Bajo los cuidados de mi suegro
Podría decir en mi defensa que me engañó, que me dejé llevar por la soledad, la falta de cariño, que fui forzada y no disfruté pero os estaría mintiendo. Disfruté en manos de mi suegro, más de lo que lo había hecho en toda mi vida con mi querido esposo.
Podría decir en mi defensa que me engañó, que me dejé llevar por la soledad, la falta de cariño, que fui forzada y no disfruté… pero os estaría mintiendo. Disfruté en manos de mi suegro, más de lo que lo había hecho en toda mi vida con mi querido esposo.
Ese año mí amado esposo se había empeñado en que fuéramos de vacaciones al pueblo donde él nació, así mi suegro podría conocer a nuestro primogénito, que ya tenía 5 añitos.
No era la primera vez que lo había propuesto, pero afortunadamente siempre lograba quitarle esa absurda idea de la cabeza. Sabía lo que pasaría, él estaría unos días y el resto del mes tendría que apañármelas sola en aquel pueblecito perdido de la mano de Dios.
No es que le reprochara sus continuos viajes y que apenas nos viéramos, especialmente en la época estival, pero encima tener que pasar el verano encerrada en un antiguo caserío, era más de lo que podía soportar.
Julián era el dueño de una famosa cadena de restaurantes de comida rápida en la Costa del Sol, toda la vida la había dedicado a su negocio y cuando digo “toda”, es precisamente eso lo que quiero decir. Para él era más importante el buen funcionamiento de los comercios que el de su propia familia.
Nos quería, de eso no tenía duda, además de ser buen padre, es un estupendo amante. A mis 28 años y me considero una mujer extrovertida, dulce, amable, alegre y bastante atractiva. El haber traído al mundo a nuestro retoño en lugar de estropear mi figura le había dado madurez, cambiando mi silueta lisa en una torneada, de caderas suaves y culito respigón de nalgas algo separadas, aumentando mi pecho a la 95B, incluso mi cara había alcanzado un esplendor que no conocí anteriormente.
Sabía que a Julián le atraía como hembra, pero lo que sentía por el negocio era amor verdadero y nuestra cama permanecía vacía muchas más veces de lo que yo deseaba, tanto que había recurrido a la autosatisfacción para paliar los estragos de su ausencia.
El año que estuvimos de “noviazgo” por decirlo de alguna forma, ya que lo único que hacíamos era follar en cualquier sitio y a cualquier hora, fue el mejor de mi vida. Él 12 años mayor que yo me enseño todo lo que se sobre sexo, de él fue mi virginidad y me amoldó a todos los vicios y caprichos sexuales, haciendo mía sus más oscuras perversiones.
Llegué a pensar que de verdad me amaba, que había encontrado al hombre de mis sueños, el dueño de mi cuerpo y mi alma ¡Ilusa de mí!… poco a poco todo fue cambiando.
Tras el matrimonio y el parto nos distanciamos no disponíamos de tiempo y mucho menos de intimidad. Así que pasamos de tener sexo explosivo a una relación saludable pero poco frecuente, sabía que sus instintos los saciaría con cualquier otra, pero yo decidí no darme por enterada y dedicarme a mi papel de madre.
Camino de la Sierra intentaba disimular el enfado, manteniendo una conversación anodina:
Verás cariño que bonito es todo aquello.
Lo se Julián, siempre me enseñas las fotos de cuando eras pequeño y estoy segura de que nuestro hijo disfrutará mucho del cambio de ambiente y la libertad de estar en el campo. (callándome: “y yo me aburriré como una ostra”).
Además a mi padre también le sentará bien tener compañía, desde que quedó viudo hace 8 años, se ha convertido en medio ermitaño. Sólo lo puedes ver fuera del caserío los domingos, cuando va a la peña a jugar al mus con los amigos… a eso se ha resumido su escasa vida social.
A mi me importaba bien poco hacer compañía a un jubilado uraño, que ni siquiera se había dignado venir a conocer a su propio nieto, durante los cinco años de vida que tenía. Julián lo excusaba sosteniendo que aun no se había recuperado del duro golpe que supuso para él la perdida de su madre. Pero yo me negaba a hacer nada que le complaciera o hiciese mejor la vida de un cascarrabias amargado.
Llegada a casa de mi suegro
Entró dentro de los terrenos familiares aparcando el coche delante de un enorme y cuidado caserío, la puerta estaba abierta pero nadie salió a recibirnos (cosa que tampoco me sorprendió).
Descargamos las maletas y entramos en casa. Recostado en un sillón del salón encontramos a Ramón su padre, al principio pensábamos que dormitaba la siesta y no quisimos hacer ruido. Al subir la escalera, una potente voz retumbó a nuestras espaldas, tan alta que hizo llorar a Luisito.
Pensáis asaltar mi casa sin ni siquiera saludarme.
Papá, pensé que dormías – Julián soltó los bártulos y se dirigió a su padre con los brazos abiertos, mientras yo intentaba calmar los lloriqueos del niño.
Estás muy cambiada Carmen, más llena. Veo que parir te ha sentado bien, ven tráeme al niño.
Joder como detestaba a aquel viejo, me tragué mi orgullo y fui a su lado. Él se puso de pie tomó al crío en brazos, alzándolo mientras que lo escrutaba como si de un animal al que iba a comprar se tratase, para mirar si tenía taras. El pequeño se lo tomó como un juego, cambiando las lágrimas por risas.
Julián has hecho un buen trabajo, es un chico fuerte y sano, me alegro.
Gracias papá.
Se marcharon los tres dejándome allí sola, era un mundo de hombres, donde yo no tenía cabida, subí sola las maletas y acomodé nuestras cosas en la habitación que perteneció a Julián.
Regresaron al anochecer, mi esposo y su padre se veían felices y el niño agotado. Yo había preparado la cena como de costumbre, aunque no sabía con qué nueva insolencia me saltaría mi suegro por haber usado su cocina. Me sorprendió cuando en lugar de su habitual desplante se acercó a mí dándome las gracias:
-
Ha sido una cena estupenda, hacía mucho tiempo que estos fogones no conocían las manos de una mujer.
Yo creo que me sentí halagada, aunque no podría asegurarlo. Eran las primeras palabras amables de aquel bruto.
Nos fuimos temprano a la cama, Julián estaba pletórico por el regreso a sus raíces y pasó toda la noche haciéndome el amor. Me costó retener los gemidos de placer que bien sabía arrancar mi esposo con sus embestidas. ¡Siempre había sido jodidamente bueno en la cama!, cosa que yo agradecía dándole mi cuerpo sin tabúes.
Digamos que no éramos una de esas parejas clásicas en cuestiones sexuales, me encantaba sentirme poseía, que su polla me taladrara las entrañas, invadiendo mi cuerpo por cualquier sitio, hasta dejarme dolorida, para por último ofrecerle mi boca o mis pechos como cuna para su semen.
Primeras semanas
Como había pensado lo bueno no duró mucho, pasados cuatro días, con sus correspondientes noches de pasión y sexo, Julián decidió volver a la ciudad para encargarse de sus asuntos, regresaría… como siempre “en el momento que fuese posible”, según él estaría bien cuidada por su padre. Así que yo me resigné a quedar en aquel lugar donde no encajaba, pero que a Luisito parecía hacer feliz, aprovechando cualquier ocasión para salir con el abuelo al campo.
Por la mañana cogí la costumbre de tomar el sol en mini shorts vaqueros y camiseta de tirantes sin sostén, más por comodidad que por otra cosa. Sabía que los pezones se marcaban claramente bajo la tela, pero… ¿qué más da? estábamos en mitad de las montañas, allí nunca iba nadie.
Con las gafas de sol puestas, miraba distraídamente como el pequeño aprendía a montar a caballo, bajo las instrucciones del abuelo. No es que el resplandor me molestase, sólo que era más cómodo observar con gafas, así no tenía que disimular que lo hacía.
Ramón volvía la cabeza hacia donde yo estaba y la expresión de sus ojos variaba constantemente, al menos eso me parecía, vagando entre la excitación y el desprecio, entre el morbo y el asco. Cosa que me divertía, al menos había encontrado una pequeña venganza por tener que quedarme allí encerrada. Así que para martirizarlo empecé a moverme seductoramente poniendo al descubierto todos mis encantos, cada día con más descaro, calentando a aquel anciano que pasaba de los 65.
Reconozco que empezó a gustarme el pasatiempo, sobre todo cuando lo veía ponerse colorado y mirar en otra dirección, metiéndose la mano en el bolsillo para ocultar la más que visible erección. No tenía ni idea de que un hombre de esa edad podía ponerse cachondo y a la vez ponerme a mi.
Se cumplía la semana de estar sola, cada vez andaba más caliente y lo peor… no sabía cuando volvería Julián. Salí para tumbarme al sol como siempre, pero no encontré a nadie, posiblemente se habrían ido a caminar. Yo tenía muchas ganas de masturbarme así que allí en el silencio del campo y bajo los calientes rayos solares empecé a pasar mi mano sobre la piel, avanzando por el interior de los muslos en dirección a la entrepierna… al llegar rocé el descapullado clítoris cubierto de vaquero y no pude evitar estremecerme, así que seguí sobándome sobre los pantaloncitos con los ojos cerrados. Apunto estaba del orgasmo cuando con voz firme mi suegro me sobresaltó:
-
Deberías de hacer eso en el cuarto, Luisito puede verte.
No sabía que hacer ni decir, quedándome paralizada. Ramón de pie, frente a mi, tenía la mano metida en su bolsillo, pero la silueta que se marcaba terminaba casi en la cinturilla del pantalón, eso me volvió más perra.
-
Una semana sola, para una hembra como tú es mucho, mi hijo tendría que prestarte más atención.
Mi suegro delataba en sus palabras que no era ningún gañán, sino de un hombre de claro razonamiento “Estaba falta de polla, yo lo sabía y él también”.
-
¿Te gusta lo que estás vendo?
En ese momento decidí echar toda la carne al asador (total ya no tenía mucho arreglo).
-
Si, me gusta, me excita más de lo que ya estoy.
-
Hace mucho que no follo – confesó sin tapujos.
La saliva se me espesó en la garganta, cuando él con la mano libre agarró los huevos por fuera del pantalón colocándoselos en su sitio, marcando adrede el tamaño y forma que tenían. Mis pezones se volvieron duros como piedras y sin ser demasiado consciente abrí la boca esperando notar en la lengua esas deliciosas bolas que se marcaban.
-
No seas tan zorra o dejaré de respetarte como la mujer de mi hijo.
Aquello (que no estaba segura si era una amenaza o una advertencia), me hizo casi correr de gusto. El pedazo de cabrón se estaba vengando por todos los jueguecitos que yo me traía entre manos cada mañana y eso me cabreó. Me levanté mirándole a los ojos
-
Pero si tú ya ni muerdes – solté con desprecio.
-
Eso es lo que te gustaría comprobar.
Era cierto, en ese momento deseaba que me la metiera de un empellón. Cuando Luisito vino corriendo desde la parte de atrás de la casa
-
Mami, hemos ido hasta el río y nos hemos bañado.
-
Venga cariño, vamos a casa que te prepare un bocadillo.
Pasaba por el umbral de la puerta llevando a mi pequeño de la mano cuando Ramón dijo:
-
Voy a meneármela un rato, pensaré en ti, no te quepa duda.
El pequeño que no entendía de qué iba la cosa, ni prestó atención. Tirando de mí en dirección a la cocina mientras yo caminaba notando la humedad del pantaloncito mojándome los muslos.
Regreso de Julián
A los diez días volvió mi marido yo le esperaba impaciente. Necesitaba follar con él a ver si así conseguía quitarme a mi suegro de la cabeza, donde se había instalado, pasando a ser el protagonista de todas mis fantasías. Aunque desde lo ocurrido, ni él ni yo, habíamos vuelto a tener más palabras al respecto, pero la situación era tensa.
La noche que Julián regresó lo follé salvajemente como una posesa, tomando yo la iniciativa todo el rato. En realidad no se lo hacía con él, en mi mente estaba su padre y lo cabalgaba con una potencia y brío que rozaban la ira causada por la frustración que me había provocado. Tenía que procurar quitarme a ese viejo de mis pensamientos o me volvería loca.
Los cinco días que Julián pasó allí lo hacíamos siempre que podíamos, incluso los que no podíamos, escabulléndonos al bosque para pasear buscando lugares discretos para jodernos. Su padre parecía estar enfadado todo el rato y le recriminaba a Julián que no tuviera tiempo ni para hablar con él, echándole en cara que estaba encoñado conmigo.
Yo disfrutaba gimiendo más alto de la cuenta, pensando que Ramón se estaría masturbando a solas en su habitación, mientras escuchaba como disfrutábamos.
Intenté convencer a mi marido para que cuando él se fuera nos llevase de regreso a casa, sin conseguirlo.
Su principal escusa era lo feliz que estaba siendo allí el pequeño y lo mucho que aprendía guiado por su padre, además estaba algo resfriado y el aire puro de la montaña le vendría mejor que el de la ciudad cargado de humos.
Yo sabía que no era sólo eso, le encantaba estar sólo en casa, entrando y saliendo cuando quería, sin que nadie le preguntase donde o con quien había estado. Así que volvió a irse sólo.
Segunda quincena
Al día siguiente de marcharse, ya lo echaba de menos. Decidí llamarlo a casa al medio día, para darle una sorpresa.
Deseaba que me oyera gemir de placer y correrme por teléfono mientras le detallaba como me estaba masturbando.
Me encerré en el dormitorio, quedándome en braguitas y tomé el móvil, era la hora de la siesta y nadie me escucharía. Tardó en contestar y pensé que lo mismo no estaría en casa, a punto de colgarse la llamada, respondió secamente:
-
Dime Rosa ¿qué quieres?
-
Julián estoy pensando en ti, me estoy tocando el coñito y lo tengo empapado, quería que lo supieras.
No encontré comentario alguno al otro lado del teléfono. Posiblemente estaría agobiado por el trabajo y no esperaba mi llamada.
- Me acuerdo del otro día en el río cuando follamos al atardecer y me estoy metiendo tres dedos, ¿quieres escuchar como chapotean?.
A lo lejos escuché una voz femenina que lo llamaba “Julián” y me llené de celos
Cariño, ¿hay alguien contigo?.
Si una colega, estábamos hablando de negocios.
¿Qué? ¿Al medio día? ¿En casa?.
Lo siento Rosa, tengo que dejarte… ya hablaremos cuando vaya al pueblo – y colgó.
Yo quedé totalmente colapsada, ¿quién demonios era esa mujer y qué hacía en casa?, tiré el móvil al suelo y me tumbé boca abajo en la cama llorando acongojadamente. No me percaté que se abría la puerta del dormitorio, ni que alguien se acercaba hasta sentarse en el filo de la cama:
- ¿Qué te pasa Rosa?
Me sobresalté al escuchar a mi suegro y sin ser consciente de mi semidesnudez me giré abrazándome a él, necesitaba que alguien me protegiera, que me cuidara, me sentía desolada.
Él lleno de cariño me rodeó con sus brazos y empezó a mecerme como si fuera una niña chica.
Julián me pone los cuernos, me los pone desde hace tiempo, lo sabía sin querer reconocerlo… pero ahora incluso la lleva a nuestra casa.
¿Qué esperaba Rosa?, lleváis muchos años juntos, con la monotonía y el niño ya no es lo mismo. Habrá buscado alguna distracción, pero él os quiere, no lo dudes.
Eso no me calmaba y seguí llorando. Comenzó a acariciar mi espalda para consolarme y me besó en la mejilla, luego alzó mi cara y me limpió las lágrimas con la mano. Fue cuando me di cuenta de que sólo llevaba una braguitas y me quise tapar con la sábana.
Eres una mujer hermosa, no tienes nada que temer.
Pero yo le amo - dije entre congojos.
Lo se, no seas cría. El sexo no tiene nada que ver con el amor… no tienes mas que vernos a nosotros, ese tira y afloja que hemos tenido desde que llegastes. Esa sensación te gusta y a mi también.
Mientras me hablaba pude ver como su pantalón se iba quedando más ajustado por momentos.
Si pero nosotros no nos follamos – respondí haciendo pucheros
Eso tiene arreglo – soltó tranquilamente – No sería la primera corrida que te dedico - dijo sonriendo serenamente.
Me acerqué y le besé en la boca, él me cogió colocándome en sus rodillas, su erección se clavaba en la cara externa de mi muslo, la tenía a reventar.
- Chiquilla hace mucho que no me acuesto con una mujer, si vuelves a besarme no habrá marcha atrás.
Lo rodeé con mis brazos por el cuello, mientras mis pechos se abollaban contra su camisa antes de penetrarle todo lo profundo que pude la lengua dentro de su boca.
Él dejó escapar el aliento jadeante varias veces, desde lo más profundo de su ser, en una batida de lenguas que duró varios minutos.
Me tomó de una pierna, cambiándome de postura hasta quedar a horcajadas sobre su sexo. Las braguitas se me metían en la raja lo mismo que el grueso de su cremallera, mientras me cogía con sus fuertes manos los cachetes masajeándolos, subiéndome y bajándome por la bragueta.
Notaba como mi coño se habría necesitado, cuando su mano se metió entre medias de nuestros cuerpos para liberarse la polla. La tenía dura, gruesa y venosa, terminada en una redonda y rosada punta casi del mismo tamaño que el resto del tallo, pero con una rajita muy pronunciada que brillaba por el semen que iba destilando.
Yo aparté con un dedo las braguitas hacia el lado, esperando que me la metiera, pero me separó un poco de su pelvis para así empezar a masturbarme con el glande sobre mi clítoris.
Temía el coño encharcado del placer que me estaba provocando, lo notaba más caliente que nunca.
Tal vez por ser mi suegro (con el que tantas fantasía había disfrutado)… o porque sólo había estado con Julián en toda mi vida y no sabía más que lo que él me había enseñado. El caso es que me estaba licuando literalmente.
Ramón parecía no tener ninguna prisa, de esta forma me hizo llegar al primer orgasmo que mojó por completo sus pantalones.
Sólo entonces me bajó de encima suya para colocarme a cuatro sobre la cama despojándome de las bragas, para dedicarse durante un buen rato a ir metiendo poco a poco sus dedos en mi húmeda abertura para acto seguido ir lubricándome el ano, lentamente y en pequeños círculos que acababan con una pequeña presión como tratando de meterlo en ese orificio, tenía la piel del culo de gallina y conseguía que mi ano latiera hambriento.
A esas alturas el llanto se había convertido en súplicas de placer, dejé de sentirlo unos instantes y alcé la cara, cuando lo vi aparecer justo delante de mi, totalmente desnudo, la polla terminaba a la altura del ombligo y debajo colgaban dos grandes y peludas pelotas salpicadas de canas que me ofreció en la boca.
Mientras le lamía podía oler sus huevos, cargados de semen y su polla refregándose en mi frente. Con ambas manos presionaba mi cara contra ellas, yo abría la boca todo lo que me era posible intentando que entrasen y tragármela, primero una… luego la otra. Las lamía con ansiedad y cuando me apretaba tapándome también la nariz no pudiera tomar aire. Él me apretaba a conciencia manteniéndome así varios segundos, antes de dejarme respiar de forma intermitente.
Estaba jadeante y con la boca abierta para intentar coger todo el oxigeno del que era capaz, cuando sin aviso, metió toda la longitud de su verga dentro de ella en un solo golpe de riñones. La garganta me quedó impregnada del ácido sabor a semen espeso y me volví loca. Metí la mano entre medias de mis piernas para pajearme mientras él me follaba la boca a su antojo
No te corras – ordenó.
Estoy a punto, no puedo más – respondí babeante cuando me la sacó.
Espera
No puedo
Me tomó del cuello con una sola mano, tenía muchísima fuerza y me alzó hasta quedarme de rodillas en la cama delante de él para dedicarse a pasar toda la extensión de su verga por mis labios que se pegaban como ventosas, lamiendo el duro cilindro. Ramón se empeñó en mortificar mis tetas, redondas de pezón sonrosado enhiesto por la excitación, mordisqueándolas y chupándolas con fuerza, yo intentaba apretarlas contra su boca demandando más dureza, hasta correrme nuevamente de placer ¡Había conseguido llevarme al segundo orgasmo y ni siquiera me la había metido!
Estaba vencida y temblorosa, eso le encantó.
Sin darme un segundo para recuperarme, me tiró en la cama, cayendo encima de mí empalándome hasta la raíz. Los gemidos tornaron un inusual sonido gutural, ronco e inconexo que se rompía de vez en cuando al estallido de su polla contra el techo de mi útero, golpeándome las pelotas en los labios vaginales que chapoteaban dejando más que patente mi deseo.
El ruido había despertado al pequeño Luisito que golpeaba con sus diminutos nudillos en la puerta
- Mami
No podía responder, estaba vencida.
Afortunadamente, mi suegro había cerrado la puerta por dentro así que no paró. Resoplaba, la velocidad del movimiento aumentó, la penetración era total y la verga estaba hinchada de la cantidad de leche que contenía.
Por un momento noté que perdí la noción, mi mirada se volvió vidriosa. Un gruñido de él, dos corridas. La mía en sus cojones y la suya llenándome las entrañas, no paraba de soplar hasta que descargó la última gota.
Acto seguido se puso de pie y me cubrió con la sábana, colocándose los pantalones sobre la piel desnuda y la camisa que dejó desabrochada, abriendo la puerta al pequeño.
- Vente Luisito, mama está con un poco enferma. Vamos a bañarnos a la alberca.
Los dos salieron y yo... cuando las fuerzas me lo permitieron, me recompuse para bajar a hacerles compañía.
- Mami, ¿ya estás bien?.
Si Luisito, mucho mejor – respondí mirando a su abuelo.
Me dio un pequeño beso, antes de zambullirse nuevamente de un salto en el agua.
Último día de unas estupendas vacaciones
Desde ese día los encuentros con mi suegro fueron constantes. Yo dejé de echar de menos a Julián y de darle importancia a si él se acostaba o no con otra.
Cuando mi marido vino a recogernos tenía cara de circunstancia, esperaba una pelea monumental. Pero no encontró ni siquiera un simple reproche por mi parte, cosa que aceptó con gran agrado.
Pasamos un día estupendo todos en familia, antes de volver a la rutina diaria.
Ramón nos acompañó al coche, yo me despedí de mi suegro con un ligero beso en la mejilla.
Gracias Ramón.
A ti Rosa, por todo.
Le dio un sincero abrazo a su hijo:
Cuídala, es una gran mujer
Lo sé padre, lo sé.
Luego tomando en volandas al pequeño le dio una par de vuelta mientras él reía a carcajadas.
Cuando arrancaba el coche nos alentó con su sonora voz a ir a visitarlo más a menudo y así lo hacemos desde entonces, sin que me moleste pasar allí largas temporadas.
Nuestros vínculos familiares se han reforzado y soy más feliz que nunca, cambiando mi noción de la vida y de las relaciones personales, por completo.
Porque en el fondo somos una gran familia que nos amamos y la vida sigue… siempre sigue.