Banana Caliente

Una joven madura que se deja llevar por una traviesa chica...

  1. 1.“Banana caliente”

Lo que contaré a continuación sucedió hace tres años entre la sobrina de mi marido y yo, Carmen.

En aquel entonces yo tenía 30 años y nunca había estado con alguien de mi propio sexo.

Trabajaba, como hasta ahora, como asistente de ventas en un shopping. En esa clase de trabajo siempre solicitan chicas con buena presencia, y por ese punto fue que me acerqué a completar la solicitud, una tarde que estaba de compras. Recuerdo que me dije: “Carmen, ¿y si esta es una oportunidad para evadirte del tedio de hacer nada?”. Cierto que no tenía necesidad de trabajar porque mi esposo tenía un buen trabajo. Pero la posibilidad de salir de casa y tener otras responsabilidades me llevó a decidirme.

Mi trabajo consistía en asesorar chicas sobre indumentaria. Era un local dirigido al público adolescente. Confieso que comencé a trabajar con entusiasmo hasta que comencé a notar lo insoportable que son algunas chicas. Llegan a ser realmente fastidiosas, por suerte no son la mayoría; pero unas veces me dieron ganas de zarandear por los hombros a alguna que otra y gritarle: “deciditeeee”, o también de abofetear a aquella de mirada sobradora que se basada en el simple hecho de tener terribles curvas.

Debo decir que a veces pensaba que mi cuerpo quizás generaba envidia en ciertas chicas, por ser alta, con piernas contorneadas, con un  lindo trasero y tetas firmes; pero no sé. Creo que a veces olvidaba el cuerpo que tenía y me concentraba en otras cosas. Entraba en relación con mi cuerpo cuando mi marido casi todas las noches me cogía. Y digo que me cogía porque era solo eso, es decir un par de besos sin gracia, unos manoseos y listo, su pene dentro de mi vagina. Y cuando recién comenzaba a gustarme aquello, ¡listo! él terminaba. Ay qué frustrante. A veces le decía que necesitaba más, más caricias, más besos, y él por un tiempo, por no decir solo días lo adoptaba, para luego caer en la misma rutina. Después de 10 años de estar juntos ya nada era como antes. Pero yo lo amaba y otras cosas eran muy buenas con él. Así que la parte sexual, digamos le resté importancia, de última taaan mal no estaba, aunque yo casi siempre quería más.

Una tarde estando en mi trabajo llegaron dos chicas. Una de ellas quería comprarse un jean, así que la ayudé en su búsqueda. Mientras charlaba con la chica sobre talles, formas y colores la otra me observaba de manera muy atenta y con una mirada algo pícara. “¿Qué le pasa a esta chica?”, me dije.

La interesada en el jean pasó al probador. Estando a solas con la “pícara”, me dice “¿cómo estás tía?” ¿Cómo tía? ¿De dónde había sacado esta guacha que podía llamarme así? A lo que respondí: “creo que me estás confundiendo”. No, me respondió. Sos Carmen la esposa de mi tío Mateo. Y en ese momento me invadieron imágenes de las niñas sobrinas que he conocido de Mateo. Unos segundos me tomó recordar a Candela, la insoportable Candela ¿Sos Candela?, le pregunté. ¡Obvio! ¿Quién más?, respondió. Tan arrogante y orgullosa como siempre. Saqué cuentas y ahora tendría unos 18 años, aunque parecía de 15. Tenía una melena con rulos color rojiza, unos ojos verdes enormes, un par de labios carnosos, y a pesar de ser pequeña de estatura ya era toda una mujer porque se podían apreciar un gran par de tetas.

Terminé de atender a su amiga y cuando se fueron me dijo: “tía, en estos días te visitaré” y se fue riéndose con su amiga. Ayyy qué fastidio me dije, tener que soportar a esta pendeja en casa.

El episodio de la tienda fue un jueves y para el sábado por la mañana ya estaba instalada Candelita. La hermana de Mateo se había comunicado con él para pedirle que dejara quedarse a Cande, porque según parece le habían entrado ganas de visitarnos. Qué raro me dije. Tantos años sin ver a esta nena y que ahora se interese, pero en fin, así son los adolescentes, impredecibles.

Mateo estaba súper feliz de tener a una de sus sobrinas en casa. Yo indiferente. La etapa de la adolescencia la detesto porque mis hermanas están en esa y son insoportables. Todo el día con auriculares, celular en mano y casi que no hablan y cuando lo hacen es solo para pedir y no comunicarse o intercambiar ideas. Candela no escapaba de este perfil, por lo que lo preferí así, porque así no interrumpiría mi descanso de fin de semana.

Instalada en casa, Candela se la pasó tirada en el sillón respondiendo con monólogos a Mateo, que parecía su psicólogo sentado en otro sofá más pequeño a la cabecera de ella. Yo me reía por dentro al presenciar la escena desde la cocina.

Almorzamos;  Mateo se dispuso a tomar una siesta. Yo me dirigí al baño a tomar una ducha porque simplemente me apetecía hacerlo, quizás solo fue un pretexto para no tener que quedarme sentada junto a Candela mirando la televisión.

Ya desnuda y con el agua recorriendo mi cuerpo, Candela entra al baño. Debo decir que la mampara no estaba porque se había roto con un accidente  días antes. Así que quedé estupefacta con la naturalidad con que esta chica entra al baño y se dispone a orinar como si tal cosa. Hasta que reaccioné y le dije “tendrías que haber pedido permiso”. A lo que ella me respondió con algo que alteró mis sentidos “es que esta oportunidad de verte desnuda no quería perdérmela”, mientras me miraba de arriba abajo con una mirada lasciva que me desnudó más de lo que estaba en realidad. Un calor intenso se apoderó de mí, y no tengo explicación para ello. Quizás porque ya ni siquiera recordaba que Mateo me mirara así. Y fue en ese momento que decidí dejarme llevar un poco más. Mientras ella continuaba mirándome, yo comencé a enjabonarme y a pasar mis manos por mi cuerpo de manera muy suave. Estaba comenzando a disfrutar mucho el momento porque comencé a advertir que Candela comenzaba a desvestirse. Mientras frotaba mis pechos, mis pezones comenzaron a endurecerse y Candela me decía que quería meterse conmigo a la ducha. Pero en ese entonces escuchamos la voz de Mateo que nos llamaba, así que Candela se vistió rápido y se fue. Yo quedé en la ducha. Me sentía tan caliente… no podía dejar de pensar en el momento que se había construido. Así que tomé el duchero con forma de teléfono y lo dirigí hacia mi vagina para sofocar aquel volcán que se había producido. El chorro de agua caliente directo a mi clítoris alivio la tensión sexual que sentí con esta chica. Tuve que contener el grito de aquel orgasmo, no quería que Mateo me escuchara.

Cuando me dirigí a la sala, estaban los dos charlando. Me senté y Candela me abrazó y le dijo a Mateo “ayyy mi tía preferida”. Qué traviesa esta chica me dije. En ese momento Mateo recibe una llamada a su celular y se va a la cocina. Candela seguía abrazada a mí y jugaba con mi largo pelo oscuro. Dirigió su cara hacia la mía y me dijo con cara de terrible zorra “ojalá que nos quedemos solas tía” y me guiñó el ojo. No puedo explicarlo pero yo también lo deseaba.

Sorpresa para ambas cuando Mateo nos dice que un par de amigos lo invitaron a charlar un rato por la noche. Nos dijo que si queríamos él se quedaba, ya que Candela hacía mucho que no nos visitaba. Pero ella muy decidida le dijo que no se perdiera esa charla, que ambas nos íbamos a divertir mientras no estuviera. Mateo me miró y yo le di la razón a Candela. Él se sorprendió porque sabe cómo soy con las chicas, intolerante. Pero lo que no sospechaba mi esposo es que Candela se había vuelto hacía unos instantes en la excepción.

A las 22hrs Mateo se marchó. Nosotras estábamos mirando la televisión una a cada lado en el sofá. Él se despidió tirando un beso y dijo “no tardo chicas”, pero yo pensé “ojalá demores mucho”.

Apenas cerró la puerta, Candela saltó a mi lado en el sofá. Nos miramos y yo no podía creer que sintiera terribles ganas de morderle los labios. Comenzó a tocarme el largo cabello que colgaba hacia delante y acercó su cara. Y en ese momento no me aguanté y le chupé los labios. Jamás había besado una mujer y me pareció tan deliciosa que no podía dejar de besarla. La calentura se apoderó de ambas y comenzamos a acariciarnos como gatas en celo.

De pronto ya estábamos desnudas sobre el sofá. Candela tenía unos pechos que encendían a cualquier mortal, mis manos no podían dejar de acariciarlos, eran tan suaves y firmes a la vez. Hasta que comencé a mordisquear sus pequeños pezones y a acariciar su vulva toda depilada. Pero ella en un momento me tumbó y se dispuso a proporcionarme el más sensual de los masajes. Desde mis pies hasta mis pantorrillas deslizaba sus manos. Luego sobre mis muslos y hacia mi pelvis. Yo me encontraba en éxtasis. Esas caricias fogosas realmente me encendían más y más. Luego sus manos subieron por mi abdomen hacia mis pechos para bajar de nuevo hacia mi pelvis. Yo deseaba que acariciara mi vagina tan depilada como la suya, realmente sentía que ella sabía lo que hacía. Hasta que llegó a mis labios mayores y ahí comenzó a recorrerlos despacio con sus pulgares. Luego los labios menores hasta que se detuvo en mi clítoris. Me masturbó un ratito hasta que dirigió su lengua a él. Yo sentía que tocaba el cielo con mis manos. Mientras tanto las manos de Candela andaban por mis senos y su boca  por mi concha. El éxtasis que sentí por la situación de estar con otra chica fue realmente especial porque la calentura que sentí fue infernal.

Tan pronto logré un orgasmo me dispuse a disfrutar de Candela. Ella tenía un olor tan embriagador que solo me inspiraba besarla por todos lados. De pronto no sé cómo apareció entre sus manos una de las bananas que estaba en la cocina. Ella la introdujo con cáscara en su boca y comenzó a moverla suavemente. Con su mirada me daba cuenta de lo que quería, así que agarré la banana y se la metí despacio en su concha. Estaba tan mojada que resbalaba con facilidad. Mientras la movía decidí jugar con mi lengua sobre su clítoris. Ella no dejaba de gemir y me pedía más velocidad en mi mano. Así que así lo hice y resultó un orgasmo tan caliente el de Candela que realmente alborotó mis sentidos. En eso suena el celular. Un poco mareada de placer contesto. Mateo diciendo que ya estaba llegando. Nos vestimos deprisa y nos sentamos como habíamos quedado cuando él se fue. Cuando llegó se sentó en un sillón y nos dijo: “se aburrieron chicas”, “uy sí tío, no hay nada en la tele”, dijo Candela con voz de pobrecita. “¿Y esa banana en el piso?”, preguntó Mateo. “Ay se me cayó recién”, dijo Candela. Comenzó a pelarla y mordió hasta la mitad. “Tía, te convido, comé un poquito”. La miré y su mirada traviesa y cómplice me hizo disfrutar de ese momento, así que mordí lo que restaba de la banana. Nunca en mi vida había comido una banana caliente .