Bajo la lluvia

Un hermano y una hermana salen del instituto rumbo a su casa cuando los sorprende la lluvia.

Salíamos el instituto rumbo a casa mi hermana Gloria y yo. Gloria es una chica algo bajita, pelo negro por los hombros y lindas caderas, y yo, en cambio, bueno, podría decirse que soy del montón, no suelo practicar deporte y, sin llegar a estar gordo, tampoco poseo esa famosa "tableta de chocolate" típica de los chicos chulitos de clase.

Íbamos charlando, como decía, rumbo a casa, el frescor del aire nos daba en la cara, un leve viento se levantaba y andábamos bajo un cielo nublado, muy oscuro. Es curioso como esa misma mañana lucía radiante el sol, por lo que no esperábamos que el tiempo fuera a ponerse así, no soy de los que suele mirar a diario la previsión meteorológica. Además, sabíamos que ese día íbamos a estar solos en casa, ya habían avisado nuestros padres que se iban a quedar fuera hasta tarde, pero que teníamos algo de comida en el congelador que podíamos recalentar, delicia de los mejores groumets.

De repente, empiezan a caer unas débiles gotas, siento su tacto frío en la cara, un cierto temor a que arrancara a llover, y a medida que pasan los segundos aumenta la intensidad, disipándose la esperanza de que fuera una leve llovizna. En definitiva, que rompe a llover a cántaros, como cantaba Pablo Guerrero. Allí nos tenían a nosotros dos, a mi hermana y a mí bajo la tromba de agua, empapándonos, como si nos encontrásemos bajo una gran catarata, aunque la verdad, nunca he estado debajo de ninguna, así que no sé si la comparación será la correcta. Y, por supuesto, corriendo. Hay gente que se pregunta por qué corremos cuando se pone a llover, si delante también está lloviendo, pero la respuesta es bien sencilla, corremos para llegar lo antes posible a un lugar donde poder resguardarnos. Cantaba Armando Manzanero "esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú", pero en este caso si estaba ella, Gloria, y yo, claro, pero la situación no estaba para cantar "I sing under the rain", ya que estamos con canciones, pues no encontrábamos lugar donde resguardarnos, y nuestra ropa iba quedando completamente empapada. Tan sólo pensábamos, mientras corríamos, en llegar a nuestra casa cuanto antes, al calor del hogar.

Después de tantas carreras llegamos a casa jadeando, por fin a resguardo, el suelo del pasillo de entrada completamente encharcado del agua que escurríamos y ahí es donde empezó todo. Claro, tras haber estado expuestos a las inclemencias meteorológicas, nuestra ropa estaba completamente empapada, jadeando y tratando de recuperar el aliento y la calma, nos miramos, y vi a Gloria, con su pelo negro como si recién hubiese salido de la ducha, y su camisa llena de agua que se había trasparentado. La miro a los ojos, su cara, también jadeante, y miro su cuerpo y ¡no llevaba sostén! No me dio por preguntar el por qué, pero la visión de los pechos de mi propia hermana a través de su camisa húmeda hizo que durante varios segundos no apartara la vista de ahí y que, sintiera un leve cosquilleo en la entrepierna, algo por lo que empecé a sentirme culpable, no podía excitarme ella. Trato de apartar la vista hacia otro lugar, y empiezo a sentir el típico calor en las orejas cuando uno se ruboriza, hasta que mis ojos chocan con su rostro sonriente.

  • ¿Qué? ¿se me notan? - y vuelve a sonreír.

Esa dulce voz diciendo eso me deja por momentos pasmado, no sé qué decir. Tras largo rato, atino de modo tartamudeante:

  • S... s.. sí. ¿Po.. po... por qué no llevas...?

  • ¿Te gustan?

Ahí volví a quedarme descolocado, pero en vez de tratar de farfullar algo con voz indecisa sólo para confirmar algo que era evidente, mis manos van directamente a tocar esos lindos senos por encima de su camisa más que mojada. Aún con la tela por medio el tacto que siento es maravilloso, y la humedad de la ropa se cuela entre mis dedos. Ella lleva sus manos a mi espalda, también húmeda por sobre la ropa, noto sus palmas abiertas, sus dedos sobre mi columna, mientras nos miramos a los ojos en esta situación, ella sonriendo, y yo con cara de pasmarote.

Miro como las gotas de agua le escurren sobre la cara, y no se me ocurre otra cosa que empezar a lamerle la frente, a beber las gotitas de monóxido de dihidrógeno en contacto con su piel. El sabor me parecía delicioso, más por el morbo de la situación que por las cualidades organolépticas de ese líquido. Ella simplemente se deja hacer, mientras recorro su frente, sus pómulos, su nariz... me quedo quieto, y ella empieza a responderme de la misma manera, empieza a recorrer mi cara con su cálida lengua, siento su aliento y, si no fuera porque la lengua es también húmeda, hubiese dicho que estábamos secándonos. Se para, la miro, me mira, nos miramos, y ahí empiezo a lamerle la cara más cerca de sus labios, hasta que llego a su boca, que abre y son nuestras dos lenguas las que se entrelazan, compartiendo su calidez y humedad, fundiéndonos en un beso mientras mis manos siguen masajeando sus senos.

Nos separamos, ella me empuja levemente hacia atrás, y se quita su camisa, mostrando sus pechos ya libres de una tela que no ocultaba nada. No muy grandes, pero firmes y apetecibles, me lanzo hacia ellos como un sediento ante un oasis, los lamo, me paro en sus pezones, me encanta el tacto de ellos en la punta de mi lengua, cierro los labios, los jalo levemente, ella mientras, me acaricia mi cabeza que, como es obvio, también estaba completamente mojada.

Me separo y me quito yo la camisa. Nos volvemos a mirar, y ella lleva mi mano a mi pantalón, se mete dentro, y busca mi polla caliente y dura, que agarra enseguida. Yo respondo con lo propio, llevo mi mano al suyo, me meto entre sus braguitas, noto sus vellos púbicos, y empiezo a palpar los labios vaginales, húmedos, pero esta vez no por la lluvia. Mis dedos recorren esos labios para tratar de adentrarse entre sus pliegues, y ella responde suspirando con leves gemidos de placer.

Pronto nuestros pantalones, sus bragas, mis calzoncillos, van al suelo. Es entonces cuando miramos hacia el espejo del salón y reparamos en la estampa: Dos hermanos adolescentes, desnuditos frente a frente, completamente empapados, yo con la polla empinada mirando al techo frente a mi propia hermana. Nos miramos, y nos reímos. Nos besamos frente al espejo, nos gustaba vernos en ese estado. Ella, de repente, como si se acordara de algo, corre a su mochila, también empapada, pero por suerte es levemente impermeable. Saca su teléfono móvil, algo mojado y vuelve al espejo: saca una foto, con nosotros dos en ese estado. Yo me quedo de nuevo descolocado, y ella se ríe. Nunca dejará de sorprenderme mi hermana.

Quizás ya había escampado y ahora estaba volviendo a llover, o quizás no había dejado de llover en todo ese tiempo, pero es entonces cuando reparamos en el ruido de la lluvia golpeando contra el ventanal del balcón. "A la ventana le han salido dientes", canta Silvio Rodríguez, y así parecía.

No sé de cuál de los dos fue la idea, no sabemos cómo llegamos hasta allí, pero al poco rato nos vimos Gloria y yo desnudos, en el balcón, lloviéndonos encima, con las gotas cayendo sobre nuestra piel sin protección textil alguna. No es que hiciera demasiado frío, pese a estar lloviendo, tampoco éramos tan inconscientes, como si hacer lo que estábamos haciendo fuese de lo más normal. Nos besamos abrazados desnudos bajo la lluvia, a veces bebiendo con nuestras bocas, una al lado de la otra, el agua que caía. Ella me empuja contra la tumbona, yo con la polla apuntando al cielo, y ella loca de ansias se acerca, se coloca sobre mí y empieza a dirigir mi polla hacia su coño. Empieza a descender lentamente, siento el calor de su intimidad que va atrapando y aprisionando mi miembro, termina de descender y empieza a cabalgarme, primero lentamente, luego incrementando progresivamente la velocidad, mientras la lluvia nos va llenando. Mis manos van a sus pechos mientras ella salta sobre mi polla que desaparece bajo su coño. De repente noto que me voy a correr en breve, le grito ¡Para! Una cosa era hacerlo sin protección ante la lluvia y otra sin protección ante otras cosas. Se descuelga de mí, me levanto, y me acuesto sobre el duro suelo, le hago un leve gesto que ella comprende al instante, y coloca su pubis frente a mi cara, con lo que comienzo a lamer ese delicioso coño empapado por la lluvia. Saboreo, mi lengua rebusca en cada pliegue, y encuentro el clítoris que comienzo a lamer y succionar. Me ayudo introduciendo dos dedos en su vagina, para estimularla más, ella gime de placer, me va vertiendo sus jugos en mi boca, mezclados con las gotas de lluvia que recorren su piel. Aumento el ritmo, aumento el ritmo, hasta que ella estalla en un orgasmo, deja escapar un grito, y termina relajándose aún sobre mi boca.

...

Está un rato así, quieta, hasta que es ella la que se echa en la tumbona. Me acerco, y empieza a pajearme para terminar con mi corrida que antes no había llegado. No tarda mucho en llegar y me descargo sobre sus pequeños pechos. Ella sonríe, yo sonrío, mientras vemos como mi semen sobre sus pechos se va disolviendo poco a poco con la lluvia.

Nos miramos, y entramos rápidamente a casa. Mientras salíamos del balcón, ella empezó a entonar, cantarina, "El patio de mi casa, es particular, cuando llueve se moja como los demás", que terminó por descolocarme, una canción tan infantil tras el sexo que habíamos tenido. Ahora sí, tomamos juntos una ducha calentita.

No sabemos si alguien llegó a vernos en el balcón o no, si es así, buena vista haya tenido.

Posdata: No, no pillamos ningún catarro. Ese tipo de enfermedades se debe a virus, no al frío. Pero por momentos llegué a parecer un "Fool in the rain" como  la canción de Led Zeppelin.