Beatriz y Carlos, casualidades.

Dolor ante una traición, un abrazo que todo lo puede.

BEATRIZ Y CARLOS, casualidades.

Esta historia pretende ser un pequeñísimo homenaje a una obra que marcó un antes y un después en mi forma de ver los relatos eróticos, ESPIANDO A BEA, que a pesar de no ser excesivamente larga, sí que tiene categoría más que suficiente para estar dentro de lo que podríamos llamar obra maestra; y además, es una forma de intentar agradecer a todos aquellos amigos míos el querer formar parte de mi peculiar reto, ayudar a un alma en pena. GRACIAS POR VUESTRO ESFUERZO y vuestra COMPRENSIÓN.

Un beso.- Cristina

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I.-  Él y ELLA- semblanza.

Bea, 29 años; Carlos, 31, son pareja de recién casados aunque hace tiempo que compartían casa, cama y un futuro lleno de ilusión. Sara, 31 y Alberto, 35, matrimonio muy bien compenetrado y consolidado. Ellas son compañeras de trabajo.

No hacía mucho tiempo que Bea había entrado a trabajar en el supermercado, era su primer trabajo como asalariada y eso la llenó de alegría e ilusión, esperanza y seguridad, deseo de independencia. Y así fue como al poquito de comenzar se casó con Carlos, un apuesto muchacho con cuerpo pequeño pero con miras y coraje de altura. Sí, con un fuerte carácter que marcaba su personalidad, bueno hasta rabiar, y tremendamente enamorado de ella.

Tras interminables jornadas de trabajo, Bea, llegaba a su hogar muy cansada pero nunca desaparecía de su cara un gesto de alegría por poder regresar a su casa, por estar con su marido. Aquella palabra mágica, marido, le llenaba la boca hasta paladearla, soñó con ella y conseguirlo con la persona que amaba, con aquella que tanto quería le llevó a un paraíso de felicidad, un mundo de dicha y de fortuna, el que tantas veces había leído  de pequeña en los cuentos de enamorados, aquellas deliciosas historias de príncipes y princesas, hadas, un mundo envolvente de sueños y fantasías, con la salvedad de que esto era real.

Pero Carlos no se quedaba atrás, no había detalle o gesto que se le escapara, siempre atento y entregado a ella y por los ojos de ella él era tremendamente feliz. Se complementaban, si uno era los ojos, el otro era las manos, si uno era los pies, el otro los labios, si uno… el otro…., si uno… el otro….  y así hasta el infinito, como infinita era la ilusión, el empeño y el deseo por crear un futuro común; bueno, que ya lo estaban creando desde el día en que dieron el paso de comenzar a salir.

Risas, carantoñas, caricias, besos, mimos… ¡si aquel sofá pudiera hablar!, jejejej… Bueno, supongo que como tantos sofás, como tantos rincones, como tantos escondites, como tantos sitios que en el fondo siempre han sido el abrigo y refugio perfecto para los enamorados.

Sara, aun siendo tan joven, ya era la encargada del supermercado, valorada por su enérgica y resuelta defensa de la empresa. Era alta, delgada, de rostro duro aunque quien la conocía en la cercanía no respondía a tal parámetro, sabía mandar y sabía ser distante, no digo que llegara a dar miedo pero sí que mucho respeto, por eso todo el mundo estaba en su puesto, aunque siempre hay algún/a adulador/a, más conocido como pelota, que supongo que son necesarios para que esto funcione, jejej…

Bea, se mantenía en su sitio, no quería hacerse notar, no era charlatana ni habladora, no entraba en disputas, huía de la chabacanería, no se acercaba demasiado aunque tampoco buscaba la distancia. Era madura y prudente para su edad. Sin embargo no le duró mucho ese deseo suyo de mantenerse al margen pues Sara, poquito a poco, fue centrando su atención en Bea, no sabría decir si por ser buena trabajadora, por ver o conseguir algo de ella, como por ejemplo su confianza, nada claro aparentaba ese disimulado interés pero lo había.

Era cuestión de tiempo, un día quedaron todos los compañeros del trabajo a tomar una cerveza; otro lunes, el día más tranquilo, se volvió a repetir la escena y como si de una obra de teatro se tratara, iban pasando los actos, aunque se repitieran las escenas, la trama seguía su curso, los actores representaban su función cual figurantes de papel. ¿Y quién dirigía tan magna representación? Supongo que el deseo.

A veces las casualidades existen, otras son dudosas pero se dan y así ocurrió que las dos parejitas se encontraron en un pub y de ese primer encuentro nació una copa, a la que se añadió otras muchas que hicieron nacer una presunta amistad. ¡Qué bonito! ¿Verdad? Pues no sé si es bonito o feo pero fue lo que ocurrió como tampoco sé cómo definir la relación que surgió de ahí, ¿amistad? Lo dudo, pero definámosla así, al menos por la ilusión de Bea.

Copas, baile, confidencias y revelaciones, lo inevitable cuando el contacto humano se hace intenso, cuando la juventud queda deslumbrada, fascinada por lo que desconoce, por aquello que los demás nos venden como atractivo. Y era inevitable, llegó la invitación a una cena de parejitas en casa de Sara.

En casa de Bea se palpaba la excitación, el nerviosismo y el entusiasmo por la cena, qué ponerme, qué llevar, qué decir, qué opinar…

-¿Esto me queda bien?

-Que siiiiiiiiii, Bea, ¡que estás preciosa!

-Pues no sé, parece que me hace muy gorda.

-No pasa nada, ponte lo que quieras, hay tiempo.

…….

-Vamos que se nos hace tarde, que llevas una hora probándote ropa.

-Ya termino, me pongo este vestido, quede como quede.

Os puedo asegurar que estaba preciosa, era un vestido algo veraniego no obstante ya estábamos a finales de septiembre y seguro que luego le dará frío, pero bueno, ¿quién le dice eso?, lo que faltaba para que no saliéramos nunca, jejej…

Aún recuerdo esa imagen, me estremezco y emociono. Yo, narrador de una historia, al fin y al cabo tengo el poder de entrar en su mente, veo las imágenes como si me hiciera invisible. Transito alrededor de ellos, los huelo, soplo los vaporosos tules. Bea llevaba una luminosidad, un destello especial alrededor de sus ojos, Carlos se sonreía pero era tremendamente feliz de verla, casi se le caía la baba al mirarla como en más de una ocasión le había dicho su abuela.

-Carlos, hijo mío, que no se te note tanto.

-¿Y qué tiene de malo, abuela?

-Las mujeres somos quienes movemos el mundo y como marionetas a los hombres. Ten cuidado, ve con tiento, no tengas prisa, ve poco a poco.

Pero es que no lo podía evitar, igual es que tampoco quería. Yo era feliz y me resistía a que el universo no fuera testigo de ello.

II.-  ELLA- shock.

Me sentía inquieta, agitada y a la vez  ilusionada por la cita, por nada del mundo me gusta quedar mal, no quiero destacar ni ser el centro de atención pero sí que al menos reconozcan mi pequeña aportación.  Así que como suele ocurrir en estos casos, no me decidía por lo que debía ponerme, sin embargo Carlos, que estoicamente aguantaba mis dudas, quejas y lamentos, estaba guapísimo, era consciente que terminaría por deslumbrar e impresionar a nuestros anfitriones. Llevábamos como presente un tiramisú para el postre, algo que me sale genial, además ¿qué  podíamos llevar si no conocíamos vinos buenos y otra cosa no se nos ocurría?, sería por nuestra falta de experiencia en cuanto a relaciones sociales, jejejej.... Es lo malo de ser tan hogareños y de no tener dinero.

-Bea, ¡por Dios, estás preciosa! Carlos, que tienes en tu casa un auténtico bombón.

-Ya lo sé, -mi sonrisa recorría toda mi cara, abarcando todo mi cuerpo.

Me puse roja como un tomate, tampoco era para tanto, digo yo; no podía evitar el ruborizarme ante situaciones parecidas, mi timidez me la volvía a jugar. A quien se le iban los ojos, desde el primer momento hasta que terminó la cena, era a Alberto, no terminaba de entenderlo con la mujer que tenía él en casa y se fijaba en otra, todos los hombres son iguales. Y para colmo me resultaba embarazoso por pensar que Carlos se pudiera sentir incómodo aunque también es verdad que no dio muestras de ello.

La cena transcurrió con total normalidad, ellos hablando de futbol y nosotras del trabajo y de la gente del mismo, de nuestras vidas, de nuestras motivaciones en el día a día, de las ilusiones que nos empujaban a no dejar de superar metas y alcanzar objetivos. Y me sentí tremendamente orgullosa cuando del postre no dejaron nada, vamos el recipiente de cristal aunque temí que en algún momento hasta terminaran con él.

Y luego vinieron las copas, madre mía, con lo mal que las tolero. Yo soy como una amiga mía que siempre está con las bromas y dice “ que ella no puede tomar alcohol por lo de las piernas, a lo que siempre hay alguien que entra al trapo y le dice, ¿qué pasa que se te doblan? Noooooo, que vaaaaaa, que se me abren, jejejej….”

Y así iba transcurriendo la noche hasta que ellos dijeron de bajar al bar a tomar una última copa, cosa que sé que nunca ocurre, porque detrás de una viene otra, y además, para poder ver el partido de futbol que estaban echando por la tele de pago. Y nosotras nos quedamos en la casa, charlando como si se nos fuera a acabar el mundo, como si no hubiera mañana, y es que el alcohol es lo que tiene, que suelta la lengua, libera las palabras, afloja los prejuicios, arroja los impulsos... Y así llegó el momento de ponernos más cómodas, sentarnos en el sofá pero como aún estaba todo sobre la mesa decidimos primero quitarlo. Ay, Dios, que sobreesfuerzo para controlar el equilibrio y la risa.

III.- ELLA- bragas.

Y de la misma forma desapareció de mi rostro de forma fulminante la sonrisa.

No sé cómo ni por qué ocurrió, no lo vi venir de ninguna de las formas y maneras, fue algo tan desconcertante hasta el punto que me quedé paralizada, en estado de shock. Llevaba las dos manos ocupadas con platos, cubiertos o vasos y además intentaba guardar el equilibrio sin que se me notara un cierto mareo, Sara me cogió  con sus manos los pechos desde atrás, al mismo tiempo que posó sus labios sobre mi cuello, su húmeda lengua sobre mi piel. Sentí una punzada fulminante de placer intenso que iba desde mi coño hasta mis tetas pero antes de eso, intenté, al mismo tiempo que no tirar las cosas, ser consciente de lo que estaba ocurriendo.

Nunca imaginé que eso se pudiera dar en la realidad, que el sexo fuera de la pareja existía es algo que a nadie se le escapa, que en los videos porno que veíamos sucedían situaciones extrañas, pero claro era algo creado o inventado sin embargo esto es real. Son décimas de segundo y sin embargo parece imposible que pueda dar tiempo a tanto, menos a reaccionar.

Poco a poco me hizo girar sobre mí misma.

-Deja las cosas sobre la mesa.

Le obedecí de forma mecánica, ella no dejó de amasar mi pecho, de sentir su cuerpo sobre el mío como si se hiciera único, de mí surgió una leve resistencia, en ella nunca pareció que forzase nada. Una mano la posó sobre la parte delantera de mis muslos, por debajo de mi vestido, con la otra atrajo mi cara hacia sus labios. Yo aún no era capaz de reaccionar, salvo mi cuerpo que comenzó a sentir como todas las terminaciones nerviosas del mismo reaccionaban ante sus dedos, ante sus labios, ante sus palabras. Poco a poco volvió a darme la vuelta, ahora una frente a la otra, se apoderó de mis labios que mordía con los suyos, yo con los ojos cerrados, su mano abría mis piernas, atrapaba mi coño con sus dedos, un suspiro se escapó de mi boca, su lengua aprovechó para entrar como reptando por una madriguera.

Yo me dejaba llevar, no sé si porque lo deseaba o porque era incapaz de reaccionar, ni tan siquiera era consciente de que mis pies posaban sobre el suelo; lo único cierto es que me llevó por un pasillo largo y oscuro hasta su dormitorio, la luz que nos iluminaba era la de la calle pues no estaba bajada la persiana. Rodeó mi cuello y atrajo mi boca a la suya como amantes incontrolados. Mis ojos eran incapaces de abrirse al mundo, estaba sumida en la más densa de las nieblas, cubierta por una manta de dulce pelo.

Sus hábiles manos desnudaron mi cuerpo, sus húmedos labios acudieron a mi pecho,  sus diestros dedos no dejaban de rozar mi sexo. Cogió mi mano y la llevó bajo su falda, me pidió que le quitara la bragas y cuando lo hice me empujó a llevarlas a mi nariz y a mi boca. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué sentía tanto placer en dejarme llevar, en obedecer y en hacer cosas tan guarras y repugnantes, nunca antes imaginadas? Al final, los dos cuerpos se fundieron en uno sobre la cama, juntamos nuestros flujos, llenamos  nuestros cuerpos de besos, encadenamos infinidad de placer, un cúmulo de sensaciones indescriptibles. Llenaba mis oídos de palabras que engarzaban al mismo tiempo orden, cariño y placer, deleite, rigor, firmeza, castigo… Era la dueña de mi voluntad y eso me complacía. Entramos en la ducha juntas, ahí ya no estaba mareada por el vino sino por el morbo y el deseo, no había fingimiento pues la entrega era total y deseada, por eso sus caricias me supieron a gloria, como sus besos y halagos. Sólo un hecho más antes de volver a la normalidad hizo que despertara en mí una sonrisa al mismo tiempo que el desconcierto, cuando estábamos vistiéndonos cogió mis bragas y me dio las suyas

-Ahora tú te pondrás las mías y yo las tuyas y no quiero que te laves ni te las quites hasta que mañana nos volvamos a ver en el trabajo.

Y su orden se cumplió.

Aunque bien es cierto que cuando salimos de su casa mi borrachera era inexistente, yo seguí en mi papel. Mi disfrute fue máximo, mi desconcierto total y ahora ¿qué? Nos despedimos sin atreverme a mirar a Sara a la cara, de la misma forma que Alberto me seguía desnudando con los ojos, mi marido o disimulaba o no se enteraba.

Al llegar a casa Carlos iba cargadito de copas y con el dique a punto de desbordarse, jejejej…. Ya sé que es una metáfora, pero me habéis entendido, que iba tan salido, rebosaba lujuria por todos sus poros tanto que no había forma de controlar el pulpo en el que se había convertido y de que pararan sus manos, fiel reflejo de sus imaginados tentáculos, yo por el contrario iba saciada y al mismo tiempo la sensación de desasosiego, conmoción, inquietud porque pensaba que en cualquier momento se daría cuenta, que me iba a descubrir, me sentía como en una nube al descubrir tanto inimaginado y por otro lado un miedo atroz a que alguien lo descubriera. No quería ni desnudarme con luz frente a él por si sorprendía en mi cuerpo alguna señal de la batalla que había librado en casa de Sara, y qué decir de sus bragas. Así que con mucha dificultad conseguí que se conformara con una paja, eso sí, una señora paja. Me estremezco al recordar cómo la cogí al mismo tiempo que le chupaba los huevos, cómo succionaba como si fuera un chupete, como bajaba y subía mi mano sobre ella, presionando lo justo, al sentir cómo temblaba como si estuviera a la puerta de la muerte. Mi mente se debatía entre los recuerdos tan recientes con ella y el placer que era capaz de provocar en ese momento a él. Qué extraño es a veces nuestro destino, nervios por una comida con unos amigos, infinidad de interrogantes después de tan sólo unas horas. Y ahora, ¿qué?

IV.-  ÉL- guarro.

Jooooooooo, estaba tan guapa, estaba tan buena Bea y no te quiero decir Sara, jejej…., que cuando volvimos a casa no podía dejar de pensar en mi mujer, de follarla. Pero ella, como yo, veníamos algo tomados por las copas y por más que lo intenté no había forma de conseguir nada, menos mal que la convencí para que al menos me hiciera una paja, y qué paja Diosssssssssssss. Nunca me expliqué como era capaz de provocar ese placer tan inmenso con sus manos y su boca, pero lo era. Se me eriza la piel al recordar sus labios, su lengua, el calor de la saliva, esa succión que amenazaba con arrancarla de mi cuerpo. ¿Quién la enseñó? Siempre me dio igual, lo cierto es que era yo quien lo disfrutaba. Cuando sus labios o su boca cubrían mi polla, como además no quiso hacerlo con la luz encendida, me fue muy fácil imaginar que tenía a Sara enganchada a ella. Y fue ella precisamente la que me dijo, jooooooooo, igual es que mi cara manifestó algo o dije su nombre sin pensarlo o sin ser consciente de ello, lo cierto es que de golpe y sin esperarlo, me suelta

-¿Te gustaría que fuera Sara quien te la estuviera haciendo?

No me lo esperaba, así que no hice caso a la interrogante por si era una pregunta trampa aunque ella insistió en el tema. Pero es que la imagen de Sara también entraba en mi entregada mente, rendido al recuerdo de tantos momentos como se presentaron a lo largo de la noche, donde mis ojos siempre descansaban sobre los pechos que ella tenía a bien mostrarl cuando era consciente de que había atraído mi atención

-Qué guarro eres, seguro que sí, igual que Alberto no me quitaba ojo de las tetas, lo único que le faltó es pedirme que se las mostrara jejej….

Sería por mi extrema excitación o por lo que fuera, la realidad es que entré en su juego y le dije

-S íiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Y ese fue el maravilloso inicio de una nueva etapa en nuestras ya de por sí buenas relaciones sexuales, el meter en nuestra cama la imagen de otras personas, especialmente conocidos. Si morboso era imaginar que Alberto o que Sara eran los que nos follaban, no quiero decir el punto de excitación que suponía que esas personas luego, en un momento determinado, estuvieran a tu lado, estuvieran hablando contigo, era imaginar que ellos sabían lo que tú habías imaginado y que participaran de lo que tú hacías con ellos. En cierta manera ese principio de nervios te llevaba a un punto de excitación increíble y no fue una sino muchas las ocasiones en las que estando con ellos, tuve que ir al servicio a masturbarme. Eso lo sabía Bea puesto que entre nosotros no había secretos, siempre había sido una de las premisas fundamentales en las que basamos nuestra relación, la sinceridad absoluta, era algo que, al menos yo, llevaba a rajatabla. Y pienso que ella también pues no dejaba de contarme sus sensaciones cuando estábamos en la cama, así que también era consciente de que muchas de las veces, cuando estábamos con ellos e iba al servicio me preguntaba con una sonrisa, si me había tocado, de mí escapaba un gesto que era un guiño a la dulzura del momento.

-Guarro!!!!!!

De ese primer momento de excitación imaginando lo que vivíamos con otros en nuestros sueños y fantasías pasamos a un peldaño más elevado, le pedí que les enseñara algo de carne y por supuesto que me lo contara con pelos y señales.

V.- ELLA- vergüenza.

Aquella mañana, cuando llegué al trabajo, ya sin los efectos del alcohol o del morbo por lo ocurrido en la cena, me quería morir por la vergüenza que sentía. Sara, cuando fue consciente de que había llegado me llamó de forma inmediata a su despacho. El estómago lo sentía revuelto, los nervios no me dejaban ni respirar, la boca la notaba tremendamente seca, escalofríos recorrían mi espalda,  excesiva sudoración de las manos, hasta el pipí parecía que se quería escapar... Cuando entré no sabía dónde posar mis ojos, ella con una sonrisa en la cara me ordenó que cerrara la puerta y me acercara.

-Ven, más cerca y súbete la falda.

Indecisa en un principio, al final lo hice mirando a la pared, sintiéndome ausente de aquel momento, de aquella escena, pero en el fondo deseando que el director gritase CORTEN. Pero nada de eso estaba ocurriendo, la escena seguía y así llegaría la siguiente orden

-Mírame a la cara cuando te hablo. Así me gusta, que hayas cumplido mi deseo de llevar mis bragas durante todo este tiempo, porque ¿no te las habrás quitado, verdad?

-No, te doy mi palabra.

Y es verdad, aunque ella no estaba presente, sin embargo no fui capaz de desobedecer su mandato, es más, había un punto más de excitación permanente por el mero hecho de estar obedeciendo una orden de Sara.

-Bien, entra en el cuarto de baño y límpiate el coño, aunque sea con toallitas húmedas y vuelves.

Y salí de aquel despacho con la cara roja como un tomate y con la sensación de sentirme  humillada hasta extremos no conocidos nunca por mí. Vale, todo eso, pero sobre todo excitada, de la misma forma que se me escapó un pequeño suspiro al limpiarme.

Volví al despacho mirando el suelo pero en el fondo deseándolo, ahora era ella la que estaba de pie, en medio de la habitación, esperándome. Se arrimó a mí y cogiendo mi cara con sus manos, acercó sus labios a los míos para darme las gracias por hacerla tan feliz respondiendo a sus deseos.

-Ahora quítate esas bragas sucias, dámelas, volvemos a intercambiar, toma las tuyas y vuelve a ponértelas. Cuando esta tarde llegues a tu casa, cuando te las quites, quiero dos cosas: una, que te masturbes mientras las hueles pensando en mí y otra que te las inventes esta noche para que él las huela mientras te lo follas pero pensando en nosotras.

Y me despidió con un morreo en toda regla, metiendo incluso sus manos debajo de mi falda para acariciar mi encharcado coño. Sus manos parece que tenían vida propia pues igual estaban abajo que arriba pellizcando mis endurecidos pezones, y de mi boca se encadenaban continuos suspiros mientras mis piernas apenas si eran capaces de sostenerme, lo que era mi ánimo no sabía dónde se sustentaba .

Aquel día fue duro, además de todo lo que en las últimas horas estaba viviendo, había que añadir la presencia dura y distante, áspera y fría de Sara cerca de mí. Cuando por fin terminó la jornada sí que se me escapó un suspiro, no de placer sino de liberación o de redención de esa cárcel sin barrotes que fue para mí ese día el trabajo y el deseo. Por fin podría volver al refugio de mi casa, de mi hogar; por fin podría quitarme esas bragas sucias que además llevaban impregnadas todo el aroma y la esencia de ella, ahora no estaba excitada, ahora eso pegado a mí, me quemaba.

No estaba Carlos en casa, mejor, necesitaba mi momento de intimidad. Qué liberación cuando poco a poco fui quitándome las bragas, por fin podía emanciparme de lo que me ligaba a ella, esa lucha interior igual me destrozaba que me envolvía en la lujuria

-Uffffffffffffffffffffffffffffffff

Y sin embargo no era algo tan simple pues entre quitármelas y llevarlas a mi nariz fueron décimas de segundo lo transcurrido y de un rictus de asco a otro de placer no hubo tiempo para poder contar. Me dejé caer sobre la cama sin haberlas retirado aún de mi nariz, no me abandonaba su orden, “ Cuando esta tarde llegues a tu casa, cuando te las quites, quiero dos cosas: una, que te masturbes mientras las hueles pensando en mí y otra que te las inventes esta noche para que él las huela mientras te lo follas”

Mis dedos reptaron buscando mi húmeda vagina, mi mente recreó la escena del despacho y por fin resonó en mi pecho que el auténtico deseo es que Carlos hubiera estado a mi lado, que fuera capaz de acompañar mis deseos con sus manos, que sus ojos escudriñasen hasta el último poro de mi piel al erizarse con el aliento de Sara... Al final fue una intensísima explosión de placer, al final fue una intensísima sensación de frustración, ¿adónde me llevaba aquello? ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Acaso no era un engaño a Carlos? Y de mis ojos por vez primera escaparon lágrimas amargas.

Fueron unos besos, unos dulces besos los que me despertaron. Había llegado Carlos y me encontró dormida. Como siempre, sus palabras fueron dulces susurros, su aliento acariciaba mi rostro, sus besos desperezaban mis ojos

-Qué cansada debes de estar, mi niña. Y además qué regalo me tienes, con  las bragas en la mano, jejejej… Ummmmmmmmmmmmmmmmmm y qué bien huelen. Joooooo, qué olor más intenso y enloquecedor. Me cautiva y me seduce hasta no reconocerme. Te deseo Bea, quiero hacerlo, necesito hacerlo, hacértelo porque me enloqueces.

Me las había arrebatado de mis manos, su nariz era ahora quien las disfrutaba. Sentí el profundo deseo de sentirme pegada a su cuerpo por lo que comencé a acariciar sus muslos, su pecho, su cuello…, comencé a sentir sus besos, sus manos subiendo mi falda, sus dedos entrando en mí, su cuerpo presionando mi pecho, su descarga y todo eso sin apartar casi en ningún momento mis bragas de su nariz.

Los días fueron pasando, las escenas se repitieron en muchas, quizá, en demasiadas ocasiones. El poder que tenía aquella mujer hacia mí era inmenso y el placer que sentía por dejarme dominar carecía de nombre, igual por lo difícil que era de entender. Lo único malo, la frustración por no saber compartir con Carlos mis extrañas sensaciones y mis ateridos deseos.

Los encuentros en su casa se multiplicaron, aprovechando que Carlos era representante de una empresa que tenía una pequeña delegación en nuestra ciudad pero cuya central estaba a más de quinientos kilómetros de distancia, por tal motivo eran numerosísimas las ausencias, separación que cada día nos costaba más trabajo llevar, siempre teníamos la esperanza de que aquello terminase, de que no hubiera ninguna noche en la que su lado de la cama estuviera frío. Carlos lo llevaba mal no tanto por él como por dejarme sola, por no estar junto a mí todos los minutos del día, por eso nuestras despedidas estaban llenas de amor, de besos, de caricias interminables. Es difícil entender por qué no ponía remedio a aquella extraña situación aunque yo me autoconvencía de que como no era con un hombre no había infidelidad. De todas formas aquello me servía para crear escenas imaginarias que luego le contaba a Carlos, que por cierto, se encendía. Él seguía insistiéndome que me mostrara más a los compañeros o incluso a los clientes, con preferencia por los viejecitos, se ponía como loco. Como el día que fui a desayunar con unas amigas y en la mesa de enfrente había un señor bastante mayor tomando café. Desde el primer momento en el que lo vi lo consideré mi presa, sus ojos fueron de forma instintiva a mis piernas, por lo que aproveché para abrirlas como si fuera de forma descuidada, para separarlas a base de bien, jejejej…. No sé si el viejo tendría fuerzas para hacerse una paja pero cuando se lo conté a Carlos, Diossssssssss que polvo me echó, parecía que aquello no tenía fin. Y así innumerables situaciones con conocidos y desconocidos, especialmente con Alberto, que cada vez disimulaba menos cuando me comía con la mirada.

Sara, sólo con decir su nombre me estremecía, y así lo mismo que me hacía llevar sus bragas, me pinzaba los pezones con las pinzas de la ropa cuando estaba en su casa o me obligaba a hacerlo en la mía, desnuda, sólo con los tacones, todo lo más algún tanga. Por supuesto que comenzó a ensanchar mi ano, por si acaso, me decía; me exigía la depilación total, me regalaba ropa interior tremendamente insinuante y de color rojo, decía que era el color de las putas y que era el que mejor me iba. Y tanto fue el cántaro a la fuente que al final una tarde de jueves, tarde en la que librábamos las dos, comí en su casa, nos excedimos en las copas y terminamos en la cama pues Alberto no debería de volver hasta la noche. Me estaba haciendo el amor de forma tremendamente extraña, lo mismo era el ser más dulce como se transformaba en la más sádica de las amas, lo mismo me llevaba al placer por el placer como al placer por el dolor. Me sentía borracha tanto por el vino como por sus manos, por sus besos, por sus palabras, y lo que menos me esperaba es que en un momento indeterminado Alberto fuera actor secundario, pero actor real pues su mirada me taladraba desde la puerta de la habitación. Mi impulso fue automático, cogí la sábana y cubrí mi cuerpo y mi cara, teñida por un rojo intenso, amenazaba con hacerme perder el conocimiento, por la vergüenza que sentía, por el asombro y el aturdimiento por la inmensa confusión.

Sara empleó las mejores de sus armas, la astucia de una gata en celo,  para desarmar a una mujer perdida, confundida y desconcertada, perpleja ante lo que estaba viviendo en un tiempo dominado por el vértigo pues Alberto, ese actor secundario, se convirtió en actor principal entrando con todos los honores en nuestra cama. Sus manos, su boca, su polla me palpaba por todas partes. Y si había algún hueco, éste lo cubría Sara con sus manos, su boca y su coño.

Obnubilada, embelesada y hechizada por aquella enorme polla, mi coño se convirtió en un manantial de lujuria. Mis defensas, si es que en algún momento existieron, estaban desbordadas por lo que estaba viviendo y así me convertí en el centro de aquella escena en la que un Alberto imponderable cubrió mi cuerpo con su cuerpo, mi boca con su boca, mi coño con su polla. Yo creo que llegué a perder el conocimiento y si no fue así apunto estuve de hacerlo pues si existe el cielo, allí estaba.

Volví a mi casa envuelta en una nube de algodón, no fui consciente de que mis pasos me llevaban, del camino que recorrí, de cómo introduje la llave, de cómo me desvestí, de cómo entré en la ducha... Sólo fui consciente, sólo volví a la realidad cuando el frío del agua me despertó de mi letargo, cuando pasé en décimas de segundo de la euforia a la tristeza, del ardor del momento a la angustia por la realidad, del placer a la más grande de las penas.

Sonó el móvil, era Carlos, mi dulce Carlos, mi tierno, sensible, exquisito… Carlos, que con sus palabras me hacía sentir la más dichosa de todas las mujeres por tenerlo junto a mí y la más desgraciada por no ser capaz de hacerlo vivir lo que yo vivía o, en todo caso, de cortar de raíz lo que estaba viviendo. ¿Era todo culpa mía? Sí, de forma rotunda, aunque también es verdad que Carlos me lo ponía difícil por su insistencia en que provocara situaciones que a él y también a mí nos excitara. ¡Cuántas veces me pidió que llevara al límite a Alberto! Y lo hice y lo que no provoqué yo lo hizo el destino ¿Y ahora qué?

Al día siguiente llamé al trabajo para decir que estaba enferma porque no era capaz de enfrentarme a Sara, sabía que con su sola mirada haría nuevamente conmigo lo que quisiera. Lo mismo que era consciente de que aquella situación tenía que terminar, no podía permitir que todo aquello estuviera afectando o comenzara a afectar seriamente a mi relación de pareja. Tenía que poner en orden mis ideas, tenía que sacar coraje, fuerza de donde fuera, tenía que enfrentarme sí o sí a aquel toro tan bravo. A Carlos le dije que me había bajado la regla y que estaba muy mal, motivo por el que no me levanté de la cama y allí me llevó la comida, allí regó mi cara con sus labios, era como decirme: si yo pudiera me quedaría con tu dolor para que tú no lo sufrieras .

Lo que menos me esperaba es que Sara se presentara en mi casa y cuando menos lo esperaba Carlos quiso darme la sorpresa por una supuesta alegría de que mi amiga había venido a verme, él no podía ser consciente de que al verla lo que había entrado en mi cuerpo es un puñal que atravesaba mi corazón.

-Anda Carlos, déjanos solas, que esto es cosa de chicas, jejej…

-¿Quieres tomar algo?

-Nada, si me voy a ir muy pronto para poder comer con Alberto.

-Vale, os dejo.

-Y, ¿a qué se debe esta repentina enfermedad?

-Sara, esto tiene que terminar, no puede ser que…

-Eso son tonterías Bea, ¿acaso no te lo pasaste bien, acaso no disfrutaste, acaso no me dijiste que estabas en el cielo especialmente cuando te montó Alberto? Entonces vamos a dejarnos de tonterías. Te quiero mañana en el trabajo.

Y cuando fui a responder a sus palabras no pude hacerlo porque mi boca estaba sellada por la suya en el más dulce de los besos, en la más embriagadora de las miradas, en la más cautivadora de las caricias, en la más seductora de las sonrisas, en el más hechicero de los alientos…

VI.- ÉL- flores.

Nuestra relación se iba consolidando a pasos agigantados, mi amor por ella no tenía límites, seguro que habrá alguien que se ría de mis ocurrencias pero os puedo asegurar que si en algún momento fuera posible, preferiría tener yo el dolor de la regla antes de que lo tuviera ella, jejej… Hasta los wasa que escribí se convertían en pura poesía, era el hombre más feliz del mundo y sin embargo esa felicidad no podía meterla en una botella mágica para ir bebiendo de ella cuando necesitara su apoyo su energía y su presencia, cuando por la distancia no la tenía. Eso era algo que llevaba mal, la ausencia.

En fin, el trabajo es lo que es. Yo tenía que pasar muchos días, a veces hasta semanas fuera de casa, aunque allí tumbado en la cama de cualquier hotel, no me cansaba de llamarla, de escribirle, de verla en pantalla y cuando eso no era posible recurría a mi botellita de la nostalgia y me regodeaba imaginándola en cualquiera de las situaciones más sorprendentes, increíbles o inverosímiles.

Aquella semana era larga, demasiado larga. Era miércoles y hasta el sábado no volvería a casa, entretenía el tiempo en recordar lo vivido y en imaginar nuestro mañana; jugaba a desear estar con ella, a volar por encima de la distancia y ser capaz en décimas de segundo de estar a su lado velando el descanso y su sueño. Mañana jueves se cumplen años de cuando la conocí, aquel día en el instituto cuando quedé deslumbrado ante aquella chiquilla que llevaba una trenza que la aniñaba pero que la hacía más dulce y tierna, con los libros en sus brazos, riendo y hablando de forma confidente con su amiga del alma. Hacemos años y aunque a ella siempre se le olvida, yo siempre le doy un beso y un gracias por estar ahí, por haber aparecido en mi vida. Y sin embargo mañana tendré que felicitarla en la distancia, ¡qué le vamos a hacer!

Suena el móvil

-Carlos, soy Juan, se ha podido reorganizar el trabajo, me debes una, así que si quieres mañana puedes tomarte el día libre, con la condición de que el viernes te quiero aquí y doblando turno, así que ala.

-Vale, no sabes cómo te lo agradezco.

Por lo inesperado de la situación me quedé casi sin reaccionar, era cómico verme con la boca abierta, hasta que comenzó a dibujarse una enorme sonrisa en mi rostro, ahora sí, por fin las cosas parece que comienzan a cambiar, me voy, me voy a mi casa, al lado de Bea.

Eran las siete de la tarde, no pude, no quise esperar al día siguiente a pesar del cansancio de la larga jornada, sentía la necesidad imperiosa de irme, de estar a su lado, de dormir abrazados y cuando despertara con un beso darle las gracias por estar ahí, junto a mí, por hacerme el hombre más feliz del mundo. Así que tenía frente a mí unas cinco horas de coche, no me importaba, quería sorprenderla, que cuando abriera los ojos, fueran los míos los que viera, así que no le dije nada, sólo paré unos minutos en la floristería que había junto al hotel para comprarle un precioso ramo de rosas rojas, su flor preferida.

VII.- ELLA- fluidos.

Los encuentros con Sara y Alberto se habían intensificado. Así que aprovechando que Carlos estaría esta semana fuera, se presentaron aquella noche de miércoles al jueves en mi casa, con dos botellas de vino y unas fiambreras con comida.

-Sorpresa!!!!!!!!!!!!!!!

-¿Pero qué hacéis aquí?

-Nos apetecía estar contigo –dijo Alberto, quien acercándose a mí rodeó mi cuello con su fuerte brazo, llevando mi cara a la suya y nuestros labios se pegaron.

-Pasad, pero  podíais haber avisado  que tengo el piso que da asco.

-Peor te lo dejaremos, jajajaj….

-Que no, que ya verás como cuando nos vayamos parecerá que nadie ha pasado por aquí.

-Sí, ya veo yo que venís con el trapo para limpiar el polvo

Todos nos reímos de la ocurrencia, así que improvisamos una deliciosa velada y como siempre el vino ayudó y mucho a ello. No dio tiempo a quitar la mesa, Alberto, sentado entre las dos, nos comía con ansia, con un deseo desaforado, desmedido. En un instante los tres estábamos desnudos sin saber a ciencia cierta qué manos te tocaban, que labios estaban cerca. Mis ojos, como para aprehender hasta la última señal, permanecían por más tiempo cerrados mientras mi cuerpo degustaba el placer de sentirme tan deseada.

-Vámonos a la cama que estaremos más cómodas para ser folladas, -dijo Sara. Joder cómo me estremecía aquella mujer, aquellas palabras tan desvergonzadas que salían de su boca.

-Esperad que llamo a Carlos. –pero no cogió el móvil ni llegó a devolverme la llamada en toda la noche. Bueno estaría tomando algo por ahí, quizá cenando con algún amigo, no pasa nada porque un día no hablemos, me decía a mí misma.

Al poco de llegar a la habitación el olor a sexo ya era intensísimo así que cerré un poquito la puerta por un extraño e incomprensible pudor pero la dejé entreabierta con el fin de que entrara algo de aire porque era consciente de que allí se iba a librar una intensísima batalla de desnudos cuerpos, de arrogancia sobre las sensaciones, de desprecio al pudor, jactancia por el presente, insolencia ante las desdichas. Y no me hice de rogar cuando Alberto me llamó moviendo un dedo. ¡Cómo me fascinaba esa polla tan grande, tiesa como una efigie de piedra, mullida como una lengua cuando te taladra! Y fui reptando hasta alcanzarla, me prohibió con un simple movimiento de cabeza que la cogiera con las manos, tenía que utilizar sólo mi boca, me estaba convirtiendo en una auténtica maestra de la felación. Bueno, en eso y en muchas cosas más porque entrelazar mi cuerpo con el de Sara, en eso tampoco me quedaba atrás pero realmente era Alberto el que sabía manejarnos, como al poco tiempo descubrí. Nos puso a las dos  de rodillas en el suelo, bueno, de rodillas en la alfombra que había en el suelo, y apoyadas sobre la cama, totalmente juntas, besándonos mientras él nos follaba por detrás. Ufffffffffffffff, que sensación más extraña y placentera, tremendamente placentera, extraño y misterioso sentir como salía del coño de una y entraba en el de la otra, como con la polla llena de los flujos de una entraba en el coño de la otra y así hasta llegar a sentir que jugabas a la ruleta rusa, no sabías quién recibiría el disparo de su verga con todo el cargador lleno de leche. Ufffffffffffffffffffff

VIII.- ÉL- rezo.

Serían algo más de las doce de la noche, llegué, con franqueza, agotado pero de igual forma tremendamente feliz por estar en mi casa, al lado de mi mujer. Cuando entré lo primero que me sorprendió fue el desorden que se adivinaba desde nada más cruzar la puerta. Dejé el ramo de flores sobre la mesa de la cocina y, tan sorprendido como anonadado, vi  envases  y restos de comida sin recoger y ropa tirada por el suelo, ropa de hombre y de mujer, ropa que identifiqué como suya y ropa que desconocía a quién pudiera pertenecer. Al fondo la luz de nuestra habitación aparecía encendida.

Mis pasos me llevaban a ella aunque me resistía, en el fondo me daba un miedo atroz el dolor, y era dolor lo que se aventuraba tras aquella puerta, si al menos no hubiera llegado a ver ropa de ella pero es que su pijama estaba en el suelo. ¡Por favor, que no esté ella, que le haya dejado la casa a alguna amiga y que todo sea un mal sueño…! Así rezaba mi alma, a veces las plegarias son escuchadas y ese era mi deseo.

Un sudor frío comenzó a atenazar mi cuerpo, una fuerte opresión empujaba  mi sien con la maldita intención de juntarse una contra la otra, temí que pudiera llegar a estallar mi cabeza. Mis ojos se veían incapaces de permitir que los párpados cerraran esa mezquina  imagen cual telón del fin de una  mala obra de teatro. Lo que se vivía en aquella habitación era difícil de describir si, además, una de las protagonistas es tu mujer, si hubieran sido todos extraños sería la mejor de las películas eróticas pero que fuera tu mujer una de las protagonistas y por ende tú el cornudo, maldita la gracia que tenía. Una terrible sensación de vómito estuvo a punto de dar al traste con mi secreta presencia, con mi anonimato para una escena a la que no había sido invitado.

Comencé a sentir un profundo mareo, mis piernas apenas si eran capaces de mantener mi cuerpo erguido, poco a poco fui cayendo hasta ponerme de rodillas sin que mis ojos fueran capaces de abandonar la imagen que recogían. Una cortina formada por mis lágrimas era lo único que me hacía abandonar esa realidad. Y ahora, ¿qué? Había tres opciones: seguir mirando, entrar y al menos estropearles el polvo o huir de allí.

Cuando recuperé la cordura perdida, esa sensatez de la que siempre había hecho gala, me negué en rotundo a seguir mirando, me asqueaba ella y me repugnaba a mí mismo por no haber sido capaz de verlo, de saber qué estaba ocurriendo, lo que ocurría. Entrar y liarme a puñetazos sólo hubiera acrecentado mi humillación pues lo más seguro es que aquel hombre que era muchísimo más fornido que yo no tuviera dificultad en noquearme, así que lo único que faltaba era que además de cornudo, apaleado. Y por último huir. A eso me resistía, me resistía porque yo nunca había huido de los problemas, sin embargo éste me sobrepasaba. Claro esto lo hablo hoy como narrador  etéreo de esta historia pero en aquel momento, enfrentarme a aquella situación, traicionado por la persona que más quería, con el ánimo por los suelos me veía incapaz de nada.

Tenía los puños cerrados con tanta fuerza que me estaba haciendo daño en mis manos, la mandíbula encajada amenazaba con hacer saltar los dientes, la rabia y el odio nublaban mi razón, cerré los ojos con desesperanza. Retrocedí procurando no hacer ruido cual ladrón en mi propia casa, y ya en la calle, respiré hondo, con tanta intensidad que hasta me hizo daño el frío aire de la pre-madrugada o igual es que no podía pasar porque mi garganta estaba cerrada. Volví la vista atrás buscando lo que había sido hasta hacía tan pocos minutos mi hogar y con mi mano en alto hice la señal de la cruz.

-NUNCA MÁS VOLVERÉ A PONER UN PIÉ EN ESTA CASA.

IX.- ELLA- doma.

Sometida, entregada, rendida y domada a/por sus deseos, eran incalculables las oleadas de placer que a mí acudían. Alberto sabía cómo llevar a una mujer, al menos del cielo a la desesperación. Sí, a la desesperación porque cuando estaba a punto de culminar en la máxima explosión de placer eran infinitas las ocasiones en las que cortaba de raíz mi orgasmo. Le suplicaba con los ojos, le imploraba con la mirada, clamaba al cielo para que me permitiera llegar. Y terminó, terminó dentro de mí y ahora fue Sara quién ocupó su lugar sólo que en esta ocasión era su lengua la que entraba, se desvivía por limpiar la gruta que en ese momento me hacía sentir mujer, hembra rendida a un macho.

La noche continuó con apenas descansos, sería alrededor de las dos de la madrugada cuando decidieron irse. Recogimos el comedor aunque les pedí que ya llevaría yo las cosas a la cocina y limpiaría un poco. En la puerta de la casa nueva despedida, primero Sara, como broma me dio un pequeño tortazo.

-Por ser mala.

Luego Alberto que acarició con extrema dulzura mi sonrojada mejilla.

No pude limpiar de forma inmediata por eso me senté en el sofá, estaba como en una nube de algodón. Había sido tanto lo que disfruté en esa extraña velada y ahora sola en la casa vino a mi memoria Carlos con el que no había podido hablar esa noche. Haciendo un pequeño sacrificio busqué  el móvil, ¡qué extraño!, Carlos había tenido movimiento pero no me había dicho nada. Yo envié un “ buenas noches, cariño. TE QUIERO” .

Su imagen aparecía empañada por lo acaecido hacia sólo unos momentos, como otros tantos momentos vividos en otros instantes pero sola, sin Carlos, qué feliz sería de poder compartirlo con él, de explorar nuevos mundos, de dejarse querer por otros labios, otras manos, de mirarlo a los ojos viéndolo disfrutar pero siendo consciente de que el final siempre sería volver a su cuerpo y a su alma. Paro no podía dar ese paso, él estaba en otra órbita del querer.

Al final me quedé dormida en el sofá, fueron los primeros rayos de sol los que me devolvieron a la vida aunque totalmente dolorida por lo tarde que me dormí y por el lugar dónde lo hice. Con los ojos aún pegados me fui al baño y adormilada, como seguía, entré en la ducha donde me puse a orinar, se me había olvidado hacerlo en la taza del wáter, al terminar tuve la extraña necesidad de acariciarme, aún estaban hinchados mis labios, el olor a sexo inundaba la estancia. A mi llegaron los recuerdos cercanos en el tiempo de lo vivido aquella noche, en mi cama.

Y volvió a mi mente Carlos y el profundo deseo que se estaba convirtiendo en necesidad  o quizá en obsesión de/por tenerlo siempre cerca, de poder hacer los dos lo que hasta ahora me veía obligada a vivir sola. Pero él no tenía las mismas necesidades que yo, que con sólo tenerme cerca le bastaba, ¡qué extraño, él único hombre que no pensaba sólo en el sexo y me había tocado a mí! Jjjjj…  Al salir del baño, desnuda pues ya me había acostumbrado a estarlo, entré en mi habitación para ventilarla y cambiar las sábanas. También recogí las botellas vacías que había sobre la mesa, platos sucios… y hasta mis bragas estaban allí. Cuando entré en la cocina para dejarlo me sorprendí de encontrar un ramo de rosas rojas, preciosas. Pero qué hacían allí, ¿Alberto? No me di cuenta de que trajeran nada, en fin, las pondré en agua, ya les preguntaré. ¡Ah, pero si traen hasta una tarjeta. Una inmensa satisfacción, una sonrisa de oreja a oreja, una enorme felicidad se apoderó de mí. Metí las flores en un precioso jarrón que me regaló Carlos y me dispuse a leer aquella nota que cambiaría para siempre mi vida.

Aquel papel tenía la letra de Carlos, aquella nota tenía escrito un poema, un poema de amor. Desapareció de forma fulminante mi sonrisa y en mí se instauró el dolor y la pena, la tristeza y  una profundísima amargura. Apenas si pude leerla pues mis manos no dejaban de  temblar:

Privilegiado el viento

que puede cubrir siempre tus ojos,

acariciar tus pensamientos,

elevar tus deseos.

Desgraciados mis labios

que sólo pueden tocar,

en la distancia,

tu sutil recuerdo.

No, basta, te quiero a ti,

quiero tenerte siempre

frente a mis ojos

para que puedas ver

en ellos, escrito,

TE QUIERO

X.- ELLA- adiós.

Desde el momento en el que vio la nota y conoció la letra de Carlos, fue consciente de que él había estado allí. Sus ojos eran manantiales de lágrimas, la mayor sutiliza para darse cuenta de su desgracia,  con total seguridad él tuvo que ser testigo de lo que se había vivido en aquella habitación. Fue el momento de explotar, de romper con todos los cánones de lindeza, fue entonces cuando gritó, gritó hasta hacerse daño, el nombre de Carlos. Era consciente de que aquello pasaría una dura factura a su vida, la más simple, la más que posible ruptura. Desde el primer momento fue consciente del daño que le había hecho, de lo que estaría sufriendo en la soledad de cualquier rincón al que hubiese ido a llorar, porque los hombres también lloran y más él que siempre se había definido como de lágrima fácil como muy bien sabía Bea.

¿Qué disculpa cabía en estos momentos? ¿Qué explicación podría dar? No tenía sentido pero era consciente que tenía que dar la cara y para ello, de entrada, llamarlo por teléfono. Pero cuando lo hizo Carlos ya la había bloqueado así que la pelota de la soledad había rebotado hacia ella misma, ahora se desesperaba, lloraba con rabia y coraje pensando que era la única culpable por su egoísmo, ahora se encontraba sola y sin saber cómo solucionar el problema que se había planteado. Aún no había sido capaz de controlar su pulso, de enjugar sus lágrimas cuando sonó el telefonillo de la entrada. El corazón parecía que terminaría por salirse por la boca, ¿sería Carlos? Se puso una bata para cubrir su desnudo cuerpo y corrió como desesperada a abrir la puerta, lo que se encontró aún más la descolocó, era un amigo de él, se llamaba Jesús.

-Hola Bea, lamento estar en medio en estos delicados momentos. Esta madrugada me llamó Carlos para decirme que viniera a vuestra casa a recoger sus cosas, a por todo lo que tenía aquí.

-Por Dios, Jesús, dime dónde está Carlos, tengo que hablar con él.

-No puedo hacerlo, me lo ha prohibido de forma rotunda.

-Pues entonces, de aquí no sale nada, salvo que venga él.

-Bea, yo no voy a entrar en ninguna guerra, además de que también me lo ha prohibido. Yo he intentado ser amigo de los dos, desconozco los motivos que le han llevado a tomar esta decisión, no quiero cuestionarme nada para en la medida de lo posible ser lo más justo y objetivo posible. Si no me dejas entrar, lo entenderé.

-Jesús, por el amor de Dios, dile que me deje verle aunque sólo sean 15 minutos. Luego me iré, me iré para siempre de su vida aunque sepa que él no abandonará nunca la mía, por favor, dile que como a cualquier condenado a muerte me conceda ese último deseo, hablar con él.

-No te preocupes, se lo diré, aunque no te garantizo nada.

Mi cara se desencajó desde el primer momento en que vi a Jesús, sabía, en el fondo, lo que eso podía significar, como al final se confirmó. Cerré la puerta cuando se fue, mi mundo se había desmoronado en un segundo y era consciente de que tenía que pagar por ello, fui camino de mi habitación, bajé las persianas y me eché sobre aquel lecho que había sido testigo, hoy mudo, del amor más profundo y de mis luchas internas frente al placer. Allí, en la soledad, en el silencio, en la obscuridad mis ojos, cansados ya por el paso de las horas, se negaban a descansar, eran incapaces de entrar en el mundo de Morfeo,  se resistían a abandonar la realidad para entrar en el terreno de los sueños. Sin embargo la tristeza comenzó a ganar espacio, tuve que levantarme corriendo a vomitar lo poquito que tenía mi cuerpo, al volver nuevamente a la cama miré el móvil la número mil o quizá me quedaba corta, ninguna llamada, ningún wasa. Bueno, miento, Sara me había escrito infinidad de veces; en condiciones normales debería de estar trabajando pero me negaba a salir a la calle, y la tristeza seguía en aumento.

Sería mediodía cuando se presentó Sara en la casa, ni le abrí ni respondí a los wasas ni a las llamadas. Alberto fue más sutil y consiguió arrancarme un “ Carlos me ha dejado ”. A partir de ahí fueron innumerables las llamadas, wasas… recibidos de ellos, a ninguno más contesté, deseaba estar sola dentro de mi soledad, en ese pozo de la conciencia, de la tristeza, del dolor…, angustiada por el presente y por el futuro.

Conforme iban pasando las horas, los días, mi desesperación se acrecentaba, demacrada en exceso por la ausencia de descanso y de comida, recibí una nueva visita, era Jesús que venía acompañado por una mujer, cuando les abrí y les franqueé la entrada me sorprendí al ver que me entregaban los papeles del divorcio. Lloré, ni los quise leer, los firmé y permití que Jesús llenara las maletas y algunas cajas con las cosas de Carlos. Cuando abandonaron mi casa, cuando cerré la puerta, fui consciente por primera vez que estaba sola y que debería de enfrentarme a la realidad o dejarme morir. En pocas horas tomé la decisión.

XI.- Él- descreído.

¿Volveré a creer alguna vez en el amor? ¿Qué necesidad tenía de hacerme eso? ¿Qué pretendía conseguir? ¿Alguna vez me quiso? ¿Era consciente de lo que estaba haciendo y del daño que me ha provocado?... Infinidad de preguntas que no abandonaban mi cabeza, mi torturada, angustiada y maltrecha cabeza.

Cuando aquella noche entré en mi casa lo hice con la mayor de las satisfacciones, cuando la abandoné era la persona más desgraciada del mundo y así anduve vagando por la ciudad como sonámbulo, hasta que el agotamiento me pudo. Aquel banco de un parque al que nunca había ido fue testigo de mi dolor y de mi amargura. Estaba cansado, a veces me daba igual todo, otras la ira me dominaba, las más no era capaz de reaccionar a nada, ni tan siquiera al frío de la madrugada.

Cuando fui capaz de hacerlo, la bloqueé en el móvil y pedí a un desconcertado Jesús que fuera a por mi ropa, a por mis escasas pertenencias, como el poeta, quería irme ligero de equipaje aun siendo consciente de que ella se resistiría, pero necesitaba lo mío y más cuando me propuse no volver a pisar nunca más aquella casa.

Me instalé en casa de mi amigo del alma, Jesús, quien no hizo pregunta alguna; dejó que el espacio y el silencio me inundaran, sabía que en ese momento necesitaba sentir en plenitud mi dolor y mi  sufrimiento para renacer con fuerza cuando despertara de mi letargo. Me quedé sólo a la espera de mis cosas, mientras, hablé con mi empresa alegando la verdad, fueron humanos, entendieron mi pesar y al fin me concedieron el traslado casi a la velocidad del vértigo, y cuando pude volví a la ciudad donde ahora me encontraba, necesitaba alejarme de ella, no podía respirar el aire que la envolvía, estar tan cerca hacía de mí casi un pelele y no sé si hubiera sido capaz de negarle una mirada.

Y así me vi viviendo en una ciudad extraña, sin conocidos y sin tener que llamar a la puerta de nadie, sin tener que pensar en nadie y sin embargo no dejaba de hacerlo en ella. Sí, ella había sido siempre mi vida, todo giraba a su alrededor, era un imán que me atraía de forma casi irracional. Pero las horas se me hacían eternas, su imagen estaba permanentemente en mi cabeza y las palabras no dejaban de martillearla: amar ¿para qué?

Jesús me dijo que cuando la vio ese primer día, estaba tremendamente seria y con los ojos muy perjudicados, seguramente por haber estado llorando. Me transmitió sus deseos, lógicamente, deseos  que no podía cumplir. Nunca le respondí, nunca hubo quince minutos para ella.

Cuando volvió a ir con los papeles del divorcio, pasados ya algunos días, me dijo que la vio totalmente demacrada, que su belleza había desaparecido de forma brutal, que era increíble como en tan poco tiempo había llegado a dar un cambio tan radical en su cara, en su pelo, en su vestir. Me dijo que no quiso leer los papeles, que lo yo hubiera decidido lo aceptaba sin objeción alguna, que volvieron a aparecer sus lágrimas, que miraba a Jesús suplicándole por verme un instante, que le facilitó la entrada al dormitorio, que con voz tremendamente apagada le pidió que por favor le dejara algo mío, que necesitaba sentirme de alguna manera, entre otras cosas se quedó con mi pijama que llevó a su cara para aspirar con fuerza mi ya lejano aroma. Jesús no le puso objeción alguna. Cuando él me lo contó lloré, lloré con fuerza, con amargura, con desconsuelo…, no lo pude evitar, éramos casi niños cuando nos conocimos y crecimos juntos en todos los sentidos, creí que la conocía como a mí mismo y sin embargo me equivoqué.

A más de quinientos kilómetros de distancia, tuve la esperanza de comenzar a olvidarla pronto, de hacer realidad una nueva vida, eso me repetía de forma constante y cansina, no dar un paso atrás ni para tomar impulso. Pero lo que se aventuraba como sencillo se me hacía eterno, yo no era así, yo cuando quiero me vuelco con toda mi alma y mi alma estaba rota y no encontraba la forma de pegar sus trocitos. Mis compañeros de trabajo se empeñaron en que fuéramos a discotecas y pub donde el ambiente de leonas es lo que predomina y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, inicié relaciones que no llegaron a nada, sólo sexo, y además me sorprendía a mí mismo cuando en más de una ocasión ese sexo era violento.

¿Por qué lo hacía? ¿Qué pretendía? ¿Hacia dónde iba en mi deriva?

Qué fácil es plantear las cuestiones pero qué difícil es dar con respuestas convincentes. No las encontré, me desvivía por encontrarme a mí mismo, por salir de lo absurdo, de lo incierto, de lo irracional y disparatado. Quería ser feliz y no sabía cómo hacerlo.

XII.-ELLA- soledad.

Sara y Alberto se volcaron en mí, no me dejaban ni a sol ni a sombra, hasta el punto de que llegaron a agobiarme, por eso les di las gracias y les pedí que dejaran libre mi espacio, lo necesitaba como el respirar. En un primer momento rechacé el sexo con ellos, sin embargo el embrujo que ejercía Sara sobre mí era demasiado fuerte como para rechazarlo por mucho más tiempo y así fue como poco a poco volví a entrar en su cama y ellos en la mía.

Acostada, echa un ovillo, abrazando mis piernas era feliz recordando cómo hacía el amor con Carlos, cómo me pedía que le contara con pelos y señales cómo provocaba a los hombres en el trabajo, en el bar pero muy especialmente a Alberto. Y me sonreí evocando uno de esos momentos.

Estábamos una noche de copas con Sara y Alberto, lo saqué a bailar y recuerdo cómo restregaba mi cuerpo en su pecho hasta el punto de notar cómo se empalmaba. Luego se lo contaba a Carlos, mil preguntas me hacía, yo le ponía algo más de pimienta hasta que conseguía que el viviera en su mente todas las imágenes que recreaba nuestra conversación.  Y aunque era feliz recordando, al final lo que conseguía era entrar en un profundo letargo de nostalgia, añoranza y pena.

El sexo como dije volvió a centrar mi vida en aquella cama o en la  que estuviera y por primera vez experimenté de manos de Sara lo que fue el sado suave, el dolor que llevaba al placer, pero un placer que no podía compartir aunque fuera de forma callada con nadie, no estaba Carlos para compartirlo con él aunque fuera en forma de historia inventada. Fui tremendamente feliz a su lado y ahora no encontraba la felicidad con nadie. Por eso un día de forma sorpresiva les dije que ya nunca más volvería a entrar en su cama ni ellos en la mía. Sara y especialmente Alberto intentaron convencerme, sin conseguirlo. Es más, lo que provocaron fue irritarme cuando Alberto intentó humillar  la figura de Carlos.

Ya habían pasado tres años desde la ruptura, tres largos años en los que, de forma extraña. no buscó un nuevo amor pero sí que echaba en falta un compañero con el que poder hablar, con el que poder romper la soledad, con el que compartir miedos y dudas, tristezas y alegrías, problemas y temores, la ilusión, la esperanza, el deseo… La sonrisa rara vez volvió a esa preciosa cara, los moscones se los tenía que quitar casi a pedradas, su vida era el trabajo y su casa. Comenzó a participar en una ONG que trabajaba con niños, sus horas pasaban lentas, el apetito apenas si lo recuperó lo que la llevó a una delgadez extrema. Así que fueron tantas las voces que se preocuparon por ella que le aconsejaron, casi le suplicaron que cambiara de mentalidad, que comenzara si acaso por un nuevo look y que se fuera de viaje, que conociera nuevos sitios y a nueva gente y que por favor se diera alguna alegría, lo que otros llamaban, un homenaje.

Su cambio fue aún más radical, decidió dejar su trabajo y comenzar nuevas andaduras cambiando hasta de ciudad. Se apoyó en la ONG para encontrar nuevos caminos en una ciudad lejos de todas partes. Allí no conocía a nadie, allí intentaría borrar su pasado, comenzar desde cero o, al menos, intentarlo en tantos otros órdenes de su vida.

XIII.- ELLA- casualidad.

Era muy joven aunque se sintiera cansada, se volcó en los niños a los que dedicó todas las horas del día, hasta en su casa, hasta en su cama seguía pensando en ellos, seguía sufriendo y disfrutando con ellos. Aquellos niños que transmitían tanto amor, aquellos niños que con muy poquito eran tremendamente felices, y ella se lo daba.

Llevaba tres meses en aquella nueva ciudad y sin embargo apenas si había salido, apenas si conocía gente y menos aún su entorno y eso que sus compañeros se volcaron con ella y por ella. Una noche decidió ir al teatro, desde hacía algún tiempo comenzó a mostrar cierto interés por los temas culturales, acudía a visitas guiadas para conocer la historia de los lugares, visitaba museos, asistía a exposiciones…

Su look había cambiado de forma drástica, radical se podría decir pues ella que era rubia se tiñó totalmente morena, ella que siempre llevaba lentillas no dejó de llevarlas pero las sustituyó por gafas en la mayoría de los casos; de ropa juvenil, alegre y hasta algo atrevida pasó a llevar ropas como mucho por la rodilla, entre otras cosas para ocultar su extrema delgadez; ella que era amante de adornos y abalorios, dejó de forma radical de hacerlo, y lo peor de todo, ella que era una auténtica crítica con el tabaco, llevaba algo más de dos años fumando de forma compulsiva, hasta la voz le había cambiado, de dulce y aterciopelada pasó  a ser áspera y en cierta medida agria. Esa noche iba vestida como en ella era ya habitual, de forma muy discreta y mesurada.

¿Las casualidades existen? Define el diccionario como casualidad la combinación de circunstancias imprevisibles e inevitables.

“Así la casualidad sería el momento en el que suceden las cosas de una manera imprevista, por lo general con la combinación de circunstancias en que la sucesión de hechos es inexplicablemente coincidente, extraña e inesperada.”

Aquella noche había acudido sola al teatro y algo impropio de ella, llegó tarde, acababan de anunciar que iba a comenzar la función y que se apagarían las luces por lo que en la penumbra buscó su butaca. Sintiéndose tremendamente incómoda por el hecho de molestar y de ser observada, intentó pasar desapercibida salvo para quien estaría a su lado.

XIV.- ÉL- teatro.

Poco a poco el tiempo iba poniendo las cosas en su lugar, se iba difuminando la imagen de ella. Al final se iba convirtiendo en un poso, en el fondo de su alma aún permanecía su persona aunque apenas si conseguía recordar su voz, ni los pequeños detalles de su rostro. Él rehízo su vida de la mejor forma que pudo y supo, sus relaciones personales no llegan a fructificar y por ello se volcó, quizá en exceso, en el trabajo. De ella le queda un profundo amor y un odio visceral,  era algo que no podía evitar. En ningún momento sucumbió a la tentación de darle la oportunidad de esos quince minutos, cambió de número de teléfono y apenas si tuvo contacto con los amigos comunes, de los que poco a poco se fue distanciando hasta  casi olvidarlos. En una ciudad tan distante es fácil llevar a cabo algunas cosas, en otras, supongo que te gustaría coger el mapa y doblarlo para estar más cerquita.

Últimamente lo que hacía de forma voluntaria es hacer todos los viajes posibles de la empresa, era uno de los pocos que no tenía cargas familiares ni problemas para ausentarse largas temporadas, motivo por el que todos sus compañeros agradecían enormemente su predisposición, y de esa forma lo mismo estaba una semana en Las Palmas que en Bilbao, en Ibiza o en A Coruña o en Almería, al único sitio al que se negaba a volver era a su antigua ciudad, lo peor de esa vida itinerante o errante, era la soledad. Las interminables horas en hoteles, inacabables los momentos en la habitación, eternos paseos por los alrededores, innumerables las copas en pub o bares para buscar el cansancio… La soledad se había instaurado en su alma, aunque estuviera en medio de la algarabía, él seguía absorto y embelesado por los recuerdos, por los malos y los buenos recuerdos de un pasado tan reciente y tan lejano.

Últimamente buscaba a prostitutas, y de las prostitutas, en su aparente alegría, buscaba  lo que a él le faltaba,  vida. Era consciente de la falsedad del momento, de las palabras, de las caricias, de las sonrisas, de la atención, de los halagos y de los besos,  pero él necesitaba, aunque fuera pagando, ser especial para alguien, aunque sólo fuera por breves momentos. Pagaba y recibía, recibía e intentaba dar, al final, en muchas ocasiones, se desahogaba más hablando que follando.

Mirando a través de la ventana se dio cuenta que cuando volvía a una ciudad buscaba a las mismas putas que ya conocía, era más fácil romper el hielo del momento, al final, quizás, lo que buscaba era una amiga más que una mujer en la cama.

El 20 de junio de 2019 se encontraba en Granada, quizá no fuera la mejor semana para visitar la ciudad con intención de trabajo puesto que eran las fiestas de la capital pero en este caso lo buscó de forma intencionada, siempre era agradable ir a Granada, ciudad que le enamoraba, y si estaba en fiestas quizá fuera más fácil pasar desapercibido entre la gente, quería evadirse y escapar entre la multitud, perderse en su soledad sin llegar a estar nunca solo, quizá todo eran facilidades por el momento que se vivía, fiestas y algarabía. Recorrió sus calles, sus plazas, paseó alrededor de la Alhambra, se encontró con dificultad para tomar una copa por el gentío tan enorme que había por todos lados, pero lo bueno, no se sentía extraño, forastero, no experimentó el sentido de ajeno. Estuvo en los toros, el ferial, los tablaos…, estaba  francamente  agotado, menos mal que sacó por internet entrada para el teatro. Inicialmente compró dos pues tenía previsto invitar,  ir con Luisa, una prostituta preciosa con la que de tantos días juntos ya se había establecido una amistad intensa, ya no era la relación con un cliente, pero él no tuvo en cuenta que en esos días ella tenía una actividad más que intensa por lo que se vio obligado  a cancelar una de ellas. Era frecuente que paseara largos ratos en compañía de ella, que la invitara al cine, que le acompañara en actos, no había atracción fuera de llenar el espacio que estaba vacío, ella al principio lo hacía por un interés económico, al final se convirtió en una persona especial, un solitario que le permitía acercarse con su luz, pero nada más, ella hacía tiempo que se había impuesto una máxima, no sacar los sentimientos y aunque a veces era difícil parece que lo había conseguido, en el fondo era sólo trabajo.

Llegó al teatro con tiempo más que suficiente, quizá tuvo la culpa el cansancio, a veces los ojos parece que ni le quieren responder  por lo que, al relajarse, se estaba durmiendo mientras esperaba el inicio de la representación. Bajó la intensidad de las luces cuando anunciaron que dentro de cinco minutos comenzaría la función, la butaca que cancelé estaba vacía, parece que no se había ocupado, cuando en ese momento llegó una señora disculpándose por llegar cuando todos estaban acomodados, la miré y me sonreí, se disculpó por llegar tarde, yo le dije que no se preocupara que aún no había comenzado, en ese momento ella me miró sólo un instante y observé que la cara se le quedó en blanco. Yo quise observar que ocurría a mi alrededor por si había algo extraño, no vi nada que llamara la atención, supuse que habría visto a alguien que no esperaba, pero claro yo no era de esa ciudad, y aunque lo fuera tampoco podría conocer a todo el mundo, jejeje…  Su cara me resultaba tremendamente agradable a pesar de su extrema seriedad, me hizo gracia y aunque no fuera algo habitual en mí, me atreví a dirigirle unas palabras puesto que aún no había comenzado la función.

-Disculpe, ¿la he molestado en algo?

-En absoluto, no sé por qué lo dice -pero me lo dijo sin mirarme.

-De verdad que no muerdo. Parece como si hubiera visto cerca al diablo.

  • Lo siento, de verdad, es que me he sentido mal, no sé qué me habrá ocurrido, pero no se preocupe. –Seguía sin mirarme, jajajaj… qué extrañas son las mujeres, de verdad, si no muerdo, jejejej...

Por fin comenzó la representación, yo la miraba de vez en cuando, no lo entendía pero la realidad era que me seguía resultando tremendamente agradable su cara, es como si en el fondo la conociera, supongo que más bien me recordaba a alguien pero no conseguía identificar el motivo. Ella por el contrario no me miró en toda la hora y media que duró la obra de teatro. Aquello ya parecía amor propio, estaba hasta algo molesto y enfadado, ¿qué demonios le había hecho yo a aquella mujer para que estuviera tan tensa? Intenté algún mínimo acercamiento en los intermedios pero no conseguía nada. Así que haciendo gala de todo mi encanto, que no es que fuera mucho, jajajaj…, volví a insistir

-¿Se encuentra mejor?

-Sí, sí, no se preocupe, ya ha pasado.

-No sé si la espera alguien a la salida pero si no es el caso, ya hay motivo más que suficiente como para que la invite a una cerveza, no me perdonaría no haberla acompañado si no se encuentra bien.

-Sí, sí, ya me encuentro bien.

-Para mí ya ha terminado el día, estoy de paso por Granada y no conozco a nadie, yo sí deseo tomar esa cerveza y se lo digo con todo el respeto, me encantaría invitarla a una copa.

Me miró de forma intensa, penetrante. Transmitía una profunda dulzura y al mismo tiempo miedo, era recelo y turbación. Bajó la mirada al suelo, en sus pómulos se dibujó ternura y un extraño afecto.

-De acuerdo, lo difícil será encontrar un sitio que no esté lleno pero lo buscaremos.

Entramos en un bar de la calle Ganivet, tuvimos suerte de que en ese momento quedara libre una mesa, nos sentamos, pedimos, aunque las palabras apenas si fluían de nuestras bocas. Se tomó la cerveza de un solo trago, me quedé con la boca abierta.

-Es que tenía mucha sed.

-No hay problema, pedimos otra.

-No, prefiero una copa de vino.

-Como quieras. Por cierto, me llamo Carlos.

-Encantada, Carlos.

Fui a darle dos besos, con la mala suerte de que al acercarme tiré mi copa, revuelo, limpiar la mesa y mis pantalones que parecía que me había orinado encima, agobio y risas. Con todo eso olvidé preguntarle el suyo, más si cabe porque comenzamos una amena conversación, y conforme iba pasando la noche, las copas que se sucedían, mi admiración por aquella mujer crecía y crecía hasta límites insospechados.

-La noche nos está empujando al final de nuestro encuentro, estaré durante toda la semana en Granada, me encantaría, volver a tomar alguna copa más contigo, no sé si podrás o querrás, toma una tarjeta, verás que no te he mentido, me llamo Carlos…. y trabajo para……, me he sentido tan a gusto contigo, hacía tanto tiempo que no tenía esta sensación tan agradable con nadie, ya lo necesitaba, no quiero que te molestes pero me has fascinado como persona.

Ella me miraba de forma extraña, se puso seria, muy seria, su mirada aún era más penetrante, no digo que me diera miedo pero sí que no sabía en qué podría haberla molestado, si es que en algo había errado.

-Carlos, en toda la noche no me has preguntado por mi nombre, ¿hay algún motivo para ello?

-Llevas toda la razón del mundo, hemos comenzado a hablar y hablar y no sé qué ha pasado, la verdad, no he caído, no me he dado cuenta. La verdad es que la comunicación contigo ha sido tan fácil, me lo has hecho tan agradable que no he sentido la falta, disculpa, la verdad, no he pretendido ser descortés ni mucho menos molestarte. –Era ahora cuando quería percibir que me recordaba a alguien, pero ¿a quién?

-No me has molestado, Carlos, todo lo contrario, el problema es que igual cuando te diga mi nombre, cuando te lo diga ya no quieras volver a hablar conmigo y mucho menos quieras volver a sentarte en una mesa frente a mí. Su cara mostró un desconcierto extraño, no sabía que estaba pesando allí. ¿No me has reconocido? ¿Tan distinta me ves? Sé que no estoy guapa, que he envejecido, seguro que hasta pueda darte pena, pero quiero que sepas que sigo siendo la misma,

-Soy Bea.

XV.- ELLA- Granada.

Llegué tarde al teatro no por culpa mía, tampoco de nadie, fue algo tan simplemente como que  llamó mi madre casi cuando estaba a punto de entrar y pasó lo que en ella es habitual, no dejaba de hablar, de preguntarme y de recomendarme. Cuando por fin pude cortar, entré corriendo, en ese momento las luces comenzaban a perder la intensidad propia del lugar, esa luminosidad que empuja a imaginar que se está haciendo la noche. Es un momento especial, siempre que estoy en el cine o en el teatro, cuando percibo que baja la intensidad de la luz, me transporto, cierro los ojos, sueño que vuelo hacia la eternidad, los abro, los cierro, así como si el telón estuviera en mis ojos como si yo tuviera el don de manejar mi imaginaria obra de teatro. Mil perdones pedí porque para colmo mi sitio estaba en el centro de la fila y al levantar la mirada, lo vi.

El corazón quería salir por mi boca, las pulsaciones se me aceleraron de tal manera que presentía que todo el mundo las podía escuchar, la boca se quedó seca de forma instantánea, mis mejillas pasaron del blanco al rojo de forma inmediata…  Él me miraba, yo intentaba evitar sus ojos, estaba guapo, muy guapo, ¡por Diossssss, por qué me has puesto esta prueba! Me sonrió, yo no sabía qué hacer si volverme e irme, si seguir hacia adelante;  ni qué decir, pero él no dejaba de observarme. Me recibió con un hola, ningún atisbo de rencor ni resentimiento, intenté decir dos palabras, sencillamente porque no era capaz de sacar nada más de mi garganta, y a las dos palabras me di cuenta de que no me había reconocido, al menos esa era la impresión que me daba (los dos estábamos en distinta ciudad y sumamente alejados). Quizá eso aumentó mi rubor y mi desconcierto y por ello procuré mantenerme al margen, sólo al final, cuando se empeñó en que tomáramos algo no tuve más remedio que aceptar, o igual es que me apetecía, es que mi corazón volvió a latir con fuerza, la que en los últimos tres años había dejado de tener.

Al principio los cigarrillos caían uno tras otro, me bebí la cerveza como si fuera agua, como si estuviera sedienta, poco a poco comencé a tranquilizarme y eso me llevó, junto con el alcohol,  a un estado de ensueño, estaba con la persona que más había querido, con la única persona por la que hubiera sido capaz de dar mi vida, siendo consciente de que igual él, si supiera quién soy dejaría de hablarme. Yo no quería que ese momento se acabara nunca, deseaba prolongar en el tiempo el sonido de su voz, su aliento, su olor corporal, su dulce mirada… Cuando llegó el momento de la despedida, mi alma volvió a su lugar de partida, el suelo, en los últimos tres años, era la primera vez que salía del sótano de los sentimientos, otra vez volvió la luz a mi cara, la paz interior, los sueños y los deseos. Estaba con el hombre al que amaba.

Cuando le dije mi nombre, quedó en estado de shock, uno frente al otro, interminable momento en el que él miraba a mis ojos y yo miraba a los suyos e incluso quise entrar dentro. Infinito tormento el del silencio, ver que la vida me había dado la oportunidad de estar junto a él nuevamente y ser consciente de que aquello se acababa para seguramente no volver nunca más. Cuando por fin fue consciente de que con la persona que según él había estado tan a gusto era yo y que debería de tomar una decisión, sonó su móvil. Seguramente a todos nos salvó

-Anda, cógelo. - Y lo hizo de forma casi automática, como un robot, la mirada perdida, ni tan siquiera miró quién le llamaba. La voz apagada, rasposa, como si algo le impidiera sacar las palabras.

-Sí, dígame

-Perdona, no Luisa, no te había conocido.

-No puedo ahora, luego te llamo.

-No te preocupes, si has quedado con alguna amiga, por mí no lo hagas. Ve, con ella, son fiestas, yo me voy dando un paseo a mi casa, necesito ese paseo, alejarme de la realidad, soñar despierta, imaginar e intentar cerrar puertas.

-No, Bea, ese paseo lo necesitamos los dos, nos lo debemos los dos, déjame que te acompañe, por favor.

Fuimos un buen trecho, callados, el uno junto al otro, y qué curioso, para nada se hizo incómodo. Las palabras aparecían en el sendero de la noche, casi sin luz, las estrellas casi ocultas en el firmamento. Sólo fui consciente de que estábamos junto al río, el fresquito de la madrugada, la luna que apenas si ya se dejaba ver, muchos chicos jóvenes con algarabía, bullicio propio del alcohol y de los pocos años, quizá sólo sea falsa felicidad, felicidad encubierta, felicidad velada, felicidad efímera. Yo, en ese momento era feliz. Por nada en el mundo  hubiera podido imaginar que volvería a pasear a su lado, pero lo estaba haciendo. Nuestros cuerpos se rozaban de forma tan sutil, breve y fugaz y sin embargo eran generadores de dicha y felicidad, la que tanto había echado en falta, la que tanto me dio en su momento y ahora no encontraba en ningún lugar ni con nadie.

-No tuve la oportunidad de pedirte perdón, no fui consciente del daño que te podía hacer y del que al final te hice. No tengo justificación alguna, pero por nada del mundo quería perderte porque quiero que te quede muy, muy claro que  eras lo único y el único a quien quería. Supongo que me has odiado hasta límites inconcebibles, perdóname, de verdad, necesito tu perdón. No sé cómo entré en ese mundo vacío ni tampoco supe salir, lo que es peor es que ni tan siquiera sabía si quería hacerlo. Lo único, lo único cierto es que te quería con locura. Cuando miraba a aquel hombre ajeno, Alberto, que con sus dedos y sus labios me transportaba a quien realmente quería ver era a ti, cuánto hubiera dado porque estuvieras conmigo, siempre a mi lado, y yo al tuyo, siempre contigo, que fuéramos uno, no quería nada más, no necesitaba  nada ni a nadie más. Yo a tu lado, tú junto al mío y si ese no era nuestro camino, desandarlo, volvernos al inicio de partida pero siempre juntos, juntos y de la mano.

-Te pedí lo imposible, soñé siempre contigo, te quise hasta lo indecible. Lo hice mal, muy mal pero te puedo asegurar que me faltabas tú para ser feliz. Cuando te fuiste, cuando me rechazaste, lo entendí perfectamente por más que me doliese pero te puedo asegurar que nunca fue mi intención herir tu orgullo, destrozar tu corazón, matar tu amor por mí. Te quise con locura.

-Bea, en aquel momento no pude darte esos  quince minutos que me pedías. No encontraba la fuerza ni la justificación para hacerlo. Ha pasado el tiempo pero aún no lo he superado, el odio tan visceral que de forma incomprensible llegué a sentir por ti me impedía cualquier acercamiento.

He de reconocer que te quise de forma casi enfermiza, la traición con la que yo vi tus actos ha creado en mí un poso de recelo hacia ti, y lo que es peor, hacia todos. No quiero perderte, me gustaría poder ser tu amigo, no sé si tú serás capaz de aceptarme como el hombre en el que hoy me he convertido con el paso del tiempo y con el odio acumulado. Vivimos a muchos kilómetros de distancia el uno del otro, supongo que tú harás tu vida en esta preciosa ciudad yo la estoy malhaciendo en otra distinta, no sé qué queda en ti, de la Bea que conocí antes de esa noche ni tampoco de la otra, lo que si tengo muy claro y seguro en estos momentos, con toda mi alma, con todo mi corazón

  • ¿Quieres ser mi amiga?

-Carlos…

No pude seguir hablando, mi garganta se cerró, mis ojos se inundaron, la luna no iluminaba, las farolas se apagaron, el silencio sólo roto por el continuo paso del agua en una ciudad que la adora.

-No sé si volveremos a juntar nuestros cuerpos, nuestros labios, entrelazar nuestras manos, vivir juntos, soñar con un futuro, romper con los secretos, tener confianza en nosotros cuando no estemos en el mismo lugar… Hoy soy tremendamente feliz, con ser tu amiga y que tú seas lo mismo para mí.

Y nos fundimos en un fuerte e intenso abrazo, que como la buena comida, en este caso, era regado no por el vino sino por el  llanto.

-Gracias.

Por el agua de Granada, sólo reman los suspiros.

Federico García Lorca