Beatriz y sus veranos
Dos parejas, entre las que se encuentran prima y primo, están muy excitados en un establo, haciendo el amor. Una cosa lleva a la siguiente y, además de hacer intercambio de parejas, terminan por hacer que el caballo penetre a una de las chicas.
A mis 34 años de edad poseo ya una dilatada y variopinta vida sexual, que por diversos motivos que ahora no vienen al caso he decidido contar, utilizando este medio que nos ofrece las nuevas tecnologías.
Como digo mis experiencias vitales con relación al sexo son muy variadas, en esta ocasión me voy a detener en una de ellas que para mí supuso un punto de inflexión muy importante y que me hizo comprender que realmente en el sexo como en la guerra casi todo vale.
Aunque nací en un pueblecito de la Mancha, desde muy pequeña nos fuimos a vivir a una ciudad de Andalucía, pero todos los veranos volvíamos al pueblo donde pasábamos de uno a dos meses. Esta costumbre arraigó mucho en mí y aún cuando me hice mayor, todos los veranos volvía al pueblo.
Aquel verano de 1984 acababa de cumplir 20 años, terminé los estudios de selectividad para ingresar en la universidad, con buena nota y a principios del mes de julio ya me encontraba en mi pueblo. Allí teníamos una casa que era de mis abuelos donde también vivía una hermana de mi madre con su marido y sus dos hijos, uno de ellos mi primo Carlos era dos años más pequeño que yo, pero nos llevábamos muy bien, era un chico maduro de una mentalidad muy abierta y congeniábamos mucho pues no solamente teníamos gustos similares, sino que también nuestras ideas eran comunes.
Yo siempre pensé que a pesar de ser primos hermanos y de ser mayor que él terminaríamos juntos, pero esto no sucedió.
De cualquier forma si es cierto que desde muy jóvenes manteníamos escarceos sexuales, por supuesto a escondidas de todos, esto también contribuyo a que nuestro cariño fuese mayor y que sintiéramos una mayor y mutua atracción, así como el que me agradara tanto pasar el verano en mi pueblo, un pueblo por cierto nada turístico, pero muy acogedor y con muchas posibilidades de disfrutar del campo y desintoxicarse de la vida urbana.
Cuando ya llevaba unos quince días en el pueblo, mi primo Carlos me invitó a que lo acompañará a visitar a unos amigos suyos de un pueblo cercano a unos 10 kilómetros, pues el padre de uno de ellos tenía un caballo que quería vender y del cual Carlos se había encaprichado y estaba convenciendo a su padre para que se lo comprara. Así después de comer y dormir un rato la siesta cogimos la moto y nos presentamos en ese otro pueblo, donde nos estaban esperando Federico el amigo de mi primo y su novia Paula. Después de las presentaciones, en las que por cierto me llevé una grata sorpresa pues Carlos me presento no sólo como su prima sino también como su novia y de tomar un refresco en el "pub" del pueblo nos dirigimos al establo donde estaba el corcel.
De este primer encuentro, surgió una gran amistad entre los cuatro y empezamos a vernos muy a menudo, a ir a fiestas juntos y a desarrollar casi toda nuestra actividad veraniega formando un cuarteto muy bien avenido.
Un día por la tarde después de salir de la piscina pública que había en el pueblo de Paula y Federico, decidimos hacerle una visita al caballo que Carlos quería comprar. Después de estar jugando con él, de acariciarlo, de darle de comer y limpiarlo, con todos estos mimos y posiblemente por estar en época de celo. Al caballo le empezó a crecer de forma acelerada su enorme verga. Tanto Paula como yo empezamos a reírnos y hacer chiste de aquello que con tanto ímpetu salía de entre las piernas traseras del caballo, los chicos también empezaron a hacer bromas, pero dentro de este ambiente distendido y algo alegre, también se creó una cierta atmósfera erótica que se traducía en que las caricias y manoseos que nos traíamos con el caballo empezamos a hacérnoslas entre nosotros.
Paula parecía que era la que más se había excitado y sin cortarse un pelo abrazaba y besuqueaba a Federico de forma insistente, cuando nos quisimos dar cuenta estaban inmersos en una frenética actividad sexual, nosotros no nos quedamos a la zaga y allí delante de un relinchón y excitado caballo comenzamos un himeneo que nos llevó a los cuatro a un sonoro y profundo orgasmo.
Cuando aún estabamos cada uno en la posición que habíamos adoptado para alcanzar ese momento tan corto pero seguramente el más placentero de la vida. Paula me espetó:
Beatriz ¿eres capaz de hacerlo con el caballo?
No sé si fue porque en aquel momento mi excitación aún estaba por las nubes o si por seguir el juego a la pregunta de Paula, que sin meditarlo y como un resorte, le contesté:
Ahora mismo soy capaz de hacerlo con un caballo o con lo que se me ponga por delante.
Aquella respuesta flotó e inundó aquel ambiente de una mayor sensualidad, sin duda excitó más a Carlos y a Federico. Paula no lo dudó, se incorporó y medio desnuda que estaba se dirigió hacia el caballo mientras me decía:
Aquí lo tienes, nosotros te ayudaremos.
Paula, desde luego era una chica impulsiva, termino de desnudarse y comenzó a frotar con las dos manos el miembro del caballo que ya había perdido el ímpetu inicial, pero con las caricias de Paula pronto comenzó a recuperar todo su esplendor, aquello era enorme, yo aún no era consciente de lo que había dicho y los chicos algo atónitos pero animados también se acercaron al caballo. Federico completamente desnudo se acercó a Paula y comenzó a besarla y a acariciarla mientras ella seguía frotando aquel mástil que a mí cada vez me parecía más grande.
Carlos no dijo nada, pero con su mirada y la expresión de su cara me animaba a que cumpliera aquello que yo casi de forma inconsciente había dicho. No lo pensé tampoco mucho y como las condiciones parece que me empujaban y yo creo que también el deseo, ni corta ni perezosa me sitúe al lado contrario de Paula, me incliné y empecé a acariciar aquel cilindro grueso y largo.
La tensión sexual crecía por momentos, Carlos con su pene ya enhiesto en su mano se situó detrás de Paula y aprovechando esta connivencia que se había establecido entre los cuatros se la introdujo todo lo que le fue posible. Lo cierto es que Carlos ya me había comentado lo mucho que le gustaba Paula, ella aunque es una año menor que yo tiene unos pechos más grandes que los míos, es más alta, morena y con una redondez de culo que se asemejan a los famosos traseros brasileños. Parece que Paula también lo deseaba y sólo se le escuchó decir:
Aprieta más, no dejes nada fuera.
Al ver que Paula estaba siendo el centro de atención de los dos. Me dirigí a ellos y les dije;
Os recuerdo que quien se lo va hacer con el caballo soy yo.
Federico, tomo buena nota y dejó a Paula y Carlos que siguieran con lo que habían empezado, se dirigió a un rincón del establo y cogió una mesa, cuyas patas estaban cortadas, Cuando la acercó a donde estabamos, me dijo que me echara encima de ella, y mientras que Carlos y Paula gemían de placer, Federico comenzó a besarme y pasar su fina y larga lengua por toda mi vulva, esto ya era otra cosa, su lengua en mi clítoris hacia que mi excitación subiera por momentos, sin dejar ahora de acariciarme e introducirme varios dedos en la vagina, me decía:
No te preocupes, Raudo - que era el nombre del caballo- es muy noble y tranquilo, nosotros lo sujetaremos y haremos de buenos mamporreros.
Continuo diciéndome cosas muy agradables, sin dejar de tocar mi clítoris con sus hábiles dedos, su pene se había vuelto a tensar e inclinándose un poco lo introdujo en el interior de mi vagina comenzando un lento y suave movimiento hasta que intuyó que yo necesitaba que esos movimientos se aceleraran, cosa que realizo con gran maestría, pues al momento estallé en un intenso orgasmo. Federico era el mayor de los cuatros y acababa de demostrarme que su experiencia también era mayor que la de Carlos.
Mientras tanto Paula y Carlos ya habían alcanzado el orgasmo, se dirigieron a donde estabamos, ella sofocada y rojiza, él mostrando cara de satisfacción y con su pene goteando y algo flácido. Paula sonriendo y acariciándome los pechos, me dijo:
Ahora te toca a ti, a ver hasta dónde eres capaz de llegar.
Mientras que mi primo acariciaba la cara del caballo, le hablaba y lo sujetaba, Federico y Paula arrastraron la mesa conmigo encima hasta ponernos debajo de aquel descomunal miembro. Raudo se movía hacia delante y hacia atrás, pequeños pasitos que acompañaba con sonidos que denotaban también su excitación.
Mi situación debajo del caballo era ideal, la mesa parece que estaba hecha a medida, sentía su enorme verga recorren todo mi vientre y de su desflorada punta emanaban pequeñas gotas de un liquido blanquecino pero fluido. No me lo podía creer pero mi estado era casi de éxtasis, una excitación y nerviosismo recorría todo mi cuerpo, sólo de pensar que iba a ser penetrada por aquella columna de carne me producía verdaderos escalofríos.
Paula debió darse cuenta y diciendo que me relajara, paseó sus dedos por mi clítoris y por la entrada de mi vagina, rebosante aún del esperma de Federico, creo que también quería cerciorarse de que mi deseo sexual había hecho dilatar suficientemente el orificio donde debía alojarse el hermoso atributo de Raudo.
Mientras que Federico asía con las dos manos la parte trasera de ese enorme pene. Paula lo cogió por la punta y lo dirigió a la entrada de mí lubricada y dilatada vagina. El contacto con aquella masa que cubría toda mi vulva fue delicioso, me abrí de piernas todo lo que puede y Paula con gran habilidad logró introducir unos cuantos centímetros, aquello era de locura, de mi garganta surgió un gemido en el que se mezclaba el placer y el dolor, sentía como las paredes de mi vagina atrapaban esos centímetros y como la entrada de mí orificio estaba completamente llena.
Un pequeño movimiento hacia detrás y delante de Raudo hizo que esos pocos centímetros se duplicaran en mi interior y ahora sí solté un fuerte aullido. Buscaba donde agarrarme donde sujetarme, aquel trozo enorme de falo en mi interior parecía que me iba a desgarrar, a partir. No sé cuanto entró pero todo mi ser se estremeció, los pelos eran pura carne de gallina, mis pezones parecían que querían salirse y un fuerte, fortísimo orgasmo me recorrió de pies a cabeza.
Mis jadeos y convulsiones eran prolongadas, aquello debió de excitar sobre manera a todos los presentes, Federico se dirigió con su pene en ristre hacia mi boca, Carlos se volvió a situar detrás de Paula y sin contemplación alguna enterró de una sola embestida su miembro en el ano de Paula su gemido fue también estremecedor. Y de la gruesa y larga manguera de Raudo comenzó a salir un fuerte e inagotable chorro de semen que inundó toda mi vagina y que salía a borbotones de su interior, aquello era el paroxismo del placer.
A mí la tierra me temblaba, mi prolongado orgasmo se convirtió en varios orgasmos más seguidos. Raudo se vaciaba en mi vagina, Federico en mi boca, Carlos llenaba los intestinos de Paula y ella gritaba y gemía mientras no dejaba de sujetar el grandioso vástago de Raudo que ya fuera de mí, aún continuaba manando semen. Aquello parecía la Tierra pero sin gravedad, todos flotábamos en una nebulosa de placer y satisfacción.
Cuando terminábamos exhaustos y sin fuerzas. Así como cuando ves el final de una película que te llena profundamente, comenzamos a aplaudir, y nos fundimos los cuatros en un cariñoso y fuerte abrazo.
Esta fue mi primera experiencia zoofílica, después vinieron otras, pero esta, nunca, nunca la podré olvidar.