Beatriz 08

No lo pude creer, la delicada y dulce Gisel con el lujurioso y sucio Braulio, entregándosele como una auténtica perra viciosa. (Dominación y sexo entre un maduro y una jovencita, voyerismo; orgía).

Beatriz

Capítulo VIII

Esa noche no dormí, me la pasé dando vueltas sobre la cama, llorando y lamentándome de mi vida, recordando lo que me acaba de pasar. Parecía un sueño, una especie de pesadilla, aun me costaba creérmelo. Ahora sí estaba plenamente segura que algo muy malo me estaba ocurriendo, primero cojo con Gisel, luego escuchó voces (en especial cuando paso cerca de mi sótano… me da miedo), tengo sueños eróticos muy extraños y luego acabé alucinando cuando tomé el pañuelo de Ixcamil… ¡y todo eso sin mencionar el salvaje ataque de que fui víctima! ¡Necesitaba ayuda y urgente, estaba jodida! Llegué a la conclusión de que estaba enferma, que lo que necesitaba era atención profesional, a un buen médico. Aunque esa conclusión fue más bien como un mecanismo de defensa y una especie de consuelo, en el fondo de mi ser sabía que había algo más, que no estaba perdiendo la razón y que algún poder extrañó flotaba a mi alrededor.

Pasé mal todo el día, considerando seriamente la idea de hacer una cita con mi doctor, a las 7 de la noche serví la cena, luego entre Ixcamil y yo lavamos los platos, Gisel andaba limpiando no sé qué cosas. Llegó la hora de dormir y cada una se fue a su cama. Como a las 9 ya todos estaban en la cama menos yo, aun tenía que ir al baño. Muerta del miedo salí de mi cuarto y bajé a los baños comunales. Pero antes de llegar, vi desde las escaleras que 2 figuras de deslizaban bajo el abrigo de la noche y me pusieron los pelos de punta. Una era Gisel, que conducía de la mano a Braulio, con sigilo, lenta y furtivamente. Los vi entrar en el cuarto de ella y exclamé "¡Desgraciado, infeliz!", ya había podido seducir a esa pobre muchacha. Corrí a la cerradura en cuanto cerraron la puerta, pero no pude ver nada esta vez, entonces corría al patio, que está detrás del cuarto, desde donde podría ver al interior por medio de la amplia ventana de esa habitación.

Me oculté detrás de mis frondosos rosales, pero igual no podía ver nada, estaba demasiado oscuro y la ventana tenía las cortinas cerradas. Me sentí muy molesta, furiosa, una rabia que jamás en mi vida había experimentado. Pero entonces ocurrió algo, al mismo tiempo que mi cólera crecía, me comenzaba a sentir rara, liviana, como una hoja arrastrada por el viento. Para cuando me di cuenta iba directo a la ventana de Gisel, pero sin tocar la tierra, volando, así como lo oyen. Y más aun, ¡la atravesé como un fantasma, encontrándome en el interior del cuarto como por arte de magia!

¡¿Qué estaba pasando, aquello definitivamente no era normal?! Me encontraba frente a ellos, que, totalmente ajenos a mi presencia, continuaban con sus juegos como si nada. Estaban de pié, ella le daba la espalda, inmóvil, mientras el le bajaba el cierre a su vestido. Luego tomó los tirantes que lo sujetaban y los deslizó hacia abajo por sus brazos, lento y sensual, no se detuvo sino hasta que se lo dejó enrollado a sus pies, luego hizo lo mismo con su tanga. Gisel, ya desnuda, comenzó a pasearse por la habitación con descaro, exhibiéndose a ese hombre que la veía hambriento. Sus pequeños senos blancos se mecían al compás de sus pasos, sus ojos celestes brillaban de lujuria, era una hembra en celo. Él la contemplaba con los ojos bien abiertos y una sonrisa de suficiencia y arrogancia que me molestó mucho.

Braulio Juárez era un hombre alto y robusto, de 1.80, moreno claro, de pelo negro rizado y algo ralo ya, ojos oscuros y feo, hay que decirlo. Sus rasgos eran masculinos y varoniles, pero toscos, con marcas de acné juvenil en las mejillas. Era de carácter alegre y descarado, lo que no ayudaba a su forma de ser brusca y sin tacto, corriente. Tenía 51 años en esos días. Tomó a la niña desde atrás por sus tetitas y le dejó sentir su erección sobre sus pequeñas nalgas. Ella movía las caderas para restregarse contra él y luego se dio vuelta y se aferró con sus brazos alrededor de su cuello mientras le ofrecía su deliciosa boca.

¡Hazme tuya mi vida! ¡Hazme sentir mujer como la otra vez! – ¡entonces no era la primera vez!

Arrimó su vientre contra la virilidad de Braulio y se frotaron apasionadamente mientras seguían besándose con frenesí y se exploraban mutuamente sin cesar. Él le amasaba las tetas y pellizcaba sus pezones, luego metió las manos entre sus piernas y le acarició las nalgas, su orificio posterior y su sexo. Gisel se liberó de sus manos y se acuclilló, le bajó el bóxer y ante sus sorprendidos ojos quedó la descomunal erección del rubio casi rozándole los labios.

¡Qué cosa más grande tenés mi vida, enorme, ni de lejos he probado una igual!

Es que solo hasta estado con gusanos de mierda… – le respondió.

Gisel tomó el mástil entre sus manos y lo acarició por todo lo largo, le dio besitos suaves y se lo fue metiendo lentamente en la boca, succionando con fuerza hasta que se atragantó con ese poderoso tolete. Lo recorría en toda su longitud mientras su lengua hacía maravillas con el glande. Era una verga magnífica, de más de 25 cm (26 exactamente), gruesa, roja y surcada de venas, sobre unos huevos peludos y gordos. Yo desconocía a mi amiga, era muy claro que tenía una gran experiencia mamando vergas, y tan ingenua que se veía.

Braulio la separó de su péndulo y la tendió en la cama, pensé que iba a penetrarla, pero no, el hombre quería alargar más el asunto. Tras contemplar un rato ese cuerpo precioso comenzó a besarla desde los pies hasta la boca. Pasó por su sexo y siguió hacia arriba para luego devolverse lentamente y disfrutar de aquel manjar de dioses que ella le ofrecía sin límites. Ella cerraba los ojos y gemía quedo mordiéndose los labios. Después de disfrutar de sus hermosas tetas, Braulio bajó a su sexo depilado y empezó a chuparlo y lamerlo hasta hacerla explotar en un apoteósico orgasmo, abundante en jugos, suspiros y gemidos ahogados. La dejó descansar un momento, orgulloso de ver a esa hermosa hembra inmadura, con la piel brillante de sudor y más que satisfecha.

– Quiero volvértela a chupar Braulio, me has hecho adicta a tener esa verga entre la boca… pero esta vez quiero que mientras te lo hago me insultés como a una puta… ¡Haceme sentir tu esclava mientras me cogés por la boca, ya sabés que eso me enloquece! – me quedé con la boca abierta, sin poder dar crédito a lo que la niña le decía, estaba claro que aquello ya llevaba tiempo de estar pasando y que Gisel ya estaba muy sometida.

Él hombre le sonrió retorcidamente y rió como idiota, colocándose sobre ella y sentándose sobre su abdomen de forma que su verga quedara metida entre aquel par de hermosas tetitas firmes.

– Quiero que me hagás una buena cubana perra… que me apretés la verga con tus tetas, te las quiero coger… y cada vez que vaya hacia delante, quiero que abrás bien esa boca de puta y me la mamés como sabés… – su tono cambió de ser jocoso a uno autoritario y grave.

– ¡Si mi amor… mi amor, mi macho! – le decía ella enloquecida y ardiendo de calor.

– ¡Te voy a llenar de mi leche perra sucia! ¡Te la voy a meter tan adentro de esa boca de mamona que te va a llegar hasta la garganta! – y ¡ZAP!, le pegó una fuerte bofetada.

– ¡¡¡SSSIIIIIIIII, MI MAAACHOOOOHHHH!!! – Gisel perdía más y más el control cada vez, ese trato parecía ser un efectivo y poderoso afrodisíaco para ella – ¡Macho divino, esta hembra es tuya para lo que se te antoje! ¡¡SOY TU PUTA, TU ESCLAVA, TU MUJER!!

Braulio empezó a moverse frenéticamente, deslizaba su poderoso miembro entre los senos de la niña, escupiendo sobre ellas a cada rato para lubricarlas. También le escupía en la cara y ella abría la boca para saborear el salivazo. Cada vez que el pene llegaba hacia delante, ella ya lo esperaba con la boca abierta y la lengua de fuera, succionándolo fuerte. Él la agarraba de la cabeza, con los dedos enredados en sus cabellos rubios, forzándola a una pose incómoda pero excitante al mismo tiempo. A veces se la metía al fondo y le cortaba la respiración y se la dejaba ahí hasta que sus ojos le advertían que se estaba ahogando.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas y le corrían el maquillaje, pero ella aceptaba ese trato muy gustosa. Con una mano, él buscó su sexo y le metió los dedos con brusquedad, para empezar a cogérsela con ellos, metiéndolos y sacándolos con fuerza e insultándola. Le pellizcaba y estrujaba el clítoris con fuerza, a veces le sacaba los dedos y le embadurnaba la cara con sus propios jugos, a veces le daba golpes en ella con su miembro. Ella se aferraba a sus tetas, como no queriendo dejar escapar el gran falo que tenía entre ellas, y lo chupaba con fuerza cada vez que lo tenía a su alcance. Al fin explotaron en un orgasmo salvaje, casi interminable, la vagina de ella se contraía alrededor de los dedos de su amante mientras este inundaba su boca con una exagerada cantidad de semen que ella tragó como pudo.

Sabés a gloria, mi cielo… – le dijo dulcemente tras recuperar algo de aliento.

¡Y tu boca parece una aspiradora, puta sucia y divina! Ahora no quiero que te limpiés

¿Y que más me vas a hacer mi macho divino?

Te voy a coger como la perra que sos

¡¡SSSSIIIIII, DALE, DALE!! ¡Tomame y haceme lo que se te de la gana, soy tu hembra!

Gisel resultó ser una perrita insaciable, hambrienta de carne y vicio, y él un macho soberbio, había que admitirlo. Ella apenas rozó con sus dedos el miembro dormido de Braulio y este ya lo tenía listo para el combate. Sin soltar su presa, él fue retrocediendo hasta colocarse en medio de sus muslos y, mirándola fijo a los ojos, le puso la verga en la entrada y la fue penetrando lentamente. Primero la punta, Gisel lo veía desesperada pero él la tuvo en suspenso por unos segundos, y al fin se la siguió metiendo despacio hasta el final.

¡¡¡AAAAAAAYYYYYYYGGGGGGHHHH!!! ¡Qué largo sos, ¡que grueso, me vas a matar con eso! ¡¡¡RÓMPEME TODA MI CIELO, TODA EN MIL PEDAZOS!!!

Si bien ella estaba muy húmeda y caliente, al principio le costó asimilar el calibre del mostrenco ese. Sus ojos desorbitados se llenaban de lágrimas, pensé que la lastimaba, pero entonces ella misma lo jaló con sus manos hasta tenerlo todo en su interior, lanzando un grito largo y agónico, ya no le interesaba que yo la pudiera oír.

La terrible y salvaje cogida no se hizo esperar, le dio duro, rápido y tupido, la hizo acabar casi tres veces, pero él aun se contenía. Se detuvo y se la sacó, tomó su cosmetiquera, sacó de ella un pomo de crema, no sabía de qué tipo. Pero lo averigüé cuando le subió los muslos hasta tocaron sus pechos, ella los sostuvo con sus manos, y él se dedicó a besarle el sexo y el culo, metiéndole la lengua en este último orificio para dilatárselo. Y luego tomó un poco de crema y le untó el esfínter haciendo presión, introduciéndole los dedos adentro.

¡No lo podía creer, no le bastaba con habérsela cogida como un animal, ahora también la iba a sodomizar y menos podía creer que ella hubiese aceptado! Luego le sacó el dedo y se puso en posición, con su gruesa cabezota en la entrada de ese orificio y empujó, su gordo pene se abrió paso a través de aquel estrecho orificio mientras ella pegaba un grito desgarrador. La vio y le sonrió lleno de satisfacción, entonces la empezó a violar de nuevo.

¡¡¡AAAAGGHHHHH!!! ¡¡¡DAME DURO BRAULIO, SIN PIEDAD, DUUUUROOOOOOO!!! – ella berreaba desesperada, entre un enloquecedor placer y un estremecedor dolor, pediéndole más y más a ese hijo de puta – ¡¡¡OOOOOOGGGGHHHHHHH, AAAAAGGGHHHH!!! ¡¡¡MAS, MAS MAAASSSSGGGHHHHH!!!

El salvaje de Braulio hizo que Gisel acabara por el culo como cinco veces esa noche. Ella le pedía que le diera tan fuerte como pudiera y él lo hizo, depositó a chorros hasta la última gota de semen que pudiera tener dentro de su trasero. Supe que algo muy malo le estaba ocurriendo, él tenía total control de su cuerpo, de ella… de todo su ser.

Me di la vuelta y salí de esa habitación atravesando la pared como un fantasma, quería volver a la normalidad, que toda esta mierda acabara rápido, ya no lo soportaba. Pero de pronto abrí los ojos y me encontré de nuevo detrás de mis rosales… pero desnuda y tirada en el suelo, con una mano metida entre mis piernas, cubierta de sudor y con el pulso aceleradísimo, sin sabía qué hacer no que pensar… y con la imagen de Fernando viéndome muy serio, pero con su monumental tranca en las manos, masturbándose. No pude mantener los ojos abiertos, poco a poco y misteriosamente fui cayendo en un sueño profundo

"El ambiente estaba caldeado, húmedo, denso. El aire abrasaba a pesar de estar mojado, era pesado de respirar… de todas maneras la agitación en esa sala no permitía respirar bien

¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHH!!!! – gemían todos, en una maraña de cuerpos ardientes, manos, brazos y piernas, humedad y saliva.

En el centro estaba ella, otra vez, con su cabellera castaña desordenada y revuelta, mojada en sudor, de ella y de sus 3 amantes. Movía en círculos su redondo y enorme trasero, firme y duro, coronado con 2 soberbios músculos glúteos, sintiendo la dura y gruesa verga que trataba de alojarse en medio de esas 2 carnosidades. Ella echaba el cuerpo hacia atrás y se abrazaba de la cabeza del amante, mientras por el frente 2 ávidas bocas bebían del néctar de sus senos. Esas 2 generosísimas glándulas mamarias liberaban torrentes de leche materna que los otros 2 hombres se bebían como si la vida se les fuera en ello, apretándolas, mordiendo los pezones, jaloneándolos, tratando de tragarse entera a esa soberbia y madura mujer.

Caminé hacia su izquierda, llegué hasta donde era penetrada, por ano y vagina, una preciosa niña rubia. Su sodomita descansaba sentado en un sofá, mientras su pene se alojaba cómodamente por el ano de la muchacha. Por el frente, un segundo amante mantenía esas piernas blancas y lisas, perfectas esculturas de mármol, sobre sus hombros, penetrando el sexo palpitante y caliente de la muchachita, que no paraba de gemir como una loca. Sus manos se aferraban al respaldo del sofá, mientras las manos del primero la aferraban de los senos, unas esferas enrojecidas de suave carne, también repletas de leche, que este se empeñaba en apretar y exprimir, haciendo salir largos chorritos del blando fluido al aire.

Doña Beatriz, ¿no va a participar? – me dijo dirigiéndose a mi.

En ese instante la reconocí, ¡era Gisel la rubita que estaba siendo cogida! Sus preciosos ojos azules se clavaron en los míos, no dejaba de gemir ni de invitarme a participar. Gruesas gotas caían de su frente y resbalaban por su delicado cuello hasta quedar en sus senos, estrujados por esas manos bruscas, sin delicadeza, que buscaban solo la saciedad de sus egoístas impulsos. Su ano recibía esa verga sin problemas, parecía incluso una segunda vagina. Su vagina, por su parte, estaba encharcada, se escuchaba chapotear cada vez que el otro desconocido la penetraba.

Doña Beatriz, ¿no va a participar? – me dijo nuevamente.

Entonces me di cuenta de donde estaba, estaba en medio de los 3 tipos que manoseaban sin piedad a la madura chichuda… era yo, ¡la perra chichuda que estaba cogiendo era yo! mi cabello castaño estaba hecho una maraña sobre mi rostro, pegado a mi piel por todo el sudor que corría por ella. La verga dura del que tenía detrás acariciaba mis grandes nalgas, tratando de colarse entre ellas, mis otros 2 amantes se colgaban de mis pechos, lamiéndome y succionándome los pezones, tratando de arrancármelos con todo y senos.

Se bebían la leche que manaba de ellos, que era mucha, salía en pequeños pero interminables chorritos que acababan en sus ávidas bocas. Abajo, sus manos libres se perdían entre los pliegues carnosos e inflamados de mi intimidad, cubiertos por una espesa capa de vellos negros y enmarañados. De allí también bajaban torrentes de líquidos, impregnados de ese aroma que ya me estaba obsesionando, ese aroma a hembra caliente. Eché la cabeza hacia atrás, dejándome llevar por el placer. El que estaba allí logró penetrarme con una verga impresionante que no tardó en comenzar una terrible y violenta barrenada, que me trastornaba de placer. Con los ojos cerrados me dejé hacer, el me sujetaba de los brazos inmovilizándome y me comía la boca a besos, largos y apasionados.

Beatriz… – me dijo, con una voz tan familiar que abrí los ojos sorprendida.

¡Fernando, amor mío! – dije, reconociendo a mi marido en el hombre que me taladraba las entrañas con tanta habilidad.

Con violencia me echó hacia delante, agarrándome de los brazos y comenzando con una cogida más dura, más fuerte, más violenta, que me transportaba a pasos agigantados hacia el orgasmo más dulce."

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.