Belisa

Después del orgasmo ella comenzó a desnudarme y quedamos abrazadas finalmente sintiendo nuestros cuerpos, sus senos y los míos, sus muslos, mis muslos, las vulvas juntas y en las manos nuestras nalgas.

Cuando llegó Belisa a la oficina no pude por menos que sonreír ante su belleza, de cabello lacio y oscuro cortado a la altura de su cuello, fino y delicado; ojos pequeños y una sonrisa muy agradable. Vestía un traje sastre de color oscuro que dejaba apreciar que era una mujer delgada pero con bellas formas.

¡Buenos días! – dijo con su sensual voz.

¡Buenos días! – regresé el saludo sin apartar la mirada de su trasero.

Continué trabajando, de reojo vi que ella se sentaba dos escritorios más allá del mío. Inmediatamente los chicos de los escritorios cercanos se levantaron para presentarse con la nueva secretaria de nuestro departamento.

Con su natural gracia Belisa les sonreía a todos y les daba las gracias por los cumplidos y la bienvenida que le estaban dando.

¡La jefa!

Dijo alguien desde la puerta y todos corrieron de regreso a sus lugares, me recordaban a los niños colegiales que encuentran retozando a sus anchas en el salón antes de que alguien les avise que la profesora se acerca. Nuestra jefa de la cual yo soy su secretaria es una mujer de unos 40 años, de muy buen ver y que sigue levantando más suspiros que cualquier jovencita de 20. Cabello largo y castaño, ojos café, grandes y profundos. Un cuerpo que le envidiaría cualquier maestra de aeróbicos.

¡Buenos días! – dijo a todos. - ¡Buenos días, Nusa! – dijo mirándome fijamente y con una agradable sonrisa que me volvía loca.

Poco después Esther volvía a salir, esta vez para presentarnos oficialmente a la nueva compañera que íbamos a tener. Luego de más bienvenidas, risas y saludos todos regresamos al trabajo. A la hora de la comida todos los chicos quisieron llevarse la nueva, pero les fue imposible ya que Belisa se metió al tocador y no salía. Yo entré después de ella y la encontré retocando su maquillaje. Hicimos plática y acordamos comer juntas para comenzar a conocernos mejor. Todos los chicos se quedaron con un palmo de narices y se tuvieron que conformar con vernos salir juntas.

¡Esa maldita machorra ya nos la bajo!

Fue uno de los comentarios que se alcanzó a escuchar muy quedamente de entre los cinco hombres que se encontraban allí. Ninguna de las dos prestamos atención al comentario y continuamos nuestro camino.

Ya en la comida me enteré de que Belisa vivía con su esposo y que él era un tipo guapo que siempre le había gustado, pero que desde que se casaron el había cambiado mucho en su forma de ser y que ahora ella tenía que trabajar para poder medio mantener su casa y comprarse algunos gustillos. Octavio, su marido se gastaba lo poco que ganaba en alcohol y a veces hasta lo llegaba a perder apostando. Se enteró también de parte de mi vida, qué vivía sola, que tengo veintidós años, de mis padres, de mi trabajo, de su trabajo, en fin de las cosas que las mujeres nos platicamos cuando estamos juntas. Me preguntó de cómo era la jefa, los compañeros y todo eso. Mientras platicábamos ella no dejaba de sonreír mostrando sus hermosos dientes blancos, sus labios delgados y bien pintados de un rojo oscuro, su mirada de ojos color café con sus párpados medio caídos me atraía completamente. En unos momentos en que nos quedamos en silencio ella me miró directamente.

¿Es cierto?

¿¡Qué!? – dije perpleja.

¿Lo que dijeron los muchachos en la oficina?

¿Mmm? – dije pensando sin recordar nada importante.

¡Lo que dijeron antes de salir!

¡Haaa! – dije recordando lo que habían dicho.

¿Es cierto? – dijo sin dejar de sonreírme e inclinado un poco la cabeza.

¿Por qué lo crees? – dije poniéndome visiblemente carmesí.

No lo sé, pero me gustaría saberlo.

¿Y para qué? – pregunté nerviosa, creyendo que eso la molestaría.

¡Te voy a contar algo!... Siempre he querido hacerlo con una chica. – dijo bajando la cara. – Pero nunca he tenido la oportunidad... y pensé que si tú...

Obviamente me hice la que nada sabía, puse cara de que no sabía de qué me hablaba y estuve alerta, pues no sería esta la primera ocasión en que alguien se quisiera pasar de vivo. Pero en lugar de seguir preguntando Belisa siguió contándome lo poco que gozaba en la cama y los sueños que había tenido siempre de estar con otra mujer en una situación sexual. Seguí muda, solamente escuchando sus comentarios y así terminó el tiempo que teníamos para comer.

Caminamos en silencio, pensativas ambas. Los chicos aún no llegaban y enseguida sin palabras nos pusimos a trabajar cada una en lo suyo. Toda la tarde me la pasé escurriendo la pantaleta, imaginándome con esa chica que apenas acababa de entrar y que ya se me había lanzado y no al revés como generalmente sucedía. En varias ocasiones me sorprendió mirándola de reojo y divertida me sonreía. Los chicos no me sabían nada pero cómo nunca me veían salir con nadie ni aceptaba sus invitaciones pues lo suponían.

Por fin llegó la hora de la salida, entré en el tocador para arreglarme un poco, comencé a lavarme los dientes y luego entré a desahogar un poco mi vejiga. Estaba orinando cuando escuché que la puerta se abría.

¿Todavía andas por acá? – escuché la voz de Belisa.

¡Ya estoy por irme!... ¿Y tú?...

Me voy a quedar un rato más... tengo que arreglar mis cosas, tú sabes como es el primer día.

Sí... Bueno, pues suerte. – dije saliendo de cubículo y acercándome a los lavabos.

Belisa entonces se acercó por detrás acariciando mi cabellera. Y la hizo para un lado, me miraba directo a los ojos a través del espejo. Sus labios besaron mi cuello.

Hace rato no terminamos nuestra plática... ¡Nunca me contestaste!

Volvió a besar mi cuello. Para estos momentos mi corazón latía aceleradamente y mis manos temblaban incontenibles.

¿No me vas a contestar?

Por toda respuesta lo único que hice fue girarme para quedar de frente a ella y entonces la besé en los labios. Ella que hasta esos momentos conducía la situación, dudó. Mi lengua penetró profundamente en su boca y acaricié su cabello oscuro.

¡Espero qué eso responda a tu pregunta!

Belisa recobrando la postura pegó nuevamente sus labios a los míos respirando pesadamente. Sus manos acariciaban mis mejillas y me recargó contra la barra de los lavabos. Su lengua jugó con la mía por muchos minutos. Me abrió entonces el saco y comenzó a desabotonar mi blusa.

¡Espera!... Aquí nos pueden ver.

¡Ya no hay nadie, no temas!

Dejé que las blancas y suaves manos desabotonaran la blusa hasta que mi sostén quedó visible. Ella me besó entonces el cuello muy lentamente y acarició mi cintura, metiendo su mano hasta sacarme los faldones de la blusa de entre la falda.

¡Tienes una piel muy suave! – dijo susurrándome al oído.

Sus manos subieron por mi espalda y encontró el broche del sostén, rápidamente la prenda se aflojó y cayó por efecto de la gravedad entre nuestros cuerpos para luego precipitarse al piso. Ansiosas las manos de mi nueva compañera comenzaron a amasar mis senos, sus dedos un poco torpemente juguetearon con mis pezones que ya para estas alturas estaban completamente rígidos por la excitación. Yo sin decir nada y dejándome seducir por Belisa la miraba a los ojos, esos bellos ojos color café de párpados caídos. Las yemas de sus dedos acariciaban con suavidad la superficie de mis senos y gustosa como una niña con juguete nuevo, ella no dejaba de mirármelos.

¿Si gustas los puedes chupar?

Ella entonces abrió su boca y acercó la cara hasta uno de mis pezones, su lengua se paseó lentamente por la punta de este haciendo que mi cuerpo vibrara. Sus labios se fueron cerrando luego lentamente sobre el henchido botoncito y con verdadero deleite ella comenzó una torpe pero deliciosa chupada sobre mi seno y pezón.

¡Despacio!... ¡No te precipites! – le dije, guiándola.

Sus labios ansiosos entonces bajaron un poco el ritmo y comenzó a disfrutar verdaderamente, con calma y sabiendo que puntos tocar. La lengua recorría el pezón en pequeños círculos mientras que los labios atrapaban toda mi aureola, la chupaba lentamente y luego su lengua se paseaba por ella en su totalidad. Busqué los botone de su blusa y comencé a desabrocharlos, traía un sostén negro de encaje, sus senos de regular tamaño eran ahora acariciados por mis expertas manos, los sobé delicadamente sobre la tela y sentí como sus pezones se comenzaban a abultar heridos por la presión del sostén. El broche se encontraba en la parte delantera y esto me permitió maniobrar mejor, abrí lentamente las copas desvelando su hermoso par de senos. Sus pezones de color café no muy oscuro quedaron libres y con mis dedos los atrapé para estrujarlos cariñosamente y lograr que de los labios hermosos de Belisa escapara un delicado gemido.

¡No creí que lo dijeras en serio! – dije a su oído.

Más que eso... hace tanto que lo deseaba... ¿Te voy a decir un secreto?... Ese fue uno de los motivos que me impulsaron a buscar trabajo... Solamente que nunca pensé que fuera algo tan rápido.

¡Pues que suerte que te atreviste!

Nuestras palabras fueron ahogadas por un apasionado beso que estremeció los cuerpos de ambas, mis senos se pegaron a los suyos y su calor me enardeció completamente, mis sentidos desde ese momento se nublaron. Mis manos jalaron las prendas que ella traía encima, la blusa y el sostén quedaron sobre la barra. Busqué el botón de su falda y de inmediato esta cayó al suelo. Sus panties quedaron bajó el nylon de sus pantimedias, hincándome en el suelo comencé a quitarle las pantimedias, sus muslos de piel blanca como la cera quedaron desnudos y levantando delicadamente sus pies quité también los tacones. Le acaricié las nalgas metiendo mi mano bajo la tela de la panty, sentí el calor que despedía su ano y la humedad ardiente que salía de su panocha.

¡Estás completamente anegada!

¡Lo estoy, puedo sentirlo!

Jalé presta las bragas que finalmente volaron pegando en el espejo y ella quedó desnuda, únicamente con un collar de bolitas blancas. Me puse de pie besándola mientras que mi mano se amoldaba completamente a su vagina que estaba completamente rasurada justamente igual que la mía. Acaricié esa vulva suave que dejaba ya escurrir sus jugos por los suaves muslos. Ella al sentir mi toqueteo abrió más sus piernas dejándome espacio para que mis dedos tocaran también la punta de su ano. Mi mano se paseó lentamente por la concha de mi amiga y en pocos minutos logré arrancarle un estimulante y suave orgasmo.

¡Ohh, sí!... ¡Qué delicia!

Después del orgasmo ella comenzó a desnudarme y quedamos abrazadas finalmente sintiendo nuestros cuerpos, sus senos y los míos, sus muslos, mis muslos, las vulvas juntas y en las manos nuestras nalgas. Nada se compara a sentir el cuerpo latente, tembloroso y caliente de una mujer excitada. Nos besamos largo rato sin dejar de acariciarnos y luego, muy lentamente me separé de ella y la hice montar su hermoso trasero sobre la fría barra de mármol, el espejo me daba una excelente vista de su parte trasera, cabello, espalda y nalgas. Me acomodé entre sus piernas y nos volvimos a besar, muy despacio comencé entonces a descender con mis labios pegados a su piel. Su cuello fue lentamente lamido, chupado y besado mientras que sus manos acariciaban mi cabellera castaña. Bajé más para apoderarme de esos pezones duros y sabrosos. Jugué allí mucho tiempo, mamé cada línea curva de su pecho, sus botones erguidos uno a uno, amasé y palpé; no dejé espacio sin registrar de su pecho. Luego bajé por su plano vientre de blanca piel y apoyé luego mis manos sobre sus rodillas para así poder ir abriéndoselas, despacio, con calma. Belisa dócilmente se dejó manejar y sus muslos fueron mostrando su rica vagina de gruesos labios ya húmedos por el primer orgasmo experimentado. Me empiné sobre esa concha palpitante que se abría levemente ante mí. Mi lengua comenzó a rozar con su punta los pliegues de esos labios exteriores y a cada segundo que transcurría se comenzaba a encajar milímetro a milímetro dentro de la ardiente cavidad. Toqué por fin el clítoris y tan solo de hacerlo mi hermosa compañera derramó sus mieles, mismas que bebí sin ninguna prisa, lamí esa deliciosa concha con toda la calma para desesperación de mi bella y recién estrenada amiga.

Con mis pulgares le abrí la concha para poder tener una mejor penetración dentro de sus jugosas carnes, la rosada entrada se me mostró completamente dispuesta y sin dejar que ella reposara de su orgasmo me dediqué a una lamida más profunda de su cavidad vaginal. La hermosa Belisa ya se había recargado su espalda sobre el espejo dejándome así más lugar para poder maniobrar entre sus piernas. Le metí poco después mi dedo medio en la vagina y ella jaló aire al sentirme completamente dentro. La comencé a follar con el dedo muy lentamente, tocando cada pliegue interior, una pared, la otra, la parte alta, tratando de localizar su punto G. Sobé y sobé hasta conseguir que mi bella compañera ya no pudiera soportar más y ella sin poder contenerse comenzó a escurrirse completamente, la eyaculación comenzó y sus gemidos se hicieron incontenibles también. Un charquillo se comenzaba a formar poco a poco debajo de sus nalgas y ella no paraba de venirse.

Por fin dejé de mover mi dedo sobre ese delicado pero satisfactorio punto. Belisa estaba completamente rendida, pero en su rostro se dibujaba esa expresión de placer que no todas las mujeres muestran. Literalmente me pegue a su vagina con la boca, sorbí gota a gota toda emanación que aún quedaba dentro. Lamí cada pliegue de sus labios internos y externos y finalmente el clítoris, ella llegó una vez más, pero este último fue un orgasmo más tranquilo que los anteriores, un orgasmo de reposo por así decirlo. Su vulva inflamada y ahora enrojecida por las lamidas que le di seguía escurriendo cuando Belisa se puso de pie.

¡No te imaginas lo que he gozado!

¡Lo sé!... ¡Y creo que en verdad te hacía falta algo así!

¡Sí, ha sido fantástico!... ¡Espero que no sea esta la ultima vez!

¡No, no lo será!

Nos besamos ardiente mente y nos comenzamos a vestir poco después. Nos medio arreglamos el cabello y salimos del tocador. Afuera todo estaba en silencio.

¿Te gustaría acompañarme a mi casa? – le dije.

¡De veras!

¡Claro!

¿Pues qué esperamos?

Salimos de la oficina y en media hora más ya estábamos en mi casa, ya no había que esperar más. Rápidamente nos dirigimos hasta la habitación, nos desnudamos y entonces le dije a la chica que nos metiéramos al baño. Nos dimos un duchazo para refrescarnos y estar más a gusto. Nos secamos la una a la otra y muy impacientes y entre besos nos regresamos a la habitación. Quedamos paradas frente a la cama sin dejar de besarnos y acariciarnos.

Belisa me fue tendiendo entonces muy lentamente sobre el colchón hasta dejarme recostada boca arriba y con las piernas colgando por la orilla de la cama. La chica se hincó sobre la alfombra y entre mis piernas que yo abrí ampliamente para dejarle una vista perfecta de mi coño rasurado.

¡También te lo rasuras, igual que yo!... ¡Se te ve hermoso!

Su boca se pegó, sus labios jugaron con los pliegues de mi vagina haciéndome gemir levemente ante su inexperto pero delicioso roce. La lengua me penetró profundamente y en cuestión de pocos minutos la regaba con mis cálidos fluidos. Ella no dejó de chuparme y sujetando mis muslos me abría más las piernas para poder meterse lo más hondo posible en mi vulva. Mis dedos se enredaban entre su cabellera oscura y lacia.

¡Así chiquita!... ¡Qué rico te siento!... ¡Así, así!

La hermosa Belisa siguió lamiéndome y pronto sentí un dedo jugando con mis carnes, lo estuvo metiendo y sacando varios minutos en mi vagina hasta regalarme un orgasmos y luego sentí como me perforaba de nuevo, pero esta vez por el culo.

¡Ohhh, siii! – gemí al sentirlo.

Ella dejó que su dedo se fuera hasta lo más profundo de mi culo y me bombeó con él mientras volvía a lamerme la panocha. El orgasmo que siguió fue poderoso e intenso, grité, gemí, mordí las colchas, me mordí la mano, en fin, fue increíble.

Después de reposar por algunos minutos nos acomodamos las dos en la cama y esta vez hicimos la copula de la corneja, ella recostada de lado y yo igual, justamente como si fuera un sesenta y nueve pero de lado. Y medio enconchadas. Su vagina en mi boca y la mía en la suya, nos devoramos los sexos hasta mutuamente arrancarnos un orgasmo más.

Eran apenas las once de la noche y ya dormíamos profundamente, abrazadas y entrelazadas nuestras piernas.

FIN