Beatriz (II)
Nuevas experiencias de la cogedora compulsiva.
Esta es mi segunda entrega, cuando releí la primera me pareció bastante sosa, pero tenía que presentar mi historia, que es real.
Luego de aquel colega médico me resolví a gozar del sexo sin compromiso, miré a mi alrededor y vi muchos hombres dispuestos, tenía apenas que elegir. Trabajaba en una repartición semi pública por la que pasaban muchos machos bien plantados, le apunté a uno, menor que yo unos tres o cuatro años, que me miraba con insistencia; no soy una beldad: alta, poco busto, caderas amplias buenos muslos y piernas algo chuecas, se destaca un gran culo, algo achatado y caído. Pero me vestía, y lo sigo haciendo en forma bastante sugerente: polleras cortas con gran tajo a un lado que permiten mostrar, cuando una quiere, todo lo que quiere mostrar; corpiños que me destacaban lo poco que tengo, mostrando la parte superior de las tetas y dejando el resto a la imaginación del que mira.
Al tipo en cuestión, médico también, le dedicaba mis mejores cruzadas de piernas y agachadas para buscar algo de modo que mi blusa se abriera lo suficiente, siempre llevo desprendido algún botón de más. Cuando hablábamos ponía mi voz más dulce insinuando que me agradaban las boludeces que me decía, sabía que lo tenía en la red.
Una tarde salimos antes de hora para tomar un café afuera del laburo, lo seguí provocando, ya con desvergüenza, hasta que me confesó que yo le gustaba. Julio, llamémosle así, divorciado con dos hijos, se sorprendió, o se hizo el sorprendido cuando le dije que también me gustaba. Los dos libres y sin compromisos no teníamos mucho que pensar. Nos fuimos a un telo lejano al lugar de trabajo, no convenía que alguien conocido nos viera; en el viaje fui palpando su pija que estaba durísima, ya había perdido todas mis inhibiciones y recato, quería coger bien; entramos con su auto a la playa de estacionamiento desde la que se accedía directamente a la habitación, el guacho ya conocía el lugar.
Una vez en el reducto de placer, y convenientemente cerradas las puertas con llave, nos prendimos en un beso de lengua para la historia. Él empezó a amasar todo mi cuerpo mientras yo lo tanteaba a través del pantalón. Nos quitamos los sacos y volvimos a prendernos en una franela atroz, me desabotonaba la blusa mientras yo hacía lo mismo con su pantalón. Fui más veloz y le bajé de un saque su pantalón y calzoncillo. El tacto no me había engañado: tenía una hermosa pija, gorda y larga, llena de venas azules. Me arrodillé y empecé a mamarla agarrada de su culo para que no se me escapara, deslizaba mi lengua por el tronco, por los huevos, y de golpe me la ponía toda en la boca, él de pie se estremecía y se contorsionaba, lo que me indicaba que iba por el buen camino. Cuando lo sentí re caliente redoblé el trabajo con mi lengua en su glande y me tragué toda su pija chupando con frenesí mientras me metía tres dedos en la concha que ya estaba hecha una sopa. Acabamos juntos, mi boca se llenó de su leche, la escupí todavía no estaba acostumbrada a tragar leche, aunque me gustó el sabor.
Luego con disimulo bajé las luces, no quería que me viera sin ropa a causa de los estragos del tiempo y de los partos, y nos desvestimos mutuamente para tirarnos en la cama y relajarnos.
Los dos desnudos y en penumbra empezamos a acariciarnos lentamente, al rato se le empezó a parar de nuevo, yo me moría por tener esa pija en mi concha pero estaba muy mojada, fui al baño me lavé y sequé mi argolla, al volver vi que la tenía bien parada, busqué un forro en mi cartera, siempre los llevaba, por las dudas, no lo conocía demasiado y el temor al SIDA era fuerte, él quería cogerme sin forro pero le dije que así no, se lo puso con cuidado, (más tarde aprendí a ponerlos yo con la boca) me siguió acariciando el culo y las piernas hasta que encontró mi concha y mi clítoris, era el primero que lo hallaba de entrada, aunque hasta entonces sólo había cogido con médicos. Me hizo arquear de gozo, cuando notó el momento exacto me abrió las piernas y me la apoyó en la puertita, me hacía desear el guacho, con un fuerte golpe de caderas me la metí toda; me bombeó un buen rato mientras yo acababa sin parar, me estrujaba las tetas, me apretaba el culo y las piernas, me enseñaba a coger, me indicaba cómo debía moverme para que los dos sintiéramos más placer. Yo quería sentirlo acabar, y se lo dije, tuvo su orgasmo junto con el cuarto mío, quedó destruido pero con su poronga dura y dentro de mi concha, yo acabé otra vez, a los cincuenta y pico descubrí que era multiorgásmica.
Tomamos un whisky y fumamos un cigarrillo para distendernos mientras charlábamos y nos contábamos cosas de nosotros. Como toda cosa más o menos imprevista no podía prolongarse, así que nos vestimos, prendí de vuelta las luces y salimos. Quedamos en repetir la experiencia el próximo sábado en un turno de cuatro horas. Me tomé un taxi hasta el lugar en donde había dejado mi auto.
Julio fue el primero de una larga serie, fue para mí un maestro del sexo, más adelante les iré contando el resto, aunque quizás mezcle cosas más actuales para matizar.