Balseros náufragos en el estrecho de la Florida

El naufragio de dos hombres en una isla solitaria, provoca miedo, hermandad y desata la pasión. Un rescate trae nuevas aventuras...

Balseros náufragos en el estrecho de la Florida.

La idea no se me quitaba de la cabeza, estaba firmemente decidido pero sabía los riesgos que íbamos a correr, hambre, sed, sol abrasador, tiburones, pero eso lo había valorado con profundidad y no me iba a arrepentir al último minuto.

Tan preocupado estaba, que de repente ya estoy en el mar en un pequeño bote, ya estamos lejos de las costas y de repente todos nos quedamos perplejos, el bote tiene un hueco en el piso por el que vemos como entra el agua. Unos nos dedicamos desesperados a devolver el agua al mar, con lo que sea, una lata o con las mismas manos y otros comenzamos a meter estopa por el hueco para evitar que siga entrando el agua. Yo soy de los que está tratando de tapar el hueco maldito, metiendo continuamente estopa por el hueco. Pero el agua sigue entrando, yo sigo metiendo con mi dedo estopa pero el hueco, pero no resuelvo nada. Estamos perdidos, el bote se hundirá en medio de las aguas, seremos alimento para los tiburones. De pronto me despierto sobresaltado. Era solo un sueño, estoy durmiendo en mi cama y en mi casa. Me vuelve el alma al cuerpo, pero ahora me percato, que tengo la sábana metida en el culo.

Pero ahora no es un sueño, ahora ya estamos en el mar, salimos en medio de la madrugada, todavía no amanece y ya no vemos la costa. Ahora si estamos en el camino de nuestro objetivo. Ya somos balseros y vamos rumbo a la la península de la Florida.

Cuando amanece, hay un cielo despejado, es un día precioso y si las cosas siguen así, vamos a lograr el sueño de nuestras vidas. En el bote vamos seis personas, todos somos hombres y de ellos dos son amigos míos y el resto los conocía del barrio solo de vista.

Y las conversaciones son de los más diversos temas. Hablamos y hablamos. De nuestras familias, de nuestras aspiraciones y de nuestros gustos. Y como es lógico, entre hombres aunque sean maricones, hablamos de mujeres, de singuetas salvajes. Todos echan tres y cuatro palos seguidos, se vienen muchas veces y siguen en la descripción de sus cualidades sexuales especiales. Yo de verdad que cada vez que me vengo quedo tan agotado que me quedo dormido, pero a estos jamás le revelaría estas cosas, porque todos eran unos super machos, el que menos echaba hasta tras palos de un golpe.

El naufragio.

Al segundo día de travesía, las cosas cambiaron, el tiempo se volvió inclemente y nuestro frágil bote fue despedazado por las salvajes olas del mar. Yo de verdad no recuerdo mucho más, solo que de repente me despierto en una pequeña playa de un islote, que no tengo la menor idea de en donde está y no veo a más nadie. No se lo que ha pasado. El cuerpo me duele como si me hubieran dado una paliza y comienzo a caminar por la playuela. Veo palos que parecen ser los restos de nuestro naufragio o de otro y después de mucho vagar para mi sorpresa no estoy solo en la isla, tengo un compañero que sobrevivió también. Esta dormido y extenuado sobre la arena. Lo despierto como puedo y lo ayudo para irnos hacia algún lugar donde la sombra de un árbol nos proteja del inclemente sol.

A las varias horas, Juan que así se llamaba mi compañero de infortunio, se va reponiendo, por suerte en el islote hay varios árboles frutales silvestres y comemos algunos mangos. Y ya podemos comprender que somos los sobrevivientes de este naufragio en busca del ¨Sueño americano¨. Que pasó con el resto de nuestra tripulación, no tenemos la menor idea.

Por la tarde una tremenda tormenta nos sorprende y para que vamos a guarecernos, dejamos que el agua moje nuestros cuerpos. Luego llega la calma y con la calma llega la noche. No sabemos cual va a ser nuestra suerte. Buscamos algún lugar donde vamos a pasar la noche y cuando esta llega, nos disponemos a pasarla como podamos en una pequeña cueva que descubrimos por la tarde.

Cuando el cansancio nos rinde, nos quedamos dormidos y el miedo y la incertidumbre hace que sin darnos cuenta estamos durmiendo abrazados. Por la madrugada medio que me despierto y siento que Juan duerme abrazado a mis espaldas. Jamás había estado abrazado a un hombre, pero lo dramático de nuestra situación, de verdad no me hacía percatarme de esto y además sentí que me era agradable su abrazo en medio de tanta soledad. Por lo que me acomodé al cuerpo de Juan y el calor de su pecho a mis espalda, me daba una sensación acogedora y en busca de ese calor instintivamente pegue mi cuerpo lo más posible al de Juan dormido.

Y así llegó el amanecer. Juan despertó primero y sus manos de inmediato comenzaron a acariciar mi pecho y poco a poco entre agradables caricias que aunque no sabía de donde venían las correspondía con agrado, me fui despertando y al despertar siento la pinga de Juan dura como un palo y muy cerca de mis nalgas. Y Juan que me dice: Si el Mundo te da la espalada, cógele el culo.

Cojones, como no ande ligero, este señor se va a creer que lo que tiene entre sus brazos es una mujer y no va haber quien me libre de una singada. Trato de separarme de Juan, pero fracaso en el intento. Juan está caliente y tiene las intenciones de desahogarse sexualmente conmigo y trata de impedir que me le escape. Me retiene con sus brazos cerca de él y cuando lo logra, se acuesta sobre mí y me domina con su fuerza. Tiene su boca muy cerca de la mía e intenta besarme. Yo cierro mi boca con todas mis fuerzas, nunca he estado con un hombre y esto no es mi tema. Pero Juan sigue insistiendo y repetidamente besa mi boca. Me dice que desde que me vió en el bote estaba pensando en este momento y que no me iba a escapar. Que no sabíamos cual sería nuestro destino y que porque no, este era nuestro presente.

Yo intenté de persuadirlo muchas veces, pero Juan era persistente y seguía besándome la boca y no se como empecé a corresponder a sus besos que empezaron a ser cada vez más ardientes. Su lengua entraba en mi boca y yo la chupaba, el sabor de su saliva me enloquecía y yo también introducía mi lengua en su boca y comencé a disfrutar de los besos más ardientes de mi vida.

Y de los besos, Juan pasó a darle lengua a mi cuello y eso me hizo enloquecer. Su lengua ponía en tensión todos los nervios de mi cuerpo y del cuello pasó a mi pecho y en mi pecho comenzó a mamarme las tetillas de una forma que poco a poco me fue volviendo más dócil a la entrega. Juan me estaba sodomizando de una forma que me estaba haciendo sentir lo que nunca había sentido.

Su lengua fue saboreando toda la piel de mi cuerpo y me dio una mamada de huevos y pinga que me hizo enloquecer y de pronto comenzó a mamarme el culo. Al principio sentí que mi cuerpo explotaba, pero su lengua acariciaba mi culo, su saliva abundante corría por mis huevos. Y continuaba mamándome el culo de una forma muy intensa. El estaba sobre mí, yo boca abajo contra la hierba, sus brazos abrían mis piernas y su lengua se daba gusto con mi culo. De tantas sensaciones yo daba fuertes golpes contra la tierra, pero su lengua seguía y no pude más y empecé a pedirle a gritos que me penetrara, que quería que me cogiera el culo. Pero el seguía mamándome el culo y yo desesperado.

Juan me dijo entonces que iba a disfrutar mi culo virgen, pero solo cuando a él le saliera de los cojones y yo no tuve otro remedio que seguir disfrutando de la mamada que me estaba dando.

De pronto Juan dejó de mamarme el culo y yo estaba totalmente extenuado, sin fuerzas para escaparme y porque no decirlo sin deseos de escaparme de aquel macho. Me dijo que me pusiera en cuatro patas y que le levantara el culo. Obediente cumplí sus deseos. Yo movía mi culo con deseos de ser poseído y Juan me apretaba las nalgas. Escupía en mi culo y con un dedo introducía la saliva en mi culo. Tenía tanta saliva en mi culo que me corría por las piernas. Colimó mi efínter con su pinga, mientras me pajeaba con sus manos ensalivadas. En eso miro a aquella pinga de Juan y pude darme cuenta que era bastante grande, venosa y que se veía que estaba desesperada por disfrutar mi culo, parecía que tenía vida propias.

Juan puso la cabeza de su pinga en mi ojete, sus manos fuertes apretaban mi cadera y empezó a empujar con fuerza. Mi culo cedió un poco y la punta de su cabeza penetró unos centímetros en mi culo. Poco a poco sentía sus pequeñas embestidas, pero de pronto sus manos se aferraron con fuerzas a mis cadera, su cadera empujó con todas las fuerzas de un macho y entro de forma salvaje hasta lo último de mis entrañas. Solté un grito desesperado, me partía del dolor, Juan exclamaba de placer, me decía que tenía un culo exquisito que se iba a dar un banquete.

El dolor que sentía me dejaba perplejo y sin darme tiempo a reaccionar comenzó a meter y sacar a aquel rabo, sentía como sus huevos chocaban con mis nalgas y mis piernas me temblaban, las lágrimas se me salían, pero Juan continuaba sin clemencia singándonme cada vez más intensamente. No pude aguantar más en cuatro patas y caí al suelo y Juan sobre mí. Ahora sus embestidas no podía suavizarlas con una pequeña escapada, pues el piso me aguantaba y Juan seguía gozando y mi dolor se convirtió en placer. Juan me mordía la cabeza y yo abría mis patas al máximo.

Juan siguió gozándome, hasta que empezó a embestirme con un ritmo mayor, sus exclamaciones eran más jadeantes, sus manos apretaban mi cuerpo con toda sus fuerzas y comenzó a venirse dentro de mi culo, descargo toda su leche dentro de mí y sentí como de nuevo su cuerpo se relajaba.

Sentí que me dijo, no te la saques, que tengo ganas de volverte a singar. Yo obedecí a mi macho. Ahora me acariciaba y yo terminé de pajearme con la pinga de Juan adentro. Cuando empecé a venirme, Juan se apoderó de mi pinga y terminó de pajearme, cuando mi leche embadurnó sus manos, continuó la pajeada, mi pinga entonces se puso muy sensible  y yo seguía contrayendo todos mis músculos. Con sus manos embarradas de leche me siguió pajeando hasta que casi no tuve fuerzas y después cuando me soltó el rabo, continuó acariciándome y embarrando mi pecho con mi leche. Y así nos quedamos abrazados y juntos y con su pinga en mi culo.

Pero eso solo fueron 30 minutos de descanso, pues pronto su pinga se volvió a despertar y volvió a singarme de nuevo. Esta vez duró más tiempo, pues no teníamos tanta leche en los huevos. Cuando terminamos nos fuimos a la playa desnudos y nos bañamos por un largo tiempo.

El rescate.

En ese islote estuvimos una semana más, sobreviviendo con los frutos silvestres del paraíso tropical y singando hasta por los codos. Hasta que por casualidad un yate de unos residentes de la Florida se acercaron al cayo. Con nuestros ripios de ropa le hicimos señas y nos rescataron. Ahora estábamos a bordo de Yambory.

El Yambory, era un yate de recreo de unos 10 metros de largo y su tripulación estaba compuesta por solo dos hombres: Jesús, el patrono y su primo Raúl, dos hombres de cuerpos musculosos y una piel dorada por el sol que tenían un color a miel, como para enloquecer a cualquiera. Habían salido de su casa en viernes por la noche con la idea de pescar y divertirse en el mar. Por suerte eran dos cubanos y eso daba un giro inesperado a nuestra suerte. Podíamos esperar de ellos que no nos entregaran a los guardacostas norteamericanos y tuviéramos la posibilidad de primero tocar el territorio norteamericano y ya en él siendo unos pies secos tener derecho a quedarnos en los EEUU.

Jesús, que varios años atrás había llegado a los EEUU como nosotros, inmediatamente de darnos la bienvenida puso a nuestra disposición todos los alimentos que traía a bordo e inmediatamente nosotros nos dispusimos a devorar todo lo que nos traía. Estábamos muy hambrientos y sedientos. Y entre cervezas, carnes y quesos nos sentíamos en la verdadera gloria. Comimos tanto que inmediatamente el cuerpo nos pidió descansar y nos fuimos a dormir al camarote del yate.

No lo podíamos creer, dormimos varias horas. Cuando despertamos era de noche, subimos a cubierta y empezamos a conversar animadamente con Jesús y su primo. Ahí supimos que no regresaríamos a puerto hasta la noche del día siguiente, pues era cuando más yates regresaban y facilitaría que pudiéramos pasar inadvertidos.

Después de mucha conversación, Juan se quejó de que le ardía la piel y Jesús se trajo unas pomadas y aceites y se brindó para untárselas. Juan se acostó boca abajo y Jesús empezó a aplicárselas por la espalda. Lo embadurnó totalmente, hasta los mismos pies y cuando lo tenía así, continuó dándole masajes por la espalda y sin recato hasta por las mismas nalgas. A Juan esto le era muy agradable, Jesús lo notó y poco a poco sus dedos le fueron acariciando el culo y de pronto se lubricaba las manos y le penetraba con un dedo el culo. Y de un dedo, pasó a dos hasta que lo penetraba con tal facilidad debido a la dilatación que le había provocado. Todos nos reíamos pero estábamos calentándonos.

Y entonces Raúl se brindó para embadurnarme a mí y las cosas fueron por el mismo camino. Nos estaban dando una metida de dedos en el culo enloquecedora y pronto se quitaron sus bañadores y empezamos a mamársela de lo lindo.

Ahí fue cuando Jesús puso la suya y dijo: Nosotros los vamos a salvar, ¿que van a hacer ustedes para agradecerlo? Y el mismo se respondió: Vamos a ponerlos a hacer una tortilla y se echó a reír a carcajadas.

Y así Juan y yo, inmediatamente tratamos de acercar nuestros culos poniendo nuestras piernas en tijeras. Yo estaba acostado boca arriba y Juan me tenía una pierna en mi pecho y la otra a mi espalda y nuestros culos dilatados se rozaban. De verdad que nunca se me había ocurrido una cosa así. Era de lo más divertido. Pero cuando estábamos bien cachondos, vino Jesús con una bola metálica como de 10 cm de diametro y la puso entre nuestros culos.

Y dijo: esto es para que vayan sintiendo algo. Y de verdad que aquello entre nuestros dos culos dilatados empezó a hacer su función. Ahora sentía que mi culo se abría cuando Juan me acercaba el suyo moviendo con fuerza sus caderas.

La fiesta estaba en pleno apogeo cuando Raúl dijo: Mejor que esa pelota es una cotonesa y yo incauto le pregunté: ¿Que es una cotonesa? y la respuesta fue: Una pinga con dos cabezas. Y eso era lo que tenía Jesús en sus manos.

Por Dios, aquel aparato plástico era largo, como de 40 cm y tenía la forma de dos cabezas de pinga, una en cada extremo. Jesús las lubricó bien, retiró la pelota de entre nuestros culos. Primero introdujo una de las cabezas en mi culo y después la otra en el de Juan y dijo, vamos ahora sigan la tortilla y junten sus culos.

Juan no tuvo piedad, empujó con fuerza y no le importó que también se penetraba y empezó a embestirme de forma que me estaba retorciendo con aquel aparato dentro de mi culo y Jesús me besaba y me acariciaba. Raúl le puso su pinga en la boca de Juan y este comenzó a mamársela. Estábamos sudando, pero la fiesta seguía.

Al final acabamos aquella historia, nos sacamos la dichosa cotonesa y Jesús me empezó a dar por el culo a mi, mientras que Juan y Raúl comenzaron a besarse y a luchar por ver quien se singaba a quien.

Aquellos dos hombres fuertes se revolcaban por el piso. Unas veces parecía que Juan se singaría a Raúl, pero de repente Raúl se reviraba besaba a Juan y le comenzaba a mamar las tetillas de una forma que Juan se retorcía de placer. Pero de pronto Juan pudo poner boca abajo a Raúl, se pudo acostar sobre él y metió su boca en el culo de Raúl y comenzó a mamarle el culo. Juan le exigía que abriera las piernas, Raúl se resistía, pero los brazos fuertes de Juan abrieron las piernas de Raúl y ahora la mamada era más profunda. Raúl sabía que estaba perdido, Juan le metía la lengua en el culo y lo arañaba con su barba. Lo dilataba con sus dedos y luego seguía mamándole el culo.

Raúl estaba siendo dominado, daba fuertes golpes en el piso del yate. Pero poco a poco empezó a obedecer a Juan y no dejaba de suplicarle que cesara, que ya no podía más, pero Juan seguía mamadole el culo y Raúl estaba al borde del desmayo. Jesús me sacó la pinga y fue a consolar a su primo, que nunca había sido penetrado. Juan dejó de mamar y sin quitarse de encima de Raúl dio un giro y le puso la pinga entre sus piernas. Raúl trató de revirase, pero su primo lo sujetó y le dijo: Raúl ese macho te ha dominado y te va a dar una singada de tres pares de cojones y en ese momento Juan embistió con todas sus fuerzas y le metió su pinga hasta los mismos cojones.

Raúl soltó un grito desgarrador, pero a Juan el grito le dio más morbo y comenzó a singárselo de forma intensa. Juan y Raúl sudaban copiosamente. Raúl seguía quejándose pero Juan continuaba gozándolo y así fue hasta que descargo toda su leche en el culo de Raúl. La escena nos tenía empalmado a mi y a Jesús, por eso empezamos a pajearnos y descargamos nuestra leche sobre la cara de Raúl. Juan soltó al fin a Raúl y cuando éste se incorporó su primo lo consolaba, mientras de su culo salía un pequeño hilo sanguinoliento mezclado con leche. Juan se acercó se abrazaron de frente y comenzó a besar en la boca al macho que le había roto el culo.

Estuvimos descansando un buen rato y poco a poco fuimos recuperando fuerzas. Jesús estaba a mi lado y no cesaba de acariciarme. Y su miembro comenzó a tomar fuerzas. Yo comencé entonces a besarle los huevos, mientras él se derretía de placer. Mi lengua le fue acariciando el rabo y cuando llegó a su cabeza, había unas pequeñas gotitas de líquido y no pude dejar de saborearlas, eran de un delicioso dulce sabor a hombre. Su pinga se movía sola en señal de placer y fue entonces cuando empecé a mamársela con toda intensidad.

Jesús quería darme caña, me puso en cuetro patas, con un poco de saliva me lubricó el culo y por ahí mismo me la metió de forma que sentía sus huevos acariciándome las nalgas. Empezó con embestidas profundas y lentas que ponían en tensión todo mi cuerpo y luego las embestidas empezaron a ser más enérgicas, sus manos agarraban con fuerza mi cintura, me apretaban las nalgas y continuaba singándome. Juan y Raúl observaban la escena y se estaban empalmando de lo lindo.

Jesús me dio pinga por largo rato en esa posición hasta que soltó la leche que le quedaba en los cojones dentro de mi maltrecho culo y de un golpe me extrajo su pinga agotada. Yo suspiré de alivio, pero eso me duró muy poco tiempo, ahora su primo Raúl colimó mi efínter y penetró en mi culo lleno de la leche de Jesús y comenzó a darme caña sin tregua desde el primer momento. Me singaba con una fuerza tan salvaje que yo pensaba que no iba a soportar más, traté entonces de revirarme, pero sus palabras fueron enérgicas: ¿Tu no querías pinga? Pues toma pinga y continuó disfrutando mi maltrecho culo y me dio pinga hasta que soltó toda su leche de los huevos y en una expresión de satisfacción soltó al fin mi culo, dándome unas fuertes nalgadas.

Estaba muy agotado, la leche me corría por todas las piernas, estaba pensando en incorporarme cuando para mi sorpresa tenía la pinga de Juan entrando por mi culo. Juan era el más dotado de todos y a pesar de estar tan dilatado la sentí hasta las mismas entrañas y comenzó a singarme sin darme ni siquiera un respiro. Estuvo embistiéndome así un buen tiempo. Y de pronto sus embestidas las sentía mucho más, me sacaba la pinga entera del culo y dejaba que la pinga encontrara el hueco y la metía hasta los mismos huevos. Aquello me retorcía de placer. Y así lo fue repitiendo una y otra vez. De punta a punta. Mi cuerpo temblaba, pero yo sabía que Juan singaba sin clemencia y estaba decidido a que disfrutara mi culo a más no poder.

Juan se tardó mucho en soltar su leche y me dio pinga de una forma inaudita. Cuando su leche salió de sus huevos y la descargó en mi culo, sus exclamaciones eran altísimas y mis nalgas fueros objeto de su pasión. Caímos extenueados en el suelo. Juan se acostó boca arriba en el piso del yate y yo fui hasta sus huevos y los besé como la hembra que le hace un homenaje a su macho. Luego me incorporé y sentía como la leche corría por mis piernas y sentí una sensación de puta glotona.

Llegó la noche del domingo y el Yambory llegó a su marina en el Puerto de Miami. Juan y yo estábamos escondidos en el camarote, para evitar ser vistos por las autoridades mientras estuviéramos en aguas. Cuando llegamos a puerto, Jesús observó que no había nadie observándonos y en ese momento nos bajamos del yate y corrimos por el puente de madera hasta tierra firme y allí habíamos logrado nuestro objetivo: éramos unos pies secos y teníamos derecho a quedarnos en el territorio norteamericano y acogernos a la Ley de Ajuste Cubano.

Vimos a un policía cerca y fuimos nosotros los que lo llamamos y le explicamos que habíamos llegado de Cuba en un bote, que nadamos hasta ese lugar y que necesitábamos ayuda. Fuimos detenidos por las autoridades del lugar, nos llevaron a una dependencia de Emigración. Nos hicieron muchas preguntas y a los pocos días estábamos en la calle bajo palabra. En esa dependencia tuvimos la suerte de encontrarnos con dos compañeros de viaje, pero ellos fueron deportados a Cuba, porque habían sido rescatados por un guardacosta en el medio del mar (eran los llamados pies mojados). Y lo más lamentable es que no supísmos nada más de los otros dos compañeros nuestros de aventura.