Bébete al Cola-Cao...cariño
Pilar copulaba con una forma canallesca. A pesar de su inexperiencia, no tardó en transformarse en toda una sibarita, una caprichosa dominante, una compulsiva adoradora del muy noble arte de copular con un hombre.
Cuando Pilar me abofeteó, culminó por todo lo alto, aquellos dos desastrosos años.
Dos años agónicos, interminables, en los que nuestro matrimonio, se precipitó como una vieja bicicleta, descascarillada y sin frenos por el precipicio que nosotros mismos excavamos.
Cuando Pilar me golpeó cercenó despiadada e intencionadamente, cualquier migaja del amor al que, durante aquellos setecientos treinta días de matrimonio, me había aferrado.
Amor a nuestros dos hijos, amor a nuestro unifamiliar con piscina y treinta metros cuadrados de pulcro ajardinado, amor a lo compartido, al barrio donde nací, crecí, me casé e inicie el declive.
Amor a Pilar.
Pilar fue mi primer amor y mi tercera amante.
Yo fui, para ella, su segundo amor y su primer amante.
Pilar era flaca y fibrosa, como cuerda de esparto, sin casi glúteos, con rácanas caderas y unos pechos andróginos, escasamente desarrollados.
A su pelo, esparto negro, rara vez lo vi bien alineado.
Antes semejantes expectativas, lo sensato hubiera sido correr espantado.
Pero a los diecinueve años, cinco de la madrugada, en un local con menos oxígeno que nicotina con y más alcohol que sangre en vena, uno considera fornicable hasta los pilares del aparcamiento.
Cuando a las cinco, pero de la tarde, desperté con ella al lado, tras dos brillantes y acrobáticos polvazos, supe que, a pesar del marcaje de costillares y omoplatos,
a pesar de que todo en ella advertía del peligro, íbamos a echar unos cuantos más.
Pilar no solo fue diferente a otras por su mágica habilidad para acariciar los lóbulos de un amante con el dedo gordo del pie, sino porque, un mes más tarde, llamó para informarme que tenía un preocupante retraso.
El embarazo de Pilar, mi inmutable sentido de la responsabilidad y sobre todo, el hecho de que su padre fuera considerado un infalible tirador dentro la sociedad cinegética, hicieron el resto.
Y junto a ese resto, pasaron dieciséis años.
Por supuesto que al principio no hubo enamoramiento alguno.
Por lo menos desde mi punto de vista.
Luego….pelé la pava por Pilar hasta la última pluma.
Me enamoré de su enorme carisma, de sus arrestos para sacar adelante casa, hogar y crianza sobre cualquier contratiempo o circunstancia.
Me enamoré de su insobornable sentido de la maternidad y de su capacidad, si, también es una cualidad, de hacerme creer que ella también estaba enamorada.
Una forma de mirarme, de apoyarme y sobre todo de follarme, que por unos años, me hizo creer que estaba dispuesta a afrontar el naufragio que es la vida, sin moverse de mi costado.
Pilar copulaba con una forma canallesca.
A pesar de su inexperiencia, no tardó en transformarse en toda una sibarita, una caprichosa dominante, una compulsiva adoradora del muy noble arte de copular con un hombre.
¿Qué los niños hacían los deberos en el piso bajo y ella, en el alto sentía picores bajo la braga?
Entonces tocaba cuarto de baño y cerrojo, conmigo y mis pantalones en los tobillos y ella montándome, empalándose mientras sofocaba los gritos mordiendo una toalla de ducha colgada justo al lado.
¿Qué era miércoles, llevábamos diez horas de jornada laboral, la crianza se resistía a comer, la casa era un desastre, el baño no se limpiaba desde que Franco era corneta, mi madre llamaba a las diez de la noche para contar que la vecina tenía la colada sucia y se rompía la manicura de las uñas?
Pues no existía mejor desahogo, por agotada que estuviera, que ofrecerme su trasero en pompa y aguardar a que la obligara a morder la almohada con fiereza.
Y si en pleno verano los niños solo nos concedían unos minutos a solas, doce de la noche, terraza del hotelito en Villajoyosa….pues entonces contemplaba la mar, aferrada a la barandilla mientras desde atrás, le hacía ver un tipo más placentero de estrellas penetrándola a destajo.
El sonido de las olas, se encargaba de camuflar sus gemidos y el chapoteo tripa-culo.
Si, tal vez ella no estuviera enamorada.
O puede que lo estuviera pero que con menor intensidad.
Lo que no cabía duda es que si tenía una polla cercana y erecta, sabía de sobras como exprimirla.
Salvo los últimos dos años.
No fue un fenómeno lento, un goteo de desaires y desencuentros.
Fue algo tajante, expandido en un big ban súbito, sin previsión ni advertencia.
Por supuesto que tras tantos años de convivencia, estaba acostumbrado a soportarle los días de irascibilidad y malos humos…..sus ademanes dictatoriales, sus ojos airados, su incapacidad para soportar la contradicción.
- No cobro suficiente, la casa huele a fritanga, no soporto los cuchicheos de mis amigas.
La cosa, sin embargo, apenas pasaba de unas horas, a lo sumo un día completo, concluyendo siempre con sus dientes mordisqueando mi cuello mientras suplicaba por ser fornicada con mayor intensidad.
Pero, en esta ocasión, no llegó tan placentero reconciliatorio.
Dos días más tarde, Pilar estaba aún más insoportable.
Un mes, dos meses, medio año… el asunto degeneraba a ojos vista.
Las Navidades resultaron un padecimiento entre bufidos de sopor y hartazgo, silencios tensos y quejas, se hiciera lo que se hiciera.
¿Qué compraba una marca de turrón caro?...estaba tirando el dinero.
¿Si lo hacía barato?...era un agarrado.
¿Si mi madre hacía canelones?...no le gustaba y la hacían engordar.
¿Si preparaba zarzuela de pescado?...las gambas le provocaban una desconocida alergia.
A los dos años, arrinconado bajo mi propio techo, con una vida sexual cien por cien onanista, apenas nos unían los hijos y una eterna lucha por continuar aferrado a su clavo ardiendo.
Una lucha cercenada por culpa de aquel sonoro y doloroso bofetón.
¿La razón?
Haberme tomado una cerveza con el mayor de nuestros hijos.
El chaval, con dieciséis años, llevaba ya experiencia y cogorzas.
La madre, ciega, pensaba que su recental todavía la miraba a ella como la única mujer y meaba sentado.
El error fue no calcular la hora.
Cuando nos sorprendió, disfrutando de dos deliciosas Guinnes, estalló.
Los chicos corrieron a parapetarse en sus respectivos cuartos y ella, tras echarme contra las cuerdas como un Tyson marital, estampó un vistoso manotazo, gustoso y a mano abierta, directo y de pleno contra mi rostro.
No pidió perdón.
No aparentó sentirlo.
Simplemente marchó a su habitación y, tras teclear mensajitos en el móvil se acicaló y salió cerrando con rudeza la puerta.
En todo ese rato, no me moví del frontal de aquel frigorífico “Edesa” donde el moflete dolía menos que reconocer finalmente, la debacle de mi matrimonio.
Al día siguiente, tomé el café matinal en el despacho de Leandro, amigo y brillante abogado.
- Si lo que quieres es divorciarte, me veo en la obligación de advertir sobre lo que te caerá encima.
- Todavía no lo tengo claro Leandro. Solo estoy tanteando la posibilidad.
- Claro compañero. Para eso estoy yo. Mira, tal y como están las cosas, con dos hijos aun adolescentes, con ella ganando menos en su trabajo por lo de la reducción horaria, terminarás volviendo a casa de tus padres. Pagarás calculo….unos setecientos euros mensuales de pensión. Eso si el juez es benevolente. Hazte idea que, con el mayor a punto de entrar en la universidad, eso es un gasto serio que deberás soportar unos diez años.
- ¿La hipoteca?
- En teoría, sin gozar del uso y disfrute de la residencia habitual, solo debes asumir el mantenimiento de tus hijos. Eso te obliga a hacer el ingreso en la cuenta que Pilar indique. Eso sí, una vez la reciba, es ella quien dispone.
- Y puede disponer pagar la hipoteca de una casa que ya no es mía.
- Exacto. Y no olvides que la ley protege esta posibilidad y no puedes pedirle explicaciones.
- Bufff.
- Hay otro inconveniente claro. El régimen de visitas sería, como suele aplicarse, un fin de semana sí y otro no.
- Pero son mis hijos.
- Ya pero los jueces, aplicando la ley, dan en el 90% de los casos la preferencia a la mujer. Si te llevas bien con tu ex, podéis llegar a un acuerdo más amplio. Pero ambos sabemos que el carácter de Pilar, no va por esos derroteros.
- Ellos me adoran – tragué saliva. La posibilidad de no verlos a diarios provocaba que mi lacrimal quisiera traicionarme.
- Ellos no cuentan para quien escribe la ley. Pilar se quedará la casa, los niños y…..-pareció dudar – y la cama.
- No, no te entiendo Leandro.
- Ayyyy – suspiró levantándose para asegurarse que tras la puerta del despacho, no paraban oídos no deseados - Mira no te enfades conmigo ¿estamos? Esto se veía venir. Todos los amigos, todo el vecindario sabía que esto iba a venir. Solo que, como sucede, la víctima es la última que se entera.
Durante los siguientes treinta minutos, Leandro, todo lo sutil y diplomáticamente que pudo, me reveló como Pilar llevaba, al menos dos años, acostándose con “otro”.
Al principio, se resistió a darme un nombre.
- Es Juan ¿verdad?
Pero luego, no le quedó otro remedio que reconocer mi acierto.
Juan, su primer amor, aquel que folló su corazón dejando virgen el coño, nunca había desaparecido completamente de su vida.
Parece que a pesar de las conveniencias y la desaparición del trato, ambos conservaron la llama que mi acierto fecundador había soterrado.
¡Puñetero yo y mi disposición para apechugar con aquel embarazo!
¡Claro que sabía que de vez en cuando los veía saludarse superficialmente por la calle como quien dice buenos días a esa vecina cotilla que mejor tenerla a distancia!
Pero concedía al asunto un tema puramente juvenil, ya enterrado.
Al fin y al cabo, Juan se había casado y formado su propia familia.
Pero dos años y medio antes, mierda de dos años y medio antes, el cáncer le privó de madre, amante y esposa.
Solo entonces, considerando que había llegado su momento, Pilar reactivó las brasas ofreciéndose a ser consuelo de viudo por lo que, tras dejar transcurrir un tiempo puramente decoroso, volvió a abalanzarse sobre él.
Al principio parece ser, se trataba tan solo de creerse otra vez veinteañeros a base de echarse los polvos que entonces dejaron postergados.
De haber quedado en eso, todo sería hasta comprensible.
El problema radicaba en que, lo que en principio fue solo orgasmo, terminó convertido en suspiro.
El amor regresó y con ello, la necesidad de callar y ser pacientes, en busca de un divorcio en las mejores condiciones posibles.
Un juez siempre es menos proclive hacia el culpable de un divorcio por adulterio.
- Ya sabrás que los tres éramos íntimos antes de que la dejaras preña…antes de que os conocierais – corrigió - Por eso sé que se han regenerado y que están dispuestos a no separarse nunca más. Te amargará la existencia - advirtió - todo lo que pueda hasta que seas tú quien tome la decisión. Por un lado el juez tendrá muy en cuenta, en tu contra se entiende, el hecho que fueras tu quien abandone el nido. Por otro, todo el pueblo te considerará culpable de vuestra separación. Ya no solo perderás casa y familia….también los amigos que, sin dudarlo, se pondrán de su parte.
- Veo.
- No te lo mereces. Eres un buen hombre, un buen marido, un magnífico padre y Pilar….Pilar es una solemne egoísta, enrabietada porque aguantes tanto tiempo su mala leche.
Y más que la iba a aguantar.
Por consejo de Leandro y por convicción propia, decidí convertirme en un auténtico Viriato.
Si quería divorcio al gusto y capricho, tendría que pelearlo.
Y así pasaron otros tres meses tremebundos donde todo en casa me estaba vedado, donde sus ataques de ira pasaban de dos o tres diarios, donde comenzamos a dormir separados y donde, un par de ocasiones, tuve que hacer equilibrios para esquivar los zapatos que me estaba arrojando.
Hasta aquella mañana de junio.
El olor cálido y tentador que brotaba de la cocina me guió hasta donde ella aguardaba.
Lo hacía sonriente y mansa.
Magdalenas caseras, café, mil y un expectante tazón de leche con Cola Cao.
Hacía años que no probaba algo así.
El Cola Cao no es mi bebida favorita y con el creciente calor del verano, poco apetecían este tipo de convites.
Sin embargo era la primera vez que recibía un gesto de abierta tregua desde su lado de la trinchera, por lo que decidí aceptarlo sin queja, sentándome y sorbiendo.
Lo disfruté.
Desayunamos juntos durante veinte minutos.
Y juntos, como seres humanos, hablamos.
Hablamos mucho.
De los niños, del trabajo, de un posible viaje juntos, de volver a retomar el camino.
Como si nos recuperáramos.
Como si así lo pretendiera.
Se nos hizo incluso tarde.
La vi incluso amagar una caricia.
Luego Pilar marchó al trabajo y yo entré en el ascensor, para acudir al mío.
Bajé al parking, abrí la puerta del coche….
Dos meses después, sofocante agosto, contemplaba como Pilar, completamente desnuda, disfrutaba del solecito sobre la tumbona que presidía nuestra ridícula piscina.
La compramos de poliuretano prefabricado y muy resistente.
Un acto de ostentación nueve meses al año innecesario, pero que, bien venía cuando las noches no bajaban de treinta y tantos.
Me acerqué.
Lo hice confiado, dispuesto a aprovechar la coyuntura.
Respiraba toda la posibilidad de saberla dispuesta y desprevenida.
Salí al terrazo y, cuando mis pies descalzos pisaron el césped, Juan salió de la piscina como un delfín de acuario dispuesto a recibir su sardina.
A Juan, la década y media transcurrida le había tratado magníficamente.
Por supuesto exhibía una ligera tripita.
Pero se trataba de una tripita contenida, no desparramada exhibiendo su cuerpo, cierta tensión acumulada.
Su calvicie era una de esas limpias, sin retazos de pelo, estética y alumbradora de toda la potencia sexual que, si no se concentra en la melena, se concentra en la entrepierna.
Su entrepierna.
Si, su polla, que podía contemplar perfectamente pues Juan estaba tan desnudo como mi esposa, evidenciando una media erección que se mecía de muslo derecho a izquierdo, a medida que se aproximaba a ella.
Pilar, atenta, bajó hasta media nariz sus gafas de sol.
- Ummmm excelente. Y eso que ni te he tocado.
- Demasiados años sin hacer esto a gusto – respondió acercando su polla a la boca.
- Tráela para acá – ordenó – Pobrecita – la cogió con una mano – Tengo que consolarla pobrecita.
Con los dos chavales de colonias, los dos amantes podían permitirse el lujo de disfrutar del ajardinado con semejante descaro.
Pero con el vecindario atento, era muy osado ponerse a felar un polla a pleno mediodía.
Pilar no parecía pensar en ello cuando, abriendo la boca, sin lamer, sin preámbulo, deglutió el aparato con visible satisfacción.
- Oggggg pero que bien la comes cariño.
Juan echó la cabeza hacia delante, provocando que desde su calva, cayeran varias gotitas de agua sobre la espalda de su feladora.
Agua que luego recorrió como un laberinto cada vértebra, hasta perderse en su flaco trasero.
Podría haberme quejado digo yo.
Ponerse a comerle la polla a otro, sin mucho escondrijo y conmigo de testigo a apenas cuatro o cinco pasos no parece muy precavido.
Pero ambos parecían más preocupados en continuar con el lance, que en prevenirse de ojos ajenos…aunque esos ojos fueran los del marido.
Ponían tanta ansia en el evento, que incluso podía escuchar sin esfuerzo, el sonido de succión y la lengua cuando chocaba con el capullo.
- Ehh cuidado que uno no es de piedra.
- Ni se te ocurra correrte Juan. No sin darle de comer a mi chochito.
- Umm entonces mejor que te toque ahora a ti ¿no?
Pilar se reclinó en la tarima abriéndose todo lo que pudo.
Por una extraña atracción, era incapaz de abrir la boca, de impedir aquello.
Por fin pude vislumbrar a uno de nuestros adorables vecinos, un sesentón amargado, prejubilado de banca, contemplando la lubrica escena desde su abuhardillado.
El muy cabrón.
Lejos de llamarme, lejos de impedirlo, resulta que se la saca sin reparos y comienza a darse su propio capricho.
Porno en directo y con la vecinita, nada menos.
“! Menudo depravado hijo puta! ¡Ya me vendrá luego pidiendo que le preste el taladro cabrón!”.
Lo pensaba hasta que el gritito de Pilar recibiendo el primer lengüetazo, me hizo regresar a la realidad de aquel espectáculo.
Pilar se retorcía como rabo de lagartija amputado.
- Agggg ufff aagggg que ganas tenía offff, ufff tantos años y ahora disfruto de verdad del puto jarrrdiiiinn ooffffff
“!Será hija puta!” estuve a punto de entrar como Atila en Roma, sacando fuego por las pezuñas de mi caballo
“Los voy a matar. A los dos”.
A dos palmos y ellos a lo suyo.
A dos palmos, viendo los líquidos que exhalaba el profundo y rasurado coño de mi mujer.
¿Rasurado?
¡Esta sí que es buena!
En dieciséis años, nunca había visitado su pubis una Guillete.
Y no sería porque no se lo pidiera.
Y al Juan de los cojones, le da capricho sin resistencia.
Incorporándose el amante, puso las piernas de Pilar en sus hombros, las suyas a cada lado de la tumbona para facilitar el mayor y más profundo impulso y sus manos, encrespadas, sobre los diminutos pechos de quien iba a recibir gustosamente sus arremetidas.
Otro detalle fueron sus uñas, pintadas en negro.
Mi color favorito.
El que más excita a un devoto podológico.
Y el que ella, a base de rosas, rojizos, azulones y nacarados, evitó durante tantos años.
La sangre comenzaba a hervirme y con ello, se evaporaba del todo mi paciencia.
Con gran marcialidad y eficacia, sirviendo antes una bofetadita a la cara de ella, la penetró de una lenta, decisiva e incisiva tacada.
- Eres un insuperable hijo de putaaaaa – gimió agarrando sus brazos para forzarle a pellizcarle los pezones con algo más de saña.
Pilar, hiperactivada, ladeo la cabeza y enarcando la espalda, adelantando ligeramente las caderas consiguió adoptar una postura aún más receptiva.
Chillando desvergonzadamente, atrajo la atención de Doña Pilar, solterona, agobiante y profesora de biología, asomando el pico por encima del emparrado.
“Ella dirá algo”
Pero no dijo nada.
Se limitó a regresar al riego y olvidar lo visto.
Supongo que se aterrorizaría, viéndome allí, en mitad del césped, parado como un pasmarote mientras a mi mujer, otro le daba buena ración de verga dura.
- ¡Sigue, sigue, sigue y me corro!
- ¿Ya zorrita? Aguanta cinco segundos que te lleno.
- Me tienes salida cabróooon ¡!!Si, siiiiii!!!
No duraron ni cinco minutos pero, sin duda, tuvieron mejor sexo en trescientos segundos que yo durante los últimos dos años.
Juan cayó sobre ella jadeando.
Sospecho que hubiera estado algo más asegurándose de que vaciaba dentro de ella cada gota de semen que surtían sus huevos.
Pero en ese momento, sonó el timbre.
- ¿Quieres una cerveza? – dijo reaccionando perezosamente para sacar la polla e incorporarse.
- ¡Claro! Reponemos fuerzas y vamos por el segundo
¿Segundo?
Entonces descubrí el condón previo, tirado sobre la hierba, aun relleno de languideciente semen.
¡Ding – Dong!
- ¡Ya va! Coño que prisa tiene este Leandro – se quejó Juan avanzando algo más apurado – Como viene a buscar lo suyo – le hizo el gesto visual de aferrarse a las caderas de una hembra y fingir copula.
- Ummmm dos pollas. ¡Que pase y a por el trío!
Juan avanzó hacia mí.
Sorprendido por la agilidad, apenas tuve tiempo de cerrar el puño, coger impulso y tratar de reventarle los empastes con un buen derechazo.
Pero el derechazo traspasó su cara lanzándome con la vencida sobre la hierba mientras Juan, inerme, continuaba avanzando hacia la cocina.
Sí.
Lo traspasé.
Quedé yo allí, tirado, mirando sorprendido a medias mi mano, a medias la cara despreocupada de Pilar que volvía a ponerse las gafas y echarse larga sobre la tumbona.
“Ohhh vaya. Lo había olvidado”
Aquel día de agosto, llevaba ya dos meses enterrado.
Es la funesta consecuencia de no gustarle a uno el Cola Cao.
Que cuando lo prueba, no es capaz de distinguir el sabor diluido de la cicuta en polvo.
Cuando la policía me encontró, aun dentro del garaje, con el motor encendido, sin que el coche se hubiera movido ni medio metro, decidieron que me había asfixiado por los gases emanados del tubo de escape.
Y punto.
En la gestión ayudó y mucho la buena mano de Leandro, conocedor como nadie tanto de los entresijos del Juzgado, como del orgásmico coño de Pilar.
Y es que la amistad juvenil fue, en realidad, un conato de trío que una mala noche, mucho alcohol y nicotina, terminaron naufragando dieciséis años antes.
Pilar no guardó luto.
A esas alturas, todo el barrio sabía que había muerto incuestionablemente cérvido.
- ¿Qué pasa putita? – entró el abogado saludando como un torero en paseíllo, avanzando hacia ella mientras iba librándose de camiseta, pantalón y calzoncillo - ¿Esperabas esto?
Reconozco que mi primera reacción fue la de cabrearme.
Asesinado y traicionado.
Pero ahora resultaba que no lamentaba estar muerto por quedar frustrada mi venganza.
El problema de ser novato en el otro barrio, es ignorar como se le baja a uno, la polla cuando esta empalmada.