Beatriz (10)

Una historia real

X

Una hora más tarde sonó el teléfono. El display me mostraba un número desconocido. Lo anoté en un papel antes de responder. Era ella.

—¡Hola Cervantes!

—Hola. Ya veo que todavía no has leído nada de lo que te has llevado.

—No he tenido tiempo. Me he estado masturbando y tú eras el protagonista de mis fantasías. ¿Te molesta que te lo diga?

—No me puede molestar porque yo he hecho lo mismo —Mentí.

—¡Valiente par de gilipollas!

Fue su único comentario, pero entendí perfectamente lo que quiso decir.

—A lo mejor no tan gilipollas. Algunos platos reposados saben mejor. O se te pasan las ganas de comértelos.

—¡Me voy a tener que marchar de aquí! ¡También tienes una voz totalmente seductora por teléfono! ¿Tienes algún defecto? Pregunto.

—Verás cuando empieces a descubrirlos.

—¡Pues que sea pronto, o voy a empezar a incumplir ciertas promesas!

—Que duermas bien esta noche.

—¡No sé cómo! Bueno, adiós.

—Adiós Beatriz.

No me había masturbado cuando se lo dije, pero tendría que hacerlo de inmediato si no quería «reventar».

A las doce menos diez volvió a sonar el terminal. Ahora ya supe que era ella de nuevo.

—¡Eres un mal bicho! —Dijo nada más descolgar—. ¡Primero haces que me corra gloriosamente, y luego me haces llorar como una Magdalena!

—¿Yo? —Pregunté extrañado.

—¡Estremecida estoy aún! ¡Tengo la piel de gallina y el corazón en la garganta! ¡Son desgarradoramente divinos tus poemas! ¡Eres un genio absoluto! ¿Estás seguro de que existes? ¿O eres sólo el producto del sueño femenino colectivo?

—Venga mujer. No exageres.

—No exagero Jose —Su voz se había tornado repentinamente seria—. Tus versos son alucinantes. Te transportan, te conmueven... no sé describir las sensaciones que me han provocado. Excepto una: una envidia feroz hacia quien los haya inspirado. ¡Quiero. Necesito leer todo lo tuyo!

—¡Que te estás pasando un «puñao»!

—Es imposible que se puedan reunir tantas perfecciones en una sola persona. No puedes, no debes, no tienes derecho a ser real... y a no ser mío.

—Venga, tranquilízate. Han sido muchas emociones para un sólo día. Y el alcohol todavía pone velos en tu entendimiento. Mañana verás las cosas de otra forma.

—¡Ojalá! De lo contrario... Te aseguro que me voy a pellizcar para cerciorarme de que no estoy soñándote.

—Por cierto. Te has dejado la botella de whisky aquí —Tenía que detener aquella «avalancha» de alguna forma.

—Déjala ahí... ¡O mejor bajo ahora mismo a por ella! Es para que me invites otro día.

—¿No la echará alguien de menos?

—Sólo lo bebo yo. «Alguien» es demasiado perfecto para tener vicios terrenales. Y «alguien» debe estar a punto de llegar.

—Venga, cuelga. Duerme bien.

—¡Ni lo pienso! En cuanto «alguien» se duerma yo voy a volver a leer tus poemas trescientas veces.

—Déjalos para mañana.

—Mañana quiero estar contigo otra vez. ¿Podré?

—Sólo si eres una buena chica y me prometes olvidarte de todo esto por esta noche.

—¡Te lo juro! (Tengo los dedos cruzados).

—Cuelga. Oigo subir las escaleras.

—Será «alguien», sí. Hasta mañana Machado.

No me dio tiempo a decir que el cambio de apelativo era todavía menos adecuado.

¿Y yo, podría dormir?