Bajo la luna

¿que pasa cuando tu ser querido esta muy muy lejos?

Bajó la luz de la luna:

El rumor de las olas era el único sonido que había en la playa, una playa solitaria, de noche en la que la luz de la luna llena la llenaba de encanto.

Una soledad interrumpida por una joven que caminaba en camiseta y en tanga por la playa, su hermoso cuerpo desafiaba al frió de la noche, sus largas piernas se unían a un trasero respingón con unas firmes nalgas, su cintura de avispa hacían dudar si tenia órganos internos en esa estrechez, sus firmes y hermosos senos, hacían notar unos pezones duros bajo su camisa, el viento agitaba su larga y dorada cabellera como si sintiera placer al acariciarla

La joven desplegó su toalla y se puso en posición de loto, escuchando el relajante rumor de las olas, un sonido dulce que parecía acariciar su alma, mientras su belleza era iluminada por los rayos de la luna.

La joven se levantó y corrió hacia el agua para lanzarse dentro del liquido elemento, él frió del agua la estremeció un momento, pero después sentía como las olas querían acariciarla, durante un buen rato ella estuvo nadando, buceando, sintiendo como el elemento acuoso exploraba su cuerpo.

Salió del agua, su pelo suelto, ahora estaba liso por el peso del agua que se mantenía en sus cabellos, su camisa se transparentaba, mostrando unos pezones medianos y sensuales, se tumbó en la toalla y juntó sus piernas para levantarlas con la habilidad de una bailarina, despacio, se despojó de su tanga y lo colocó entre sus dedos de sus pies, mostrándoselo a la luna.

Meciéndose sus manos dentro de su camisa, empezó a tocarse los pechos, su cara de satisfacción delataba su placer, lentamente se despojaba de su camisa, mostrando unos pechos firmes y sensuales.

Miraba de forma sensual a la luna y se tumbó en la arena.

Sus manos acariciaban su cuerpo a merced de la luz de la luna, se pellizcaba los pezones con suavidad, notando como se endurecían poco a poco mientras sus piernas se frotaban entre sí.

Ella se mordía los labios al sentir el placer de tocarse, con cara de gozo, ofrecía sus pechos a la luna.

-¿los ves amor mío? ¿Los ves? – decía la chica con una voz dulce.

Sus manos abandonaron sus pechos para acariciar su vientre, un vientre duro con el ombligo adentro, contoneaba sus caderas con sensualidad, una sensualidad que enloquecía.

Sus manos exploraban el escaso vello que indicaba su sexo, lo acariciaba con dulzura, sin dejar de mirar a la luna, después, un dedo travieso empezaba a acariciar su clítoris.

Eso la estremeció, después, mirando dulcemente a la luna, empezó a acariciárselo, primero despacio, aumentando o disminuyendo el ritmo, dependiendo de su necesidad.

Uno de sus dedos se hundió dentro de ella mientras miraba a la luna y decía.

-¿te gusta lo que ves? ¿Te gusta? Amor.

El dedo exploraba su interior, un cálido interior que diferenciaba mucho del gélido viento del exterior, un interior suave, caliente, vivo.

La joven apretaba los dientes, sentía la llegada del clímax, empezó a mecerse más dedos y a aumentar los movimientos de sus dedos, su cálido cuerpo sudaba por el placer que estaba siendo sometida, sus piernas se separaban más para que sus dedos entrasen más y más dentro de ella.

Hasta que su cuerpo tembló, tembló notando como una corriente de placer recorría todo su cuerpo, su sexo derramó miel a raudales y el esfuerzo la dejó extenuada.

Agotada sobre la arena, jadeando por el clímax, con su cuerpo lleno de sudor, abierta de piernas y completamente desnuda, se quedó dormida, a merced de los que pasaran por ahí.

Cuando abrió los ojos, se levantó y empezó a vestirse, se colocó su ropa y se arregló lo mejor que pudo.

Echó una ultima mirada a la luna y le lanzó un beso antes de marcharse.

Allí, en la luna, en la nave lunar, el novio de la joven miraba a la tierra a través de la ventana de su modulo, sabe que ella le espera y sabe que cada luna llena le dedica su amor aunque el no puede ver por la lejanía