Bajo la mesa

Nunca pensé que aquella avería en su ordenador me proporcionaría una sesión de sexo tan morbosa.

Me llamo Fernando. Tengo cuarenta y dos años y trabajo en una gran empresa de seguros, donde me encargo del mantenimiento de los equipos informáticos.

Aquel día había quedado con Marta para llevarla al intercambiador de autobuses ya que su coche había sufrido una avería.

Marta era una mujer madura, de unos 55 años, morena, esbelta, algo rellenita, aunque su figura dejaba adivinar que fue dueña de un gran cuerpo hace veinte o veinticinco años. Por supuesto, jamás me había fijado en ella como mujer y, mucho menos, como posible compañera de juegos sexuales.

A las cinco de la tarde es la hora de salida y habíamos quedado en la puerta para irnos. Eran las las cinco y media y ya no quedaba nadie dentro de las oficinas. Marta no llegaba y decidir entrar de nuevo al edificio a buscarla.

Allí estaba, sentada en su despacho. Tenía la cara desencajada y un rictus de auténtica mala leche. Le pregunté qué le pasaba y me contestó que tenía que dejar enviado un informe muy importante y el ordenador no conseguía conectarse a internet.

Le dije que no se preocupase y, quitándome la chaqueta, me coloqué a su lado para ver exáctamente qué es lo que pasaba. Automáticamente me subió un aroma absolutamente embriagador, fruto de la mezcla de su colonia y su olor corporal tras una dura jornada de trabajo. No sé que me pasó en aquel momento pero una fuerte erección me sorprendió bajo mi pantalón.

Intenté disimular lo máximo posible y tras revisar que las configuraciones del ordenador eran las correctas, me dispuse a meterme debajo de la mesa para comprobar si los cables estaban bien conectados. Ella se mantuvo en su sitio terminando algunos papeles.

Me encontré frente a sus piernas y sus pies y no pude evitar observarlas detenidamente. Tenía unas piernas preciosas, largas y seductoras, envueltas en unas finas medias de licra negra, que terminaban en unos zapatos de tacón también negros. Tenía las piernas cruzadas, lo que permitía que el pie de la pierna cruzada quedase a escasos centímetros de mi cara.

No podía dejar de mirarlo y me atreví a acercarme un poco más, hasta casi rozarlo con mi nariz. Su olor era muy agradable. Era profundo e intenso, ya que llevaba más de diez horas sin descanso, pero en absoluto me disgustaba.

Rápidamente vi que el problema del ordenador era que el cable de red estaba suelto, pero lejos de apretarlo, seguí manipulando cosas por allí abajo y aprovechaba cualquier ocasión para rozarme con sus piernas y sus pies. Me di cuenta que ella no rehuia mis roces y que en absoluto se apartaba, por lo que poco a poco fui siendo más osado y los roces eran cada vez más evidente.

De pronto, se separó de la mesa y mirándome fijamente a los ojos me dijo.

-Fernando, ¿no consigues arreglarlo? Mira que es muy urgente y me juego mucho.

-Ya veo el fallo -le dije-, pero no va a ser tan rápido de solucionar. Si te parece bien, lo conecto para que puedas enviar el informe, pero luego tendré que seguir manipulando para dejarlo arreglado.

-Muchas gracias -me contestó-.

Cuando lo hubo enviado, pensé que se iría y que me quedaría solo en la oficina, pero en cambio, me dijo que se quedaría conmigo hasta que yo también me fuese.

Eso era estupendo y me permitiría seguir admirando su anatomía. Ni que decir tiene que a estas alturas, mi polla estaba ya a punto de reventar. La situación era muy morbosa.

De repente, me relajé demasiado y unas de mis aspiraciones de su pie sonó demasiado. Me quedé petrificado, estaba seguro que me había escuchado.

Entonces ocurrió lo que nunca hubiera previsto. Con un suave movimiento, descalzó el pie que tenía cruzado y me dijo:

-Espero que no te importe, pero es que llevo todo el día con estos zapatos y tengo los pies agotados. De todas formas, espero que no huela mal.

-No tienes por qué preocuparte. Además, el olor de tus pies es muy agradable.

Ella sonrió pícaramente y me puso el pie descalzo encima de la nariz mientras mirándome muy fijamente me decía:

-¿De verdad lo dices? ¿Te gusta cómo huelen?

Eso fue la gota que colmó el vaso. Me lancé hacia sus pies y comencé a lamerlos y olisquerlos como si me fuera la vida en ello.

¡Dios mío! Estaba fuera de control. No sabía que me estaba ocurriendo. No dejaba de chuparlos mientras con mis manos ascendía por sus piernas y la acariciaba hasta casi rozar su punto más erótico.

Ella se separó de la mesa y poniéndose de pie se bajó la falda, las medias y las bragas. Ante mí apareció su coño en todo su explendor. Lo tenía totalmente cubierto con una mata de pelo sin depilar. Es cierto que sus piernas sin medias me mostraron que el paso de los años había hecho estragos en su piel, pero no me importó.

Se volvió a sentar y yo retomé mis besos y caricias desde sus pies ascendiendo lentamente hasta llegar hasta su coño. Le separé los labios y comencé a chupar como si fuera el último manjar que quedase en la tierra.

Ella gemía y se retorcía de placer. En un momento, apoyó su pie en mi polla, que ya había liberado, y comenzó a masajearla con maestría.

¡Tenía que detenerla! De seguir así no aguantaría mucho y me correría. No podía ser. Tenía que durar mucho más.

Me incorporé y la quité la blusa y el sujetador. Las tetas eran muy grandes y bastante caídas. Los pezones estaban totalmente erizados y en su sobaco se apreciaba que llevaba varios días sin depilarse.

La tendí en el suelo y la metí en aquél coño que ya a estas alturas estaba encharcado. Ella daba verdaderos gritos de placer y en pocas enbestidas me anunció que se estaba corriendo.

Cuando terminó se quedó exausta, pero sin darle tiempo a recuperarse la di la vuelta y acomodé mi boca en el agujero de su culo. Aspiré y dibujé con mi lengua varios círculos mientras con mi mano seguía estimulando su clítoris.

Ella pareció enloquecer. Se retorcía de placer al tiempo que gritaba:

-¡No! ¡No! ¡Por ahí no!

No hice caso y sin avisar me coloqué en posición y se la clavé en el culo de un solo golpe. Ella se quedó callada. No podía ni moverse. Cuando vi que ya se había acostumbrado a tenerme dentro comencé a bombear. Primero lentamente y después más rápido. Ella volvió a enloquecer.

-¡Sigue! ¡No pares! ¡Eres un cabrón que me estás rompiendo el culo! ¡Pero ya no te pares! ¡Me vuelvo a correr!

Era increíble. Ella estaba a cuatro patas y sus tetas colgaban y se movían al ritmo de mis embestidas. Se corrió entre grandes alaridos.

Saqué mi polla de su culo y se la metí en la boca. Ella chupaba como si fuera un manjar. Hacía mucho ruido y yo le anuncié que mi leche estaba a punto de asomar.

Con un rápido movimento, me ofreció sus pies. Aquello fue demasiado. Me agarré la polla y con sólo dos movimientos comencé a soltar borbotones de leche sobre sus pies. Ella se tocaba mientras miraba mi maniobra y me anunciaba su siguiente corrida.

Nos quedamos rendidos, tirados en el suelo. Nos vestimos y salimos como si nada hubiera pasado.

Ahora nos vemos todos los días y somos muy buenos amigos, aunque jamás hemos vuelto a repetirlo. Ni tan siquiera hemos vuelto a hablar del tema.

FIN.