BEATRIZ (y 13)

Una historia real

XIII

Sin un motivo que lo justificase, estoy de acuerdo, estaba echando pestes de ella. No entendía que todo el «entusiasmo» del día anterior se hubiese convertido en esta indiferencia. En este no llamar siquiera para darme los buenos días o saber cómo estaba.

Porque estaba sin tabaco apenas. Porque me apetecía comer algo «decente» para variar. Porque mis existencias de café y leche eran tan escasas que cuanto menos estuviese en casa, y por lo tanto «tentado» de consumirlos, mejor. Pero sobre todo por despecho hacia él, para mí, inexplicable silencio de Beatriz, decidí que me iría a ver a Pepa un poco más tarde. Sabía que iba a fingir enfadarse cuando me viera, pero que le agradaría mi visita.

Eran las doce y media pasadas y estaba yo en la tarea de afeitarme y demás, cuando golpearon la puerta. De nuevo pensé en el cartero, y de nuevo fue a ella a quien encontré.

Pasó rápidamente diciendo:

—Cierra, date prisa.

Hice lo que me pedía. Venía vestida con cazadora y pantalones vaqueros y llevaba en la mano un carrito de la compra.

—¡Bueno mujer! ¡Qué agobios!

—Estoy «desesperada». Tengo a Jorge en casa, por eso no he podido llamarte. Parece que tiene un poco de gripe y no ha ido hoy a trabajar. He dicho que tenía que salir a comprar para poder pasar a decírtelo.

—Gracias. Pero no es necesario que me tengas «al tanto» de tus actividades —Mentí descaradamente—. El llamarme no es ninguna obligación por tu parte.

—No es una obligación. Es una necesidad. Ayer que tuve todo el día a mi disposición, por cumplir una estúpida promesa de dejarte en paz, me tiré todo el tiempo pensando en ti, loca por bajar a verte, y no lo hice. Y hoy no puedo estar contigo, ni hablarte, más que los cinco minutos de que dispongo ahora. ¡Hay que aprovechar las oportunidades cuando se presentan!

La notaba realmente alterada. Tanto que ni se percató del cambio de los muebles.

—No te preocupes, no es ninguna tragedia. Aunque él no hubiese estado tampoco hubiésemos podido vernos mucho más. Yo tengo que salir ahora a resolver algunos asuntos y, seguramente, estaré fuera todo el día.

—¡Pues menos mal que han coincido los dos «contratiempos»! ¡Si no puedo verte hoy por mi causa, y mañana tampoco por la tuya, a mí me da algo!

—Beatriz, por favor. Que el que seamos amigos no implica que tengamos que vernos a diario

—¡Buen, pues ya se me pasará! ¡Pero de momento lo necesito!

—Por cierto —Quise lanzar un «globo sonda»—, que yo no tengo tu teléfono para poder avisarte si, por ejemplo, no voy a estar en casa.

—Sí lo tienes. Estará reflejado en tu móvil por mis llamadas.

—Lo está, pero es como si no lo tuviese mientras tú no me des permiso para utilizarlo.

—El permiso lo tienes sin que yo te lo dé. Pero de todas formas comprende que es mejor que yo te llame a ti. Lo contrario puede ser comprometido si no tienes la certeza de que estoy sola.

—tienes razón —Admití—. Pero no será demasiado extraño que llames y no me encuentres. Que no me encuentres en casa, quiero decir.

—Pues ajo y agua si pasa. Conste que esto no es una prohibición de que me llames tú. Ya me buscaría la forma, y tú lo entenderías, si no pudiese expresarme con libertad.

—Claro que lo entendería. Pero hay algo que no entiendo. No sé por qué tanta ocultación. Al fin y al cabo somos vecinos; ni siquiera es necesario que «seamos» amigos; y ciertas cosas son normales entre vecinos.

—Bueno, no sé. Jose, tengo que marcharme. He de comprar algo de verdad para justificar mi salida. ¿Me puedes dar lo que tengas preparado para mí?

—Sí, por supuesto —Fui al dormitorio a por las hojas que había impreso para ella y se las entregué—. Hay un poco de todo revuelto.

—Al menos tendré este consuelo hoy. Podré «leerte» en algún momento de intimidad de que disponga. Me marcho ya. Dame un beso.

La besé y ella prolongó la caricia explorando con su lengua el interior de mi boca.

—¡Oh, por favor! —Exclamó al separarnos—. ¡Quiero ser libre como tú!

—Venga, cumple con tus obligaciones.

—¡Te odio por esto que me estás haciendo! Anda, abre y mira a ver si está todo «despejado».

Hice lo que me pedía y le indiqué con un gesto que podía salir sin «peligro.»

—Adiós. Hasta pronto si no me he muerto antes de ansiedad.

En cuanto salió volví a cerrar la puerta. Sentí sus pasos saliendo por el portal.

Siempre suele suceder que las cosas que a mí me parecen injustificables tienen una explicación lógica.

Había desaparecido uno de los motivos por los que quería ir a casa de Pepa, pero los demás seguían siendo suficientes. Aparte de que ya le había comunicado mi ausencia a Beatriz.

La pantalla me mostraba un número no registrado, por lo que pensé que sería Miguel Ángel Acevedo, el oficial de notaría, comunicándome la terminación de los trámites previos para la herencia. Pero era Beatriz.

—Te llamo desde una cabina —Aclaró lo del extraño número—. Jorge sigue en casa, pero ha dicho que irá a trabajar después de comer. He bajado con la intención de pasar a verte, pero estaba el portal lleno de gente. De forma que he pasado de largo.

—Ya me he dado cuenta de eso.

—¿De que bajaba a verte?

—No. De que los vecinos habían tomado el portal como lugar de reunión. ¿Y como es que has dejado al «enfermo» sólo?

—¡Estoy hasta las narices! He salido a la farmacia y a por alguna otra cosa. Estaba deseando largarme para verte dos minutos y me lo ha fastidiado el «pleno del geriátrico».

—No seas cruel. Recuerda que yo soy de ese mismo «club».

—¡Segurito! Tú lo que me das es cada vez más miedo.

—¿Y eso por qué?

—Porque no se puede ser la perfección en todo, y tú lo eres. He leído por encima lo que me diste y estoy totalmente abrumada. Pero de eso y de otras muchas cosas quiero hablarte con calma. ¿Puedo bajar después de comer; cuando se marche el «incordio»; a tomar un café contigo?

—Puedes. Pero vuelve a llamar antes de todas formas. Estoy esperando algunas llamadas y a lo peor tengo que salir corriendo.

—¿Ya te reclaman tus admiradoras?

—Naturalmente. Están todas al borde del clásico ataque de nervios.

—¡No me extrañaría nada! Yo también lo estoy. Oye, que esto se traga las monedas con avidez. Te dejo hasta luego.

—Vale. No dejes de llamar.

—Descuida. No te «sorprenderé» poniéndome los cuernos. Cuando vuelva no voy a entrar, pero te golpearé en la puerta; si no hay nadie a la vista; para ponerte los «dientes largos». No abras.

Estuve a punto de decirle que emplease alguna especie de «clave» por si no era ella quien llamaba, pero considerando la hora que era ya no podría venir el cartero ni ninguna otra comunicación de interés, por lo que no dije nada.

—No sé si podré resistir la tentación de asaltarte en el mismo portal.

—¡Ya, ya! Me parece que tú no asaltas a nadie. Sabes que puedes esperar tranquilamente a que te «asalten» a ti. Hasta luego, que me quedo sin monedas.

Se cortó la comunicación bruscamente.

—... De momento. Venía a decirte que estoy un poco enfadada contigo.

—Lo siento. Pero ya me dirás por qué.

—Hace un montón de días que no soy capaz de encontrarte ni de hablar contigo.

—En cuanto a lo de encontrarme, de vez en cuando tengo cosas que hacer fuera. Hablar conmigo, no lo has intentado.

—¡Que no! Te he llamado y no has cogido el teléfono. Te he dejado notas por debajo de la puerta. ¡Sólo me ha faltado montar guardia para verte entrar o salir! ¡Ya me gustaría a mí saber los nombres de las «cosas» que tienes que hacer fuera!

—Ponles tú el que te apetezca. ¿Quieres un café?

—Sí. ¡Anda! ¡Has cambiado esto otra vez! Te ha quedado estupendo. ¡Yo quiero quedarme a vivir aquí!

—Siéntate, si tienes tiempo, mientras preparo el café.

Siguiendo su ya «casi» costumbre, en lugar de sentarse me siguió hasta la cocina.

—Bueno —Dijo—. La verdad es que lo de montar guardia si lo he hecho. Hoy sabía que estabas en casa porque te he visto salir y volver a entrar con una bolsa de la compra.

—¿Me espías?

—Ganas no me faltan. No, es que había salido a tender algo de ropa al balcón cuando te he visto salir del portal. Luego sí he estado atenta para ver si volvías de nuevo.

—Pues he vuelto.

—Por suerte. ¡Y solo!

—Eso ha sido una casualidad. He estado a punto de volver con todo el Séptimo de Caballería.

—¡O con todas las «cheers leaders» del Madrid!

—Por ejemplo. Ya está esto. ¿Te sientas a tomarlo o no?

—Sí. Trae, yo llevo el mío —Cogió la taza y se fue directamente al dormitorio para sentarse en la cama—. Quería hablarte de tus escritos, pero no sé si te mereces que te diga lo que pienso porque no me has dado ni un beso.

—¡Mujer! Uno no es tan «osado». Al fin y al cabo te acabas de «presentar».

—Aquí Beatriz. Aquí un amigo. Anda, bésame.

Puse mis labios sobre los suyos intentando hacer fugaz el gesto, pero ella me retuvo y convirtió la caricia en más profunda.

—Lo que quería decirte —Dijo cuando no separamos—, es que me estás dando mucho miedo. Tengo la impresión de que debes ser un extraterrestre o algo por el estilo. Una persona «normal» no puede dominar todos los temas como los dominas tú. Tus versos me emocionan cada vez más. Tus cuentos me transportan a mundos maravillosos. Y tus historias eróticas me ponen cachonda hasta lo indecible. Quiero más de todo, pero sobre todo de esto último.

—Gracias por los inmerecidos elogios. Pero no tengo nada más preparado.

—No hace falta que sea ahora. Puede ser dentro de cinco minutos. No, en serio, cuando puedas. Es un placer leerte, te lo aseguro. ¡No quiero ni imaginarme lo que será «hacerte» otras cosas!

—Pues mejor que lo imagines. Siempre saldré más airoso que en la realidad.

—Lo dudo. Pero es que, además, me estoy cansando de tanta imaginación. Quiero pasar a los hechos de una vez.

—Creo recordar que eres tú la que se ha dado un «compás de espera».

—Sí, y en él estoy todavía; así que no te hagas «ilusiones». También quería decirte algo sobre un tema que apuntaste el otro día.

—¿Cuál?

—El de que no es lógico que tengamos que andar ocultando las llamadas entre dos «buenos vecinos». Así que estoy buscando la mejor ocasión para, si a ti no te importa, presentarte a Jorge y hacer un poco más «oficial» nuestra amistad.

—A mí me parece bien. Pero temo que con eso se diluye la posibilidad de acostarme contigo algún día.

—¡De eso nada! Sólo te pido que me des un poco de tiempo.

—Y lo tienes. Pero no es eso. Es que si me presentas a Jorge y congeniamos, no sólo estarías tu engañando a tu marido, sino yo traicionando a un amigo.

—¿Es pues una disyuntiva lo que me planteas?

—No. Sólo te pido que lo pienses. De todas formas cabe la posibilidad de que, aunque me lo presentes, no me caiga bien. O la de que, aunque simpatice con él, tus atractivos sean más poderosos para mí que cualquier consideración ética (lo que es lo más probable).

—Es que si tengo que elegir no te lo presento. Yo lo decía por facilitar un poco las cosas.

—Me encanta que te tomes esto con sentido del humor. Pero te advierto que lo de acostarme contigo yo lo pienso muy en serio.

—¡¿Y crees que yo no?! También para eso eres encantador, comprensivo, paciente... Un sol.

—Vale. Pero no me pongas demasiado a prueba.

Continuamos charlando durante un rato; muy juntos, con las manos unidas y dándonos algún beso de vez en cuando; hasta que me dijo que se tenía que subir a hacer la comida.

—De todas formas, no me «olvides» y ve preparando algo más para que yo pueda leer —Dijo cuando la despedía en la puerta.

—De acuerdo. Pero no me agobies. La selección es más difícil que la impresión.

—Pues no selecciones. Ya te lo he dicho. Déjame ver algo menos bueno o seguiré creyendo en tu «inhumanidad».

Subió las escaleras a saltos, según su costumbre.

XVI

En parte por librarme de la pequeña decepción de que no hubiese llamado nadie en un día de tantas «posibilidades», y en parte porque después de todo el día metido en El Zulo necesito estirar las piernas, decidí salir a dar una vuelta un poco antes  de lo acostumbrado.

Hice mi recorrido habitual: “Azcona”, avenida de Bruselas, vuelta por la acera opuesta de ambas calles, “Cartagena”, avenida de América, “Francisco Silvela”, para coger “Eraso” desde el principio y regresar a El Zulo.

El recorrido lo hice, pero con sorpresa intermedia. Andaba por el cine Victoria cuando sonó el terminal. Era Beatriz.

—¿Sabes quién soy? —Preguntó.

—Claro. No me llaman muchas mujeres a estas horas.

—¿Quién?

La gente no sabe, o no se acuerda, de que los móviles reflejan la identidad del llamante.

—Beatriz. ¿Quién si no?

—¡Bueno! Cualquiera sabe. ¿Qué haces? ¿Estabas ya dormido?

—Difícilmente. No estoy en casa.

—¡¿No estás en casa?! ¿Dónde estás?

—En la de una de mis amantes.

—¡Eh! ¡Oh, perdona! Yo...

—No pasa nada. ¿Qué querías?

—No, si estás «ocupado», nada.

—«Todavía» no estoy ocupado. ¿Qué quieres?

—No es importante. No quiero molestar.

Se notó un cambio en su tono. Pasó de dulce a seco sin transición.

—¡Venga boba! No te mosquees.

—No tengo ningún derecho a «mosquearme».

—No, pero te mosqueas. Pero aparte de no tener derecho, tampoco tienes motivo. He salido simplemente a estirar un poco las piernas y estoy camino de casa.

—¡Idiota! ¡Que susto me has dado! Bueno, quiero decir que... ¡Nada, gamberro! ¿Cuánto tardas en llegar?

Iba a decir que no más de cinco minutos, pero quise darme un margen y lo alargué a quince.

—Un cuarto de hora más o menos. ¿Por qué?

—Por si me invitabas a un whisky.

—¡¿A estas horas?! ¿Qué pasa con Jorge?

—A Jorge también. Bajaría conmigo.

—¡Ah! Bueno, como queráis. Aunque no me parecen horas para visitas sociales.

Ahora debió ser a mí a quien se le notó la decepción en la voz, porque dijo:

—¡Vaya! Tú también te mosqueas, ¿Eh? Tranquilo, Jorge me ha llamado que no viene a dormir esta noche. Al parecer le ha surgido no sé qué problema con lo atrasado y se queda trabajando. Dice que dormirá un rato en un sofá del despacho. Pero por si acaso no es cierto y me la está «pegando», me parece justo hacer yo lo mismo.

—¿Es que se la piensas pegar? Y gracias por devolverme la broma.

—Bueno, tomarme una copa en casa de otro, cuando él piensa que estaré llorando su ausencia desconsolada, ya es pegársela. Pero bueno, ¿me invitas o no?

—Me temo que no voy a tener más remedio.

—¿Cómo lo sabes?

—Intuición «masculina».

—¿Entonces a qué hora bajo?

—Vamos a ver, son las once y diez. Digamos que a las doce.

—A las doce como un clavo. Hasta luego entonces. Me tengo que vestir.

Colgó sin esperar más.

Aceleré el paso para llegar un poco antes de la hora acordada y comprobar si todo estaba en orden.

Por no sé qué motivo volvió a llamar antes de bajar sólo para decir: " Ya bajo ".

Cuando abrí la puerta en respuesta a su llamada estuve a punto de sufrir un infarto. Se había vestido, desde luego, pero no cuando me lo había dicho, no le hubiese dado tiempo a semejante «puesta en escena». Traía un vestido largo, de noche. Negro, con casi nada en los hombros y los brazos, con una abertura sobre la pierna izquierda hasta una cuarta por debajo de la cintura. Perfectamente maquillada y peinada. Adornaba su cuello con una gargantilla de la misma tela y color que el vestido con una piedra roja en el centro. En los pies, zapatos negros de alto tacón. La «pose» que había adoptado era también de lo más «cinematográfica»: apoyado el codo izquierdo en el marco de la puerta, bastante inclinada y adelantando la pierna del mismo lado, con lo que quedaba por completo fuera de la abertura. En la mano del brazo apoyado dos copas de champán, en la del otro una botella de cava.

—¡Madre del amor hermoso! —Exclamé ante la visión—. ¿Dónde es la recepción?

—¿Me vas a dejar pasar, o piensas tenerme en la puerta toda la noche?

—Pues no lo sé. Uno no está preparado para estas impresiones repentinas.

—Pues cierra la boca, que te van a entrar moscas, y quítate de la entrada.

La dejé pasar y dije tras cerrar:

—¿Pero tú dónde vas así? Creo que te has equivocado. La fiesta era en la embajada del Brasil.

—¿Te gusto o no?

—Ten cuidado, se te va a manchar el precioso traje con mis babas que llenan el suelo.

—He pensado que en vez de whisky me apetecía más champán. Y me he vestido en consecuencia.

—¿Y qué coño hago yo ahora en vaqueros?

—Estás perfecto. Así es mayor el contraste. Claro que si prefieres quitártelos... ¡Anda que «pasada»! ¡Has vuelto a cambiar esto! —Se acababa de dar cuenta de las cortinas y demás—. ¡Está «chupi»! ¡Tú estabas esperando algo así! Aunque no sé si conmigo.

Señalaba la mesa, que no tenía nada especial más que estaba limpia y con dos velas que me había dado por poner como adorno.

—Es que soy muy intuitivo. Trae eso que lo ponga en la nevera.

Me dio la botella; que era, en efecto, champán y no cava como había pensado; y las copas.

—¡Te ha quedado genial! ¡Yo quiero quedarme a vivir aquí!

Eso ya lo había dicho en una ocasión anterior.

—Supongo que no pretenderás decirme que «todo esto» lo has improvisado desde las once y diez —Comenté mientras metía botella y copas en el congelador.

—Sí. Bueno, no. En realidad lo he pensado cuando Jorge me ha dado la buena «noticia». Por eso me he sentido un poco decepcionada cuando me has dicho que no estabas.

—¿Y a qué hora ha sido eso?

—Sobre las siete.

—¡¿Y has esperado hasta las once para decírmelo?!

—Quería darte una sorpresa.

—¡Y vaya si me la has dado! Pero la próxima vez no «arriesgues» tanto. Podía no haber estado realmente.

—Bueno, pues me hubiese aguantado. Comprendo que no vas a estar siempre a mi disposición. Pero no quería ponerte sobre aviso.

—Está bien. El problema es que ahora no sé qué hacer contigo. Dónde «ponerte» vestida así.

—¿Que tal si pruebas a besarme?

La atraje hacia mí y la rodeé con los brazos para unir mi boca a la suya. Ella se apretó contra mí haciéndome sentir el calor de su cuerpo. Separó uno de mis brazos de su cuello y puso mi mano sobre uno de sus senos.

—¿No decías que perdías la cabeza si te tocaba? —Pregunté separando mi boca de la suya.

—La pierdo de todas formas en cuanto te veo. Y ya estoy cansada de hacerme pajas pensando en ti. Hoy quiero hacer el amor contigo.

—¿Antes, durante, o después del champán?

—Antes de que conozcas a Jorge, por aquello de las traiciones a los amigos. Desde luego, cuando tú me desees lo suficiente.

—Entonces sería ya mismo. Pero estas cosas me gusta hacerlas sin prisas. Además, ya te había dicho que sobre eso teníamos que hablar.

—¿Qué hay que hablar? Yo estoy loca por hacerlo contigo. Si tú también lo deseas está todo hablado.

—Casi todo. Anda, siéntate donde quieras mientras abro el champán.

Se fue directamente al dormitorio para sentarse en la cama con las piernas estiradas sobre ella y apoyando la espalda en las dos almohadas. Llevé hasta allí la botella y las copas. Quité el corcho y serví el espumoso líquido.

En ese momento sonó el teléfono. Por la hora sabía, sin mirar la pantalla siquiera, que era Pepa. No puedo quitarme de la cabeza que su costumbre de llamar a semejantes horas tiene, aparte del de hablar conmigo, otros propósitos. O es un atavismo adquirido de tiempos pasados.

Como no estoy dispuesto a tener secretos con Beatriz; si quiere aceptar las cosas como están que las acepte, si no, que se retire de la «escena»; cogí el aparato y hablé con ella sin ninguna cortapisa.

Todo se resolvió en que quiere que hoy vaya un poco antes; a la una menos cuarto; y en reñirme un poco por no haberla llamado yo a ella, puesto que sabía que tenía dinero porque me lo había dado ella el domingo.

—¿Quién es tu amiga que te llama con tanta frecuencia? —Preguntó Beatriz. Pepa ya había llamado en otra ocasión estando ella.

Le conté la historia de nuestra relación y el acuerdo «laboral» al que habíamos llegado últimamente.

—Desde luego, ella quiere algo más que el que le hagas la comida, cosa que no me extraña en absoluto. Pero, ¿estás seguro de que no era «ella» —Señalaba de nuevo la foto de Lola.

—Y tan seguro —Respondí.

—Qué más quisieras tú. ¿No?

—Pues no lo sé. Y ya te he dicho que no quiero tratar ese tema.

—Ya. Pero veo que sus fotos empiezan a proliferar a tu alrededor.

Es curioso: Pepa me acababa de llamar y había quedado con ella para el día siguiente, y Beatriz seguía viendo más «enemigo» en unas simples fotografías.

—La añoro. No puedo ni quiero evitarlo. Y eso ya lo sabías.

Presentía que nuestra noche de sexo se estaba empezando a estropear, pero me equivocaba.

—Perdona —Dijo ella—. Sé que no debo meterme en tu vida. Era mera curiosidad femenina. He venido a hacer el amor contigo y es lo que voy a hacer, porque estoy deseándolo.

"Ya veremos después quien sale triunfante en esta batalla". Fue lo que yo escuché sin que lo dijese.

Cogí las copas y dándole una dije:

—Quiero hacer un brindis. Y, puesto que no quieres hablar, será lo último que diga al respecto. Brindo porque pase lo que pase, salga como salga, no empañe nuestra amistad.

—Brindo por ello. Aunque de eso puedes estar seguro.

Bebimos tras hacer chocar las copas. Como la otra vez me la quitó de la mano y me atrajo sobre ella para besarme.

—Vas a arrugar tu precioso vestido —Dije entre beso y beso.

—Es cierto. ¿Por qué no me lo quitas?

Hice lo que me pedía mientras ella me despojaba a mí de la camisa. Bajo el vestido no había más que una pequeña braga blanca. Roce sus pezones con mis labios.

—Quítate el pantalón, por favor.

Tuve que levantarme para hacerlo. Aproveché para colocar su vestido, que se había quedado tirado en el suelo, sobre una silla. Me senté en el borde de la cama ofreciéndole la copa.

—¿Me permites ir a mi aire? —Pregunté—. Soy bastante «lento» para estas cosas.

—Tenemos todo el tiempo del mundo —Respondió.

Le acaricié suavemente los pechos, el vientre, los muslos, evitando deliberadamente su sexo. Sentí sus estremecimientos bajo mis caricias.

—¿Te gusto? —Preguntó mientras jugueteaba con el bello de mi pecho.

—Preguntar lo que se sabe es sólo pretender que le regalen a uno el oído. Pero no me importa hacerlo. Me gustas muchísimo.

—¿Te pongo cachondo?

No necesitó que la contestara, pues ella misma quiso comprobarlo llevando su mano hasta mi pene.

—¿Tú qué crees?

Sonrió y dijo:

—¿Todo eso me vas a meter?

—«Todo eso» no es ninguna cosa del otro mundo, no te creas.

Volvió a llevar su mano a mi entrepierna con gesto valorativo, para decir después:

—¡Pues a mí, al tacto, me parece magnífico! Ya veremos como «funciona».

Como este cuento no es de la serie de los «inmorales», dejo el resto a la imaginación del lector.

Eran las cinco de la madrugada cuando se vistió y se despidió " en consideración a que has quedado a la una menos cuarto y algo tendrás que dormir. Pero esto tenemos que repetirlo. Ha sido maravilloso ".

El nuevo aspecto de El Zulo había sido «inaugurado» con todos los honores.