Bea y su Señor 3

Continuación de la relación entre Hector y Bea.

Conviene leer las dos entregas anteriores para ponerse en antecedentes, pero no es necesario.

Entre sueños Bea sintió que su entrepierna se humedecía. De su boca se escaparon pequeños jadeos, cada vez se encontraba más excitada y caliente, al punto del orgasmo, hasta que una voz, le devolvió a la realidad.

—No puedes correrte aún, putita.

En ese instante sintió una punzada de dolor en uno de sus pezones y de su boca salió un gemido que la despertó por completo.

Tardo unos segundos en reaccionar, y en saber dónde se encontraba. Imágenes inconexas de ella en diferentes situaciones que nunca antes había experimentado, bombardearon su cabeza: Pinzas, una fusta, azotes, los ojos inquisidores de Hector, el placer de sus caricias…Abrió lentamente los ojos y se topó con la expresión seria a unos centímetros de su cara.

—¿Ibas a correrte sin mi permiso? —le susurró Hector.

Ella tragó saliva. Había estado a punto, pero se encontraba en mitad del limbo, entre los sueños y la vigilia, no era consciente de su cuerpo, no lo habría hecho queriendo.

Aún así, su pregunta hizo que los músculos de su coño se contrajeran y se sintiera un poco mal por haber estado apunto de correrse, aunque no entendía el motivo.

—No, Señor —Balbuceó de forma casi inaudible.

Hector asintió lentamente disfrutando del momento, sintiendo como su polla se endurecía. Cuando se despertó, la encontró durmiendo plácidamente boca arriba y no pudo resistir llevar su boca a su entrepierna perfectamente depilada para saborearla.

Lo hizo despacio, pasando lentamente la lengua entre los labios e introduciendo la punta para rozarle el clítoris. Probándola. Observó que ella no se despertaba así que decidió hacer sus caricias más intensas, pasando su lengua por todo su coño y succionándole el clítoris. Quería que cuando se despertara ya estuviera cachonda, deseando sentir todas las torturas que tuviera en mente.

—Bien, no me gustaría castigarte tan temprano.

Hector la besó con violencia, juntando su lengua con la suya mientras le pellizcaba los pezones.  Cuando de sus labios se escaparon pequeños suspiros, se incorporó de la cama.

—Estira los brazos hacia arriba, voy a atarte a la cama.

Bea aún llevaba puestas las muñequeras y tobilleras que le había puesto nada más entrar en esa habitación, así que tímidamente los alzó. Hector, con suavidad, le cogió la mano derecha y  la estiró hacia la esquina, aprovechando para acariciarle el interior del brazo, erizándole la piel.

De la pata de la cama sacó una correa que ajustó con un enganche a su muñeca. Lo mismo hizo con la muñeca izquierda.

Bea empezó a sentir calores en su cuerpo e inconscientemente juntó las piernas intentando apaciguarlos.

—¿Te crees que te voy a dejar así, zorrita? Separa las piernas —le susurró en su oreja al comprobar los movimientos de ella.

Obedeció al instante aguantando la frustración por satisfacer sus necesidades. No sabía con exactitud qué era lo que le había estado haciendo mientras dormía, pero se encontraba muy mojada.

Hector paseó con una lentitud pasmosa sus manos por ambas piernas, disfrutando del tacto suave de su piel. Llegó hasta sus tobillos y los enganchó a unas cuerdas iguales a las que había usado para sus muñecas.

Una vez la tenía en X encima de su cama, disfrutó del momento contemplándola.

Ella mantenía los ojos cerrados y la boca semiabierta, su pecho subía y bajaba de forma errática, síntoma de lo excitada que se encontraba. Sus pezones rosados y algo enrojecidos, apuntaban hacia el techo de forma desafiante y desde la posición en la que se encontraba, a los pies de la cama, podía observar perfectamente la humedad que emanaba de su coño. Tenía los labios resbaladizos debido a su propia saliva y sus flujos. La visión que le estaba regalando Bea era de lo más excitante que había visto nunca.

—¿Sabes qué voy a hacer ahora contigo, Bea? —le preguntó sin moverse del sitio.

La pregunta la sorprendió e hizo que abriera los ojos. Se topó con un Hector que la devoraba con la mirada.

—Contéstame —le repitió alzando la voz— ya te dije que no me gusta repetir las cosas dos veces.

“¿Qué va a hacer ahora conmigo?” se repitió para si misma. “No lo sé, pero seguro que eso no es lo que quiere oír”. Bea pensó todo lo rápido que su mente le permitía, pues tenía todos sus sentidos embotados, enfocados únicamente en lo caliente que se encontraba. De repente, la respuesta le vino a la mente, como si fuera la más clara de sus verdades.

—Vas a hacer conmigo lo que quieras, Amo —Soltó mientras intentaba moverse un poco, ganar unos centímetros de libertad, cosa que no consiguió.

Aquella respuesta le gustó. No llevaba ni veinticuatro horas con él, pero era lo que esperaba de ella en esas circunstancias. Confianza. Entrega. Sumisión.

—Muy bien, putita, eso es justo lo que va a pasar. Voy a hacer contigo lo que quiera, pues estas aquí para satisfacer mis deseos, ¿Queda claro?

—Si Señor —se apresuró a contestar.

Hector empezó a acariciarle el cuerpo, sin llegar a tocarle ninguna parte erógena. Haciéndola desesperar. Tenía la intención de que le suplicara por correrse. Cuando él pasaba los dedos por sus costados, muslos o cuello, inconscientemente su cuerpo sufría espasmos, propios del placer que le provocaba.

Hector disfrutó observando como se revolvía tras sus caricias, moviendo la cabeza de izquierda a derecha y haciendo fuerza de forma inútil a las firmes ataduras.

—Cuando consigas aguantar sin moverte, te meteré los dedos en el coño, puta —le espetó.

Aquellas palabras actuaron como un resorte en el cuerpo de Bea y se esforzó por mantenerse inmóvil. A duras penas aguantó los minutos de caricias que parecían una tortura por su cuerpo sin moverse, pero lo consiguió, y en el momento que menos lo esperaba, Hector introdujo dos dedos en su coño de golpe, arrancándole un gemido de placer.

—¿Era lo que estabas deseando verdad? Sentir mis dedos en tu coño empapado.

—Si Señor, lo necesitaba —admitió sin pudor. Hacia tiempo que la vergüenza había quedado atrás para ella. La necesidad imperiosa por sentir la embargaba.

—Que te este follando con mis dedos, no significa que te puedas correr —le recordó mientras metía y sacaba sus dedos con violencia escuchando el ruido que eso producía debido a lo húmeda que estaba y rozándole con el pulgar el clítoris.

Bea lanzó un gemido lastimero, pues eso no era lo que esperaba e intentó contraer los músculos para aguantar las oleadas de placer que sentía.

Hector se rió de forma sonora únicamente para hacerla enloquecer con su actitud también.

—Amo…—logró susurrar mientras se revolvía haciendo que todo su pelo rubio se le fuera a la cara y le impidiera respirar.

Hector mantuvo los dedos en su interior sin moverlos y con la mano libre, le quitó el pelo de la cara, recogiéndoselo todo y estirándoselo con un movimiento seco hacia arriba. La mantuvo agarrada del pelo haciendo que inclinara la cabeza hacia delante y lo mirara a los ojos.

—Lo sé, zorra, estás a punto, pero no tienes mi permiso para correrte aún, no te lo has ganado,  ¿Entiendes?

Bea cerró los ojos y él le volvió a estirar del pelo hacia arriba con furia, no quería que le apartara la mirada.

Bea hacia tiempo que no se encontraba ahí, se sentía fuera de sí, como si fuera capaz de hacer cualquier cosa que ese hombre le pidiera, y encontrarse con los ojos ardientes de Hector, tan indefensa como se encontraba, sintiendo como su cuero cabelludo le tiraba con los dedos de él invadiéndola por dentro, sin nada que pudiera hacer para remediarlo, no ayudaba para que su cabeza encontrara un indicio de cordura.

—Haré lo que quieras, Señor —afirmó.

Escuchar esas palabras con tanta convicción, hizo que la polla de Hector diera un brinco y que de su glande empezara a salir líquido preseminal. Esa mujer le volvía loco, y tenerla así para y por él, le superaba.

Sacó de su interior sus dedos resbaladizos y los llevó directamente a la boca de ella.

—Hay que ver como me pones la mano cada vez que te toco el coño, eres una guarra —le dijo mientras se los metía con fuerza hasta la garganta provocándole una arcada.  Los mantuvo ahí unos segundos que para Bea resultaron un infierno, pues su garganta se esforzaba por retirarlos sin éxito.

Cuando los sacó, los llevo a sus pechos y se limpió en ellos. Aprovechó para juguetear con sus pezones, estirándoselos y retorciéndoselos hasta que de su boca salía un leve quejido.

Soltó su melena y la dejó recomponerse durante unos segundos mientras él se colocaba entre sus piernas, cogió un bote de lubricante y untó sus dedos con él.

Con la mano limpia, empezó a acariciar sus muslos y acercó con determinación los dedos impregnados a la entrada de su ano. Bea al conocer sus intenciones se tensó al instante.

—Relájate putita, lo vas a disfrutar —le aseguró Hector mientras hacía pequeños círculos en su entrada sin llegar a penetrarla.

Hector quería que estuviera realmente excitada para que disfrutara de la experiencia, así que llevó un huevo vibrador a la entrada de su coño y lo encendió.

Las vibraciones en su vagina hicieron que Bea soltara un gemido e intentara impulsar las caderas para sentirlo con mayor intensidad. Sin embargo, se dio cuenta que si se impulsaba hacia delante para que se introdujera el huevo, también sentía el dedo de Hector introducirse en su culo.

Al principio, le dio reparo, pues tenía miedo de sentir dolor, pero al cabo de unos minutos, Bea gemía fuertemente de placer mientras sus caderas se balanceaban.

—¿Quieres que te folle el culo con mis dedos, puta? —le preguntó observando con satisfacción las intenciones de Bea.

—No…sí.. Amo, por favor —Bea no tenía muy claro qué era lo que quería, pues en su interior se estaba luchando una batalla entre la razón y el placer.

—¿No o sí? —Hector introducía solo la primera faringe en el ano de Bea, al igual que solo la punta del vibrador en su coño.

—Sí Amo, follame el culo con tus dedos.

En cuanto escuchó esas palabras, Hector introdujo a la vez el huevo vibrador y su dedo por completo en el ano de Bea. Ella, lanzó un gemido, mezcla de placer y de impresión. Él subió la velocidad del vibrador y empezó a meter y sacar su dedo lentamente pero con determinación, haciendo que se acostumbrara a la sensación y se dilatara.

Jugó con ella el tiempo que le pareció oportuno, bajando la intensidad del vibrador cuando veía que se iba a correr y aumentándola cuando sus espasmos pasaban.

Con tal tortura que le estaba prodigando había conseguido introducir dos dedos en su culo sin que  mostrara ningún signo de dolor o malestar, más bien al contrario, su cara desencajada cada vez que se le negaba el orgasmo y los gemidos que salían de su garganta, le hacían saber que estaba disfrutando.

—Señor, por favor, no aguanto más, déjame correrme —balbuceó  entre gemidos.

Ahí estaba. La súplica.

—¿Quieres correrte mientras te follo el culo con los dedos? ¿No me dijiste que no te gustaba? —le recordó.

Aparte de que su cuerpo reaccionara de forma satisfactoria, quería también que ella se diera cuenta de lo que estaba pasando. De lo que estaba sintiendo.

—Sí, no me gustaba pero ahora..no sé, lo estoy disfrutando. Necesito correrme, por favor Amo.

Hector sacó los dedos de su culo y llevó unas pequeñas bolas anales a su entrada. Se las introdujo sin ninguna dificultad, pues únicamente la última era un poco más gruesa que sus dos dedos juntos.

—Vamos zorra, correte ahora —le alentó mientras aumentaba la velocidad del huevo vibrador y jugueteaba con las bolas.

Bea, al escuchar esas palabras, no necesito nada más, pues llevaba al límite mucho tiempo. Arqueo todo lo que pudo su cuerpo y liberó un orgasmo que duró mucho más de lo que ella habría imaginado.

Hector esperó pacientemente a que los espasmos cesaran acariciándole las piernas y el vientre. Cuando se calmó, bajó al mínimo la vibración del huevo y metió bien dentro las bolas anales. Iba a mantener ambas cosas en su interior.

Se subió a la cama y se puso de rodillas entre su cabeza. Bea abrió los ojos y se encontró con su polla a escasos centímetros de su cara, y no pudo controlar su deseo de alzar la cabeza para chuparle con ansía el glande.

—¿Alguien te ha dado permiso para eso? —le preguntó mientras apartaba la polla de su boca y le daba un golpe con ella en la mejilla.

Bea se sintió humillada, pues no ansiaba otra cosa que devolverle el placer que él le había proporcionado.

—Lo siento, Señor.

—Abre la boca y saca la lengua. Mantente así.

Ella obedeció y Hector empezó a propiciarle golpes con su polla en la lengua, en los labios, mejillas mientras se pajeaba suavemente. Llevó el glande a su lengua y lo mantuvo ahí mientras le cogía del pelo y tiraba de su cabeza hacia él. Sintió la humedad de su lengua rozándole la polla. Repitió la operación varias veces, intentando introducirle más cantidad de carne en su interior, hasta que empezó a sentir las contracciones de su garganta. En ese momento, la sacó por completo y soltó su cabeza con desdén.

—Voy a correrme en tu cara. —Empezó  a pajearse con más intensidad—. Mírame mientras lo hago y no cierres la boca.

De su boca empezaban a salir hilos de saliva que le goteaban por el cuello, y mirar como Hector se pajeaba con fuerza delante de ella, estimuló todo su cuerpo.

El primer impacto de semen le cayó en su mejilla izquierda. Sintió el calor y la viscosidad en su piel, pero enseguida notó un segundo impacto en los labios resbalándose hacía su lengua. Los siguientes le cayeron en la barbilla y en su pecho.

Cuando Hector recuperó el aliento, la observó con satisfacción. Le pasó una mano por su pelo para acariciarla con delicadeza.

—Ya puedes cerrar la boca. Lo has hecho muy bien, putita, pero aún no he terminado contigo por hoy…—le aseguró levantándose de ella.

Bea cerró la boca y se tragó el semen que le había caído en su lengua mientras observaba como Hector la desataba y ayudaba a incorporarse. Se sentía algo incomoda con las bolas en su ano y la vibración de su coño, sin embargo, a la vez conseguían que su excitación no cesara a pesar de haberse corrido.

Hector se dirigió a uno de los cajones mientras ella le esperaba sin moverse, llevó una mano a su mejilla con intención de limpiarse.

—¿Qué haces? —La voz de él la sobresaltó.

—Sólo quería limpiarme un poco, Señor…

—¿Alguien te ha dado permiso para que lo hagas? —le dijo Hector acercándose y dándole un azote, más sonoro que otra cosa en su nalga derecha.

Bea lanzó un gemido seco por la impresión y le retiró la mirada.

—Lleva ese dedo manchado de leche a tu otra mejilla y límpiatelo ahí. Con tu actitud has conseguido tener las dos mejillas manchadas en vez de una.

Se acercó y se agachó para susurrarle en el oído.

—No olvides que cuando estemos en medio de una sesión, eres mi sumisa y tu único objetivo es obedecerme. Si quieres hacer algo, pregúntame y yo valoraré la petición. ¿Entendido?

Aquellas palabras en vez de crearle desasosiego, lo que consiguieron fue aumentar su excitación que intentó disimular mordiéndose el labio inferior, sin éxito, pues Hector se dio cuenta como sus ojos ardían de deseo.

—Sí, Señor, entendido.

—Todo aclarado, entonces. Ahora vamos a desayunar. Así como estás. Desnuda, con tus agujeros llenos y tu cara manchada con mi semen. Después valoraré si te dejo volver a correrte y cómo te dejo, porque sé que estas muy caliente y que quieres volver a hacerlo ¿O me equivoco?

Bea se sorprendió de sus intenciones pero no se atrevió a contradecirle.

—No, no se equivoca Amo.

—De todas formas, a todo el atuendo que llevas, le falta una cosa…

Hector se acercó y enganchó en su esbelto cuello un pequeño collar de cuero negro con una fina correa de metal.

—Andando —le dijo dando un pequeño estirón a la correa —sígueme.

Bea no tuvo tiempo a asimilar antes de ponerse en marcha, el hecho de ir detrás de él con una correa al cuello. Salieron de la habitación y anduvieron por el pasillo que la noche anterior había recorrido a gatas. “Al menos ahora me lleva de pie” pensó.

Él se paró en medio del pasillo frente a un gran espejo que cubría toda la pared. La puso enfrente mientras se colocaba detrás de ella.

—Mírate Bea, ¿Qué ves? —le susurró en su oreja.

Bea con timidez, alzó la cabeza y observó la estampa que ofrecían ambos en el espejo. Enseguida sintió como sus mejillas ardían y la vergüenza se apoderaba de ella. Vergüenza primero por verse de tal guisa en el espejo, desnuda, observando el hilo del vibrador saliendo de su coño, con la cara y tetas manchadas de semen, con el collar en su cuello y la correa descansando entre sus pechos, pero además, también sintió vergüenza porque la imagen que le devolvía el espejo, le ponía a mil por hora.

Hector observó la duda en sus ojos y quiso echarle un cable. Suavemente llevó ambas manos a sus hombros y le acaricio los brazos con la yema de sus dedos, hasta que llegó a sus muñecas y se las puso a su espalda, sujetándoselas con un enganche entre ellas. En esa postura los pechos de Bea se erguían un poco más hacia fuera.

—¿Sabes que veo yo? —le dijo Hector mientras le apartaba el pelo de su cuello y le besaba el oído. Su polla otra vez dura, descansaba al principio de sus nalgas y no desaprovechó la oportunidad de moverse ligeramente para rozarse con ellas — a una mujer preciosa, que no tiene miedo a experimentar y a ser mi sumisa. ¿Tienes miedo, Bea?

—No, Señor —se apresuró a contestar. Podría tener muchas cosas, pero miedo no tenía.

Él aumentó la velocidad del huevo vibrador y empezó a sacar y a meter muy lentamente las bolas anales, provocando que se le escaparan gemidos intensos.

—Dime, que ves tú ahora—le volvió a repetir.

—Veo…Me veo disfrutar Señor —susurró entre jadeos.

—¿Disfrutas las cosas que te hago verdad?

—Sí, Amo.

—Mírate en el espejo y di que eres una putita que disfruta con las cosas que te hago.

Bea se murió de vergüenza al oír esas palabras y en saber que eran ciertas. Pues ahora mismo estaba a punto del orgasmo otra vez. Cerró los ojos y cuando los abrió, estaba llena de convicción.

—Soy una putita y disfruto de las cosas que me haces, Amo.

Hector sonrió complacido.

—Muy bien, preciosa. Ahora a desayunar —Cogió la correa pero antes de continuar,  le dio un beso en los labios y cuando se separó, llevó la cadena de metal a ellos— Límpiala, se ha manchado de semen.

Bea, muy obedientemente, sacó su lengua para limpiar las frías arandelas de metal…

Continuará...