Barkkuk: El compañero de lecho

Fantasía erótica de ambiente medieval.

Barkkuk: El compañero de lecho

1 – La batalla vencida

La lucha había sido larga y muy cruel, pero finalmente, el fuerte jefe de los Dukags, había golpeado a su terrible contrincante Barhimm, jefe de los Neptag que yacía boca arriba en el suelo. Se apeó de su cabalgadura blandiendo su pesada espada, se acercó al enemigo y pisó su cuello con fuerzas, pero sin hacerle daño. Lo quería vivo. La mirada del bello Barhimm, de ojos claros, se ocultaba bajo su pelo largo y rubio. Galakk apuntó con su espada a sus ojos y retiró con pulso firme los cabellos. Barhimm era un hombre fuerte, de rasgos suaves y sin barba; su belleza podía desarmar al vencedor.

  • ¡Vamos, Galakk! – gritó el vencido - ¡Acaba ya de una vez!

  • Eso es lo que quisieras – dijo Galakk sin apartar la vista de su rostro -; cuando ves que viene la muerte, deseas que no tarde ¿verdad? Una muerte lenta no le gusta a nadie. Procura no mover un dedo, porque no voy a matarte, sino a mantenerte vivo por siempre y te aseguro que lo lamentarás cuando tengas los ochenta años.

Barhimm lo pensó mejor y siguió mirando fijamente a Galakk, que sin soltar su espada, abrió sus piernas sobre su fuerte enemigo vencido y se agachó despacio hasta sentarse sobre su miembro. Barhimm no cambió su expresión, pero empezó a pensar en qué iba a hacerle Galakk. Poco después, comenzó a notar que su miembro se ponía erecto. Se dio cuenta de que Galakk tenía que saber algo sobre sus tendencias sexuales. Pero ¿qué iba a hacer luego?

Cuando Galakk notó la dureza entre sus posaderas tuvo que hacer esfuerzos porque no se le notaran signos de debilidad. Aún no se daba por ganador de la batalla y un simple fallo podía dar la victoria a los enemigos. Sin embargo, con el máximo cuidado, fue doblando su torso poco a poco hasta acercar su rostro a Barhimm y sentir su respiración agitada. Lo miró amenazante y bajó de golpe sus labios hasta los de Barhimm besándolo salvajemente. Su enemigo no se movió, pero Galakk se levantó de repente asustado y parecía oír algo en la lejanía. Se levantó al instante y miró los cadáveres que les rodeaban.

  • ¡Vamos, Barhimm! – blandió su espada con las dos manos -; quítate toda la ropa.

Y Barhimm, como guerrero que no se dejaba intimidar por nada, comenzó a desprenderse de su coraza. Mientras tanto, y sin perderlo de vista, se acercó Galakk a un cadáver de los suyos y le quitó toda la ropa que pudo a punta de espada. Barhimm pareció empezar a comprender algo, pero no podía imaginarse por qué su enemigo estaba haciendo aquello.

  • ¡Toma! – tiró la ropa del cadáver a sus pies - ¡Ponte eso inmediatamente!

  • ¿Qué piensas hacer? – le preguntó Barhimm dando un paso atrás -.

  • Otro mínimo movimiento – le dijo Galakk – y comenzarás perdiendo una mano.

Barhímm, que estaba sólo con la ropa interior, se colocó rápidamente la armadura del enemigo. En unos cortos momentos, apareció un grupo gritando victoria y saludando a Galakk.

  • ¡Hemos ganado la batalla definitiva! – gritó uno - ¡Han desaparecido todos los Neptags! ¡Alabados sean los dioses!

  • Así es, soldado – le dijo Galakk -; adelantaos a la fortaleza y decid que la batalla y la guerra se han vencido.

Pusieron sus caballos al trote y desaparecieron entre los árboles.

Barhimm miró a Galakk confuso pero sin hablar.

  • No, Barhimm – le dijo -, no vas a morir. Eres bello y te quiero para mí.

  • ¿Y a ti quién te ha dicho que lo acepto? – le contestó -. Que me apetezcan los hombres no significa que me gusten todos.

Y terminando de decir la frase, escupió a los pies de Galakk, que levantando la pesada espada muy alta iba a dejarla caer en vertical sobre la cabeza de su enemigo.

  • ¡Espera, espera! – gritó Barhimm - ¿Qué vas a hacer?

  • Es fácil – le dijo Galakk mientras caminaba despacio a su alrededor - ¿Te has vuelto tonto últimamente? Si no me entregas tu belleza, ¿para qué te quiero vivo?

  • ¿Por qué me has salvado la vida escondiéndome en esta armadura?

  • Porque eres tú el que tienes que entregarte voluntariamente a mí – le dijo -; si no quieres entregarte, soy yo el que tengo que darte muerte.

Barhimm respiró profundamente y se acercó a Galakk sin gesto alguno hasta besarlo y retirarse.

  • Yo soy el vencido – dijo entonces -, pero no sólo por tu fuerza y tu destreza en la guerra, sino por tu belleza en la paz ¡Llévame contigo!

  • Así será, pues lo deseas – dijo Galakk -, pero tu nombre será desde ahora Barkkuk y entrarás en la fortaleza como mi hombre compañero de lecho.

  • Así lo dices y así lo haré – le contestó -, que para mí bien ha valido la derrota para conseguirte.

2 – El hogar de dos guerreros

Volvió a mirar Galakk a su alrededor y le dijo a Barkkuk que dejase a su caballo en libertad. Le obedeció, pero le costó conseguir que su fiel amigo se retirase tristemente al trote. Mientras tanto, Galakk buscó un caballo a su alrededor, pero todos estaban marcados.

  • ¡Vamos! – dijo yendo hacia su caballo -; móntate a la grupa.

  • ¡Eso sólo lo hace un compañero de lecho!

  • Pues como así lo deseas – dijo -, ya eres mi compañero de lecho.

Barkkuk se acercó despacio al caballo de Galakk y éste le tendió el brazo, tiró de él y subió de un salto.

  • Los compañeros de lecho que van en el mismo caballo – dijo Galakk – rodean al jinete con sus brazos.

Barkkuk lo abrazó, pero Galakk notó ya que sus movimientos eran distintos y, antes de que el caballo comenzara a galopar, una de las manos de Barkkuk le iba ya acariciando su miembro.

Galakk volvió su mirada y apartó su largo pelo castaño y besó a Barkkuk con delicadeza.

Se acercaban a la fortaleza y se oían los gritos de victoria. Las puertas se abrieron y entró el jefe vencedor lentamente por el puente del foso en olor de las gentes, que al ver a un guerrero, que les parecía de su tribu, montado a la grupa y abrazado a él, lo vitorearon como su compañero de lecho.

Atravesaron el patio inclinado y llegaron a la puerta de su alcoba. Su paje Cidett tomó las riendas y miró sonriente a su amo y a su compañero. Ambos entraron allí y cerraron una gruesa puerta de madera. Barkkuk se quitó la coraza, se acercó sonriente a Galakk y se abrazaron un largo rato.

  • No siento haber perdido la batalla y haberte ganado – le dijo -; el resto de mi tribu vagará por los campos hasta encontrar un nuevo jefe y un nuevo terreno. Yo, Barkkuk y compañero de lecho tuyo desde ahora, te prometo fidelidad.

  • Yo, vencedor de la batalla y conquistador en amor de Barkkuk – dijo Galakk -, te prometo fidelidad.

Se fueron acercando hasta el fuerte y enorme lecho quitándose las ropas. Sin importarles estar sudorosos y llenos de sangre y tomando Galakk a Barkkuk por la cintura, lo colocó apoyado en el colchón.

  • Esta será la ceremonia que nos una para siempre – dijo -; voy a entrar en ti como sólo entran las espadas y los guerreros y luego entrarás tú en mí. Cuando nuestras semillas estén unidas. Seremos uno solo.

Le abrió las nalgas y puso la punta de su miembro en Barkkuk apretando con fuerza y uniformemente hasta introducir su enorme miembro hasta el fondo. Barkkuk, como excelente guerrero, aceptó aquel ritual sin gesto alguno de dolor y aguantó los impulsos de su compañero hasta que los dioses le dieron el placer. Se volvió y se besaron durante más de media hora hasta que Galakk se apoyó en el colchón esperando el ritual de su compañero. Éste, lo hizo del mismo modo. Abrió sus nalgas, puso allí la punta de su miembro y comenzó a apretar fuerte y uniformemente. Luego, comenzó el movimiento hasta que le llegó el placer de los dioses. Desde ese momento, los dos hombres más fuertes y respetados de las cercanías, se echaron en el colchón abrazándose, besándose, acariciándose y lamiéndose durante cuatro días. El paje Cidett, abría la puerta con cuidado cuando dormían y les dejaba los alimentos.

Salieron de allí una mañana tomados de la mano y con los brazos alzados. Galakk y Barkkuk eran, con la misma importancia, los jefes supremos de la tribu.

  • Tienes un paje muy guapo y muy joven – le dijo Barkkuk un día mientras comían recostados -.

  • Tenemos, amado – contestó Galakk -, que somos como iguales y Cidett es tan paje tuyo como mío.

  • Tienes razón, amado – le contestó -; no solamente es bello, sino que parece muy fiel.

  • Fiel a sus dos amos – aclaró Galakk -; es tan tuyo como mío.

Cidett escuchaba en silencio en el rincón de la alcoba.

3 – La rebelión disuelta

Llegó un mensajero a caballo diciendo que un abultado grupo de los Neptag se acercaba a la fortaleza. Besó Galakk a su amado y subió en su caballo ya dispuesto por Cidett. Eligió a los hombres que le acompañarían señalándolos con la espada y fueron montando a caballo y siguiéndole. Al cruzar el puente, comenzaron a galopar hasta que vieron al enemigo.

Mientras tanto, Barkkuk llamó a Cidett a la alcoba y le dijo que se acercara. Teniéndolo cerca de él, comenzó a besarlo y Cidett comenzó a acariciarle su miembro hasta que lo notó duro. Entonces comenzó a quitarse la ropa y se quedó desnudo según las costumbres. Era un joven de pelo no muy largo, de rostro redondeado y ojos grandes y negros; con labios suaves y tiernos; de piel clara y poco fuerte. Barkkuk se quitó la poca ropa que le cubría y echó al joven en el lecho y allí estuvieron besándose y lamiéndose los miembros mucho tiempo hasta que Barkkuk lo tomó por un brazo y le dio la vuelta viendo sus finas y suaves nalgas. Cidett levantó el culo y se lo abrió. Se podía ver perfectamente que estaba hecho a las penetraciones de Galakk y, poniendo allí la punta de su miembro, lo penetró suavemente y se balanceó dentro de él. El joven volvió su rostro y lo besó apasionadamente, pero no esperaba que Barkkuk le pusiera su culo después.

  • Señor – le dijo el joven -, no me es permitido hacer esto. Sólo mi amo puede penetrarme.

  • Soy tu amo, Cidett – le dijo -, y voy a cambiar las normas. ¡Penétrame!

Cidett, nervioso, fue metiendo su miembro duro y sin estrenar en Barkkuk y sintió tanta felicidad, que al llegar el placer de los dioses, se abrazó sobre su amo aún estando dentro de él.

  • Os amo, señor – le dijo -; perdonad mi atrevimiento. Nunca se me ha permitido hacer tal cosa.

  • Tal vez – le dijo su amo -, podría yo conseguir que fueseis mi compañero de lecho.

  • ¡Señor! – exclamó el paje - ¡Eso significaría…!

  • Sí, lo sé – dijo Barkkuk besándolo -, pero te amo a ti.

  • ¡Es un honor, señor! – dijo el joven -, pero también me debo a mi amo.

  • Olvida eso ahora y ámame otra vez – contestó el amo -; cuantas veces quieras.

Hasta quince días le costó a Galakk disolver al enemigo y aniquilarlo, volviendo triunfante a la fortaleza. Allí le esperaban su paje y su compañero de lecho. Recogió el paje el caballo y volvió a la alcoba viendo a sus amos en el lecho y, muy disimuladamente, dejó algo pegado al colchón. En un momento en que Galakk estaba siendo penetrado, Barkkuk, sacó una afilada daga y la clavó en su espalda atravesándole el corazón.

  • Vuestra ley me ampara – dijo Barkkuk a Cidett -, pues siendo ambos señores del mismo rango, puede uno ajusticiar al otro si yerra. Diremos que la rebelión no debió producirse y que debería haber enviado otras tropas por no abandonar a su compañero. Pasado un tiempo, diré que sois vos, mi paje, mi compañero de lecho.

Así se planeó y así se hizo. Vinieron a recoger el cadáver de Galakk y se puso en alto prendiéndole fuego con todos los honores.

Los dos meses siguientes, Cidett acompañó en el lecho a Barkkuk y, luego, reuniendo Barkkuk a las gentes, abrazó a Cidett por la cintura y lo proclamó su compañero de lecho.

El pueblo Dukag, obediente a las leyes, tenía como jefes a su enemigo y a su paje.