Bandera Negra
Relato de sexo y pasión con temática Pirata
La mar embravecida dictaba el inicio del final, pocos eran aquellos que recordaban la antigua leyenda sobre el navío de la muerte. Los años pasaron y el recuerdo de lo que paso aquella noche se fue desvaneciendo de las mentes de los ciudadanos.
El pueblo permanecía en silencio, tan solo el ruido de las olas repicando contra el acantilado, algún que otro borracho y varias prostitutas que gritaban y seguían con su juerga.
En el instante en el que la luna llego a su punto álgido en el cielo nocturno un barco emergió de las profundidades del océano. Pronto llegarían a tierra firme y con su llegada la muerte volvería a deambular por el pueblo. En lo alto del mástil una bandera negra se alzaba ondeando violentamente por los fuertes vientos que empujaban a gran velocidad el navío.
En su interior centenares de hombres vestidos con ropas antiguas, desgastadas y cubiertas por pedazos de algas y corales se acercaban con ansias de sangre a la costa.
Nadie saldría vivo del lugar.
—¡Bandera Negra! —grito de pronto un hombre, el cual había decidió orinar desde el acantilado. Corriendo y gritando empezó a despertar al pueblo, recordando que aquella noche la muerte se acercaba por mar.
El navío llegó con tal rapidez que de poco sirvió la advertencia del hombre, aquello se había convertido en una locura.
Gente corriendo y gritando por las calles intentando escapar, niños llorando, animales asustados. El caos reinaba en el lugar y por mucho que hubieran rezado a dios, de nada les iba a servir, puesto que aquellos marineros acabarían con la vida de todos.
Los gritos de dolor, los gemidos de angustia y los crujidos de huesos partiéndose llenaron el pueblo.
Las casas saqueadas, los edificios destruidos y los cuerpos ensangrentados llevaban las calles del lugar, los regueros de sangre mancharon la arena de los caminos.
Aquellos monstruos llenaron la posada gritando y bebiendo cerveza como cosacos. Disfrutaban de la matanza mientras algunas de las jóvenes que habían dejado con vida les satisfacían.
En aquel lugar lleno de cerveza, sangre, sexo y gritos. Una de las jóvenes intentaba mantener la compostura mientras servía las cervezas y observaba como aquellos seres usaban a sus compañeras.
Ninguna de ellas le caía bien y de hecho pensaba que se lo merecían. Pero aquello no quitaba el hecho de que habían asesinado a mujeres y niños sin pensarlo ni pestañear.
No podía evitar pensar que probablemente ella sería la siguiente. Pero mientras no se acabara la cerveza quizá tendría una posibilidad de salir del lugar viva.
En ese instante un hombre de unos treinta años, cabello oscuro y algo largo con ojos rojos, piel pálida, labios rosados y carnosos. Se acercó a la barra y para pedir más cerveza.
—Tú, pequeña ponme otra cerveza y no tardes —exigió el hombre con voz firme y aterradora.
La joven asintió y cogiendo una jarra de metal se giró para servir la cerveza del barril. Una vez llenó la jarra se acercó al hombre para dársela. El hombre se fue a llevar la jarra a la boca, cuando la joven lo detuvo.
—Perdona, se me ha olvidado el ingrediente secreto —dijo la joven y escupió en la cerveza mientras miraba fijamente al hombre de ojos verdes.
Tras aquello el hombre saltó la barra con gran velocidad y agilidad para agarrándole del cuello, empotrar a la joven contra la pared con fuerza.
—¿Cómo te atreves? Pienso arrancarte el cuello con mis dientes y luego me beberé tu sangre —gritó el hombre iracundo con voz terrorífica.
—Adelante hazlo, prefiero morir ahora a vivir sola como la paria que se salvó de la matanza del pueblo. Hace tiempo que estoy muerta por dentro, al menos si me matas descansaré en paz al fin.
El hombre miró sorprendido a la joven pelirroja de mirada fría que lo estaba desafiando y se perdió en sus hermosos ojos color miel. Lo que paso acto seguido ninguno de los dos lo habría podido predecir.
Sin saber muy bien como o porque, el hombre de cabello oscuro beso con pasión los labios de la joven que reaccionó sorprendida ante tal acto, pero que rápidamente prosiguió con el beso tornándolo más apasionado.
—¿Prefieres suelo o cama? —alcanzó a decir el mayor despegando los labios por un segundo de los dulces e hinchados labios de la pelirroja.
—Cama —respondió la joven ruborizada y tras aquello sin saber muy bien como ambos se encontraron tirados en una de las camas dando rienda suelta a sus más que pecaminosos deseos.
Pasaron horas disfrutando y descubriendo el cuerpo del otro, degustando cada centímetro de sus cuerpos y dejándose llevar por el más que ardiente deseo que sentían el uno por el otro. Los gritos de dolor y angustia de las mujeres de abajo eran acallados por los gemidos de placer de la joven pelirroja.
El tiempo transcurrió y tras llegar a culminar varias veces, ambos se tumbaron exhaustos en la cama, sudados, cansados y completamente felices.
—¿Por qué habéis matado al pueblo entero? —pregunto la joven algo más tranquila. El mayor la observó con sus ojos rojos y respondió.
—Es lo que hacemos, lo que somos. Es nuestra maldición y nuestro castigo. Las personas de este lugar no merecían piedad —respondió el hombre.
—¿Eso significa que también me vas a matar a mí? —pregunto nuevamente la joven.
El mayor se acercó a ella y la besó suavemente en los labios.
—He visto lo que te han hecho, sé que deseas la muerte para sentirte libre. Pero tú no te merece la muerte pequeña. Tú eres hermosa, tal y como eres, mereces vivir y encontrar gente que sepa apreciarte —afirmó el hombre mientras acariciaba el interior de los muslos de la joven con suavidad haciendo que esta soltara un leve gemido.
—No tengo familia, me repudiaron nada más saber la verdad. De hecho no me queda nadie. Tú eres el único que ha sabido valorarme como una mujer. Sé que es precipitado, no nos conocemos y has intentado asesinarme. Pero siento que debo decirlo, te amo. —dijo con timidez la joven.
En aquel instante, una luz proveniente del mar emergió como un foco, como si algo hubiera estallado en el interior del océano. El cielo se iluminó y la noche fue desapareciendo para dejar paso al amanecer.
La joven apartó la mirada tras decir aquellas palabras, avergonzada por haber dicho algo estúpido. Pero lejos de eso, el mayor pasó su mano con suavidad por el rostro de la joven e hizo que girara la cabeza con delicadeza para así observar su expresión de júbilo.
—Yo también te amo pequeña —dijo el hombre con una gran sonrisa, tras decir aquella frase, sus ojos hasta ahora rojos y terroríficos se tornaron a un verde esmeralda que dejó embobada a la pelirroja.
Ambos felices e ilusionados se besaron nuevamente y sellaron así su promesa de amor.
Y así fue como el amor de una joven que deseaba morir tras las burlas e insultos de los ciudadanos del pueblo por ser diferente, acabó rompiendo el maleficio y aunque aquello no cambiaria la naturaleza de aquellos seres, sí que los liberó del fondo del mar para vivir por siempre libres.