Beatriz 03

Luego de ser salvajemente atacada bajo la ducha de mi casa, por la noche tengo un sueño muy extraño como nunca había tenido, en donde soy el centro de una extraña orgía... (Gang bang 4 contra una madura, dominación solapada y exhibicionismo).

Beatriz

Capítulo III

Me sentía sucia y asquerosa como un cerdo, por lo que me puse de pié y me metí dentro de la ducha. Dejé que el agua me limpiara de su decadencia y degenere. Restregaba mi piel con fuerza, con furia, con los ojos inyectados de sangre y lágrimas y una rabia infinita… y el hormigueo en mi piel continuaba, no sé en qué momento comencé a pasar mis manos por en medio de mis piernas, rozando con fuerza mi vulva inflamada e irritada. Pronto los restos de esperma comenzaron a caer en abundantes grumos gracias a la creciente humedad que se estaba produciendo dentro de mi. Hasta que finalmente, y para más mortificación mía, estallé en un orgasmo que me dejó medio noqueada y llorando en el suelo, maldiciendo mi suerte.

Me calmé y me puse de pié, ahora si me dolía la vagina y sentía que se me comenzaba a hinchar la cara. Salí y me encaminé a la puerta, hasta se me olvidó ponerme ropa, solo salí del baño y me fui a mi cuarto, atravesando el corredor y subiendo las escaleras totalmente desnuda. De reojo vi a Gisel contemplándome sorprendida e incrédula con una escoba en una mano y un recogedor en la otra. No le di tiempo de preguntarme si me pasaba algo, solo me encerré en mi habitación y me tiré sobre mi cama. En posición fetal me cubrí la cara con ambas manos y estallé en llanto.

Acababa de ser violada con brutalidad y salvajismo por un hijo de puta que me drogó, con otro hijo de puta filmándolo todo al lado. Estaba muerta del miedo y me sentía sucia, enlodada, degradada, además de insoportablemente avergonzada. Pues aunque la violación me dolió horrores, aunque estaba muerta del miedo, lo gocé todo con tal intensidad que más parecía algo preparado. Eso era lo que me ponía peor, haberlo disfrutado tanto, ¿cómo pude, que me había pasado? Me sentía peor que una puta ninfómana y sentí que había traicionado a mi difunto marido.

No salí de mi habitación el resto del día, dejé a Ixcamil a cargo de todo y a Gisel ayudándole. Las 2 se preocuparon mucho con mi actitud, y más cuando la canchita le contó que me había visto correr desnuda por el pasillo. Pero les inventé que me sentía mal y que prefería guardar cama, al final las 2 hicieron como que me creían y me dejaron de preguntar.

Al caer la noche ya estaba bastante más calmada, había caído en una especie de sopor que me hacían sentir como si las cosas externas a mi pasaran por una televisión y yo solo fuera una mera espectadora. Me sentía totalmente ajena a todo, insensible, como si nada fuera real. Así salí de mi cuarto cubierta por una leve bata y me encaminé a los baños de nuevo, tenía ganas de hacer pipí. Pero también me pasaba otra cosa, inexplicablemente, a medida que me acercaba, iba sintiendo que me calentaba poco a poco… ¡qué mierda conmigo!

Al llegar noté que uno de los cubículos estaba ocupado, "un inquilino" pensé, cuando de pronto una ráfaga de aire que no supe de dónde había salido entreabrió la puerta. Era Gisel y tenía la falda de su vestido enrollado por encima de su cintura, y como estaba de espaldas mostraba una diminuta tanga blanca que se le metía en lo más profundo de su ser, en medio de 2 blancas nalgas paraditas y duras, perfectas.

Afortunadamente para mi no notó mi presencia pues estaba perpleja, extrañamente maravillada por la belleza de sus sentaderas, lisas y suaves, visiblemente firmes y duritas, aunque pequeñas. Pero es que esa muchacha era preciosa, rubia, de piel blanca como la nieve y ojos celestes. También me extrañó que siendo tan joven, utilizara de ese tipo de prendas, sobre todo debajo de una falda, holgada, ni yo, a mi edad, las usaba ni lo había hecho jamás. Aunque, bueno, ya dije que yo era una madura conservadora y chapada a la antigua.

Recuperé la compostura y entré a otro cubículo, no quería que creyera que la estaba espiando. Cuando acabé me fui a mi habitación pensativa, extrañada, maravillada, "¡cómo cambian los tiempos!" me dije, y deseé por un momento tener su edad pero con la experiencia que tenía ahora, mi belleza y con muchachos como los de ahora… ¡habría hecho estragos! Entonces me di cuenta del extraño pensamiento que había tenido y me avergoncé. La verdad no sabía de dónde había salido, yo siempre fui demasiado conservadora como para siquiera pensar esas cosas. Aunque por otro lado, por primera vez en todo el día mi mente se liberaba de las imágenes de mi brutal violación. Mejor me empeñé en dejar de pensar en ello y me fui a dormir.

Pero quedé ardiendo, estaba prendida al rojo vivo desde que me atacaron y solo las manos de diestro amante me podrían saciar. Así estaba desde la partida de mi amado, Fer me tenía muy malacostumbrada y muy bien servida sexualmente, además de consentida, cómo me hacía de falta esa enorme verga que poseía y esa gran e incansable virilidad, ¿cuántas noches de locura y placer no me dio? Pero eso ya había quedado atrás y me tenía con resignar, pero igual no podía dormir.

Tras ponerme un camisón, cerré los ojos y tras un buen rato de rodar y dar vueltas, logré entregarme a los brazos de Morfeo, pero mi sueño estuvo lejos de ser tranquilo y reparador

"Me vi caminando por una callejuela estrecha, con las paredes de las casas muy cerca una de la otra y hechas de adobe apenas recubierto por una sencilla amalgamaza blanca, las ventanas de madera cerradas y los techos de paja, me recordó a las ilustraciones de ciudades medievales de varios libros de texto del instituto. Casi no podía ver, los faroles de aceite tan solo me dejaban ver unos metros delante de mi, me sentía muy asustada.

Continué caminando y crucé a la derecha, encontré una puerta de madera enorme, con una gran aldaba de bronce esculpida con la cabeza de un dragón. Algo me decía que no debía estar allí y que lo mejor era irme, pero una fuerza extraña que venía de dentro de mi me impulsó a seguir adelante. Titubeantemente abrí la pesada puerta que crujió y chirrió, vi unas escaleras que bajaban a lo que parecía ser un sótano.

Entré despacio y en silencio, ese lugar era horrible, las antorchas de las paredes alumbraban muros llenos de cadenas y aros metálicos, ¡era una mazmorra, ¿qué putas estaba haciendo yo en una mazmorra?! Seguí adelante, muerta del miedo pero ahora sin la posibilidad de parar, no sabía por qué pero no me podía detener, esa fuerza podía conmigo. Además, a medida que avanzaba se iba apoderando de mi una creciente ansiedad, un insoportable deseo, deseaba que pasara algo… pero no sabía qué cosa.

Calladamente llegué a un amplio salón, tan mal iluminado como todo lo demás, allí estaban ellos, esperándome, aunque en ese lo ignoraba. Era un nutrido grupo de hombres de apariencia salvaje y feroz, barbados, de tez blanca y cabellos claros, ataviados con pieles o cotas de malla, algunos lucían cascos con cuernos en la cabeza, otros yelmos de acero brillante, como antiguos guerreros bárbaros de la antigüedad, vikingos concretamente. Yo no entendía bien porqué estaban ataviados de esa manera, pero eran intimidantes. Y yo, aunque estaba muy asustada, también una creciente excitación empezaba a crecer en mi entrepierna.

Te esperábamos perra… – me dijo uno de ellos, que en ese momento no identifiqué, pero tenía una voz grave y grueso, llena de autoridad.

Bueno, ya llegué… ojalá la caminata haya valido la pena… – respondí con actitud desafiante, les juro que no sé de dónde me salió, sencillamente era como si no hubiera sido yo.

Formaron un círculo y yo me metí en medio, comencé a dar vueltas, exhibiéndome mientras ellos se hallaban inmóviles, viéndome y sonriéndome malévolamente y con sorna, con ojos sucios llenos de lujuria, contemplando ese soberbio ejemplar de hembra que tenía enfrente. Blanca, alta (1.70) y muy voluptuosa, lo podía adivinar a pesar de la ropa que llevaba, era una falda larga y holgada con un corpiño ceñido que comprimía mis enormes tetas y las hacían querer saltar de la tela.

Tras una vuelta entera sobre mi propio eje, en completo silencio, me empecé a desnudar. Sentí que sonrieron, pero nadie dijo ni hizo nada, ninguno movió ni un dedo a pesar que la tensión y la lujuria eran tan fuertes que se podían cortar con cuchillo. Por fin quedé desnuda, tenía 2 enormes senos colgantes, más no caídos, de pezones grandes coronados con 2 brillantes argollas que los perforaban; caderas anchas, cintura estrecha, culo grande y firme. Mi cabello ondulado colgaba libre mientras uno de ellos lo acariciaba suavemente. Todos me miraban con ojos ambiciosos, y no era para menos, yo era una mujer preciosa, una verdadera diosa del placer.

Como verán, todas las recomendaciones que les hicieron de esta perra eran ciertas – dijo la misma voz masculina grave, dura y varonil, al parecer él llevaba la batuta, todos asintieron.

Agudicé la vista y pude ver sus rostros, eran horribles, llenos de marcas y cicatrices por todos lados, uno incluso tenía la cara tatuada. En fin, hombres de apariencia salvaje y feroz como había dicho al principio. Parecían estar pendientes de uno de ellos en especial, además de mi. Me fijé mejor y lo pude ver, tenía un cuerpo colosal, con hombros grandes y gruesos y una musculatura muy marcada y definida. Llevaba tiras de cuero negro amarradas en las muñecas, antebrazos y tobillos, un collar de perro tachonado con filosos clavos platinados, también negro, rodeaba su cuello. Por arriba, sobre su pecho velludo y amplio, pasaban tiras de cuero que se trenzaban sobre sus grandes y marcados pectorales y bajaban hasta su vientre. Dichas tiras se unían a un pedazo grande de cuero que le cubría la espalda, formando todo el conjunto una especie de chaleco. Más allá de eso, sus pezones estaban perforados por 2 gruesas argollas de plata, y una especie de anilla que rodeaba su pene y testículos, enormes realmente.

Nunca pensé llegarme a ver desnuda y metida en medio de un grupo de hombres así, que a todas luces estaban a punto de cogerse en multitud a esa puta voluptuosa, o sea yo, que era manoseada en el centro por todos totalmente indefensa. Me metían mano por todos lados, unos me apretaban y estrujaban las tetas, embelesados de su tamaño, otros iban más allá y me las chupaban; me metían los dedos entre la vagina y el ano o me amasaban las nalgas y me jaloneaban del pelo.

Me hallaba cubierta de las manos de esos degenerados que recorrían cada rincón de mi soberbio cuerpo sin dejar espacio libre de ser sobijeado y lo disfrutaba mucho. Me calentaron hasta dejarme a punto de hervor, llevándome a otro mundo, completamente abandonada a lo que me quisieran hacer. Me lamían y besaban mientras, despacio, se iban desnudando, dejando una impresionante colección de vergas frente a mi, paradas y duras como rocas, siendo la más impresionante la del líder. Y yo, entre mi locura y calentura, hasta les suplicaba que empezaran de una vez.

Pruébenme, – les decía – les aseguro que no se van a ir defraudados, tengo muy buen sabor. – mi voz melosa y excitada sonaba como la de una puta enviciada.

Como una puta me arrodillé y empecé a pasar la lengua sobre cada uno de esos troncos que me ofrecían, los lamí y chupé como por 20 minutos, antes que el jefe me pusiera de pié con violencia, levantándome del pelo y tirándome sobre un colchón que apareció en el piso como por magia, justo en medio del grupo. Usualmente no me gusta la violencia en el sexo, pero ese trató vejatorio me dio un morbo especial. A continuación se me tiró encima, besándome con fuerza y ensartándome de un golpe seco todo su colosal instrumento. Pero yo, lejos de quejarme del dolor que me causó, comencé a gemir de placer y a pedir más.

¡¿Y eso es lo que dudaban que me fuera a entrar?! – pregunté retadora – ¡¡¡QUIERO QUE UN MACHO DE VERDAD ME PARTA A LA MITAD!!!

¡Es que apenas estás en calentamiento, perra! – me contestó furibundo.

Y me comenzó a dar duro, estrellando sus caderas con gran violencia y potencia contra las mías, estremeciéndome completamente y haciéndome gemir y gemir, al tiempo que lo agarraba de las nalgas y lo hacía penetrarme más duro y rápido. Lentamente se puso de pié, levantándome de las nalgas y cargándome en el aire, de manera que las penetraciones fueran más fuertes y profundas, era todo mi peso con el que me ensartaba su tremendo palo. Yo gritaba y gemía como una loca.

¡¡¡¡SIIIIII!!!! ¡¡¡¡DALE, DALE DUROOOOOOOO A TU PUUUTAAA OLAF DUROOOOOOO!!!!… ¡¡¡¡AAAAAYYYY!!!! ¡¡¡¡AAAAAYYYYYY!!!! ¡¡¡¡AAAAGGGHHHHH!!!!

Los otros tipos se pusieron en fila y uno a uno, por turnos, me fueron sodomizando, aferrándose a mis caderas mientras yo seguía rebotando vehementemente sobre él. Inició un gordo chaparro con una verga igualmente corta, pero muy gruesa y dura, no sé cómo pudo penetrarme por el ano sin lacerármelo. Luego le tocó a un muchacho muy alto y delgado con un pene más bien normal, que al igual que el anterior, me penetró como un desesperado. Y así hicieron los otros 3, un gordo alto, con una verga larga pero normal, un tipo musculoso con una delgada pero larga, y luego uno delgado y bajito, pero con una auténtica macana entre las piernas.

Una vez que cada uno pasó visitando mi hoyo trasero, el líder decidió sentarse y cambiar de pose, poniéndome a cabalgarlo. Y de nuevo, uno a uno, me fueron dando durísimo por el culo, como animales, eyaculando al final sobre mi cuerpo empapado de sudor. El final llegó como una hora después, también el líder de la orgía acabó a manantiales sobre mi cuerpo inerte dejándome como la perra más sucia del mundo, que tirada sobre el suelo, empapada en sudor y semen, trataba de recibir en la boca los últimos, pero abundantes, chorros de esperma. Sobre mi ya habían pasado como 2 o 3 veces cada uno de los presentes, llenándome de su leche, era increíble aquello, me costaba creer que hubiera alguien en este mundo capaz de aguantar tanto… y que ese alguien hubiese sido yo…"

"¡Ring, ring, ring!", el estremecedor y chillón sonido de mi despertador me sacó de ese sueño. Desperté sobresaltada, empapada en sudor y muy agitada, mi corazón latía a mil por hora y un fuerte e inusual calor invadía mi habitación. Me senté sobre la cama, para mi sorpresa me encontré desnuda, mi camisón y pantaleta estaba tiradas a un lado del lecho. ¿Qué clase de sueño fue ese, qué clase de sueño húmedo y erótico fue ese? Jamás había tenido uno siquiera parecido, tan real y vivido, ¿y por qué amanecí desnuda, acaso me quité yo solita la ropa durante la noche?

Levanté un poco la vista y me topé con otra cosa que tampoco concordaba, la ventana del balcón de mi cuarto estaba abierta, y yo jamás duermo con las ventanas abiertas. Además, las cerré con seguro antes de acostarme, muerta del miedo ante la posibilidad de un nuevo ataque… ¿quién las abrió y cuándo fue que me desnudé? ¿Había sido solo un sueño?

CONTINUARÁ

Garganta de Cuero

Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.