Bea y Ruth: Sumisas, atadas, expuestas, felices.

Sadomaso, zoofilia, filial... Segunda parte de la orgía en la casona de Sergio. Espero que os guste. Como siempre, críticas, valoraciones, comentarios son bien recibidos. Como siempre, para sugerencias y demás, al mail lalenguavoraz@hotmail.com Besos!

Observé un poco a todos. La verdad, había caras de cansancio. Algunos de los hombres llevábamos ya un par de corridas encima, y las chicas… bueno, no se podían contar. Pero apenas llevábamos una hora de “juerga”. Es verdad que había sido alucinante, y con casi todos los objetivos cumplidos. Pero… yo quería más. Mis ansias de probar no tenían límite. Era una cosa que me asustaba, que me preocupaba. Llevaba ya bastante tiempo en que no me cortaba en pedir, en exigir lo que me apetecía. En algunas circunstancias de mi vida cotidiana era peligroso que me comportara así. Nadie me puede acusar de machista. Al revés. Casi todo el mundo piensa que soy feminista. Pero… lo que Bea y Ruth conseguían sacar de mí… Era brutal. No sólo las deseaba con todas mis fuerzas. Es que además sacaban mi lado más salvaje. Más extremo. Por suerte, no violento. Pero si duro, obsceno y zafio.

Y en aquellas circunstancias, después de todo lo que habíamos preparado la situación, después de la elaboración, del local, de la cena, de lo que nos habíamos currado el espectáculo… la verdad que no me apetecía parar. Las chicas seguían abrazadas a mi cintura. Le aparté el pelo a Bea, me agaché y la besé suavemente en los labios. Aún sabían a mí. Giré la cara e hice lo propio con Ruth. Por suerte, las máscaras habían aguantado contra viento y marea. Les hablé despacito, de forma que sólo ellas pudieran oírme.

-          Chicas, ¿cómo estáis? – Las dos me sonrieron abiertamente. – A ver… Si ahora os levantáis y os vais, nadie me va a reprochar nada, ni por supuesto a vosotras tampoco. Pero si os quedáis… podríamos intentar alguna cosa más de las que hemos soñado. – Las chicas se miraron entre ellas, y me miraron de nuevo. – He traído cuerda. Mucha cuerda. – Y me sonreí. Bea se mordió el labio, y a Ruth le entró una risa nerviosa. Se derretía por hacerlo. – A ver… Son muchos hombres. Ya se han corrido, pero no sé cómo se pueden comportar de veros atadas. Sólo lo haré si os parece bien. – Las chicas se miraron… y se besaron de nuevo. Lo hicieron suavemente, de forma delicada, hasta que juntaron sus lenguas. Ahí se convirtió en lascivo, morboso, sensual… pero igualmente suave. Se acariciaron la cara, asintieron entre ellas, y me asintieron a mí. – Está bien. Ya sabéis lo que hay que hacer.

Nos levantamos los tres, y nos dirigimos a la barra, mientras el resto de la gente se recuperaba del esfuerzo. Las chicas se metieron tras ella, y prepararon gintonics para todos. Yo cogí una mochila que tenía detrás de la barra, y la llevé a los sofás. Saqué dos rollos de cuerda de cáñamo. Uno lo dejé encima de la mesa. El otro, desde encima de la mesa del billar, lo pasé por una argolla que colgaba del techo por una cadena entre el sofá y el propio billar, a modo de decoración. Al otro lado, colgaba la misma cadena. Las chicas se acercaron con las copas, y las fueron sirviendo. Cuando lo hicieron, Bea fue a mi mochila, y cogió una venda roja de raso. Le vendó los ojos a Ruth por encima de la máscara, apretando bien para que no pudiera ver nada. Le cogió los brazos, y mientras la besaba tiernamente comenzó a atarlos con la punta que caía del techo. Le puso unos guantes de cuero, gruesos, especiales para nuestro propósito. Desde los antebrazos hasta las muñecas, fue rodeándola, con cuidado, pero con firmeza. Cuando terminó, pasó la cuerda por entre los antebrazos, y la anudó. Cogió el otro extremo de la cuerda, y comenzó a estirar, hasta que los brazos quedaron por encima de su cabeza. Cuando quedó tenso, cogió su pierna izquierda, le puso una rodillera de cuero, la levantó, y dejándola suspendida la rodeó con el otro extremo de cuerda. Lo tensó, lo anudó, y se retiró para admirar a su chica. Estaba preciosa. Completamente desnuda, a excepción del collar de pinchos, la cadena que aún colgaba de él, los guantes y la rodillera. Expuesta. Muy expuesta. Su coñito vibraba. Se la veía temblar. La boca entreabierta, de la excitación. Le susurré algo a Bea, me miró, se llevó la mano a la boca… y estuvo a punto de correrse. Eso me lo contó después. En sus labios pude leer un “cerdo” muy claro. Se subió a la mesa de billar, y se puso en cuclillas, mirando a su chica. Ésta quedaría apenas a medio metro. Abrió bien las piernas, comenzó a masturbarse. Yo me acerqué a Ruth. Y le dije algo al oído. Se puso a gemir. Su coñito palpitaba cuando lo toqué. Comencé a hacerle un dedo estupendo, mientras le susurraba al oído todas las guarradas que se me ocurrían. En el momento en que Bea comenzó a orinar sobre las piernas de Ruth, ésta, al notar el líquido caliente, mi mano, aquella posición… se corrió sin remedio, al tiempo que se meaba encima. El espectáculo era total. Bea gritaba groserías mientras bañaba a su novia, al tiempo que se corría también irremediablemente. Todos los de la sala se acercaron a ver el espectáculo, mientras unos y otras se tocaban, los miembros volvían a ponerse duros, y las chicas se frotaban su entrepierna.

Todos… menos su padre y su hermano.

Yo no los vi marcharse, pero cuando todos rodearon a Ruth, y comenzaron a sobarla, a tocarla, mientras ella se derretía, me di cuenta de que no estaban. Pensé que tal vez habrían ido al baño, por lo que no le di mayor importancia. Fregué un poco el suelo debajo de Ruth, pero no le limpié las piernas. Quería que se sintiese sucia, muy furcia. Eso la encendía. Allí, con los ojos vendados, sus piernas con restos de su corrida, de orín, montones de manos tocándola… Era una fantasía hecha realidad.

Viendo aún como Ruth disfrutaba, me acerqué a Bea. Tras orinar y correrse mientras “bañaba” a su novia, me esperaba de rodillas encima de la mesa de billar. Me acerqué, y la tumbé boca abajo. La besé con cariño, saqué una venda de color negro, a juego con su traje de cuero, y le vendé los ojos. De mi mochila saqué otro pedazo de cuerda. Le até la mano izquierda al tobillo izquierdo por detrás de la espalda, y la derecha al tobillo derecho. La levanté un poco, y coloqué un cojín bajo su estómago. Así quedaba totalmente expuesta. Indefensa. Incapaz de ver quién o qué la tocaban, la utilizaban. Las sensaciones serían máximas. Para ambas.

Me quedé un rato observando mi obra. A ambas. Amaba a aquellas chicas. Era una tontería que lo negara. Era una idiotez que me mintiera más. Pero era un amor muy distinto. Diferente al que había sentido por alguien hasta aquel momento. Era un amor sórdido, cargado de deseo, un deseo salvaje, erótico, completamente sexual. Era un amor muy exigente, con mucha responsabilidad. Aquellas chicas ponían sus cuerpos a mi disposición. Se exponían a mi voluntad. Se entregaban, con los ojos cerrados, a mis deseos. Se postraban, se humillaban, se ofrecían a mis apetencias. Eran mis sumisas. Y yo su dueño. Su Amo.

Rápidamente, al ver a Bea expuesta y accesible, Doña Elvira y Elisabeth se acercaron, la rodearon, y comenzaron a sobarla. La joven le metía dos dedos en la boca, que Bea chupaba con gusto, para después llevárselos a su coñito, se masturbaba un poco con ellos, y se los volvía a dar a chupar. La madura sin embargo no se andaba con chiquitas. Le metía un dedo en el coñito, y otro por detrás. Los metía y los sacaba, y con la otra mano se masturbaba. Sergio, que no andaba lejos, se acercó por detrás. Primero atacó a la madura, cogiéndole los pezones, estirándolos con firmeza, mientras la besaba en el cuello. Bajó una mano por el trasero, lo sobó bien, lo pellizcó, y metió un dedo por entre las nalgas. Doña Elvira lo apretó, pero pronto cedió a las caricias. Entreabrió los muslos, y Sergio le metió el dedito por la entrada trasera. Enseguida se puso a gemir, lo que dio alas a Sergio para seguir. Se lo metía con rudeza, mientras la madura gemía con fuerza, sin dejar de masturbar a Bea. Don Antonio y Rubén, que andaban un poco perdidos, viendo a Bea y a Elisabeth totalmente accesibles, se acercaron sin pensárselo demasiado, y sin demasiada eficacia, pero con bastantes ganas, comenzaron a sobarlas por donde podían. Sacaron sus pollas, y Don Antonio, sin demasiado miramiento, inclinó a Elisabeth y la penetró. Por su parte, Rubén, algo más atrevido, se subió a la mesa de billar, y de rodillas, le metió la polla en la boca a Bea. Ésta no sabía de dónde le venían, atada y vendada como estaba. No era capaz de recordar cuantas veces se había corrido ya. Rubén sacaba la polla de la boca de Bea, estiraba del pelo a Elisabeth, y se la metía a ella. Por aquella parte todos parecían satisfechos.

Me acerqué donde estaba Ruth. Don Alfonso y Manuel daban buena cuenta de su cuerpo. La sobaban de forma grosera, sin miramiento. Ruth jadeaba, presa del deseo, de la sensación de estar vendida. Colgada, expuesta, accesible… tan hermosa… Y aquellos dos individuos asaltando su frágil cuerpo sin oposición. Pese a todo, era una escena fabulosa, en la que todos los actores disfrutaban.

Pero, seguía siendo un misterio dónde estaban Juan e Israel. En los baños no estaban, yo venía de allí. Lo que pasó a continuación me dejó sin aliento. Ni me lo esperaba, ni fui capaz de reaccionar. Se abrió la puerta de la calle, y aparecieron los dos, padre e hijo. Ninguno los habíamos visto salir. Traían de la cadena un Setter inglés, de buen tamaño, uno de los perros de caza de Sergio. Todos miraron hacia allí. Se acercaron a donde estaba Ruth. Me miraron, y me hablaron.

-          Dijiste que nada de marcas. –Dijo Juan con rotundidad. – No las dejará, tendremos cuidado. Pero quiero hace tiempo que tengo esta fantasía, y ella la va a cumplir.

Me quedé mudo. Lo reconozco. No supe que decir. No supe cómo reaccionar. Estaba convencido de que tenía controlada la escena. La gente había hecho prácticamente lo que yo les había pre-programado. Pero esto… me superó. Al quedarme callado, lo entendieron como un sí, y se acercaron a Ruth.

-          Alicia, no te muevas. No te pasará nada, putita. Solo… un inmenso placer. – Era Israel, el que le susurraba a su hermana en el oído. Tenía los ojos encendidos, por la lujuria, por la excitación. – El placer que una perra como tú merece.

Ruth temblaba, se retorcía, se mordía el labio... La observé bien. Si hubiera visto miedo, la habría soltado. Pero… estaba excitadísima. Sabía que algo pasaba, porque todos habían parado un poco sus actos para observar al animal. Acercaron el perro, que enseguida olisqueó las piernas de Ruth. Le dio unos lametazos, y comenzó a subir. No sé en qué momento Ruth se dio cuenta de que aquella lengua ruda, áspera y enorme sólo podía ser de un animal, pero cuando lo hizo, ya era tarde. El animal había seguido subiendo hasta encontrar su coñito rosado y carnoso. Pasó la lengua por allí, arrancando los gemidos de Ruth. En pocos segundos los gemidos fueron gritos, y poco después comenzó a correrse sin parar. Como el animal seguía lamiendo, ella se seguía corriendo como una perra, sin parar, sin posibilidad de defenderse… Cuando vi que todo iba bien, me arrimé a Bea, le dije que se tranquilizara, y que ya le contaría. Me acerqué por detrás a donde estaba Ruth y separé al animal, que comenzaba querer trepar entre las piernas.

-          Creo que es suficiente, ¿no os parece? – Sonreí, un poco forzado. – Alicia se ha corrido al menos cuatro o cinco veces en menos de diez minutos. Creo que tu fantasía está cumplida. – Juan sonrió maliciosamente, y asintió. Cogí al animal de la cadena, y me lo llevé.

Los del lado de Bea reanudaron con furor la escena, con nuevos bríos provocados en parte por la increíble escena con el Setter y Ruth. Doña Elvira le comía el coño a Bea, mientras ésta se comía la polla de Rubén. Por su parte, Sergio le abría en canal el culo a Doña Elvira, y Don Antonio a Elisabeth, que de vez en cuando también se merendaba la polla de Rubén. Éste, alternaba la boca y el coñito de Bea. Cuando lo hacía, Doña Elvira le lamía los huevos por detrás, provocando más placer en él.

Cuando volví a entrar, oí el ruido de cachetes, manos estallando contra cuerpos indefensos. Padre e hijo se dedicaban a azotar a Ruth, completamente deshecha. Lo hacían con las manos en el trasero, en las tetas, y su padre se atrevía con algún cachete en la cara, más para reactivarla que otra cosa. No eran suaves, pero no eran agresivos. Decidí no intervenir. Por su parte, a Bea le hacían parecido. Tenía el culo rojo, aunque tampoco parecían haberse sobrepasado. Doña Elvira le azotaba fuerte, sin demasiadas contemplaciones, pero Bea gemía como yo sé lo hace cuando disfruta.

En este segundo asalto, Sergio fue el primero en correrse. Lo hizo en el culo de Doña Elvira. Se descargó del todo. Cogió la cabeza de Elisabeth, la acercó al culo de su jefa, y le hizo lamer todo su semen.

-          Vamos, zorra, lámele el culo a la jefa. Lo haces habitualmente, pero hoy con salsa. – Le empujaba la cara contra el trasero. Abría la lengua para recibir toda la leche calentita, que emanaba del agujero de su jefa cono un maná. – Saboréalo. Está muy rico.

-          Sí, mmmmm. – Jadeaba la joven, penetrada por Don Antonio. – Me gusta…

-          ¿De verdad te gusta? Pues te voy a dar una buena cantidad. – Don Antonio se la sacó del culo, se la metió en la boca, y se corrió abundantemente en ella. – Oh, sí, furcia, que eres una furcia, me cago en la puta, que bueno, joder…. – Elisabeth tenía la boca llena, había tragado una parte, pero todo era demasiado. Iba a dejarla caer. Pero yo andaba cerca. La cogí del pelo y la acerqué a Bea. Enseguida supo lo que quería.

-          Dásela a Esther. Es muy golosa. Le encanta la lechita calentita. – Le dije. Se acercó y besó a mi morena. Cuando ésta noto el sabor del semen caliente, abrió la boca y lo recibió con gusto. Se lo tragó, y le pasó la lengua por la cara a Elisabeth. – ¿Qué te dije? Es una puta estupenda, muy golosa…

-          Pues hoy va a tener ración triple. Sí, joder…. – Y Rubén que en ese momento estaba delante de ella también se fue en su cara y en su boca. No dejó nada. Lo chupó y tragó hasta que no pudo más.

El espectáculo era total. Bea desmadejada sobre la mesa de billar, con el culo enrojecido, con Rubén sentado al lado, jadeando. Elisabeth y Doña Elvira abrazadas, tocándose, sonrientes, con Don Antonio y Sergio al lado, destrozados, todos viendo la escena de Ruth.  Habían soltado la cuerda de sus manos, para poder bajarla. Don Alfonso y Manuel se turnaban para follársela mientras la sujetaban de la cintura. Uno utilizaba la vagina, y otro el ano. Mientras, delante, padre e hijo se turnaban para metérsela hasta la garganta, y azotarle las tetas. De vez en cuando la abofeteaban, para mantenerla despierta. Era increíble las cosas que habían soportado aquellas chicas. Sin embargo, y pese a todo, sonreían satisfechas.

-          Me corro. – Dijo Israel. – Vamos, zorra, abre la boca, que hoy no vas a pasar hambre. – Y como ya hubiera hecho anteriormente, le metió la polla hasta el final, de manera que el semen fue a parar directamente a su garganta. A Ruth le daban arcadas con semejante trozo de carne hasta más allá de la campanilla, pero las soportó con lágrimas y con una sonrisa. Cuando su hermano sacó la polla, ella sonreía. Israel también sonrió, se apartó y su padre cogió su sitio. – Héctor. – Dijo dirigiéndose a mí. – ¿Cuando acabemos me podrías presentar a Alicia? Joder, no he conocido a nada igual en mi vida, y no sé si la volveré a ver. – Me sonreí.

-          Hoy no puedo hacerlo. Ellas son muy celosas de su vida privada, y deben serlo, haciendo las cosas que hacen. – Hice un gesto con la mano, señalándola mientras dos hombres se ocupaban de su coñito y su culo y un tercero, su padre, de su boca. – Pero te aseguro que algún día la volverás a ver. – Le puse la mano en el hombro, y parece que se convenció. Se sentó en el sofá, y se quedó admirando la escena. Manuel acababa de correrse sobre el lomo de Ruth. Don Alfonso también gritaba mientras se corría en el culo de la rubia.

-          Ahí te lo dejo, putita. Ahí te lo dejo. – Le decía, mientras le daba los últimos envites y le llenaba el enrojecido ano de lechita caliente. – Joder, que putas más buenas, joder. La ostia. – Blasfemaba mientras jadeaba, con una sonrisa en la cara.

-          Yo también te voy a dar el biberón, furcia. – Le decía su padre a Ruth. – No te vas a olvidar jamás de nosotros. Vas a llevar nuestra simiente en tu estómago, nuestro sabor en tu boca una buena temporada. – La agarraba del pelo de forma casi violenta, mientras le follaba la boca. Así, hasta que se corrió. – Abre la boca, zorra. Ábrela bien o tendré que abofetearte. – Ruth la abrió todo lo que pudo. La leche salía a borbotones del mandoble de su padre. – Joder, Alicia, me cago en la puta, que buena. – Algunos chorros fueron a sus mejillas, y después de un golpe se la metió hasta la campanilla. A Ruth le vinieron arcadas, pero como siempre, las contuvo. – Que buena, ostia, que buena. – Juan cogió con los dedos los restos de la cara, y se los metió en la boca. – Increíble, niña. Increíble. Te digo lo mismo que mi hijo. Ojalá pudiera volver a verte.

Me acerqué, y antes de que soltaran la cuerda recogí a Ruth en mis brazos. La desaté, la cogí en brazos, y la llevé al billar. Desaté a Bea, y la tumbé también. Ambas se abrazaron casi de inmediato.

Fuimos despidiendo a los invitados, asegurándonos antes de que tendríamos todos los trabajos de los que dispusiesen. No iba a haber problema. La sesión nos aseguraba un feeling que nos daría buenos resultados en el futuro.  Todos se fueron satisfechos. Todos y todas. La cena y la orgía habían sido un éxito absoluto.

Sergio se quedó recogiendo en la barra, y en las mesas. Por mi parte, cogí a Bea en brazos, me la llevé a la cocina y la senté. Volví a por Ruth, pero esta vez me metí directamente en la ducha, y pese a que yo estaba medio vestir, abrí el agua. La senté en el suelo, le quité la peluca y el antifaz, y la dejé bajo el agua caliente. Salí fuera, cogí a Bea, repetí la operación, y me senté yo también. Poco a poco, el agua caliente hizo mella, y ambas fueron abriendo los ojos. Se miraron, se besaron con ternura, me miraron y se rieron de mí. El agua había empapado mi camisa y la pegaba al cuerpo, y mis pantalones y calcetines también estaban empapados. Me miré y me eché a reír también. Así estuvimos un rato. Finalmente. Las miré, les acaricié las mejillas, las cogí de las manos, las miré a los ojos, y les dije la verdad, de forma dulce, de forma firme.

-          Os amo.

Sexto y último episodio de Las Perversiones de Héctor. Y posiblemente también el último con estos personajes. También será el último con las fantasías de Alicia y de Esther, mi Bea particular. Espero que os guste. Ha sido un placer increible disfrutar con vuestros anhelos, vuestras fantasías, e intentar plasmarlos en un relato de ficción.

Un beso.