Barcelona´92

Un chico que estudia en Barcelona durante ek año 92 conoce a una preciosa italiana.

BARCELONA´92

Desde la final olímpica de baloncesto Sergio y sus amigos no tienen contacto. Ellos volvieron a Madrid mientras él se quedó en la Ciudad Condal para comenzar el siguiente curso universitario. Hasta finales de octubre Alfonso y Sergio no vuelven a hablar. En esos casi dos meses han sucedido una serie de cosas que creen que deben conocer ambos. Sergio le cuenta que ha conocido a una chica italiana con quién ha empezado una relación.

Una semana después de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos Sergio quedó para salir con su amigo de la facultad Enric que había sido voluntario durante el evento. Al parecer un grupo de ellos, que habían actuado en la misma zona, hicieron amistad y quedaron para salir de marcha. Según le había comentado Enric, entre las chicas del grupo había un par de italianas que estaban buenísimas.

El sábado dieciséis de agosto, sobre las doce de la noche, llegaron al puerto olímpico los dos amigos. Quedaron en un garito de tipo ibicenco, así que se habían vestido para la ocasión con pantalones y camisas de lino blanco y unas chanclas:

-Hola, Enrico –saluda una de las chicas con el peculiar acento italiano.

Éste responde dando dos besos a cada una de ellas:

-Bene, ¿no nos presentas al tuo amico? –dirigiéndose a Sergio.

-Sí claro. Mirad éste es mi amigo Sergio. Éstas son; Mónica e Isabella.

Después de la presentación, Sergio quedó prendado de Isabella. Era una guapa morena de melena azabache, piel canela y ojos enormes y profundos. Su boca grande parecía dibujada, con unos perfectos labios carnosos y una sonrisa muy sensual que le marcaban un par de hoyuelos en las mejillas. Su cuello largo descansaba sobre unos hombros de suave caída. Sus pechos voluptuosos y turgentes parecían tallados por el propio Miguel Ángel. El top negro permitía ver un piercing en su ombligo y un vientre plano, perfecto. La minifalda vaquera dejaba a la vista dos columnas perfectamente torneadas que soportaban un culito respingón de jugadora de voley. Calzaba unas sandalias romanas. Y un detalle que a Sergio le llamó la atención, sus preciosas manos. Unas manos delicadas con dedos largos y uñas perfectamente cuidadas. Las movía con soltura y armonía la hablar en el típico gesto de los transalpinos:

-¡Oh, bene, sembra che cupido os ha raggiunto! –dijo Mónica antes de empezar a reírse.

Y es que durante cinco segundos los desconocidos se quedaron escrutándose y apareciendo una sonrisa en cada uno de ellos antes de saludarse con dos besos. Mónica era también muy guapa pero el efecto que se causaron estos dos fue de flechazo instantáneo.

Durante horas estuvieron bailando, bebiendo y riendo. Y con el paso de las horas la química entre los dos iba en aumento. Acabaron sobre las seis de la mañana en el piso de las dos amigas, cada pareja ocupó una habitación.

Isabella miraba a Sergio fijamente mientras se disponía a quitarse el sujetador y dejar al aire dos pechos morenos con unas areolas y unos pezones oscuros y enormes, preciosos, perfectos. Sergio, sentado al borde de la cama desnudo, tiró suavemente de la mano de ella hacia él. La sentó sobre su regazo y comenzaron a besarse. Su boca grande sabía a gloria. El olor de su piel morena era embriagador. Ella, como pudo se liberó de su falda y su ropa interior para dejar su sexo desnudo sobre el pene erecto de Sergio. Lo llevaba con un pequeño triangulo de vellos negros suaves como el algodón. Tras besar su cuello y sus tetas, el chico se tumbó facilitando que Isabella se sentara sobre su miembro. Comenzó a bajar sobre él con delicadeza, disfrutando de la lenta penetración al tiempo que su montura sentía como el calor que desprendía aquella ardiente vagina derretía en su interior su ariete de carne.

Ella se movía con dulzura, no había movimientos violentos, ni bruscos. Disfrutaba de una penetración profunda pero lenta. Suspiraba con los ojos cerrados alabando el placer que sentía en todo su cuerpo. Él también suspiraba de goce con la presión de los músculos vaginales sobre su pene y que de un momento a otro lo llevaría al éxtasis.

El hombre estirado en la cama acariciaba las maravillosas piernas de aquella diosa romana que tan lentamente seguía cabalgándole, tirando la cabeza hacia atrás. Sus firmes pechos desafiaban a la gravedad. Y su vientre se contraía con cada movimiento de Isabella. Ella le acariciaba el torso lampiño y bien marcado. Parecían una escultura de la unión perfecta. Dos cuerpos perfectos disfrutando de un placer infinito. Los gemidos de ella fueron aumentando hasta anunciarle que estaba llegando a un maravilloso orgasmo que explotó en un grito, desahogando toda la tensión sexual y llevándola hasta casi la inconsciencia. El placer hizo que tensara todo su cuerpo antes de caer rendida sobre el poderoso pecho de su amante. Para entonces Sergio ya había llegado a un orgasmo brutal y desconocido que le dejó una huella imborrable en su cabeza. El placer que había sentido con aquella mujer no se podía comparar a nada de lo que hubiera sentido antes. Ni el peligroso sexo con Irene, su primer amor, ni el prohibido con Genia, la novia de su amigo. Ni el de pago con Gigi, la noche de la final de baloncesto. Ninguna de esas sensaciones era comparable a lo que había sentido con Isabella.

Durante cinco minutos permanecieron abrazados, en silencio, notando la respiración y los latidos del otro. Sergio se dio cuenta de que era la primera vez en su vida que había “hecho el amor”.

Después se tumbaron uno junto al otro acariciándose los cuerpos y mirándose con dulzura.

Isabella, era romana. La menor de tres hermanos y llevaba tres años en Barcelona estudiando ingeniería aeronáutica con una beca ERASMUS. Durante los Juegos Olímpicos había sido voluntaria junto con su amiga Mónica, también italiana pero de Turín. Compartían piso desde hacía dos años.

Prácticamente sin dormir, Sergio salió para su casa despidiéndose de Isabella con el deseo de volver a verse. Para lo cual intercambiaron sus teléfonos.