Bajo la escalera
Primero nos calentamos, pero con tanto calentón no aguantamos hasta el trastero. Continuación de mis anteriores relatos con clara...
Un día llegué a casa de Clara y estaban solas ellas y su madre. Clara me dijo que su padre se había ido al campo de fútbol y se había llevado todas las llaves... incluida la del trastero. Aquello me cayó como un jarro de agua fría, porque llevaba más de un mes sin verla y tenía muchas ganas de ella, de oler su perfume, de acariciar su suave piel, de perderme en sus curvas siempre tan deliciosas, de saborearla entera. Supongo que ella notó algo en mi mirada, porque me cogió la mano y me dio un rápido beso, algo que nunca hacía estando su madre tan cerca.
Al rato, su madre nos dijo que por qué no íbamos a dar una vuelta, y acordamos ir al cine. Así que nos fuimos hacia allí, compramos las entradas y ocupamos las butacas con la suerte que, tanto a derecha como a izquierda, no se sentó nadie hasta varias butacas de distancia. Cuando se apagó la luz, cogí la mano de Clara. Para ser sincero, la película no me interesaba, pero sí me interesaba ella. Abandoné su mano y pasé mi brazo por sus hombros. Mi mano fue bajando por su hombro, despa-cio, hasta tocar su teta. Ahí dio un respingo y me miró sorprendida, momento que aproveché para besarla con pasión, mientras mi mano se apoderaba de su pecho. Ella se dejaba hacer y empecé a notar que su pezón se ponía de punta y se endurecía. Fui bajando mi mano por su cintura, abando-nando la postura forzada que había mantenido hasta ese momento por estar mi mano en su costado opuesto. Ya en una postura más "normal", si se puede definir así esta situación, puse mi mano en su entrepierna. Clara siempre usaba pantalón, pero ese día se puso falda, y sospecho fue porque ella intuía que algo podía pasar. Ello me permitió acariciar su coño directamente sobre la braga, que ya había empezado a mojarse.
Clara alargó su mano y acarició mi polla sobre el pantalón, notando lo dura que estaba. Me miró y sonrió mientras su mano abría mi bragueta y se metía dentro, acariciándola sobre el calzoncillo. En el momento que mi mano se metió dentro de sus braguitas, ella también metió la suya dentro de mi calzoncillo y empezamos a pajearnos mutuamente. Su mano subía y bajaba, de forma un poco trabajosa debido a que llevaba vaqueros y su movimiento quedaba limitado. Mientras, mi mano adoptaba la postura que a ella tanto le gustaba, la palma en su clítoris y dos dedos en su vagina acariciando su punto G. Los gemidos ahogados salían de nuestras bocas, y notaba como su coño se mojaba cada vez más. Yo estaba apunto de reventar y así se lo dije, diciéndome ella que también estaba a punto de llegar. Se quitó las braguitas que llevaba puestas, las puso sobre mi polla y me empecé a correr en ellas. Los chorros caían en sus bragas mientras su coño se contraía en un orgas-mo brutal, que a buen seguro mojó la butaca, aunque nos fuimos tan rápido que ni nos fijamos. Cuando acabó de limpiarme con sus braguitas, Clara se las volvió a poner y, al acabar la película, nos fuimos de los primeros.
Mientras andábamos por la calle, Clara me dijo que notaba mucho la humedad de mi leche en su coño y que eso le hacía desear tenerme dentro. Yo le rodeé la cintura con mi brazo, pero dejando mi mano en su culo. Ella hizo lo mismo, y su manita se deslizó en el bolsillo trasero de mi pantalón. Mi excitación aumentaba, y mi bulto era claramente visible (recordad que, como dije en la primera historia, me mide más de 22 centímetros y tiene un grueso acorde a su tamaño). Algunas de las chicas con que nos cruzábamos lanzaban miradas más o menos descaradas al bulto, lo que siempre me provocaba una sonrisa.
Al llegar a su casa, entramos en el portal y ella me dijo que esperara mientras iba a coger la llave del trastero, pues suponía que su padre ya habría llegado. Pero yo ya no aguantaba más, estaba a mil y sólo deseaba poseerla, hacerle el amor con todas las fuerzas que pudiera. La rodeé con mis brazos y volví a acariciar su culito, mientras mi boca buscaba la suya y juntábamos nuestras lenguas con pasión. La llevé contra la pared que corría cerrando la parte de abajo de su escalera, y oí un sonido como hueco, como de que no había nada detrás. Me aparté un momento y vi que la pared no llegaba hasta el final. Miré a Clara y sonreí.
A saber qué estarás pensando -dijo ella.
Espera un momento, ahora vengo.
Miré en el hueco y descubrí que allí debajo sólo había un cepillo, un recogedor, un cubo y una fregona. Nada más, aunque el suelo estaba muy sucio.
¿Ves? Aquí no nos molestará nadie.
Pero nos van a oír. Y además, está muy sucio...
Eso tiene fácil solución -dije, cogiendo el cepillo y barriendo bien el suelo-. Ahora está mejor, ¿no? Vamos, no me vas a decir que no te excita.
Sabes que sí, pero si nos pilla algún vecino...
Entonces oímos que alguien abría una puerta encima nuestro.
Como nos van a pillar es si nos quedamos aquí. Vamos.
La cogí de la mano y nos metimos bajo la escalera. Sobre nosotros oíamos los pasos de alguien que bajaba. Clara se quedó quieta, momento que aproveché para llevar mi mano a su entrepierna. Ella apretó los muslos para no dejarme pasar, pero yo se los acaricié suavemente. Poco a poco mis manos fueron abriéndose camino hasta sus braguitas, aun mojadas de mi leche, y, metiéndome bajo ellas, hasta su coño que acaricié despacio, sin prisas, hundiendo mis deditos hasta tocar su punto G. Me miró.
Estás loco, ¿lo sabías?
Sí, estoy loco... por ti.
Ella empezó a gemir y a retorcerse de gusto. Sus gemidos eran cada vez más fuertes así que, para evitar que nos oyeran, la besé en los labios mientras estallaba en una fabulosa sucesión de orgas-mos, que empapó mi mano. Llevé mis dedos a mi boca y los limpie conciencudamente.
Tras esto, Clara se quitó la camisa, el sujetador y las braguitas, quedándose solo con la falda. Mientras yo me bajaba los pantalones y los calzoncillos. Mi polla salió de su prisión como un resorte y Clara la miró con lujuria. Antes de poder quitarme el pantalón del todo, se lanzó sobre mi, me tumbó en el suelo y se ensartó ella sola metiéndose mi poya hasta que mis huevos chocaron contra su pelvis. Empezó a cabalgarme con una fuerza y una pasión como nunca la había visto. De su coño salía un auténtico manantial de jugos y tuvo que morder su camisa para no gritar de gusto. Empezó a hacer movimientos circulares con la cadera. Aquello superaba mis límites. Con un gemido que ahogué como pude, me corrí dentro de ella, llenándola con mi leche. Pero la situación era tan morbosa y excitante, que mi poya no perdió un ápice de dureza, pese a ser ya el segundo orgasmo del día.
Clara siguió cabalgándome, retorciéndose de gusto, gimiendo quedamente, mordiendo su camisa. Sus pechos se movían arriba y abajo, siguiendo el ritmo de sus cabalgadas. Al principio yo noté algunas molestias, siempre se me pone hipersensible tras correrme, pero luego volví a calentarme cada vez más. De pronto, oímos una puerta que se abría y la voz de su padre. Clara se quedó quieta, tumbada sobre mi, pero yo, que nuevamente estaba a punto de correrme, seguí moviéndome en su interior. Nos besamos para ahogar nuestros gemidos y, mientras sus padres salían por la puerta, yo estallaba en su interior por segunda vez mientras ella tenía una nueva serie de orgasmos que dejaron un pequeño charco en el suelo.
Tras esto, nos vestimos como pudimos y subimos a su casa, aprovechando que sus padres no estaban. Allí disfrutamos de una ducha juntos que acabó en una enculada en toda regla, usando el gel como lubricante. Ella movió su culito hacia todas partes y, pese a llevar ya tres orgasmos, consiguió que me corriera relativamente rápido. Ese culito siempre me encantó, tan peuqeñito, tan estrechito... Tras esto, ella se quedó esperando a sus padres mientras yo volvía al motel donde dormía.