Beatriz rompe con los tabúes

Una madre y su hijo sobreviven en un mundo con la raza humana casi extinta. Este relato autoconclusivo pertenece a la serie antológica "Madres sacrificadas"

Madres sacrificadas

Beatriz rompe con los tabúes

Se asustó cuando escuchó el inconfundible sonido de las ramas quebrarse. Sólo un animal grande sería capaz de hacerlo, y Bea estaba indefensa, ya que se encontraba bañándose en el arroyo, sin un arma a mano. Sin embargo, al darse vuelta a mirar, descubrió que se trataba de su hijo Tery.

— Hace mucho que no nos bañamos juntos —dijo el muchacho, quitándose las prendas, y metiéndose en el arroyo, totalmente empelotado.

Era cierto, hacía rato que no lo hacían, pero había un motivo para eso. Tery ya contaba con dieciocho años, y si bien todavía era sumamente inocente, empezaba a mostrar rasgos que a ella le resultaban muy difíciles de manejar. Si sólo esa maldita pandemia no se hubiera llevado a casi toda la población mundial, todo sería más fácil.

— Es que, como ya te dije varias veces, estás muy grande para bañarte conmigo —dijo Bea, viendo que el chico se acercaba nadando a ella—. Sólo por esta vez… Y no pienso ayudarte a hacerlo —agregó después, cediendo. Su flexibilidad se debía a que Tery había puesto una cara de tristeza que le destrozó el alma, y además, hacía mucho calor y el agua estaba deliciosa, por lo que aún no quería marcharse. Lo dejaría bañarse a la vez que lo hacía ella, pero nada más.

— La verdad es no entiendo qué tiene de malo bañarme contigo —dijo el chico. Fue hasta la orilla donde estaba el shampoo y el jabón. Se colocó el shampoo en el abundante pelo castaño, y fue nadando hasta donde se encontraba la cascada. Bea vio cómo el agua caía sobre él, a la vez que en su cabeza se formaba abundante espuma. Un rayo de sol atravesó la corriente de agua, formando un arcoíris frente al chico desnudo—. De todas formas solo estamos nosotros dos. Podemos hacer nuestras reglas. Nadie puede impedírnoslo —agregó, alzando la voz.

— Por eso —respondió ella—. Que ya no nos bañemos juntos, es una de nuestras reglas.

Salió del agua. Su cuerpo desnudo atrajo la mirada de Tery. Muchas veces le dijo que le sorprendía mucho el hecho de que fuera tan esbelta, pero que a la vez sus tetas y su trasero fueran tan grandes.

— Pero si vos no querés bañarte conmigo, y yo sí quiero. Estamos empatados. Deberíamos bañarnos juntos día por medio —esgrimió el chico.

— Nada de eso. Yo soy tu madre, y mi voto vale más que el tuyo.

— Qué tramposa —se quejó él, frotando el jabón en la axila, la cual ya contaba con un incipiente vello—. Creo que ya soy lo suficientemente grande como para que mis decisiones tengan el mismo peso que las tuyas.

— No funcionan así las cosas, querido.

— Madre…

— Qué.

— Sólo por esta vez. Por favor… —pidió el chico, que no conforme con que lo dejara bañarse en el mismo arroyo, mientras ella misma terminaba de hacerlo, ahora pretendía que lo ayudase en la tarea, cosa que había dejado de hacer hacía tiempo.

Bea se ablandó. Después de todo, qué culpa tenía el chico. Apenas había conocido el viejo mundo. Ese mundo lleno de mandatos sociales. Para él, bañarse con ella era uno de los rituales más  placenteros del mundo. Incluso más que cenar juntos, más que cantar bajo las luces de las estrellas, y más que salir a cazar.

Apenas contaba con tres años cuando la pandemia empezó a aniquilar a la humanidad y a otros tantos animales. Cuando contaba con cuatro años ya no tenían vecinos a varios kilómetros a la redonda. Y en cuestión de un par de meses más, ya resultaba imposible encontrar a otro ser humano. Ellos eran unos de los poquísimos que, por algún motivo, resultaban inmunes al virus. Deambularon durante casi dos años, buscando una civilización a la que pudieran unirse. Sin embargo, al no conseguirlo, Bea terminó por agotarse, y decidió asentarse con Tery en una pequeña ciudad que solía ser turística. En ese lugar había todavía mucha mercadería en los supermercados, y mejor aún, contaban con muchos alimentos congelados. También estaban muy cerca de la naturaleza, por lo que podían conseguir algún conejo, o algún carpincho, por lo que sus necesidades alimenticias estarían cubiertas por mucho tiempo. Lo único peligroso eran los pumas. Pero había pocos, y ellos contaban con una decena de perros, los cuales estaban entrenados y ya los habían defendido fieramente en varias ocasiones.

— Está bien, sólo por esta vez —cedió nuevamente Bea. Al fin y al cabo., Tery era literalmente todo en su vida. Le costaba horrores decirle que no.

Se puso bajo la misma cascada que su hijo. Este le entregó el jabón, y ella procedió a frotarlo en su espalda, para inmediatamente después enjuagarlo con la ayuda de la otra mano. Era un muchacho delgado, y esa delgadez se acentuaba debido a su gran estatura. Pero contaba con los músculos marcados, debido a que acostumbraba cargar cosas pesadas, y le encantaba corretear a los animales.

— Más abajo mami. Acordate que me enseñaste que siempre tengo que tener el trasero limpio.

— Eso ya lo podés hacer vos —dijo ella.

— Y dale con esas tonterías. ¿Qué diferencia hay entre limpiar una espalda a limpiar un trasero?

Bea dudó. La lógica del chico podría parecer acertada, pues alguien como él debería tener la inocencia de un niño, dada las características en las que había sido criado. Pero a ella no se le escapaba que en el nuevo mundo, todavía había vestigios del viejo mundo, y Tery podía haber sido infectado por ello. Si bien no había televisión ni internet, sí habían quedado revistas. Ella misma había saqueado los puestos de diarios, y las librerías, en busca de algo con lo que pudiera pasar el tiempo. Su casa estaba repleta de estos artículos. Había encontrado entre ellos, revistas pornográficas y libros de literatura erótica. Los había escondido de Tery, y ahora no estaba segura de si él había llegado a descubrir alguno de ellos. Cuando ya comenzó su pubertad, le había enseñado que había ciertas partes del cuerpo que eran íntimas, y que a esa edad ya no estaba bien que una madre hurgara en ellas, y viceversa. Pero quizás se había equivocado al enseñarle eso. Quizás lo mejor hubiera sido que continuaran viviendo como cuando él era niño, donde la desnudez era algo perfectamente natural. Ahora Tery podría estar confundido. Una de las razones por las que dejó de bañarse con él era porque en varias ocasiones, mientras se ayudaban a hacerlo, pasándose el jabón por todas partes, el chico había tenido una potente erección. El Pobre no tenía idea de a qué se debía. Pero ella lo tenía en claro. Ver el cuerpo de su madre desnudo lo erotizaba. Y no lo culpaba, después de todo, era la única mujer que conocía en el mundo.

Pero ahora Bea pensó que si se negaba a bañarlo, terminaría contribuyendo a que el chico sintiera curiosidad por eso que estaba prohibido. En ese momento decidió cambiar de estrategia. Iba a tomar cualquier contacto con Tery como algo perfectamente natural. Era cierto que en el viejo mundo resultaría sumamente extraño que un chico de esa edad se bañara junto a su madre. Pero el viejo mundo había quedado en el pasado.

Pasó el jabón en las nalgas del chico. Se enjabonó su propia mano y limpió su ano. Luego Tery dejó que el agua cayera en esa zona, para enjuagarse.

— Acá también —dijo el chico, dándose vuelta, señalando su verga.

Estaba fláccida, pero parecía algo hinchada. Bea envolvió el instrumento con la mano enjabonada. Corrió el prepucio para atrás, y lavó esa parte concienzudamente, pues ahí solía juntarse los restos de semen y orina.

— Sabes madre. El otro día descubrí algo raro.

— Qué —dijo ella, en alerta, ahora enjabonando los peludos testículos.

— Se me paró la verga de nuevo —soltó, como si nada—. Bueno, en realidad todos los días se me para —dijo Tery, con total naturalidad—. Pero esta vez me la empecé a masajear. Y me di cuenta de que se sentía muy bien. Así que lo hice un buen rato. Hasta que sentí una sensación increíble. Como una explosión ahí abajo. Pero muy rica. Y después… después salió algo parecido a la leche. Pero era mucho más espesa.

Bea notó que mientras el chico decía esto, la verga se le había puesto dura  como una roca. No tenía idea de que nunca había experimentado una eyaculación. Desde que descubrió sus erecciones había dado por sentado que ya se masturbaba a diario. Quizás la tardanza en descubrir ese aspecto de su sexualidad se debía al contexto en el que vivían. Bea no pudo evitar sentir pena por su hijo, quien estaba condenado a tener una vida sexual nula. Tampoco se le escapaba el hecho de que ella se encontraba en idéntica situación. Pero al menos Bea había experimentado las maravillas del sexo en su momento. Aunque, viéndolo de otra manera, eso no era necesariamente mejor. Pues al menos Tery no se veía obligado a anhelar ese tipo de momentos. Para él, todo era una novedad.

— Eso significa que ya sos un hombre —le dijo al fin, viendo la oportunidad de reforzar su postura—. Por eso ya no deberías bañarte conmigo. Esto… esta manera en que se empina tu verga… no debería suceder mientras estás con tu madre.

— Y dale con esas tonterías ¿Y con quién iba a sucederme entonces? —dijo el chico, con su lógica simple, pero difícil de rebatir—. Además, también descubrí que me pongo así cuando pienso en tu cuerpo desnudo, y sobre todo, en tus partes íntimas. Esas que ya no me dejás acariciar.

— Es que… somos madre e hijo. Esto… esto no debería estar pasando.

— El viejo mundo ya no existe madre. Y por cierto. Deja que te enjabone.

— No hace falta, yo ya me bañé.

Tery le arrebató el jabón de la mano, haciendo caso omiso a su negativa. No por primera vez, Bea se dio cuenta de la bestial fuerza que poseía su hijo.

— Vamos —dijo el chico, agarrándola de la muñeca, para atraerla hacia él—. Si vos misma me decías cuando era más chico, que era mejor que me bañaras vos, porque podías llegar a partes a las que sería difícil llegar yo mismo. En tu caso es lo mismo, ¿No?

— Pero yo no necesito tu ayuda. Yo se bañarme… ey Tery ¿No me escuchas? ¡Estoy diciendo que no!

Pero Tery ya estaba frotando el jabón con vehemencia sobre los enormes pechos de su madre. Bea intentó zafarse, pero él la aferraba con una fuerza impresionante. El hecho de que ella quisiera salir de ahí le resultaba divertido. A Bea no se le escapaba que el miembro de su hijo parecía ahora más tieso que antes. Era evidente que el contacto con sus pechos lo excitaba sobremanera. A ella le llamó la atención ese detalle. Por lo visto, la fascinación de los hombres por las tetas no era una cuestión meramente social, una costumbre. Había algo fisiológico detrás de eso, algo primitivo, algo animal, pues Tery no había tenido ocasión de contagiarse de los gustos básicos de los hombres del viejo mundo, y sin embargo ahí estaba, deleitándose con un par de tetas, a las que no podía dejar de acariciar, usando la excusa de que las estaba frotando con el jabón. Su ingenuidad era tal, que no se percataba de que su madre entendía a la perfección que lo que lo llevaba a tocarla de esa manera no eran cuestiones de higiene corporal, sino pura lujuria.

Sin embargo, Bea notó algo que la escandalizó aún más. Ella misma estaba disfrutando de los masajes.

— Vaya. Mira qué duros se pusieron tus pezones —dijo Tery. Lo cierto era que además, sus mamas se estaban hinchando.

— No digas esas cosas niño. Tú no entiendes —Balbuceó Bea.

De repente Tery, de un movimiento brusco, la hizo dar media vuelta. Bea perdió el equilibrio. No fue una caída fuerte, pero sus rodillas se clavaron en el piso de piedra, recibiendo todo el peso de su cuerpo.

— ¡Eres un bruto! —se quejó. Pero el chico no podría haberle hecho menos caso del que le hizo en ese momento. Aprovechando que ella quedó con el trasero en pompa, pasó el jabón en la raya del culo de Bea. Lo frotó con fruición, y se quedó en esa zona más tiempo del necesario.

— Ahora levanta un poco el culo, para que te caiga el agua en el agujero —le dijo Tery.

Bea se puso ahora en cuatro patas, fiel a su plan de actuar con la mayor naturalidad posible, y dejó que el chorro de agua se metiera en su pequeño orificio, y dejara el interior impecable. Ya estaba. Le había cumplido el capricho al niño, al igual que las madres de antaño les compraban a sus hijos el juguete que querían, gastando incluso más de lo que debían, solo para librarse de sus llantos y pataleos. Pero se prometió que a partir de ese momento sería más rígida con esas cosas. El chico debería entender que ahora no podían hacer eso.

Pero, para su sorpresa, la cosa no había llegado a su fin.

— Espera Madre —dijo Tery cuando ella se ponía de pie, lista para nadar hasta la orilla y ponerse su ropa.

— ¿Qué pasa? —preguntó, temerosa.

Tery agarró nuevamente de su muñeca, pero esta vez llevó la mano de Bea hasta su sexo rígido.

— Me acabo de dar cuenta de que, si tú me tocas, se siente incluso mejor que cuando yo mismo me acaricio —dijo.

Bea intentó alejar su mano de la verga de su hijo, pero resultaba imposible imponerse físicamente al muchacho. Ese había sido otro error de ella. Se había ceñido a las viejas costumbres, en las cuales el hombre era el proveedor de los alimentos, mientras que la mujer se quedaba en la casa, haciendo todo tipo de quehaceres. Por lo tanto, la tarea de caza recayó en él apenas había tenido la edad suficiente para hacerlo. Ella, al principio,  lo ayudaba, pero cuando se dio cuenta de que el chico era mucho más hábil, y que además, él mismo le pedía que lo dejara encargarse del asunto, Tery pasó a ser oficialmente el cazador de esa reducida familia. Gracias a sus excursiones a la intemperie, en las cuales se aventuraba a recorrer distancias mucho mayores de las que ella jamás se animaría, se convirtió en un muchacho sumamente ágil y fuerte. Era delgado, pero tenía un físico increíble.

Tery cerró su mano en la de ella, obligándola a su vez a que esta se cerrara en su verga. Luego hizo movimientos arriba abajo. Involuntariamente, Bea estaba masturbando a su hijo.

— Tery, espera. ¿Qué haces? Esto está mal —decía ella, ceñuda. No obstante, parecía estar sometida a la abominable fortaleza del chico.

— Ya deja de decir estupideces ¿Cómo puede estar mal esto, con lo bien que se siente?

Tery violó la mano de su madre por unos minutos. Hasta que su verga eyectó un potentísimo semen que enseguida fue llevado por la corriente de agua.

— Eso estuvo increíble. Deberíamos repetirlo cada vez que nos bañemos

— Pero ya te dije que no habría más baños —aclaró Bea. El chico no respondió. Se limitó a observarla con incredulidad.

A la noche, se encontraron en el pequeño hotel que habían convertido en su hogar. Tery había cazado un enorme carpincho, y hasta lo había cocinado mientras Bea usaba concienzudamente los productos de limpieza para dejar impecable la casa. Pensó en reiterarle al chico que no insistiera con eso de bañarse juntos, y mucho menos con eso de obligarla a masturbarlo. Pero si insistía, era probable que el muchacho se encaprichara aún más con ese asunto. Decidió entonces que evitaría por todos los medios caer en la misma trampa en la que había caído esa tarde. No volvería a decirle en qué momento iría a bañarse. Era importante no agrandar el asunto, porque lo único que conseguiría sería que él se empecinara aún más en lograr su cometido.

Se fue a dormir a su habitación. Tery tenía la costumbre de dormir en diferentes alcobas cada noche. Esa en particular, había escogido una que quedaba en la otra punta del hotel. De alguna manera, ese detalle la alivió.

A Bea se le dificultó conciliar el sueño. Se había quedado pensando en su hijo. Si bien ya había tomado una decisión con respecto a su actitud, quedaba pendiente meditar sobre sus propios impulsos. Después de todo, ella no era de madera. Cuando vio la hermosa verga del chico, totalmente erecta en su honor, por un momento se olvidó de quién era su portador. Después de mucho tiempo, deseó con todas sus fuerzas encontrarse con otras personas.

Después de que decidieran asentarse ahí, la idea de pertenecer a una comunidad se había desvanecido de la cabeza de Bea. La verdad era que temía la manera en que dichas comunidades evolucionarían. Lo más probable era que, si existían, serían algo parecido a los supervivientes de The Walking dead , y cuando pensaba en esto no tenía en mente a los protagonistas precisamente, sino a los villanos, y a todos los personajes que fueron perdiendo sus rasgos humanos a lo largo de la serie. O quizás lo mejor era compararlos con la película La purga . En efecto, si alguno quisiera matar o robar, dudaba de que alguien lo sancionara. ¿Y si alguien quería violarla? La idea la aterraba. Por eso dejó de pensar en encontrarse con otras personas. Mientras su hijo estuviera a salvo, con eso le bastaba. Pero ahora nuevamente extrañaba a la humanidad, o más precisamente, extrañaba un buen polvo. Había pasado tantos años saciando su necesidad a pura masturbación, que casi había olvidado lo que se sentía que otra persona la tocara. Lo que había dicho Tery era cierto. La sensación de acariciarse uno mismo las partes íntimas, no tenía punto de comparación con ser acariciado por otra persona. ¿Cómo se sentiría eso? Apenas lo recordaba, como si fuera un sueño borroso. Se sorprendió al darse cuenta de que, si se veía rodeada de un grupo de hombres salvajes, dejaría que hicieran con ella lo que quisieran, e incluso era muy probable que lo disfrutara. La idea de ser violada grupalmente ya no le parecía tan aterradora.

Durmió al fin. Pero en un momento se despertó. No entendía por qué lo había hecho. No sentía ganas de orinar, ni tenía sed. A juzgar por los sonidos que le traía la noche, parecía que apenas habían pasado un par de horas desde que había dormido. Con lo que le había costado conciliar el sueño ¿Por qué se había despertado?

De repente sintió un leve movimiento en la cama. Claro, de eso se trataba. Tery había ido a dormir junto a ella. Por lo visto, lo de la tarde había traído los recuerdos más tiernos del chico. Si desde hacía años que no se bañaban juntos, prácticamente no recordaba cuándo había sido la última vez que habían dormido en la misma cama. ¿A sus nueve años quizás?

Pero hubo algo que llamaba la atención incluso más que el hecho de que su niño yaciera junto a ella. Tery no emitía sonido alguno, más allá del débil sonido de su respiración. Bea pensó que era muy probable que el chico estuviera también despierto.

En efecto, su sospecha no tardó en confirmarse. Tery se arrimó a ella. Al principio pareció que pretendía abrazarla, como hacía antaño, cuando era más pequeño, antes de caer en un profundo sueño. Sin embargo, una vez que sus brazos encontraron el cuerpo de su madre, las manos no tardaron en deslizarse hacia las tetas, para empezar a estrujarlas. Lo hacía despacio, pues era evidente que pensaba que ella seguía dormida, y no quería despertarla, sino disfrutar de su cuerpo sin que ella se diera cuenta.

Confundida y culposa, Bea lo dejó hacer. El hecho de que el niño apareciera justo cuando ella estaba añorando los días en donde el sexo formaba parte de su vida cotidiana, no contribuyó a lo que sucedía. Sus pechos, al igual que había sucedido cuando el chico los frotó con el jabón, empezaban a acusar recibo de los estímulos que recibía. Para su consternación, también sintió su entrepierna húmeda y acalorada.

Tenía pensado dejarlo jugar un rato con sus mamas. Después de todo, él pensaría que lo había podido hacer solo porque ella se encontraba dormida, es decir, no había manera de que pensase que Bea se lo había permitido. Sin embargo, el chico se estaba entusiasmando demasiado con el manoseo, y ahora sus caricias ya no eran sutiles como al principio, Sus manos se restregaban con vehemencia en los pechos de su madre, y para colmo, se había arrimado a ella lo suficiente como para hacerle sentir, una vez más, su potente erección.

— ¡Tery! —exclamó ella, fingiendo que acababa de despertarse—. ¡Qué haces! ¡Vete a tu cuarto!

Pero él hizo caso omiso a sus palabras, aferrándose con violencia al cimbreante cuerpo de Bea.

— ¿Por qué hay cosas que se sienten tan bien, madre? —preguntó el chico, mientras inesperadamente, desgarraba el camisón de Bea para dejar liberadas ambas tetas—. ¿Y por qué demonios no podemos disfrutar de esas cosas? ¡Es ridículo! —exclamó. Por primera vez, en su tono de voz había una profunda indignación.

— Porque…. —balbuceó Bea, mientras forcejeaba en vano con él—. Porque somos madre e hijo. Son reglas. Ya te lo expliqué. La moral, la ética… ¡por favor, suéltame!

— Al diablo con las reglas. ¡Son reglas del viejo mundo! —vociferó Tery. Agarró a su madre de ambas muñecas, pues seguía intentando liberarse. E intuyendo que las dos grandes y hermosas tetas se bamboleaban frente a él, arrimó sus labios y las besó—. ¿Por qué me gusta tanto besar tus tetas? ¿Y por qué mi verga se siente atraído por tu vagina, como si fuera un imán?

Bea sintió el miembro viril del chico, frotándose con vehemencia en su pelvis. Era evidente que no tenía idea de cómo se mantenían las relaciones sexuales, pero tal como él mismo acababa de explicar, su pene sentía una atracción natural hacia la entrepierna de ella.

Fue en ese momento en el que Bea se dio cuenta de que su esfuerzo era en vano. No sólo no podría luchar contra el empecinamiento del chico, quien, si no la poseía esa misma noche, lo haría tarde o temprano, sino que también le resultaba imposible seguir fingiendo que ella no tenía sus necesidades.

— Escúchame —dijo ella, jadeante—. Si te dejo hacerlo. Me tienes que prometer que no vas a volver a intentarlo recién hasta dentro de una semana. Sólo podrás venir a dormir aquí los viernes. Los demás días serás mi hijo. Los viernes por la noche, serás mi hombre.

Tery había dejado abundante saliva en los pezones de su madre. Dejó de disfrutarlos por un instante.

— ¿Qué quiere decir eso de que seré tu hombre?

— Que podrás hacerme esto y mucho más.

— ¿Mucho más?

— Ya déjame las manos libres. Voy a enseñarte algo.

El chico así lo hizo. Entonces Bea agarró la verga, y de un movimiento, la hizo apuntar a su blanco.

— Empuja —dijo Bea. Tery hizo un movimiento pélvico y la penetró.

— ¡Vaya, se siente húmedo, y apretado! —exclamó el chico, alarmado—. ¿No estarás herida? ¿No te duele que te clave de esta manera?

— No estoy sangrando niño. Lo que sientes son mis flujos. Estoy empapada. Métemela más por favor. No pares. Pero recuerda, mañana me obedecerás como siempre, o no volverás a visitarme por la noche.

— Maldición madre ¿Cómo es que no hicimos esto antes? —le recriminaba el chico, mientras se movía con mayor habilidad de la que ella hubiera imaginado, sobre su sensual cuerpo—. Mi verga se siente demasiado bien cuando te penetro. No quiero estar en ningún otro lado que no sea aquí, en tu interior.

— Hazlo despacio —advirtió Bea, que ya empezaba a gozar, como hacía muchos años no lo hacía—. Empuja suave. Ya te diré yo cuando quiera que me folles con más fuerza.

— ¿Tú también lo disfrutas madre? ¿Cómo te sientes? —preguntó con curiosidad Tery—. Así que esto se llama follar. Bien guardado te lo tenías madre. ¿Está bien que te chupe las tetas mientras te follo?

— Sí, chúpamela. Pero no dejes de metérmela —dijo Bea, casi rogando. Y después la culpa la instó a aclarar—. Me lo tenía guardado porque esto está mal. De verdad Tery, esto está muy muy mal. Una madre no debería dejarse coger por su hijo. Si alguna vez nos encontramos a otras personas, no podrás decírselos. O pensarán que estamos locos.

— Ya cállate madre. Deja de decir tonterías. Estoy seguro de que somos los únicos que no disfrutamos de esto de antes. Maldición, eres muy estricta. Esto es el paraíso. ¿Se siente bien madre? ¿Se siente bien mi verga adentro tuyo? ¿Ya puedo metértela con más fuerza?

— Se siente muy bien hijo. Y sí, ve aumentando la potencia de a poco. Anda.

Tery la agarró de las tetas y empezó a embestirla con una fuerza bestial.

— Ya lo entiendo. Esto es lo mismo que hacen nuestros perros ¿Cierto? —dijo de repente el chico, recordando a sus mascotas apareándose—. Vaya, después de todo, somos animales iguales a ellos. ¿Debería oler tu trasero  antes de hacer estas cosas? —preguntó, ya que los animales tenían la costumbre de hacer eso.

— Ya aprenderás a hacer ciertas cosas antes de follar. Pero ahora no dejes de hacerlo —explicó Bea. Las palabras le salían entrecortadas por la agitación a la que la sometía Tery. y después, cuando recordó algo, agregó—: Por cierto. No se te ocurra acabar adentro mío.

— ¿Acabar? —preguntó él, confundido.

— Cuando sientas que vas a largar la leche, no lo hagas adentro. Eso puede enfermarme. Puedes lanzarla en cualquier parte de mi cuerpo, pero no adentro.

— Vaya madre, no me imaginaba que fueras así de sucia.

— Cállate y fóllame.

Sin embargo, la eyaculación tardó sus buenos minutos. Como consecuencia, fue la propia Bea la que llegó primero al clímax. Tery se vio asombrado cuando su madre se abrazó a él, con los músculos tensionados, pidiéndole que la embistiera con más fuerza todavía. Y más se sorprendió por el grito salvaje que largó cuando acabó. Quedó casi inconsciente debido a la intensidad de su placer, mientras el muchacho seguía dándole con toda la fuerza de su juventud.

— Espera —dijo ella, jadeante, cuando Tery le avisó que ya iba a acabar—. No quiero que manches las sábanas.

Entonces Bea encendió la lámpara, para que el chico pudiese ver bien a dónde iba a largar su semilla.

— Puedes hacerlo acá —dijo, señalando sus bamboleantes tetas—. O Aquí en mi rostro.

— Muy bien madre. Ya no puedo contenerme. Quería follarte toda la noche, pero ya necesito largarlo —dijo Tery, como excusándose, a pesar de que había estado más de veinte minutos metiendo y sacando su preciosa verga, haciéndola gozar como nunca creyó que volvería a hacerlo.

Tery sacó su venuda verga. Parecía indeciso, hasta que finalmente se decantó por los pechos. Bea casi había olvidado lo que era una eyaculación masculina, pero estaba segura de que esta había sido increíblemente abundante. Tery largó un grito que tardó mucho en apagarse, mientras varios chorros de tibio semen se eyectaban de su miembro viril, e iban a caer en las enormes tetas de su madre.

Recordando lo sensibles que eran los hombres a lo visual, y quizás en agradecimiento al excelente desempeño de su niño, Bea agarró uno de esas enormes tetas y se la llevó a los labios, para succionar y tragar el semen que había adherido en ella.

— ¿Está rico madre? —preguntó Tery, fascinado ante lo que veía.

— Delicioso —respondió ella.

Esa noche durmieron juntos, abrazados, totalmente desnudos. En medio de la madrugada Terry se despertó, y se la folló varias veces. Ya hablaría con él al respecto. No podía tomarla así como así, mientras ella dormía. Pero por esta vez se lo permitió, porque se sentía demasiado rico despertarse en medio de un plácido sueño, sintiendo la verga del chico adentro suyo.

— Muy bien. A partir de mañana estarás a prueba. Si te comportas bien durante una semana, volveremos a hacerlo —dijo Bea.

Tery no dijo nada, sólo se durmió, totalmente agotado.

Al otro día, se despertaron muchas horas después del amanecer. El chico se sorprendió por lo increíblemente agotador que Había resultado follar. Sentía sus piernas cansadas, y le había costado mucho trabajo levantarse de la cama. Pero aun así, la cosa valía la pena, de eso no tenía dudas.

En los próximos seis días aprendió el significado del término tensión sexual . No había momento que compartiera con Bea en el que no recordara la noche de lujuria que habían pasado juntos, y que no sintiera el fervoroso deseos de repetirla. Su verga se empinaba con mucha mayor frecuencia que de costumbre. Bea notaba, divertida y temerosa en partes iguales, la creciente excitación del muchacho. Para ayudarlo a aguantar, hizo lo posible por no pasar más tiempo del necesario junto a él. Tery, por su parte, hacía excursiones mucho más largas que de costumbre, para, de esa manera, lograr el autocontrol que tanto le costaba alcanzar. No fueron pocas las veces que se cuestionó el hecho de tener que esperar una semana para volver a follarse a su madre. Esa mujer inventaba todo tipo de reglas tontas. ¿Para qué esperar tanto? Sin embargo, sabía que así como Bea era de naturaleza indulgente, cuando se enfadaba, tardaba mucho tiempo en olvidar. Si la tomaba por la fuerza, quizás no le permitiría volver a poseerla. Aunque por otra parte, se sabía mucho más fuerte que ella, por lo que le resultaba sumamente tentador dominarla haciendo uso de esa fuerza. Si ella luego se negara, simplemente la poseería de nuevo y asunto acabado. No obstante, soportó estoicamente esos seis días.

Cuando llegó la noche prometida, Bea no hizo ningún comentario al respecto. Cenaron arroz hervido con algunas verduras. Ella apenas probó bocado.

— Bueno. Me voy a dormir —comentó, poniéndose de pie.

Tery quedó asombrado por su aparente olvido. Había notado que se había puesto más linda que de costumbre, con esas prendas tan apretadas, que le recordaban al chico lo hermoso que era el cuerpo de su madre desnudo. Se trataba de una calza negra, y una remera del mismo color, que parecían más bien una segunda capa de piel. El pelo castaño oscuro estaba suelto, y se sentía el agradable perfume del shampoo que había usado, como así también de su cuerpo se desprendía un perfume muy rico. A pesar de la vida primitiva que tenían, Bea se había conservado increíblemente bien, gracias en parte al hecho de que Tery hacía las tareas más pesadas. Usaba todo tipo de cremas para evitar que su piel se dañara al estar mucho tiempo a la intemperie, y evitaba por todos los medios lastimarse.

— Pero mamá, hoy es la noche en la que puedo follarte —le recordó él.

— Estoy muy cansada Tery —respondió ella, aunque no se veía en absoluto agotada—. Quizás mañana —agregó después, con una sonrisa perversa en los labios.

Tery quedó sin habla debido a lo descarada que estaba siendo su madre. Estaba indignado. ¿Cómo se atrevía a jugarle así de sucio, después de que él hubiera soportado todos esos días sin cogerla? Se fue a su cuarto, rabioso. Estuvo unos minutos caminando de aquí para allá, tratando de decidir si realmente valía la pena esperar hasta el otro día. Esta vez ni siquiera se lo había prometido. Sólo le había dicho que quizás lo harían mañana. Decidido, fue a la habitación de Bea.

Entró a la alcoba sin tacar la puerta siquiera. Las luces estaban encendidas. Bea se encontraba boca abajo, con la pierna derecha flexionada. Vestía apenas una tanga blanca. Tery notó dos cosas que en realidad le llamaban la atención desde hacía tiempo. Primero, le parecía fascinante el hecho de que esa diminuta prenda le resultara incluso más erotizante que verla completamente desnuda. Eso era muy extraño. Su madre no solía usar ese tipo de bragas. Era muy pequeña, y cubría apenas sus partes íntimas. A Tery le daban muchas ganas de despojarla de ella. Otra cosa que le fascinaba era el redondo y carnoso culo de su madre. No alcanzaba a entender cómo era que una parte del cuerpo como esa lo atraía hasta límites enfermizos.  Después de todo, esas pompas estaban hechas para sentarse. Y como si eso fuera poco, también estaba esa raya que separaba ambas nalgas, y luego ese agujero negro. Se suponía que por ahí se cagaba, sin embargo a Tery le encantaba meter su mano ahí, como lo había hecho la última vez que se bañaron juntos.

Se dio cuenta de que su mamá no estaba dormida, pues esa pose, aunque estática, se notaba artificial. Era como si quisiera que él la viera de esa manera. El chico se subió a la cama, y le dio un beso en las nalgas. Ahora se daba cuenta de que el placer de la penetración podía ser acompañado por esos otros placeres de los que disfrutaba tanto: besos, caricias, lamidas.

Finalmente Bea se dio media vuelta. Sus enormes tetas con areolas morenas aparecieron, bamboleantes, frente a la mirada fascinada del chico. En su mano tenía un pequeño paquete, el cual abrió con los dientes, sacando de ahí un extraño objeto que parecía de goma.

— A partir de ahora, cuando me folles, usarás esto —dijo—. De esa manera, podrás acabar estando adentro si quieres.

— ¿Qué es eso, madre? —preguntó Tery.

— Se llama preservativo —dijo ella, quien había hecho una pequeña excursión a la farmacia para hacerse de todos los profilácticos que pudo—. Acércate, te mostraré cómo se coloca, para que la próxima vez lo puedas hacer tú mismo.

Tery tenía la verga dura inyectada en sangre. Bea colocó el preservativo en la cabeza y lo fue desenrollando, hasta que cubrió todo el tronco. Luego se colocó en la misma pose que estaba cuando entró al cuarto. Boca abajo, con las piernas separadas, una de ellas flexionada.

— Prueba de metérmela en esta posición. A los hombres solía gustarles hacérmelo de esta manera —dijo Bea.

El enorme trasero de su madre le dificultó en principio ponerse en una posición cómoda como para penetrarle la raja de su sexo. Sin embargo, el hecho de que su verga fuera considerablemente larga, le permitió alcanzar su objetivo.

— Recuerda, primero despacito. Luego, de a poco, fuerte.

Tery hundió su miembro en ella, quien gimió al sentirse penetrada por ese instrumento tan duro.

— Sabes madre —dijo Tery, mientras se la metía y sacaba muy despacio.

— Qué —preguntó ella, jadeante.

— No he largado leche en toda la semana. Quería guardarla toda para ti.

— Buen chico. Ya verás que tu orgasmo será muy intenso gracias a todo el semen que guardaste. Mira, puedes agarrarme de las caderas, así te resultará más fácil follarme —le enseñó ella.

Tery le hizo caso. La agarró de las caderas y ahora le resultó mucho más fácil hacer los movimientos pélvicos con los que hundía su verga en ella.

— Dame una nalgada —pidió ella.

— ¿Qué? —preguntó él, confundido.

— ¿Recuerdas cuando te portabas mal y te ponía en mi regazo para azotarte el trasero?

— Claro que me acuerdo, madre —respondió Tery, sin dejar de penetrarla.

— Pues hazlo. Sólo una vez. Dame una palmada en el culo. Anda.

Al chico le pareció gracioso, pero también muy tentador. El pomposo orto de su madre estaba un poco levantado, como dispuesto a recibir el castigo de su hijo. Tery abrió su mano, y azotó el culo con la palma, con un movimiento de látigo. Bea largó un grito de dolor.

— Lo siento, creo que me excedí —dijo él.

— No importa. El dolor es buen compañero del placer, siempre y cuando no sea un dolor desmedido, claro —explicó ella.

— Vaya, no lo sabía —comentó él, para luego largar otro latigazo en el culo de Bea.

Ella se sorprendía de la resistencia del chico. Al igual que la primera vez que la había poseído, los minutos pasaban y pasaban, y la verga no daba señales de que fuera a ablandarse. Quizás era por la manera en la que vivían a partir de la pandemia, o más bien, a partir de que se habían asentado en esa ciudad. No andaban a las apuradas como antaño. No había estrés. El chico, y más aún, el cuerpo del chico, entendía que no había apuro por llegar al clímax. Lo mejor era disfrutar la experiencia lo más que pudiera.

Bea gemía con la cara hundida en la almohada, ante cada arremetida de Tery. Si cogía así después de haberlo hecho un par de veces, no se imaginaba lo que sería en la cama cuando adquiriera experiencia.

— Espera, déjame cambiar de posición —dijo ella.

Giró, para quedar ahora boca arriba. Levantó las piernas, mostrando una flexibilidad increíble. Agarró sus propios talones, para mantenerse en esa postura. Tery vio asombrado a su madre doblada en dos, con el sexo completamente expuesto.

— Ahora fóllame con todas tus fuerzas.

Lo que siguió pareció casi una salvaje lucha. Una lucha en la que Tery era el único que atacaba, y Bea era la más feliz de los derrotados. Sus cuerpos parecían uno solo. El chico hizo uso de toda la fuerza du sus muslos. La verga se hundió una y otra vez, hasta que los testículos impactaban en Bea.

— Eso es. ¡Hoy eres mi hombre! ¡Hoy eres mi macho! —rugía ella, cada vez que podía pronunciar palabra, pues la montada de su hijo era tan brutal, que apenas le daba respiro para articular alguna frase. Una vez más, fue ella la primera en acabar, comprobando de esa manera que Tery, con toda su inexperiencia, era el amante más eficiente que había tenido en su vida. Mucho más que su propio padre, sin dudas.

— Ya voy a estallar —advirtió él, agitado.

— Muy bien, suelta toda tu leche mi niño —le pidió ella.

Tery la abrazó. Su cara se hundió en la almohada, quedando pegada a la de ella. A pesar de eso, el grito que vociferó fue tremendo, digno de un animal de la jungla. Sintió cómo el semen salía eyectado con una potencia impresionante, pero sobre todo, en una cantidad que no había imaginado. Era casi como si estuviera meando.

Cuando terminó, se sintió increíblemente agotado. Quedaron los dos abrazados, con la respiración entrecortada, mientras la verga se iba ablandando lentamente.

— Eso estuvo increíble —dijo Bea.

— Lo mismo digo. Ya ves que no hay motivos para no hacerlo todos los días —aprovechó Tery para intentar hacerla cambiar de parecer.

— No digas eso. Con una vez por semana debe bastarnos. Si no…

— Si no ¿Qué? —preguntó él, dándole un tierno beso en la mejilla.

— Te necesito como hombre, pero también te necesito como hijo —explicó ella.

— Me tendrás siempre como ambos —prometió él.

Quedaron varios minutos así, él adentro de ella, acariciándose con ternura, susurrándose al oído. Ella, por primera vez, le mostró lo que era un beso con lengua. Lo miraba con culpa, pues aún consideraba que lo que estaba haciendo estaba mal.

— No podemos hacerlo de nuevo con el mismo preservativo —dijo ella, cuando sintió que la verga empezaba a hincharse de nuevo—. Anda, salte, te ayudaré a quitártelo.

Bea agarró de la base del preservativo, y se lo quitó con mucho cuidado.

— Ven, vamos a darnos una ducha —le dijo.

No solían usar los baños del hotel en épocas de calor, pues era una estupidez hacerlo pudiendo bañarse en los hermosos arroyos que había por doquier, pero en ese momento era lo más práctico.

Dejaron que el agua tibia cayera sobre sus cuerpos desnudos. Se limpiaron mutuamente los genitales, y aprovecharon para acariciarse cada rincón de sus cuerpos.

— Sabes —dijo él, rompiendo el agradable silencio que había—. Lo de ese preservativo está muy bien. No quiero que te enfermes por mi culpa. Pero la verdad es que no se siente tan rico como la primera vez, cuando no lo utilicé —mientras hablaba, pasaba la esponja con jabón por los muslos de Bea—. ¿Qué te parece si me lo pongo justo antes de acabar?

— Es muy arriesgado —explicó ella—. Al estar tan excitados, es posible que en ese momento no atinemos a separarnos. Y de todas formas, antes de que acabes, ya empiezas a largar presemen, cosa que si bien es menos riesgoso que el semen, no deja de ser un peligro —agregó. La idea de quedar embarazada de su propio hijo era algo que le generaba terribles contradicciones. Por un lado, era algo que en el viejo mundo se consideraba aberrante; pero por otro, todo indicaba que era la única manera en que podrían dejar descendencia. ¿Qué pasaba si realmente eran los únicos supervivientes en el mundo? No podían permitir que la raza humana se extinguiera.

— Vaya ¿Entonces estamos condenados a usar ese maldito plástico?

— No te preocupes. Si lo que te inquieta es que piensas que ya no volverás a sentir el mismo placer, ahora mismo te voy a enseñar algo que te hará cambiar de opinión. Vamos, sequémonos y volvamos a la cama.

Así lo hicieron, con los cuerpos húmedos, y con los sexos ardientes, como si aún no hubieran saciado ni un poco de la calentura que llevaban adentro.

— Ponte ahí —le dijo Bea, indicándole que se recostara boca arriba.

Ella fue a por la verga que estaba increíblemente tiesa, y empezó a masturbarla.

— Eso se siente muy bien madre. Pero no es tan rico como lo otro —dijo el chico.

— Silencio. Esto recién empieza —contestó ella, con una sonrisa pícara que Tery muy pocas veces le había visto.

El chico vio, estupefacto, cómo su madre largaba abundante saliva de su boca, haciendo que toda ella cayera sobre su glande, para luego deslizarse lentamente por el tronco.

— Pero mamá ¿Qué haces? —exclamó, ya que no le veía el sentido a lo que Bea hacía, pues esa saliva no le generaba ningún placer.

Pero ella, sin responder, con la mirada traviesa de sus ojos, escupió otra vez, con la misma abundancia que la primera vez. Después ocurrió algo que asombró aún más al chico. Bea arrimó sus labios, y los arrimó al glande. Acto seguido, abrió la boca, y de ella salió, veloz, la lengua, para frotarse en la cabeza. Se detuvo a mirar la expresión de su hijo, quien apretó los dientes, y largó aire por la nariz. Repitió la acción, aunque ahora, antes de llegar al glande, deslizó su lengua viciosa por todo lo largo del tronco.

— Maldición mamá. No tenía idea de que eras capaz de hacer cosas tan cochinas como esta —dijo Tery, con tono acusador.

— ¿Quieres que pare? —preguntó ella, maliciosa.

— Claro que no. No quiero que pares nunca.

Bea jugó con él. Saboreando la verga, mirando su expresión de placer, y haciéndolo esperar unos segundos para que le rogara que volviera a hacerlo. Escupió más saliva sobre la verga, y luego se la metió en la boca.

— ¿Ves? Esto se llama hacer un pete. O chupar una polla. O hacer una mamada. Dile como quieras, pero es lo que más le gustaba que le hicieran a los hombres del viejo mundo —explicó la mujer, para luego llevarse la verga de su hijo nuevamente a la boca.

— Ya veo por qué —dijo el chico, entre jadeos—. Ralamente se siente increíble. Además, el hecho de ver cómo te lo metes a la boca, me da una sensación de no sé qué —dijo Tery, acariciando la cabeza de Bea con ternura.

— Eso se llama morbo —dijo ella, interrumpiendo otra vez su mamada, para enseguida continuarla.

También lamió las bolas del chico. Si bien eso no le parecía tan intenso como lo otro, sí que sentía una cosquilleo extremadamente agradable. Le resultaba fascínate ver el hermoso rostro de su amada madre devorando su pija. Y por supuesto, el contacto de la lengua de la mujer en sus partes íntimas, le generaba un placer que jamás alcanzó a imaginar que existía siquiera.

— Anda niño, dame tu leche —le pidió, abriendo la boca, y moviendo la lengüita, ansiosa por recibir el semen.

Tery se masturbó frente a ella. Largó, otra vez, un montón de semen. No todo cayó adentro, cosa que le gustó, pues la cara de su madre manchada con su leche, tenía un aspecto muy sensual.

— ¿Hay más cosas que tienes para enseñarme? —preguntó Tery, cuando ambos estaban exhaustos, a punto de dormir.

— Claro, ya te voy a ir enseñando algunas cosas más —dijo Bea, preguntándose si algún día se animaría a dejar que el chico le practicara sexo anal.

Al día siguiente, no se sorprendió cuando su hijo entró en su habitación durante la noche.

— Dijimos que lo íbamos a hacer sólo una vez por semana —dijo ella, consciente de que en realidad esa había sido una decisión unilateral inventada por ella misma.

El chico se abalanzó sobre su madre. Ella resistió apenas unos segundos. No era rival para la increíble fuerza de Tery. Sabía que a partir de ahí perdería toda autoridad. Estaría condenada a ser la sirvienta sexual de su hijo. Pero por otra parte, la idea en realidad no era desagradable.

— A partir de ahora voy a ser el hombre de la casa —dijo Tery, mientras le clavaba su lanza—. Tanto de noche, como de día. Todos los días, seré el hombre de la casa.

Ella no dijo nada. No tenía fuerzas para negarse, ni tampoco quería aceptarlo. Simplemente se quedó en silencio, con las piernas abiertas, mientras su hijo la violaba. No pasaron más de diez segundos, cuando empezó a gemir de placer.

Fin

Les comento que en mi cuenta de Patreon ya se encuentra disponible el primer capítulo de mi nueva serie "Todos se cogen a mamá", por ahora sólo disponible para quienes quieran apoyarme con una suscripción. Pueden encontrar el enlace de mi Patreon en mi perfil. En esta página empezaré a subir dicha serie el mes próximo, y saldrá de manera quincenal.