Bea y su señor 2

Continúa la primera sesión entre Bea y Hector. Espero que os guste.

Animada por los comentarios positivos que recibió mi primer relato, me he aventurado a continuar con la historia. Espero que os guste. Quedo a la espera de opiniones, gracias.

Sentir su cálida lengua entre los dedos limpiándoselos fue demasiado para él.  Su polla estaba dura desde que la vio en aquel pub y aunque era un hombre paciente que sabía controlar muy bien sus impulsos, esa chica hacía que perdiera la razón.

Observar su melena rubia caer por su espalda, sus labios carnosos e hinchados debido a sus mordiscos, en esa posición de entrega y sumisión por y para él, hizo que perdiera el juicio.

De un gesto déspota, retiró los dedos de su boca y observó como ella inconscientemente saco la lengua. Buscándolo.

—Que zorra eres, no te preocupes, que ahora vas a tener qué chupar.

Se dirigió a un cajón y cogió unas bolas chinas. Acababa de permitirle correrse, pero no quería que perdiera la excitación de su cuerpo. Sin mucho preámbulo, las restregó por su coño para que se impregnaran y de un solo movimiento, se las introdujo de golpe. Ella gimió y sus piernas le fallaron. No esperaba esa nueva intrusión. Jugueteó un poco con el cordón, sacando una de las bolas y a metiéndola. Quería volver a ponerla a mil. Cuando comprobó que su respiración se tornaba otra vez errática, las empujó hacía dentro ayudándose de los dedos.

—Así, guárdalas bien dentro, que no se salgan.

Bea las sintió completamente en su interior. Volvía a estar a punto. La forma en la que le hablaba y trataba la calentaba desde lo más profundo de su ser. Se sentía otra vez al límite, como si no se hubiera corrido hacía escasos diez minutos.

Hector bajo la cadena que sujetaba sus muñecas y la desenganchó de la argolla. Ella perdió un poco el equilibrio pero el tuvo buenos reflejos y la sostuvo de la cintura.

—¿Te duelen los brazos? —le preguntó amablemente mientras le masajeaba los hombros.

Hector podría llegar a ser un amo muy duro y firme, pero siempre se preocupaba por el bienestar de sus sumisas. Además, era su primer día y quería conocer sus límites.

—No…los siento un poco entumecidos, pero estoy bien —le susurró sintiéndose desbordada. Seguía sin ver nada, con la cadena presionando sus pezones y las bolas en su interior.

No lo vio venir. Con firmeza Hector le cogió del pelo y tiró de ella.

—Te lo advertí.

Bea en ese instante cayó en la cuenta y tembló de miedo.

—Oh, ¡joder! Lo siento señor, se me olvidó pero no volverá a suceder.

Hector no pudo reprimir una carcajada burlona.

—¿Además de desobediente eres mal hablada? Vas a tener que pulir tus modales… Te dije que la próxima vez que se te olvidara habría castigo, y eso voy a hacer.

Bea entró el pánico ¿Castigarla? ¿Iba a castigarla? Hasta ese momento no había hecho nada que le desagradara, de hecho, más bien al contrario. Había disfrutado con cada uno de sus movimientos, pero no sabía si estaba preparada para eso. ¿Qué significaba ser castigada?

—Hector, por favor, lo siento señor, no me castigue —Intentó zafarse de su agarre ya que volvía a tener las manos libres pero él fue más rápido y le sostuvo con firmeza del antebrazo.

—¿Quieres empeorar las cosas cosas zorra?

—No..señor…¿Qué va a hacer?

Con decisión, él empujo su espalda hacia delante obligándola a inclinarse y apoyó sus manos en una barra de metal.

—Sujetáte aquí y no te muevas.

Por instinto, Bea intentó incorporarse soltándose de la barra, sin embargo pudo comprobar que había sujetado sus muñecas también, impidiéndole poder levantarse. Su cuerpo estaba bastante inclinado, pues sus manos estarían a la altura de sus rodillas, aunque no lo sabia con exactitud, ya que seguía sin ver nada.

Con movimientos bruscos, Hector separó sus piernas abriéndolas y sujetándole los tobillos al suelo, pues tampoco quería que pudiera juntar las piernas.

Se separó de ella y fue a buscar unas cosas, dejándole tiempo a solas para que se tranquilizara. La observó desde la lejanía. En esa excitante posición estaba realmente hermosa, pues tenía el cuerpo inclinado de tal forma que toda su melena caía en cascada por su rostro, las tetas le quedaban colgando, debido al peso de la cadena, y se podía observar perfectamente su pequeño pero firme trasero y sus labios vaginales abiertos y resbaladizos.

Tuvo que hacer grandes esfuerzos por no follársela en ese mismo momento, pues antes tenía otra misión que cumplir.

Se acercó a ella y suavemente le paso el pelo detrás de la oreja. Ella se asustó de sentir su tacto e hizo un pequeño movimiento por apartarse. Hector no se lo tomó mal. La entendía. Era su primer día con él, en ese mundo y no sabía qué era lo que iba a pasar.

—¿Recuerdas las palabras que te he dicho al principio Bea?

—Si, señor.

—Bien.

Hector acercó algo a la boca de Bea, una especie de palo fino que puso en horizontal.

—Quiero que sujetes esta fusta con los labios perrita, únicamente con los labios. Yo voy a darte 15 azotes con mi mano; diez por no llamarme señor habiéndote advertido y cinco por desobedecerme anteriormente y soltarte de la barra, si pensabas que no me había dado cuenta, estas equivocada.

Se callo un segundo esperando que procesara la información y que se acomodara la fusta entre los labios.

—Si la fusta se te cae de los labios, continuaré el castigo con ella en vez de con mi mano, ¿entendido?

—Si señor —Bea pronunció esas palabras sin mover la boca, así que no se llegaron a entender, pero al menos, había captado el mensaje. Cada vez que le preguntara algo, debía contestar, fuera como fuera.

Se situó detrás de ella y masajeó suavemente sus nalgas, eran suaves y tersas, propias de una chica de veintitantos años. Estuvo un rato propiciando caricias por sus muslos, su espalda, sin llegar a tocarle el coño, pues quería crearle expectación.

Cuando sintió que se relajaba un poco, le propició el primer azote de intensidad media en la nalga derecha.

Bea dejó escapar el aire por la nariz sin llegar a gritar pues sabía que entonces la fusta se le caería. Sin darle tiempo a reaccionar, le propinó dos azotes seguidos en el mismo sitio.

Bea sujetaba con todas sus fuerzas la fusta entre sus labios, pero no estaba segura de si aguantaría sin soltarla, pues tenía unas ganas tremendas de gemir. No entendía nada, pero en vez de provocarle el dolor que pensó cuando le dijo qué era lo que iba a hacerle, sentía todo su cuerpo encenderse, pues cada azote hacia que las bolas chinas se movieran y la cadena de sus pezones se balanceara. Además, sentía un ligero ardor en su trasero que se convertía en placer cada vez que Hector paseaba la mano por la zona afectada.

Hector subió un poco más la intensidad de sus azotes al comprobar que Bea los aguantaba bien. Estaba probándola. Midiéndola. Conociéndola.

—Lo estas haciendo muy bien putita, ya llevas nueve —le alentó Hector mientras observaba como las nalgas de Bea se volvían rojizas. Sin embargo, a veces le gustaba jugar un poco sucio cuando sabía que la recompensa iba a ser mucho mayor.

Así que sin avisarla, el siguiente azote se lo dio exactamente en su clítoris, cosa que hizo que Bea soltara un jadeo por la impresión y sin poder evitar, se le cayó la fusta al suelo.

Hector sonrió. Lo había hecho adrede, pues sabía que aguantar los azotes en el coño sin gemir era cosa de sumisas profesionales.

—Oh, Oh.. Creo que vamos a tener que continuar con la fusta, ¿no zorrita?

Bea intentó hablar entre la respiración desacompasada que tenía.

—Lo si-siento señor…no pude evitarlo. No-no esperaba que me azotara ahí.

—No te preocupes —Le acarició suavemente la cabeza mientras se agachaba a recogerla —sólo son cinco, y los vas a disfrutar —Le confesó en su oído.

Hector empezó a acariciarle con la fusta. La pasaba por su espalda, las piernas, el costado, con ligeros movimientos que erizaban toda su piel. Se entretuvo más de la cuenta pasándola entre sus nalgas, por la linea que las separaban. Tentándola.

—¿Alguna vez has practicado sexo anal?

—No señor.

—¿Por qué perra?

—Me da miedo, una vez lo intenté y me dolió mucho, así que no he querido volver a intentarlo señor.

—¿Y si te digo que acabarás suplicando que te folle el culo? —En el momento que terminó la frase, le dio el primer fustigazo en el trasero.

Ella lanzó un grito de dolor, pues ahora ya tenía libertad para ello, y además esto dolía mucho más que los azotes con la mano. Su respiración se alteró.

—Quedan cuatro —le recordó Hector.

Ella intentó serenarse. Cuatro podría aguantarlos.

Hector decidió no insistir en el trasero, pues ya lo tenía bastante sensible debito a los azotes, así que el siguiente se lo dio en la cara interna de sus muslos.

—Tres.

Esperó a que Bea volviera a recobrar la compostura.

—Vamos perrita, en el fondo se que te esta gustando…—Hector pasó la fusta por su coño, moviéndola por su clítoris. Bea empezó a gemir suavemente. Las sensaciones de dolor-placer, la estaban volviendo loca. Él Continuó movimiento la fusta sin compasión hasta que vio que estaba a punto de alcanzar el orgasmo.

—No puedes correrte en medio de un castigo, zorra.

—Señor…—suplicó Bea.

A Hector le encantaba tenerla así. Al borde del abismo. Le ponía a mil tener el control de su cuerpo de esa manera. Poder ser capaz de proporcionarle tal placer hasta el punto de hacerla suplicar.

—Mira que eres guarra, me has dejado la fusta perdida de tus fluidos. Anda, límpiamela para  poder seguir con el castigo —La acercó a su boca y la metió en ella con violencia. Bea chupo con avidez el trozo de cuero.

Cuando Hector consideró que ya era suficiente se volvió a colocar detrás de ella y con rápidos movimientos la fustigó dos veces seguidas, una en cada muslo. Bea gritó, aunque ya no sabía si era de dolor o de placer.

—Solo te queda uno.

Y sin darle tiempo a recuperarse, aunque con una intensidad bastante más ligera, le propinó el último en su clítoris.

Tiró la fusta al suelo y se acercó hasta ella. Sabía que su cuerpo había reaccionado positivamente al castigo y a todo lo que estaba viviendo, pero también le interesaba saber cómo estaba ella psicológicamente, pues todo esto era nuevo para ella.

Bea seguía recuperándose del castigo cuando sintió como unos dedos le quitaban el antifaz. Parpadeó varias veces hasta acostumbrarse otra vez a la luz tenue que iluminaba la habitación. Cuando enfocó, lo que vio la dejo sin respiración. Hector estaba de cuclillas, con los codos apoyados en sus rodillas y la miraba con unos ojos infundados en deseo, pero también con cierta preocupación. Se había quitado la chaqueta, tenía un par de botones de su camisa blanca desabrochados y se había arremangado su camisa hasta los codos. El aire de dominancia y pasión que desprendía alentó toda su excitación.

—¿Estás bien? —le preguntó Hector interesado.

—Sí señor —le contestó con una sonrisa de medio lado que borró todo rastro de preocupación del rostro de él.

—Bien putita, porque yo voy a reventar.

Hector la desencadenó de la barra de metal y la ayudó a levantarse. Observó como su rostro hacia una mueca de dolor cuando la cadena de sus tetas se volvía a recolocar, sin embargo, no se quejó. Bea aguantaba bien el dolor, pero se apiadó de sus pezones. Para una primera sesión ya habían aguantado la presión de las pinzas, tirones y el peso muerto de estar colgando durante el castigo.

—Te voy a quitar la cadena de las tetas. Vas a sentir un dolor muy agudo durante unos segundos, pues la sangre volverá a correr por ellos, pero luego se te pasara, ¿entendido?

—Si señor.

Hector quitó la pinza del pezón derecho y Bea lanzó un grito ahogado de dolor. Él rápidamente pasó su lengua por él, calmándolo. Repitió la misma operación con el otro.

—Bien putita, ahora es mi turno—. En el mismo sitio en el que se encontraba y sin desatar los tobillos del suelo, la empujó de los hombros hasta colocarla de rodillas. Cogió sus manos y se las ató a la espalda.

—Solo quiero tu boca —le afirmó.

Bea observó como se desabrochaba el cinturón y de un sólo movimiento se lo quitaba provocando un silbido por la fricción que calentó a Bea.

Hector se bajo los pantalones y dejo libre toda su polla que se alzó hacia arriba por la erección. Bea pudo comprobar que su pene era bastante grande, pues era grueso y largo. Estaba segura que era uno de los más grandes que había visto.

—Ahora voy a follarte la boca. No voy a ser pausado ni suave. Eres tú la culpable de este calentón que llevo desde que te vi bailando como la zorra que eres en ese pub.

Sin más dilación, acercó la polla a su cara. Le empezó a dar pequeños golpes con ella en las mejillas.

—Abre la boca.

Bea obedeció al instante. Y de un sólo movimiento, Hector se la clavó lo máximo posible en su interior, sin embargo, la boca de Bea era bastante pequeña y no estaba acostumbrada a ese tipo de intrusión, por lo tanto sólo pudo meter la mitad de su polla.

Él le puso una mano en la cabeza, cogiéndola del pelo y otra en la nuca, para que no pudiera moverse y empezó un mete-saca infernal. Se la metía hasta la garganta, pues sentía las contracciones de esta en su glande y cómo a Bea le entraban arcadas, para luego salirse completamente excepto el glande.

Los ojos de Bea se volvieron vidriosos debido al esfuerzo que tenía que hacer para tragar todo ese trozo de carne. Era imposible. Por mucho que quisiera y Hector se esforzara por metérsela hasta el fondo, aun le quedaba un cuarto de polla fuera.

—Puta, abre más la boca, te la quiero clavar entera —Le siseó mientras estiraba de su pelo hacia él y empujaba con sus caderas hacia dentro.

Bea no podía casi ni respirar, pues Hector se quedó parado un momento así, empujando sin compasión hacia dentro de su boca. Cuando veía que no podía más, la sacaba completamente para dejarla respirar durante unos segundos, hasta que volvía a la carga.

No supo cuanto tiempo pasó así. Sólo sabia que le dolía la mandíbula de tener la boca tan abierta y que su garganta no paraba de tener arcadas debido a esa violación.

A Hector sentir las contracciones de su garganta en su glande le volvía loco, así que aunque no logró metérsela por completo, estaba a punto de correrse.

—Joder, me voy a correr igualmente ya zorra, trágatelo todo.

El primer chorro de semen fue a parar directamente al esófago de Bea, sin embargo, Hector quería que hiciera el esfuerzo de tragárselo así que la sacó un poco.

Bea sintió el disparó de leche en su boca he hizo amago de tragárselo, pero lo que no sabía es que era mejor esperar a que se corriera del todo para tragar, pues cuando sintió el siguiente chorro de leche, se atragantó.

Empezó a toser y el semen de Hector se le escapó de entre sus labios.

Cuando terminó de correrse, sacó su polla y la observó. Si no fuera por que acababa de explotar en su boca, hubiera culminado en aquel momento. Bea miraba hacia abajo, pues sabía que no había cumplido con la orden. Los restos de su leche salían por sus labios hasta la barbilla y pequeñas gotas le caían sobre sus pechos.

La imagen era realmente excitante. Cuando vio que se recuperó un poco de la tos, le preguntó.

—¿Es la primera vez que tragas leche, puta?

—Sí, señor —dijo Bea avergonzada —lo siento señor.

—¿Qué pasa? ¿Que no te gusta chupar pollas o qué?

—Señor, no es algo que hiciera a menudo con los chicos que he estado… y nunca había dejado que se corrieran en mi boca señor, lo siento.

—Está bien —le contestó Hector— practicaremos hasta que seas capaz de engullirla toda y tragarte todo mi semen sin derramar ni una gota, porque la próxima vez lo recogerás con la lengua, ¿me oyes zorra?

—Si señor.

—¿Cómo va ese coñito? Imagino que esta igual de chorreante, seguro que me has hecho un charco en el suelo al tener las piernas tan abiertas y esas bolas en tu interior… —Hector pasó sutilmente el dedo por su coño  y se impregno de flujos con mucha facilidad.

—Mira como lo tienes, que puta eres, incluso casi llorando por la mamada y tu coño a punto de explotar —Le paso el dedo por la cara, manchándola de sus fluidos—. Seguro que te gustaría que te follara el coño como lo he hecho con la boca, ¿Verdad?

Bea se sentía humillada, sus mejillas se volvieron rojas.

—Si señor, lo deseo mucho —le confesó.

—Pues te vas a quedar con las ganas. No eres una zorra que merezca mi polla si no eres capaz de hacerme una mamada como dios manda. De hecho, vamos a hacer una cosa, te follaré el coño cuando consigas meterte toda mi polla en esa boquita que tienes y no se te escape nada por esos labios de mi leche. ¿Es un trato justo, no crees?

Bea se desilusionó, pues no anhelaba otra cosa que ser follada por Hector, poder sentirlo dentro de ella.

—Si señor.

—De todas formas, como has aguantado todo sin rechistar, voy a dejar que te corras. Vas a masturbarte para mí.

—Pero señor…Me da mucha vergüenza.

—¿Quieres correrte o no? —Le preguntó Hector mientras le desataba los tobillos del suelo y soltaba sus muñecas. Le ayudo a incorporarse y la llevo hasta el borde de la cama.

—Si quiero, señor.

—Pues es esa la única forma en la que puedes hoy. —La sentó en el borde de la cama y le hizo levantar sus piernas hasta apoyar las plantas de los pies en la sabana. En esa posición estaba realmente expuesta.

—Eso sí, va a ser sin ninguna ayuda por mi parte— Y de un fuerte tirón, retiró las bolas de su interior. Ella jadeo por la impresión y tuvo que volver a recolocar sus pies. Él fue a por una silla y se sentó enfrente de ella.

—Empieza, perrita.

Bea obedeció tímidamente. Tenía muchas ganas de correrse, pues estaba muy caliente desde hacia mucho tiempo, sin embargo tenía mucha vergüenza.

Hector estaba sentado observándola sin perder detalle, desnudo, únicamente con la camisa desabrochada. Lo pudo observar por primera vez con detenimiento, tenía un cuerpo bastante musculado para su edad y sus piernas eran fuertes. Esa imagen la encendió y poco a poco aceleró el ritmo de su mano sobre su clítoris.  Empezó a recordar todo lo vivido, los azotes, las palabras de Hector…

Se aventuró a meter dos dedos dentro de ella y empezó a jadear tímidamente. Se acordó de la mamada y aunque lo había pasado mal, sentirse utilizada y dar placer a Hector la había excitado sobremanera. Observó la lujuría en los ojos de Hector mientras la miraba y en ese momento perdió toda la vergüenza, se empezó a masturbar como si él no estuviera delante, metiendo y sacando los dedos dentro de ella y rozando con la otra mano su clítoris como a ella le gustaba. No tardo mucho en sentir las contracciones del orgasmo. Cerró los ojos, jadeó y sin poder evitarlo su cuerpo se derrumbó sobre la cama.

Hector observo el espectáculo que le había regalado Bea con todo lujo de detalles. Esa chica era una autentica joya en bruto. Se acercó con suavidad a la cama y observó como los ojos de Bea seguían cerrados. Se tumbo a su lado y le apartó con cariño el pelo de la cara.

—¿Te ha gustado Bea?

—Sí señor.

Él sonrió.

—Puedes dejar de llamarme señor, sólo quiero que lo hagas cuando tengamos estas sesiones, no soy un amo 24/7, aunque bueno, puede que a ti te guste…

—¿24/7? —preguntó ella extrañada.

Hector se rió.

—Te lo explicaré si quieres volver a practicar esto. ¿Quieres Bea?

Ella se lo pensó un segundo, este mundo era totalmente nuevo para ella y algo le decía que cada vez iba a ser más fuerte, sin embargo, todo, incluido el castigo que le había inculcado Hector, lo había disfrutado. El miedo, la incertidumbre, el placer, el dolor…Sí, la respuesta era Sí, quería volver a experimentarlo.

—Si quiero Hector, lo he disfrutado mucho.

A Hector se le iluminó la cara.

—Vas a ser una gran sumisa, preciosa —le dijo mientras fundía su boca con la suya en un cálido beso. No le importó que sus labios siguieran manchados de su semen—. Y serás mía.

Ella le devolvió el beso y se aventuró a ponerle la mano en el pelo. Era la primera vez que lo tocaba.

—¿Te quedas a dormir? —le preguntó.

—Vale, pero mañana me tendré que ir pronto.

—Eso ya lo veremos… —le susurró mientras volvía a besarla y le pasaba las manos por las tetas de forma juguetona.

Continuará…