dedos.
Seguidamente bajé por su cuerpo, lamiendo y babeando toda su barriguita hasta llegar a su coño. Relamí toda la vulva durante unos minutos y después me concentré en su clítoris, el cual tomé entre los labios y froté con la punta de la lengua. Segundos después, cuando sin interrumpir la mamada de clítoris le metí de golpe dos dedos en el encharcado coño y comencé a moverlos adentro y afuera al tiempo que los hacía girar, la oí gritar de placer y explotar en un intenso orgasmo.
Seguí lamiéndole el coño, más suavemente, durante unos instantes. Le lamí también el ano, se lo babeé y comencé de nuevo a dedearla por ambos orificios. Aunque parecía molestarle un poco que le metiera un dedo por el ojete, pronto comenzó de nuevo a gemir y retorcerse de gusto. Entonces levanté y separé mucho sus piernas, me coloqué entre ellas y me tumbé sobre su cuerpo, apoyé y comencé a menear mi polla refregándola adelante y atrás contra su abierta y entregada vulva, chafándole el resbaloso coño, mientras mi boca buscaba la suya y le metía la lengua dentro. De esa manera, Cristina encadenó rápidamente dos orgasmos seguidos.
Tras unos minutos de estar restregándole la tranca contra el coño y comiéndonos las lenguas mutuamente, sentí que ya inevitablemente iba a correrme. Por instinto, tuve el impulso de meterle la polla en el coño de un único empujón y descargar todo mi esperma en el fondo de su vagina, pero afortunadamente en ese instante algo me hizo recobrar una pizca de cordura al advertirme: " Cuidado animal, ¡que puedes preñarla! " Apenas me dio tiempo de incorporarme, agarrarla del pelo de un puñado y chafar mi polla contra su cara, buscando introducírsela en la boca. Las dos primeras lanzadas de semen cruzaron su cara y aterrizaron en su pelo. Las restantes se vaciaron dentro de su boca, la cual abarcaba mi verga y se movía adelante y atrás, matándome de gusto y arrancándome profundos gruñidos de placer.
Fue una sesión de sexo breve pero tan placentera como inolvidable. Después, la chica se vistió despacio y en silencio, y tras pasar unos minutos en el cuarto de baño, se dispuso a marcharse. Todavía desnudo, la acompañé hasta la puerta y antes de abrir, le dije:
-Vuelve a verme pronto, esto no ha sido más que un aperitivo. Quiero que vuelvas. A esta hora está bien, suelo haber vuelto ya a casa del trabajo. Vas a ser mi puta particular, y voy a hacerte gozar como una perra en celo.
No contestó y pensé que probablemente no volvería a verla más, pero desde entonces Cristina viene a visitarme con frecuencia, al menos un par de veces por semana. Nunca nos damos cita ni planificamos los encuentros. Cada dos o tres días, cuando regresa a casa por la tarde y desde el parking del edificio, donde estaciona su ciclomotor, si ve mi coche y dispone de tiempo, me envía al teléfono móvil un sms, siempre el mismo: " kieres ver a tu perrita? ". Mi respuesta no es telefónica. Si estoy solo y puedo recibirla abro la puerta de casa y la dejo entornada para que ella pueda entrar directamente al llegar de manera rápida y discreta. En caso contrario, mi puerta permanece cerrada y Cristina entiende que esa vez no puede ser y no insiste. Es muy poco frecuente que se produzca esta segunda circunstancia.
Esta tarde ha venido y ahora, mientras me siento a contarle al mundo entero a través de este anónimo escrito nuestro secreto, revivo en mi mente las excitantes escenas vividas durante nuestro encuentro
Mientras sube Cristina, cierro las ventanas de la habitación, bajo las persianas y corro las cortinas. La pieza queda completamente oscura y enciendo unas cuantas velas. Oigo los pasos de la chica entrando a casa y la puerta cerrarse. La espero en la habitación. Cuando llega y saluda tímidamente, chasqueo los dedos y le indico con un gesto de la mano que se acerque a mí. El simple hecho de tenerla delante, de poder olerla y sentir el calor de su aliento, despierta mi deseo y noto como mi pija comienza a padecer una súbita crisis de obesidad. Le paso un brazo por detrás de los riñones, la aprieto contra mi cuerpo y nuestras bocas se funden en un salvaje y baboso beso.
Siempre experimento un tremendo placer besándola, saboreando su deliciosa lengüecita, sintiéndola dentro de mi boca y frotándose contra la mía. El deseo se enciende y mis manos le levantan la falda y acarician el culito, siempre accesible gracias a los brevísimos tangas que viste. Mi excitación se dispara, mi polla presiona furiosa contra la bragueta del pantalón, agarro de un puñado la mata de pelo que cae de la melena de Cristina y le tiro la cabeza hacia atrás, para comenzar a lamerle a plena lengua la cara y el cuello, las orejitas y la boca.
-Quítame la ropa. -Le ordeno.
Me encanta permanecer inmóvil mientras me desnuda, sentir sus dedos desabotonar mi camisa y notar sus manos buscar el roce con mi piel. Le gusta y excita acariciar y sentir la dureza de mis pectorales y abdominales. Y a mí que lo haga. La dejo tocarme y chuparme los pezones un minuto y agarrándole la cabeza con una mano y empujándola hacia abajo " el pantalón " la apremio.
Sus deditos desabrochan despacio la hebilla del cinturón y la bragueta, al tiempo que gimoteando frota su carita contra mis muslos y el bulto de mi entrepierna. Agarra con sus manitas la cintura de mis vaqueros y tira de ellos hacia abajo, arrastrando a la vez el boxer, liberando así mi polla que semierecta, queda al aire paralela al suelo. Cuando termina de quitarme por completo la ropa y todavía arrodillada delante de mí, recorre con sus dulces manos mis piernas, acaricia mis muslos y acaba por llegar hasta mi sexo. Con una mano me agarra y masajea las pelotas y con la otra me coge la polla, comienza a pelármela y rozarla contra su cara y hace ademán de metérsela en la boca.
-No me toques la pija, guarra, -la detengo, al tiempo que le doy un par de pequeñas tortas en el rostro- no seas tan puta, antes tienes que merecerla. Comienza por relamerme bien los huevos y el culo, quiero que me los laves con la lengua, déjalos bien limpios y relucientes mojados de tus babas.
Concluyo propinándole otra bofetada ligera y levanto un pie que apoyo sobre la cama, dejando así acceso libre y fácil a mis genitales y a mi culo. Cristina hunde su carita entre mis muslos y su lengua comienza a trabajar. La noto lamer mis huevos despacio, humedecerlos con su saliva, abrir la boca y metérselos dentro, uno tras otro, y mamármelos con suavidad. Me excito como un animal, coloco una mano sobre su cabeza, acaricio su pelo y gozo viéndola postrada ante mí y tratando de tan amorosa y placentera forma mis partes más sensibles.
Después, su lengua me lame y babea el periné, suavecito, y llega a mi ojete el cual también lame y empapa de saliva, la unta sobre él e insinúa la puntita de la lengua en su interior. "La puta que te parió, pequeña furcia, qué bien que sabes comerte un culo, ahhhh, joder puta, ¡qué gusto me da lo que me haces!" le digo para animarla a continuar. Y ella continúa. Regresa su lengua a mis cojones y me lame de nuevo la bolsa caliente, al tiempo que con la yema de un dedo me masajea el ano y poco a poco me va introduciendo el dedito en el culo, sin cesar de lamer mi sexo.
Mi respiración se vuelve pesada y ruidosa, siento las piernas flaquear levemente por el placer y en mis huevos el semen comenzar a hervir y prepararse para ser escupido. El deseo me posee y sin miramientos agarro de un puñado la melena de Cristina y le tiró la cabeza hacia atrás. "¡Abre la boca!" le grito.
Como un pez que de repente se encontrara fuera del agua, la boquita de Cristina se abre de golpe, completamente, con desesperación, y mi pija furiosa viene a hundirse de inmediato entera dentro de ella, acentuando y completando la profundidad de la metida la mano que todavía la agarra del pelo y empuja fuerte hasta pegar su nariz contra mi vientre. La chica tiene un par de arcadas, emite un profundo eructo ahogado y gruñe pero la mantengo en posición y pronto se adapta a la situación. Comienza a cabecear despacio adelante y atrás, follándome con la boca al tiempo que su dedito sigue pajeándome el culo.
-Chúpamela, sucia ramera mamona hummm... sí, trágatela entera... joder, qué gustazo me das, perra.
Observo que Cristina se ha llevado la otra mano a la entrepierna, que sus muslos se han abierto y se está tocando sobre las bragas. Mientras engulle mi verga, me mete el dedo entero en el culo, lo hace girar despacio y presiona con él contra la próstata. El placer que siento es tal que intuyo que si sigue así pronto perderé el control y eyacularé. "Qué bien que sabe hacerlo la niña, tan jovencita y tan experimentada, tan buena puta, debe de venirle de familia, es alucinante, me tiene loco esta criatura" me digo a mi mismo.
No queriendo correrme todavía (con el fin de prolongar el placer pero también para no demostrar a la chica que me hace perder el control) de un manotazo la obligo a dejar de dedearme el culo y de nuevo tiro de su pelo hacia atrás, recuperando así mi verga desde el fondo de su garganta.
La agarro del cuello y medio ahogándola la obligo a levantarse. "¿Qué coño estás esperando para desnudarte?" la interrogo furioso, pegando mi boca junto a su orejita izquierda y metiendo la lengua dentro una vez la pregunta formulada.
No libero su garganta y la miro con dureza fijamente a los ojos mientras se desnuda. Gozo viendo su rostro congestionado, sus ojos vidriosos llenos de lágrimas y oyendo su respiración jadeante. Con mi mano libre la ayudo a desnudarse dando tirones a la prenda que se está quitando. Cuando no le queda más que la minúscula braguita y va a sacársela, la detengo de un amoroso tortazo, -"Las bragas no, cerda, esas ya te las quitaré yo cuando sea el momento oportuno" le informo.
-Ponte en el centro de la cama. A cuatro patas, perra. Le pido autoritario, indicándole mediante un poco delicado empujón, que la hace caer de golpe sobre el colchón, el camino a seguir para ejecutar mi demanda.
Otros días, cuando tengo más tiempo, me gusta (y a Cristina le encanta) atarla despatarrada a la cama con las cuerdas que guardo en el armario a ese efecto, junto con otros juguetes y accesorios, para gozar de ella tranquilamente y a mi antojo, hacerle todo lo que me apetezca y experimentar nuevos juegos. O, al menos, le coloco las esposas y dejo presa con los brazos en alto esposados al cabezal de mi cama. Pero hoy no tengo tiempo, tengo una cita para cenar y cosas que hacer antes de salir, así que no hay tiempo para jueguecitos ni experimentos, tendremos que ser más clásicos, limitarnos a un cuerpo a cuerpo y no extendernos demasiado.
Subo a la cama y me coloco de pie detrás de Cristina. Es terriblemente excitante admirarla así, desde arriba, postrada y entregándome sus preciosas nalgas. Coloco la pierna derecha entre sus muslos, pegada al culo, y le ordeno que frote el coño contra mi tibia. Mientras lo hace y comienza a gimotear de nuevo, levanto el pie izquierdo, lo apoyo contra su nuca y empujo hacia abajo, consiguiendo con ello que la cabeza le quede hundida en la almohada y el culo más levantado. Permanecemos así durante unos minutos, ella masturbándose restregando el coño contra mi pierna y yo pajeándome admirando el espectáculo.
Sus gemidos se intensifican y comienzan a convertirse en pequeños grititos, al tiempo que el movimiento de culo arriba y abajo contra mi pierna se vuelve rabioso. Retiro la pierna y le suelto dos fuertes azotes en las nalgas. - "No te corras, puerca" Le ordeno azotando de nuevo su culo, provocando que su piel comience a tomar un rojizo color ladrillo.
Me agacho y acaricio su nuca, su espalda, sus nalgas, sus muslos me delito y disfruto con infinito placer, como sucede cada vez que estamos juntos, con el espectáculo de su cuerpo desnudo, con la increíble suavidad y frescura de su piel joven, tersa y firme, con la salvaje belleza natural de ese cuerpo, lejos aún de ser invadido y deformado por la grasa, de ser desfigurado por la dejadez, los malos hábitos y los partos, y de conocer las repugnantes consecuencias de la celulitis o las varices.
Paso un dedo por la fina banda de tela blanca que se hunde entre sus nalgas y tiro de ella, la ladeo y con la otra mano palpo su sexo, acaricio el cálido y empapado coño intensamente, insinuando los dedos entre los babosos labios moviéndolos arriba y abajo, frotando con la palma de la mano toda la zona, desde el final de su espalda hasta su pubis "Te voy a comer el coño, cerda, si quieres puedes correrte" le informo y autorizo, magnánimo y generoso.
Agarro con ambas manos el tanga y de un fuerte tirón lo rompo y se lo arranco, tras lo cual lo arrojo al suelo. Paso los brazos por entre sus piernas, provocando así que sus muslos se separen un poco más, para agarrarle las tetas desde atrás y masajeárselas, buscar sus abultados y pétreos pezones y pellizcarlos. A la par, paso la lengua de manera lenta e intensa por toda la raja de su culo y la llevo hasta su depilado y sabroso coño, relamo la vulva entera y dedico especial atención a su clítoris, al cual propino un roce suave y rápido.
De nuevo comienzan los grititos e intuyo que Cristina se va a correr. Terriblemente excitado y también deseoso de propinar a la chica un placer intenso que conserve su adicción a nuestros encuentros y relance el deseo de volver a verme una y otra vez, con los brazos agarro los magníficos muslos de la joven y a la vez, bruscamente, los separo y levanto, haciendo que quede con medio cuerpo en el aire, solo apoyada en el colchón con los codos y con la cabeza sumergida en la almohada. Procedo a lamer salvajemente su coño y le hundo la lengua dentro, se lo follo con ella, como un animal desbocado exploro las profundidades de su vagina con mi apéndice bucal. Explotando rápidamente en un orgasmo, sus gritos se descontrolan y su cuerpo es sacudido por fuertes espasmos, de su vagina emanan abundantes jugos que se mezclan con mis babas y derraman goteando por mi boca y mi barbilla.
Me incorporo y continúo acariciando su coño con los dedos. Sus temblores terminan por calmarse pero está todavía tan mojada que el contacto es casi imperceptible, por lo que abarco con la mano su sexo entero y lo presiono, como si pretendiera exprimir el jugo de una fruta madura. Eso relanza sus gemidos. Con los dedos esparzo las secreciones desde su vulva hasta su ano y lo lubrico con ellas. Sin apenas encontrar resistencia, le introduzco el dedo pulgar en el culo y comienzo un lento movimiento de mete y saca, al tiempo que con los dedos contiguos le penetro también el coño y prosigo con la paja.
Mis dedos entran y salen de ambos orificios resbalando deliciosamente, sin dificultad alguna. Poco a poco el ritmo de la doble metida se va incrementando, llegando a convertirse en casi frenético, así como la intensidad de los gemidos de la chica. De la punta de mi pija brota abundante líquido transparente, que se esparce por toda la tranca dándole un bonito aspecto mojado y brillante (que observo al mirarme en el espejo del armario) siendo a la vez, que para eso es su función, el mejor de los lubricantes para la penetración anal. Y eso es precisamente eso lo que pretendo hacer, follarle el culo.
-Te voy a reventar el culo a pollazos, maldita puta, como a una perra, que es lo que eres, una puta perra viciosa te voy a inundar las tripas con mi leche y te advierto que como me ensucies la polla de mierda me la vas a limpiar después con la boca, estúpida ramera.
Gruño entre dientes, rabioso de deseo, y tras soltarle un par de fuertes azotes en las nalgas, me la agarro y coloco la bola escarlata de mi glande contra el dilatado ojete, dentro del cual comienzo a meterla empujando despacio.
Una vez metido el glande por completo, el resto de mi pija se va introduciendo sin dificultad, centímetro a centímetro. Admiro de nuevo en el espejo nuestra imagen y la encuentro terriblemente excitante, encuentro bellos ambos cuerpos y muy morbosa la situación, con la preciosa chica postrada ante mi musculoso cuerpo y con mi pija yendo y viniendo dentro de su culo. "Lástima que no lo esté grabando" , pienso.
Siento un primer latigazo de placer, que sacude todo mi cuerpo y me anuncia que ya no voy a poder controlar, que inexorablemente, en breve, me voy a correr. Dejo mis observaciones narcisistas del espejo y me concentro en la enculada de Cristina. Ella, cuando siente mis manos agarrarla fuerte de los riñones y empujarla rabioso adelante y atrás y mi pija hundirse entra en su culo en cada embestida, no tarda ni quince segundos en volver a correrse entre convulsiones y chilliditos. Yo continúo follando ese culo con deleite, nuestros cuerpos provocan un fuerte chasquido, como una palmotada, cada vez que vienen a chocar el uno contra el otro. Entre chasquido y chasquido, para demostrarle mi pasión, dedico amorosas palabras a mi querida Cristina -" Mueve el culo, sucia perra fóllame cerda, encaja mi polla en las tripas ¿Te gusta sentir mi polla llenarte el culo, perra?"
Ella no contesta, solo se mueve y grita como una posesa, veo que se ha llevada una mano a la entrepierna e imagino que se masajea el clítoris mientras yo le doy por el culo. Me concentro en las sensaciones de mi pene, en ese roce intenso, prieto y a la vez sedoso dentro de ese recto, ese delicioso conducto entre las entrañas y el ano de la chica. Ignoro cuanto tiempo permanezco así, ni sé si Cristina vuelve a disfrutar de algún otro orgasmo ni absolutamente nada de lo ocurre en el planeta Tierra en esos instantes, solo gozo, solo disfruto de la bestial follada y me abandono al éxtasis que finalmente me provoca el increíble orgasmo que me arrolla, solo apenas consciente de las lanzadas de semen que furiosas brotan de mis cojones.
Permanezco dentro de ella varios minutos más, quieto, con los ojos cerrados, recuperando poco a poco el aliento y el sentido, retomando contacto con la realidad. Finalmente me echo hacia atrás y mi verga emerge de las profundidades del culo de Cristina. Me levanto de la cama y recojo del suelo mi camisa, también el dañado tanga blanco de la chica, que huelo con deleite y que seguidamente utilizo, a pesar de la escasísima tela, para limpiar y secar un poco mi pene. Siento las piernas temblar y todavía recorrer todo mi cuerpo ondas de placer tras el intenso orgasmo.
Me miro de nuevo en el espejo. Entre mis mulos cuelga, comenzando a rendirse, mi polla morcillona, con el violáceo glande hinchado completamente descapullado y goteando los últimos restos de semen. Cristina permanece inmóvil y gimoteando, tumbada de boca sobre la almohada con las piernas plegadas y el culo levantado. Levanto el pie derecho y lo apoyo contra su costado izquierdo para seguidamente empujarla con fuerza y hacerla rodar por la cama y caer al suelo, al tiempo que mascullo: "Espabila, perra".
Termino de recoger mis ropas del suelo, hago una pelota con ellas antes de echarlas al cesto de la ropa sucia y saco del armario una toalla limpia. Dirigiéndome hacia la ducha y sin mirarla, le digo a modo de despedida:
-Vamos niña, muévete. Te levantas, te vistes y arreando. Que no tenga que repetírtelo.
Mientras me enjabono el cuerpo con esmero, utilizando una esponja natural y un jabón neutro artesanal de aceite de coco, oigo pasos por el pasillo y después la puerta de casa abrirse y enseguida cerrarse casi sin ruido. Termino de ducharme, permaneciendo durante un buen rato bajo un intenso chorro de agua fría. Salgo del baño envuelto en un magnífico albornoz blanco que robé en no recuerdo qué hotel y regreso a la habitación con la intención de abrir las ventanas para airearla y vestirme. Encuentro sobre la almohada una pequeña nota escrita a mano, con letra grande y redonda, en un papelito cuadrado de color azul claro: "Eres un maldito cabrón. Te quiero. Cris."