Bastian vuelve a casa.
Un adolescente , un camionero , la cabina del camión , la pasión entre dos hombres distintos y el fin de un exilio
Parece un mochilero de esos que recorren los caminos, con el equipaje al hombro para vivir aventuras. En cierto modo lo es. Pero también es un bicho raro, en ese paisaje de quebradas y cerros, en esa geografía casi desolada. Es un personaje exótico en plena pre-cordillera, aunque tenga puesto un sombrerito de lana tejido por los collas del Norte argentino. Es la única prenda autóctona de su vestimenta, pues todo su aspecto (aros, tatuajes, piercings) dice que no pertenece a ese lugar. Es como un marciano en la puna.
Tiene casi 19 años y nadie diría que ese chico extraño de rulos casi pelirrojos, que habla con alguna dificultad el castellano, nació en Buenos Aires y que en su regreso temporario al país, se encuentre en su primer viaje por el norte argentino, allí donde la Argentina se asemeja más a Bolivia, a la América amerindia, allí donde desaparece su patina europea y cosmopolita y sobresalen la condición mestiza de su gente con sus pieles más oscuras, los pelos duros y secos, Allí donde las caras de los viejos parecen uvas pasas acostumbradas al sol del día, las noches frías y la tierra agrietada y seca. Es la Argentina raigal, la Argentina profunda y auténtica, la que no disimula su condición latinoamericana.
El chico volvió hace unos días de Alemania, lugar al que lo llevaron sus padres cuando no tenía aún tres años. Los dos eran músicos, y allí les ofrecieron contratos mejores que le aseguraban un futuro más acomodado para toda la familia. Desde entonces, Sebastián se convirtió en Bastian un niño distraído, inconformista y rebelde, y luego un adolescente imposible, la oveja negra de una familia de personas cultas, armónicas y conservadoras. Un toque de rock pesado en una casa poblada de música clásica Iron Maiden, entre discos de Bach. Un “heavy metal” en medio del silencio civilizado. En sus casi 19 años lo ha probado todo y ha conocido todo: el alcohol, las drogas, alguna internación tras un intento de suicidio, algún proceso judicial por “desorden”, los tatuajes y “piercings” y especialmente el desarraigo, el no ser de aquí ni ser de allá. Como aquella canción de Facundo Cabral que le cantaba una niñera española.
Desde muy temprano, Bastián, supo que era gay y eso lo ha marcado. Lo hace distinto a sus compañeros de colegio, a los amigos de su hermano, a los chicos con los que practica deportes o toma cerveza en su pueblo. Detesta la conversaciones de esos chicos, colmadas de sexo exagerado con walkiirias insaciables de pechos enormes y fáciles.. Siempre se consideró “distinto”. No responde al libreto que escribieron sus padres para él, ni a la elección de vida “normal “ de la mayoría de la gente. No se adapta a Alemania, ese país frío y hostil, de pasado brutal, en el que ha ido a vivir a la fuerza. .Lo tienen sin cuidado la tecnología, el desarrollo económico a cualquier precio y detesta esas ciudades limpísimas pero rodeadas de pueblos contaminados donde la industria ha castigado a la naturaleza con fines de lucro. Detesta esa vida agendada los trescientos sesenta días del año y toda la vida. Los relojes no le importan, el orden lo fastidia. La falsedad le resulta intolerable.
Bastian aunque quizás no lo sepa, busca ahora su destino, su identidad en esa geografía accidentada donde, el aire es puro, la lluvia llega a ser un milagro y el cielo es inmensamente azul y blanco. En esta parte de la tierra argentina dónde todo está por hacer. En su fantasía de europeo por educación, cree ser como el “Che” Guevara en ese viaje iniciático que vió en una película de Hollywood, porque a él también le preocupa la gente y le conmueven la pobreza, la enfermedad y la miseria.
En una estación de servicio, lo levantó el conductor de un camión Ford con acoplado, que transporta azúcar desde un ingenio. El camionero es un hombre alto, delgado, de cabello renegrido, piel curtida por el sol, de unos cuarenta y ocho años. Dijo llamarse Antonio, aunque aclaró que los amigos de su pueblo cerca de Pergamino, le dicen Tony. Es hombre callado, serio, y casi no cruza palabra con el jovencito que al principio duerme contra la puerta y luego semi despierto escucha la chacarera que tocan en la radio mientras el camión devora los caminos. El camionero silva y el chico le mira la boca, le observa el perfil en las sombras, la nariz aguileña de indio, los pómulos altos, los ojos bien negros, el pelo lacio y abundante, los brazos fuertes, las piernas gruesas. El chofer es un macho rústico y fuerte, un producto de esa naturaleza primitiva y espléndida de la América andina, piensa Bastián mientras ojea asi como al pasar el grueso bulto que se esconde entre las piernas de Tony. Desde hace un rato largo se viene sintiendo caliente por el camionero callado de ojos tan negros.
Cuando pasan por un salitral, comienza a a hablar y el camionero aburrido por el paisaje monótono, blanco y salino, le contesta. Entran en confianza, se miran de reojo. Bastián observa que el hombre lleva alianza de casado, un anillo de plata sencillo pero grueso. Le pregunta si tiene familia y el hombre lo mira con una sonrisa triste, mujer y dos hijos contesta, Uno, el varón tiene casi tu edad. Bastián reflexiona y contesta, mi padre tiene casi su edad dice pero ni Ud. es mi papá ni yo su hijo. Y sería raro que fueras mi hijo dice el hombre: o que Ud fuera mi papá, contesta el chico. Los dos se rien. Piensa en su padre eminente violinista, pálido y formal, calvo y excedido de peso, con sus anteojos de fuerte aumento, hijo de judíos rusos que emigraron a la Argentina a principios del siglo XX.
Antonio se sigue sonriendo como si no percibiera la indirecta de ese muchacho que él creyó que era un turista y ahora sabe que no lo es. Le pide primero que lo tutee y luego que le hable de Alemania pero Bastián contesta con evasivas, como si no quisiera que el hombre supiese que a él no le gusta ese país tan frio y racional, tan mecánico y formal, ni su gente, ni su vida allá, y quizás lo hace para ocultar que tampoco le gustan sus propios padres….
Antonio lo mira, cuando algún foco de otro camión ilumina la cabina del camión mientras maneja y se maravilla de esa piel blanca, los ojos marrones grandes, las pecas en la nariz, las pestañas espesas, la barbita casi inexistente, y el pelo de rulos sedosos y espesos. Lo que más le impresiona es la mirada de ese chico. Una mirada que mezcla sensualidad con inocencia. Angel y demonio. Está lindo el pibe se dice, pero luego siente como un calor subiéndole a la cara, un calor que le quema en el pecho, que se hace agua en las axilas, aunque afuera del camión la noche está fría. Es un calor que le inunda con sangre la pija que se le va poniendo dura mientras observa de reojo la piel tersa y muy blanca del chico, los brazos con pelitos rubios y pecas, y el pecho flaco y casi adolescente.. El chico no para de mirarlo, con cierto disimulo. pero como si quisiera decirle algo o descubrir en su rostro algún secreto. Por momentos, a Bastián lo supera su calentura, y mientras escucha al otro imagina que el camionero tal vez acepte una mamada de pija, porque sabe que incluso muchos de ellos nunca dicen no a una buena chupada. El sólo pensarlo le hace agua a la boca, y le humedece el culo. Pero por fin abandona su fantasía y lo mira , mira al hombre que conduce y no puede disimular su atracción.
Que mirás, pregunta el hombre al fin y el chico sorprendido no sabe qué contestar. Sabe que está mirando a ese hombre con deseo, que la piel se le eriza de solo pensar en coger con el. Que la pija escondida en ese cuerpo fatigado por tantos caminos desolados, se le para de solo imaginar que aquel hombre lo abrace y le eche el aliento en la cara. Siente que su culo se dilata de deseo y no lo puede creer. El hombre es casado, piensa , tiene mujer e hijos y anillo de plata en la mano izquierda. Es heterosexual, se dice. Posiblemente odie a los putos. Alguna vez le dijeron que la Argentina, aunque en forma atenuada era todavía como toda América latina muy homofóbica, que se cuidara de tantos tipos “mata putos” que debería haber allí. Por ahí Antonio sea uno de esos, los que persiguen a los putos, como los alemanes asesinos persiguieron a los judíos, piensa..Ciertamente que el hombre no tiene cara de alemán y menos de criminal. Claro que maneja un camión durante largas horas y arruina sus riñones para mantener a su familia. Claro que entre los adornos que lleva Antonio sobre un espejo de la cabina del camión, están las fotos de su mujer, las de su hijo y de su hija, un escarpin de lana del hijo cuando era bebé, una estampita del Gauchito Gil (una especie de santo no reconocido por la Iglesia católica) y una tarjeta colorida con una flor de nomeolvides fijada en un extremo y dibujada por su hija diciéndole “Papi, manejá con cuidado que te estoy esperando”…...
Como a las dos de la madrugada, Antonio le pregunta si tiene hambre y el contesta que si, y el hombre le dice te invito a un asadito. ¿A esta hora? pregunta Bastián (ahí le salta el alemán que no está acostumbrado a comer a esas horas) titubea en su respuesta, pero el otro no lo escucha, estaciona apuradamente el camión en el estacionamiento precario de una parrilla de carne al asador, barrida por el viento y va directo al baño a vaciar la vejiga. Me estaba “piyando” (orinando) dice, mientras se agarra la pija con fuerza por sobre el pantalón.como para detener el chorro potente de orina que pugna por salir. A Bastián le calienta mucho ese gesto, ese agarrarse el bulto de un macho adulto por sobre la ropa y sin pudor. Lo recalienta. Después le mira el culo al camionero, mientras el hombre corre hasta la puerta del baño. Culo grande bien de macho, culo que no debe ser muy peludo, culo redondo y fuerte. Fuerte como su dueño piensa. La verga se le pone a mil y el se la acaricia despacito.
Cuando Antonio vuelve, se sientan a comer a una mesa cubierta con un mantel de papel, y piden asado, pan y vino. La carne cuando la traen llega humeante y perfumada, le parece demasiado cocida pero rica, y el vino le quema la cara, los brazos, la barriga, las piernas. Antonio se ve entonado por la bebida y se larga a reir, por cualquier cosa que Bastián diga, la cara colorada, los ojos brillantes, que por momentos entrecierra, exhibiendo pestañas largas y renegidas, el pelo negro más lacio que nunca, y Bastián lo observa, mientras con sus manos nerviosas juega con las migas de un pedazo de pan que al fin deja sobre el plato. Piden la cuenta mucho más tarde, cuando Antonio está como adormeciéndose por efecto del alcohol y Bastián permanece despierto por la fuerza irrefrenable de su deseo por el otro hombre.
Deciden descansar en el camión estacionado trás unos arbustos que quedan muy al final de la calle de tierra donde termina el comedero, y sólo la luna en cuarto menguante interrumpe la oscuridad. Bastián tiene frío cuando entra a la cabina del camión y ayuda como puede a Antonio a subir y acomodarse. En la parte de atrás de la cabina hay una cama, con una ventanita que da al exterior cubierta por una cortina oscura de tela rústica. La cama no es muy grande pero caben los dos. Se descalzan se desnudan, se tapan con las mantas y se disponen a dormir. Afuera cantan los grillos y las ranas, y la noche es un pozo negro cruzado por el viento frío. Noche de invierno.
Bastián se acuesta boca arriba, y trata de cerrar los ojos pero no puede. Tiene frío y al mismo tiempo lo excita el deseo por el hombre que yace a su lado, en un rincón tan reducido y trata de esconder su ansiedad.
No quiere moverse pero el frio lo hace temblar y el hombre parece advertir su temblor, en la penumbra y le pregunta si tiene frío. Si contesta apenas con un hilo de voz, , tengo frío. Vení acercate le dice el hombre, y a Bastián eso lo hace temblar más, tiene miedo a la reacción de su cuerpo en la proximidad del cuerpo del otro macho. Vacila por un momento y el otro lo atrae hacia su cuerpo tibio. Las pieles se tocan y el hombre extiende la cobija sobre el cuerpo del muchacho y pasa su brazo por encima del pecho de Bastian. Finalmente, lo abraza, y Bastián se acurruca contra el cuerpo adulto, y apoya su cabeza sobre el tórax del otro. Siente el calor fuerte del cuerpo de Antonio y del abrazo que lo aprieta y domina y el suave respirar del camionero, y al rato deja de temblar, y el hombre abre los ojos, lo mira y le pregunta si se siente mejor, y el chico no dice palabra pero en la oscuridad le devuelve la mirada con esos ojos enormes y brilantes, y asiente con su cabeza enrulada y pasa sus pies fríos por la pierna más cercana del hombre y este percibe el hielo de sus pies y le dice “pies fríos corazón caliente” y ríe, y Bastián contesta como un eco “caliente si caliente”, o eso le parece decir cuando el otro estrecha el abrazo, cuando el otro lo encierra entre sus brazos, y quiere gritar pero no le sale la voz cuando el hombre busca su cuerpo, acaricia sus nalgas, entrecruza sus piernas fuertes con las suyas flacas, le acaricia el pelo, y finalmente lo besa en la boca, con un beso dulce y suave pero al mismo tiempo caliente, apasionado, persistente y húmedo. El quisiera que el beso no se termine nunca. Que la lengua de Antonio se quedara en su boca, que las manos grandes del hombre lo sigan tocando siempre, que esa pija enorme que se adivina en la oscuridad no se aparte nunca. Y devuelve el beso y el hombre jadea de deseo con los ojos entrecerrados mientras Bastián baja su mano huesuda para tocar la enorme verga del hombre y acariciarla con mucho vigor al punto que el camionero le dice muy bajito” mas despacito bebé, que me duele o me vengo enseguida…” Se desnudan completamente y el hombre besa todo su cuerpo, con su boca llena, con su lengua, con su saliva y el chico cree volar mientras la boca del otro se adueña de su cuerpo.
Sus manos huesudas descienden por el cuerpo del camionero y vuelve a encontrar la maravilla caliente de la pija gorda y dura del hombre, tan gorda y tan dura que parece una maza de hierro. Y con los dedos distingue la cabecita de la pija que pugna por salir y los huevos llenos de leche del hombre que se deja tocar mientras besa el milagro del cuerpo del chico acostado a su lado. Bastián friega una y otra vez esa verga dura y gorda que se va humedeciendo y cuando no resiste más,, acerca su boca a aquella pija y la besa y la lame y la acaricia como si fuera milagrosa y se la pone en la boca, y se maravilla del milagro de la suavidad y tersura de aquella poronga enorme y dura, de la tersura de la piel del camionero, de su olor íntimo y agreste, del silencio de la noche oscura mientras su boca se llena de pija, mientras su lengua recorre como puede los costados de aquel pene tan deseado.
El hombre jadea, una y otra vez mientras el muchacho lo mama tierna pero vigorosamente, Antonio, jadea. murmura, putea (ahhh ohhh uhhh puta madre ahhh ohhh uhh ), y casi solloza mientras su pija gruesa apenas si puede entrar por la boca que le da tanto placer. Con sus manos acaricia las nalgas del muchacho, esas nalgas suaves y lampiñas, ese culito tentador y húmedo que se abre a sus dedos, a su lengua, a sus manos, y que parece cantar de gozo cuando por fin el hombre lo penetra, cuando invade las entrañas del chico que solloza de placer y de emoción mientras el hombre bombea su culo, mientras entra y sale cada vez con más intensidad, cada vez con más pasión, dando pequeños gritos que el chico no entiende pues ya nada le importa,, mas que la pija del otro navegando por su culo, prometiendo inundarlo de leche y cree adivinar que por fin, tras tantos años de exilio, ha vuelto a casa.
Y grita, grita en el silencio de la noche negra, y le pide al hombre que lo coja, que lo garche, que le parta el orto, que lo invada hasta el fondo como una llave que abre todos los candados. Su culito se levanta a cada momento para alojar la verga entera del otro y se comprime para darle más placer hasta que Antonio se corre en su culo, hasta que anega cada rincón de sus tripas con su leche camionera, con su leche casada, con su leche del camino, con su leche definitivamente argentina.
A las cinco o mucho antes cantarán los gallos y el sol comenzará a calentar muy suavemente la tierra norteña Será hora de reanudar el viaje.
galansoy Un relato distinto tras algún tiempo de ausencia que ojalá les guste.