Beatriz, Juan, y yo

Un juego libre de convivencia que en un momento,se complica.

Beatriz, Juan, y Yo

Aquél día en el que Juan me llevó a vivir con su mujer y él, yo no imaginé que las vueltas de la vida llevarían todo hacia un desenlace tan inesperado; debo aclarar que yo era en ese entonces el mejor y el más fiel amigo de Juan.

De hecho hoy lo sigo siendo pese al breve distanciamiento que hubo.

Desconozco si el que Juan me haya invitado a compartir mi vida con él y con Beatriz, produjo algún tipo de rispidez entre ellos, pero si fue así, tanto él como Beatriz supieron disimularlo.

Yo siempre intenté respetar la intimidad de la pareja que ellos formaban.

Beatriz era una mujer muy bonita y agradable. Hacia mí, tenía una conducta atenta y cordial, pero  siempre mantenía hacia mí una cierta distancia; mi vínculo era en realidad con Juan, pero igual nos llevábamos bien porque yo solía respetar el lugar de ellos y ellos el mío hasta el día ese en que Juan, no sé muy bien porqué, dando un grito y un portazo, se fue de la casa.

Supuse que se habían peleado por algo grave, - esas son cosas que suelen suceder-.

En algún momento llegué a pensar que tal vez era mi presencia la que había alterado el vínculo entre ambos, como si me llegada hubiese roto algún tipo de equilibrio pese a que yo nunca jamás, me interpuse entre ellos;  como ya lo dije al comienzo, mi relación era con Juan.

Por otro lado, nunca me gusto meter mis narices en chanchullos ajenos; especialmente cuando no me invitan a hacerlo.

Sin embargo, lo notable es, que desde la partida de Juan, mi relación con Beatriz cambio notablemente y para mejor.

Comenzamos a compartir más momentos juntos y a llevar a cabo algunos jueguitos inocentes pero que poco a poco con el correr del tiempo y a medida que ella entraba en confianza, fueron subiendo de tono. Si tuviera que describir el inicio de todo, diría que eso sucedió una noche hace algunos días estando ella conmigo, sobre el sofá de la sala de estar.

Su mano en un momento dado comenzó a acariciarme, y si bien ese gesto por parte de ella me sorprendió -puesto que no me lo esperaba-, comencé a relajarme y no opuse resistencia alguna; dejé que las cosas fluyesen.

Pero de pronto, su suave e inocente mano dejó atrás todo recato cuando comenzó a acercarse a mi entrepierna y comenzó a acariciar mi pene. Al principio me incomodó un poco y no supe bien qué hacer.

Pero el tema es que a medida que se me iba endureciendo cada vez más y más, ella se iba entusiasmando, -algo que se le notaba por la forma de respirar y por los olores que comencé a percibir-.

Hay algo que conocemos muy bien por la expresión “instinto animal”, y ese instinto prevaleció en mi porque cuando el deseo prima sobre la razón, la vista se nubla y uno se deja llevar por ese irrefrenable torrente  de pasiones que suele tumbar las murallas de la represión.

Fue a partir de esa noche que ella se convirtió en mi ama y yo en su esclavo.

Lo que más le gustó a Beatriz, fue masturbarme y que yo le corresponda lamiéndole toda la vagina, algo que le generaba  intensos y sabrosos fluidos dignos de ser saboreados; también le gustaba mucho cuando yo jugaba con mi lengua en su culo.

Nuestra rutina comenzaba siempre de ese modo hasta que llegaba el esperado momento de la penetración, que tanto para ella como para mí, era como tocar el cielo con las manos.

Beatriz era insaciable…mis constantes embates le provocaban una seguidilla de orgasmos, uno tras otro, uno tras otro.

Ella hoy se fue a trabajar y yo, me quedé en casa un tanto ansioso, esperando su pronto regreso cuando para mi sorpresa escuché que se abría la puerta de calle lo que me llevó a ir corriendo hacia su encuentro; pero no era ella, era Juan.

La alegría que sentí al verlo hizo que ambos nos fundiéramos en un abrazo. Él me besó y me acarició logrando que Beatriz desapareciera en el acto de mi mente.

Nos miramos unos instantes, me sonrió, me dijo que me había extrañado.... luego me colocó el collar de siempre con la cadena al cuello, y juntos salimos a caminar por la plaza como solíamos hacerlo cuando  él vivía en la casa.

Al llegar al arbolito de siempre, levanté mi pata y oriné siguiendo esa costumbre que siempre tuve de marcar mi territorio y luego me llevó al canil para que pudiese jugar con los demás perritos y perritas.

Más tarde nos fuimos caminando a casa para esperar la llegada de Beatriz que al vernos  manifestó una gran alegría fundiéndose  en un interminable abrazo con Juan.

Desde ese día nuestra convivencia ha sido más que armoniosa y hoy ya me permito hundir mi nariz en todos lados porque –salvo mi comida- lo compartimos todo.

Silvina V Amado