Bella 04: Nocturno

Sigue nuestra historia de cuernos y sumisión con un capítulo íntimo y hogareño.

De Bronco no supimos nada más, aunque, con el tiempo, volvimos a tener alguna relación donde intervino, aunque fuera de manera indirecta, pero eso ya se contará a su debido tiempo.

El caso es que, desde que mi marido llamara a aquel amigo colombiano, a todos los efectos desapareció de nuestras vidas. De hecho, ni siquiera fui capaz de volver a encontrar su Tumblr, ni su teléfono estuvo operativo cuando traté de localizarlo. Bueno, eso me da un poco de vergüenza recordarlo, así que me van a permitir que omita esa parte de la historia. Estaba confusa.

Aquel episodio, pese a todo, marcó nuestras vidas en muchos sentidos. Nada volvió a ser igual. Por una parte, tomé conciencia del riesgo que se corría arrojándose al mundo sin reflexionar; por otra, una vez que pasó el dolor, varios días después, digamos que reflexioné sobre el particular, y decidí dar otro enfoque a mi vida.

Con Alberto estuve enfadada un tiempo. Si lo pienso, creo que estuve enfadada hasta que, ya aliviada del daño que aquella bestia me había hecho, asumí que había descubierto una faceta de mí, no solo de él, a la cual no quería renunciar.

Aunque creo que, de alguna manera, ya venía madurándolo, fue repentinamente, cuando debía hacer un mes o mes y medio desde aquella noche, como se desencadenó todo. Fue como despertar de repente, como si una puerta cerrada se abriera en un instante, y desvelara una realidad ignorada hasta entonces.

Desperté en la oscuridad de mi cuarto, supongo que a causa del suave balanceo en mi colchón que, un momento después, cuando me despejé un poco, comprendí que se debía a una de aquellas sesiones masturbatorias de mi pobre cornudo, cuyo contacto no había vuelto a aceptar. No era la primera vez que le sorprendía, aunque disimulaba. De hecho, ni me enfadaba. Puede decirse que había comprendido ya que le quería, aunque mantenía nuestra relación en suspenso por que no me sentía capaz de interpretarla.

Pero bueno, vayamos al grano: la cosa fue que, al escucharlo, me sentí excitada. El colchón se movía suavemente, de una manera rítmica, y su respiración sonaba irregular, como si tratara de evitar el ruido y, por ello, a veces se interrumpiera por un instante, para seguir enseguida en una exhalación leve, casi un quejido.

  • ¿Qué haces, maricón? ¡Estate quieto!

Al encender la luz al mismo tiempo que pronunciaba aquellas palabras en tono severo, aunque suave, empalideció. Me obedeció al instante. Estaba tumbado boca arriba, destapado y agarrado a su polla que, sin compararla con aquella otra que me había tenido dolorida durante días, tiene unas dimensiones más que respetables. Al soltarla, permaneció rígida, cabeceando rítmicamente sobre su vientre. Estaba terriblemente dura, y su capullo amoratado parecía indicar que le había sorprendido a punto de correrse.

Me incorporé un poco, apoyando la espalda sobre el almohadón y el cabecero de la cama y le miré seria. Gozaba de aquella superioridad que parecía haberme reconocido, no entiendo muy bien por qué. No se atrevió a sentarse hasta que se lo indiqué.

  • ¿En qué piensas?

  • ¿Cómo?

  • Cuando te tocas. ¿En qué piensas?

  • No sé…

  • No me mientas, imbécil.

Su polla, que había aflojado un poco y, aunque se mantenía grande, había perdido firmeza, la recuperó al instante al escucharme hablarle con aquella autoridad. Me divertía y, la verdad, me excitaba verlo.

  • ¿Piensas en aquello?

  • Yo…

  • ¡Que contestes, joder!

  • Sí…

  • ¿En ese cabrón follándome?

  • En… en todo…

  • ¿En todo?

  • Follándote… Follándome a mi…

  • ¿Te pone pensar en que te folla?

  • … sí… -respondió humillando la mirada con apenas un hilo de voz-.

  • ¿Y en que se la chupas?

  • También…

  • ¡Maricón!

Al tiempo que, más si cabe, se sonrojaba ante mi mirada, su polla comenzó a cabecear. Manaba sin cesar un hilillo de fluido que resbalaba por el tronco.

  • ¿Te excita pensar que me folla?

  • Es que…

  • ¿Qué?

  • Es que… te corrías…

Fue como un bofetón… Bueno, no exactamente. Fue como si se encendiera una luz cegadora que lo iluminaba todo. Aquella mínima frase me reveló la realidad de lo sucedido, que, de alguna manera, yo había fabulado hasta aquel preciso instante: yo había buscado a Bronco; yo me había hecho follar por él; yo le había llamado incluso después del encuentro en aquel garito infame;… Yo, yo, yo… Nadie me había obligado, nadie tenía la culpa. Había sido yo quien me había humillado. Y estaba dispuesta a volver a hacerlo. Aquella debilidad de Alberto tan solo había abierto la puerta a algo que parecía latente en mi interior y, al fin y al cabo, no era nada más que una fantasía intrascendente, si lo comparábamos con lo que yo había hecho. Lo asumí de pronto: yo era una puta, y quería seguir siéndolo.

  • ¿Te excitaba? -el tono de mi voz se había vuelto más suave, más sugerente-.

  • Me excitaba mucho.

En aquel preciso instante, tomé una determinación: quería hacerlo, y lo haría. Jamás había disfrutado del sexo como durante aquellos días. Desde aquellos orgasmos absurdos de niña, que me habían llenado de vergüenza y prevención durante todo el resto de mi vida, jamás había sentido aquello. Y a Alberto le gustaba. Mientras hablábamos, su polla brillaba magnífica. Se movía como si tuviera vida propia. Por absurdo que pudiera parecer, aquel episodio violento había llevado nuestro matrimonio a un nivel donde nunca había estado, y lo quería.

  • ¿Te gustaría verlo más?

  • Sí… si tú… disfrutas...

  • ¿A más hombres follándome?

  • Sí…

  • Eres un cornudo, cariño.

  • Sí…

  • Y un maricón.

Su polla ya cabeceaba. Golpeaba al aire como si tuviera un mecanismo, y goteaba. Había comenzado a acariciarse. Nunca lo había visto así, tan en detalle. Me fascinaba la idea de que fuera pensarme entregada a otro hombre lo que le causara aquel deseo. Podría decirse que la perversión me producía un deseo inesperado. El hecho de que asumiera mi control, de que pareciera tan decidido a cumplir con mis deseos, de que se degradara a servirme, a servir a mi placer de aquella manera humillante, en cierto modo, me provocaba una sensación casi de angustia. Quise ejercer mi poder.

  • No te toques. No lo hagas, por favor. ¿Lo harás por mí?

  • ¿Ahora?

  • Nunca.

Me obedeció. Ante sus ojos, comencé a acariciarme. Me saqué el camisón por la cabeza, pellizqué mis pezones suavemente para terminar de despertarlos hasta que estuvieron erizados, endurecidos. Mis areolas se veían apretadas, oscuras. Su polla babeaba. Apoyé los talones en el colchón elevando las rodillas, exponiendo mi vulva empapada a su mirada. Tenía la boca entreabierta.

  • Me hacía daño.

  • Era como una piedra ardiendo clavándose en mi coño.

  • Me dijo que se la chupara a aquel muchacho, un desconocido que estaba allí meando, y me la metí en la boca.

  • No podía parar. Era una locura.

  • ¿Te… te gustaba?

  • Me volvía loca. Me follaba como un animal, Me dolía. Y, a cada empujón, me la tragaba hasta la garganta. Me ahogaba.

Nunca le había visto así. Su polla babeaba casi como si se corriera. Su capullo aparecía amoratado, congestionado, como si estuviera a punto de correrse. Me miraba con la boca abierta y un brillo desconocido en los ojos, como si en su cabeza se dibujara aquella escena bestial.

  • Me azotaba. Me hacía daño. Se me clavaba hasta las tripas. Y allí, junto a nosotros, otros dos chicos se la meneaban viéndonos. Creí que me moría cuando empezó a correrse en mi coño.

  • El muchacho hizo lo mismo, al mismo tiempo casi, y me bebía su leche como ansiosa.

  • Fue una locura. Luego…

  • ¿Luego?

Comprendí que se sometía a mí, como yo lo había hecho hacia aquel cabrón. Se contenía. Evitaba tocarse, como le había pedido. Deslizaba los dedos en mi coño frente a él, jadeando. Le hablaba con la voz entrecortada, y él se aguantaba con su polla endurecida, como de piedra, sacudiéndose sola al compás de su corazón acelerado. Culeaba sobre el colchón automáticamente, como si me follara, sin atreverse a tocarme.

  • Luego… Luego me insultó… Me… me despreció… y me dijo… que me los follara… a los otros… a los otros chicos…

  • ¿A los que se…?

  • A los que nos miraban…

  • ¿Y tú?

Realmente quería saberlo. Imaginaba que sufría y, pese a ello, quería saberlo, como si recrearse en aquel sufrimiento malsano le causara alguna clase de satisfacción. Se movía nervioso escuchándome, mirándome. Le temblaban las manos. Podía desobedecerme ¿Qué hubiera yo podido hacer para evitarlo? Y, sin embargo, se contenía tan solo por que se lo había dicho. Mis dedos se deslizaban entre los labios de mi coño sin fricción. Comencé a clavármelos. Me recliné un poco más para mostrárselo. Lo sentía abrirse, inflamarse. Gemía.

  • Yo.. yo nada… Vinieron… y me dejé…

  • ¿Follar?

  • Primero la boca…

  • El coño me chorreaba… leche… Estaba caída en el suelo…

  • Me follaban la boca… ¡Ahhhh….!

  • Se corrían…

  • ¿Y…?

  • Me lo… me lo… tragaba…

Parecía hipnotizado por el relato. Culeaba sin parar a un ritmo sostenido. El reguero de fluido que manaba de su polla empezaba a formar una mancha sobre la colcha. Sus dedos se crispaban agarrándose a ella cómo si tuviera vértigo, y su polla se veía amoratada, pétrea. Ya no daba aquellos latigazos. Estaba rígida.

  • ¿Te… te gustaba?

  • Ni me gustaba… ni no… No tenía… fuerzas… Me manejaba… Yo no… no hacía nada…

  • ¿No…?

  • No tenía… fuerza… ¡Ahhh… ahhhh…! Me… corría… Me… follaban… Creo…

  • ¿…?

  • Creo que… que entraron más…

  • ¿Más hombres?

  • Sí…

Movía el culo como una perra, allí, frente a él. Me había dejado caer y ya apenas la almohada me mantenía semiincorporada. Sentía calambres en la espalda, que se arqueaba mientras mis dedos se clavaban casi involuntariamente en mi coño empapado. Me pellizcaba los pezones frente a él. Mi pie rozaba su culo, que se movía automáticamente. Alargó su brazo hacia mí, como si quisiera ayudarme.

  • No… no me toques…

  • Era… como un mareo… como si estuviera borracha… Me corría… Sentía pollas en la boca… Pollas en el coño… se corrían… y me llenaban de… de calor… y yo… me corría una y otra… vez…

  • Me chorreaba… leche… por los muslos… Me salía… por la nariz… No me movía… Solo…

  • Te dejabas…

  • Me dejaba… Una vez… otra…

  • Y tú…

  • Me corría… Me sacudían… como a un… pelele… ¡Ahhhhhhhhhhhhhh….!

Sentí un estremecimiento violento, una contracción que curvó mi espalda como atravesándome. Comencé a correrme ante él temblando, convulsionándome, gimiendo en un ahogo angustioso y violento. A través de la rendija de mis ojos entornados, temblando, le vi correrse. Sin tocarse, sin siquiera frotarse, se corría. Su esperma salpicaba sobre mí, líquida, caliente. Me regaba, podría decirse, mientras me deshacía en un orgasmo tan intenso que me impedía seguir hablando. Balbuceaba estremecida, temblorosa, presa del movimiento involuntario de mis caderas, sincopado, que parecía reflejar el violento estremecimiento arrítmico que me dominaba entera, que se adueñaba de mi cuerpo y de mi voluntad y parecía manejarlo sin que pudiera hacer nada para dominarlo.

  • Si vuelves a correrte… te la corto.

Cuando desperté, dormía todavía sentado, con la espalda apoyada sobre los pies de la cama, donde le había dejado. Su polla se mantenía rígida y parecía inquieto. Sentí una enorme ternura. Le habría besado, pero no era ese el plan.

  • Te vas a hartar de verme follar, maricón -susurré para mis adentros-.

Me sentía nueva, renovada.