Beatriz (12)

Una historia real

XII

El teléfono parece que se quedó «tranquilo» tras la segunda llamada de Pepa avisándome de la «incertidumbre» de su visita vespertina.

Tuve intención de llamar yo mismo a Beatriz para decirle que esa tarde tenía «compañía» prevista (si no la tenía tampoco pasaba nada). Para que no se le ocurriese bajar sin avisarme antes. Pero ella no me había dado su número; aunque lo tenía registrado tras su primera llamada; por lo que ignoraba si el llamar a su casa me estaba «permitido» o no hasta que no se manifestase al respecto. Tendría que confiar en que llamase de todas formas antes de bajar; si es que pretendía hacerlo. Tendría que confiar pues, como siempre, en mi suerte.

Traté de ocupar el tiempo, para calmar un poco los nervios que me estaban empezando a atacar, dedicándome a recopilar cosas; que sabía que Beatriz me iba a pedir; que fuesen más o menos «legibles» y adecuadas.

Estaba en plena tarea de impresión cuando sonó el teléfono. El reloj marcaba las cuatro y media de la tarde.

—¿Que haces ahora mismo? —Era Beatriz.

—Preparando algo para ti.

—No selecciones. Lo quiero todo.

—Ya. Pero por lo menos déjame escoger el orden. ¿No te ibas a olvidar de mí hoy?

—Eso es pedirle peras al olmo. He dicho que no iba a bajar a tu casa, no que no fuese a hablar contigo. Ahora sé lo que es el suplicio de Tántalo. Pensar que estás ahí, al alcance de mi mano, y tener que aguantarme las ganas de verte. Tres veces he estado en la puerta a punto de romper mi promesa. ¿Puedo bajar luego a por lo que me hayas preparado?

—No. Baja cuando te dé la gana, pero no busques mi aquiescencia para justificar tus propias debilidades.

—¡Tienes razón! ¡Tienes razón! ¡Pero es que me obnubilas! ¡Me enloqueces! ¡Me obsesionas!

—Ten cuidado. Ninguna obsesión es buena. Lo digo por experiencia, ya que no he podido apartarte de mi pensamiento en todo el día.

—¡Dios que tortura! ¡Espero que se nos pase un poco, por lo menos a mí, cuando hagamos el amor de una puñetera vez!

—Sobre eso ya hablaremos.

—¡Oh no! ¡¿Es que ya no lo deseas?! ¡¿Te has «arrepentido»?! ¡No tenía que haberte dejado «escapar» antes!

—No es nada de eso. Me excito sólo con escucharte. Pero repito que ya hablaremos de ello.

—Vale. Pero yo estoy en estado de excitación permanente. ¡Que lo sepas!

—Adiós Beatriz.

—¡Ya te dejo en paz, caramba! Pero desconecta el teléfono si quieres «evitarme». ¡Las demás «comunicantes» que se fastidien como yo!

—No lo haré. Tienes que hacer las cosas por convicción, no por imposición o imposibilidad.

—¡Claro! ¡Tú lo ves muy fácil! ¡No tienes tu sueño en el piso de abajo!

—No. Yo lo tengo en el de arriba.

—¡Más quisiera! Tú «arriba» tienes un polvo, lo que me parece estupendo. Pero tu sueño está «colgado» a tu derecha.

—Ya está bien de tonterías por hoy. Un beso.

—¡Vale! ¡Bajo, me lo das, y me subo corriendo! ¡Y nunca mejor dicho lo de «corriendo»!

—¿Vas a colgar o lo hago yo?

—Hasta pronto ¡tío bueno!

Nada más colgar me di cuenta de que tampoco le había dicho que no bajase hoy.

Había tenido oportunidad, puesto que había hablado con las dos, y no había resuelto nada.