Bajo el cielo de siberia

Y llegamos al final de la historia... Que os haya gustado es lo que desearía y si me lo comentáis, lo mismo a favor que en contra, si os ha gustado, o no os ha agradado, pues os lo agradecería infinito, así como si os tomarais el tiempo para calificarle, según vuestro bien juicio os dicte.

CAPÍTULO 3º

Nadezhda, ayudada por sus dos camaradas de la Guardia Roja, tiraba del cuerpo del amo Alyosha, cuando una de las heridas del pecho pareció que volvía a sangrar; además, sucedió que uno de aquellos dos hombres dijo estar casi seguro de haber oído hablar, quejarse, al hombre. Todos pararon y, con suma atención, volvieron a estudiar, casi analizar, aquél cuerpo que más  que nada, asemejaba ser un cadáver; y el exhaustivo examen parecía concordar con las simples apariencias, cuando el “cadáver” se medio incorporó gritando como un poseso, un fuera de sí…

  • ¡ADELANTE!...¡ADELANTE!... ¡VICTORIA O MUERTE…VICTORIA O MUERTE!... ¡POR LA PATRIA, POR LA RELIGIÓN, ADELANTE!... ¡VICTORIA O MUERTE!... ¡VICTORIA O MUERTE!...

Y cayó de nuevo desfondado, sin sentido… Medio muerto… Pero sólo eso, medio, que no del todo… Aunque… Como es lógico, todo aquél grupito, los dos hombres y Nadia, se quedaron mudos al instante, pues eso no podían esperarlo ni por intervención divina, ni por un milagro de Señor, Dios del Universo; pero ahí estaba; no cabía duda… Ese cuerpo, AÚN,  no estaba muerto, todavía alentaba… Poco; muy poco, pero alentaba…

  • ¿Qué…qué hacemos?...

Quien había hablado era el de más edad de ambos hombres, y expresaba, realmente, el pensamiento de los tres, los dos hombres y la mujer… ¿Qué hacer con esa persona?... Realmente, que hubiera “revivido”, era un problemón enorme, pues muerto, lo echaban por uno de los agujeros hechos en la capa helada del lago, “e tutti contenti”, pero así, qué narices hacían… Fue el hombre de menos edad el que habló diciendo algo que podía ser una solución, pero también la ruina de todos ellos. Se trataba de, simplemente, trocarlas ropas, el uniforme, del oficial blanco, por las de cualquiera de los camaradas que por allí yacían, muertos, y llevarle al puesto de socorro como si fuera  un camarada herido…Era peligroso, pero podía salir bien…

Así lo hicieron, tratando de tardar lo menos posible en el cambio de las ropas, manteniendo, de todas formas, el cuerpo de Aleksei Boronsov bien arropado entre mantas, uniendo las suyas propias y  las de los camaradas, y no camaradas, que nunca más  las necesitarían… Así, con esfuerzos tremendos, aunque en el camino algún que otro camarada de la Guardia se les uniría, tratando de ayudar al “camarada” tan necesitado de ayuda…  Y por fin, dejaron al  herido en el puesto de socorro. Eso sí, sobre todo los dos hombres que primero ayudaron a Nadia, desaparecieron de allí casi antes de que los enfermeros se hicieran cargo del herido, que mejor prevenir que no lamentar luego, y si ni se fijan en ti, mejor que mejor.

Allí, con el cuerpo algo, bastante, más que maltrecho de Aleksei Aleksandrovich quedó sola Nadezhda; esa misma noche le operó un médico cirujano, un cirujano movilizado a pura fuerza, como solían hacer lo mismo rojos como blancos para proveerse de asistencias eficaces… Hacía mucho tiempo que Nadezhda no rezaba; tanto, que casi ya, ni se acordaba, pero aquella noche rezó, y rezó, y rezó; y, seguramente, con más fe, más sentimiento, que nunca… Rezó por su amo tan amado, su Alyosha, su amo Alyosha; a que el Dios, Señor de los Cielos y de la Tierra, Omnipotente Señor y Padre Nuestro, le devolviera a su Alyosha; le decía, en su infantiloide forma de rezarle a Dios, de dirigirse, hablarle a Dios, que, en definitiva, eso es rezar, que ya había perdido una hija, y que, por favor, casi a cambio de su hijita perdida, le conservara al joven amo Alyosha; una especie de irreal toma y daca o imposible permuta de muertos por vivos…

Pasó la  noche y el médico  que operara al herido, casi moribundo ya realmente, salió de la tienda-quirófano, inquiriendo un cigarrillo; se llegó hasta donde ella estaba hecha casi un ovillo a un lado del complejo de tiendas, camiones y otros vehículos, ambulancias entre ellos, que formaban el escalón sanitario de la Unidad de la Guardia Roja, de entidad algo inferior a la división, con dos regimientos en lugar de los tres normales. Le preguntó si él era su hombre, su compañero, y ella dijo que sí con toda contundencia; luego, el médico le dijo que su hombre estaba mal; pero mal de verdad, aunque cabían esperanzas…La noche la había pasado bien; mejor, incluso, que el cirujano, esperaba, y que de seguir así, respondiendo bien a los tratamientos, las posibilidades de que su hombre saliera de allí al menos medio bien, serían ya muchas…

Pero también le dijo otra cosa, más comprometida que lo anterior. El cirujano era hombre de edad madura, cincuenta, cincuenta y tantos años, circunspecto, muy discreto, sin querer hacer daño gratuito a nadie; podía decirse que en aquél maremágnum de ideologías, creencias políticas cuasi religiosas, etc. él era una de las pocas personas que conservaban la cabeza sobre los hombros, con calma y la cabeza fría, sin “calentones”… Así que se limitó a decirle a Nadezhda que a su hombre había tenido que sedarle, y bien, además, pues en mitad de la intervención había empezado a proferir cosas muy peligrosas por comprometedoras. Fue sólo eso, pero basto para que la mujer supiera que el médico estaba al tanto de que Alyosha era, realmente, de los “blancos”, y seguramente, un oficial, un alto oficial, incluso, pues también le habló “tapar” un poco las manos de “su hombre”, por demasiado finas, sin asperezas ni callosidades… Manos, desde luego, no eran de obrero ni y campesino. También supo, por propia deducción, que aunque el médico estuviera al corriente de todo, ellos estaban a salvo, a no ser que en el secreto entraran más personas, gentes inconvenientes…

Desde entonces, Nadia estuvo junto al “amo Alyosha”, sin separarse de su lado ni un instante, tanto para cuidarle día y noche, noche y día, como  para estar atenta a cuando despertara, que no soltara ninguna inconveniencia, como ocurriera la primera noche, durante la intervención quirúrgica. Porque Aleksei Boronsov estuvo sin conocimiento, sin abrir los ojos ni enterarse de nada, cuatro días, comenzando a medio despertarse sólo al quinto, algo antes de las doce; ella salvó de inmediato la situación haciéndole saber que estaban en un puesto sanitario “de los nuestros”, reponiéndose de las tremendas heridas que los “malditos blancos le infringirán”; él, entendió el mensaje a la perfección, y todo, pues, a pedir de boca.

Pasaron aún otros tres días más, con Alyosha mejorando, aunque lentamente; seguro, pero pausado, podría decirse. Pero sucedió que, una vez pasados esos nuevos tres días, a la noche de ese tercer día, el médico se acercó a ella, diciéndole

  • Lo siento mucho, camarada, pero nosotros debemos evacuar el campo mañana; la Unidad prosigue su avance y nosotros debemos de ir tras ella; a  su hombre, yo le enviaría a un hospital, en retaguardia, pero creo que eso sería, para ustedes, como si se  les dejara a la intemperie; lo mismo de mortal. Lo siento mucho, camarada; de verdad que lo siento, pero, en verdad, lo único que por ustedes puedo hacer es darles una tienda de campaña para que la planten por aquí, por estos bosques

Y así tuvo que ser por finales; con la ayuda de la gente del escalón sanitario, plantaron la tienda de campaña en un rodal de bosque bastante protegido de los vientos por los propios árboles, convenientemente caliente el interior por un buen fuego, aunque tomando las debidas precauciones antiincendios. Así mismo, el médico dejó a la pareja medicamentos, lo poco que por entonces había, algo de comida y un par de fusiles, con munición. Y quedaron allí, solos en medio de la inmensidad de la nada, pero juntos… Juntos, al fin…

Lo cierto es que, las posibilidades de supervivencia allí, en esa especie de desierto helado, eran irrisorias, debiendo luchar continuamente, día y noche, contra la propia Naturaleza en su estado más salvaje, más hostil. El lugar, un retazo de bosque casi lindando con la estepa siberiana, en el extremo sur de la gran llanura de Siberia Occidental, al pie de los Urales, sitio de veranos muy cortos y frescos, pues en el mes de Julio, el más caluroso del año, de 18º la temperatura no pasa, en tanto los inviernos, de hasta ocho meses, Octubre-Abril, de casi -50º de mínima y -19º máximos. (1)

Pero contra todo pronóstico, contra las propias leyes naturales, incluso, Aleksei Aleksandrovich Boronsov salió adelante; superó aquél terrible invierno llegando a la primavera-verano, esos meses de Junio-Julio más, mucho más, acogedores, en un excelente estado de salud. Aquél invierno había sido de prueba, y no sólo  para Aleksei, que tampoco ella, Nadezhda, salió bien parada. El problema principal, pero  no el menor, fueron los lobos, que en la zona, precisamente, no escaseaban; así, cada anochecer, la muchacha preparaba sendas fogatas, dos al menos, a veces tres y hasta a cuatro llegó  alguna que otra noche… Y con un oído bien despierto cada noche por si alguna que otra bestia, más osada que las demás, se acercaba más de la cuenta, para, al punto, salirle al paso con un hachón bien encendido para metérselo por los hocicos si necesario fuera.

El otro gran problema fue subsistir, alimentarse cada día; y, de nuevo, tuvo que ser ella, Nadia, quien subviniera a la necesidad, acudiendo, principalmente, a la caza, tendiendo trampas, poniendo lazos, por donde atestiguaba que los animales más bien pequeños, liebre y conejo, principalmente, aunque también ardillas y un cérvido más bien pequeño, el corzo, frecuentaban el sitio; cuando podía, si el suelo no estaba muy helado y el producto era accesible, que no siempre, completaba la dieta con algún brote, tubérculo y demás; pero ya digo, eso no era tan fácil, pues en pleno invierno el suelo congelado lo impedía.

Pero el largo  invierno había terminado y Aleksei parecía, más que nada, resucitado, y con unas ganas de vivir tremendas. Pero lo que habían vivido, aquél tremebundo inverno, no era vivir, pues, realmente, ni a malvivir llegaba; había que salir de allí, costara lo que costase, fuera como fuese, pero otro invierno más allí, en aquellas terribles condiciones no podía ser. La gente del escalón sanitario rojo, les había dejado un mapa de la zona, que estudiado por Aleksei, les dijo que estaban en un punto casi equidistante, unos quince kilómetros, más o menos, a varios lugares habitados, uno al noroeste y otros cuantos, tres o cuatro, al menos, hacia el sur dos al sur-suroeste, con ventaja, además, para los sureños  al quedar en el curso del río Iset.(2) La suerte, lo que fuera, hizo que, finalmente, dirigieran sus pasos hacia uno de estos que quedaban al sur, Ipatov, y allí encontraron, justo, lo  que ambos buscaban: Un lugar más pequeño que grade, una aldea rural que ni a mil personas llegaría, campesinos hechos a labrar la tierra, cuidar animales… Aunque, por allí, parecía darse más la pequeña ganadería, el vacuno, principalmente, por la leche, aunque sin tampoco dar de lado al cerdo… Y menos, a lo de arar, cultivar la tierra.

Aquella noche fue la primera que en mucho, pero que mucho tiempo, durmieron en una casa de verdad…en una cama de verdad… Y, lo mejor: Todo suyo, de su propiedad. La cosa fue mucho más fácil de lo que en principio creyeron; sencillamente, nada más llegar a la aldea, a Ipatov, los dos se presentaron al presidente del Soviet Local, el alcalde del lugar, podría decirse, diciendo que eran campesinos pobres, sin tierra, y hambrientos… Y que  querían trabajar, ganarse el pan…Les miraron como se mira a un animal que se va a comprar, caballo, asno, mula… El examen duró poco y pareció convincente, pues enseguida les asignaron una casa donde vivir que, en verdad, no  era sino una pequeña graja, gallinas, patos, conejos, una vaca con su ternero y unos cerdos, dos machos jóvenes listos para el sacrificio en los próximos hielos y una hembra con su camada, ocho lechones creciditos ya… Y los imprescindibles asnos, mulos o bueyes de tiro y laboreo, con ventaja, en este caso, a un par de bueyes y una mula con trazas de caballo, que más parecía de monta que animal de tiro. Y un trozo de tierra, poca cosa, algo menos de una hectárea.(3)

Pero lo de meterse en la cama también tuvo su intríngulis; veamos. Ellos, desde que él la acogiera a ella allá en el camino al pueblo ese con aspiraciones de ciudad, cuando expulsaran a Nadezhda de la mansión de los Boronsov, habían hecho todo a medias; entre ellos nunca existió el “Tú” ni el “Yo”, sino, siempre, el “Nosotros”; eran una pareja y como tal pensaban siempre, lo conveniente para ambos no para él ni para ella, en solitario; sí eran, se comportaban, como si constituyeran una pareja, excepto como pareja sexual, conyugal. Y lo grande del asunto, era que los  dos se querían, se amaban y deseaban, pero ninguno de ambos se  atrevía a dar el paso, a decirle al otro: “Te quiero,  te amo, y deseo que seas mía/mío”… Lampaban los dos por ello, pero los dos guardaban silencio al respecto, sin atreverse a nada…

Pero en aquella noche cambió todo; la casa que les dieron era una típica casa rural rusa, una “isba”, hecha de troncos de árbol y con una sola habitación aunque amplia, de unos setenta metros cuadrados, con la clásica estufa u horno rural ruso como centro de atención de toda la estancia, algo  que si ni ce ve, aunque sólo sea en foto, no se podría creer, pues lo mismo es fuente de calor para toda la casa, cocina u horno, cama y hasta bañera de sus ocupantes(4).

Fue al llegar la noche, con un Aleksei hecho manojo de nervios, que ni siquiera dónde poner los ojos encontraba, de vergonzoso ante ella. Al  fin, con esa voz insegura, un tanto atiplada, que suele ponérsenos ante situaciones más o menos comprometidas, dijo, señalando una banca adosada a la pared, junto  a la amplia mesa que presidía la estancia

  • Bueno, pues yo dormiré aquí, y tú en la cama, tranquilamente

Nadia quedó un instante en silencio; luego, toda ruborosa, con los ojos fijos en el suelo, dijo o respondió

  • Y… ¿Por qué no los dos juntos…en la cama?...

Y Aleksei, al oírla, y sin casi que valga, se atragantó; se puso rojo bermellón, casi, casi, amoratado y balbuciendo en un hilillo de voz, más que hablando, repuso

  • ¿Estás  segura de querer eso?... Porque Nadia; soy un hombre, ¿entiendes?...

Nadezhda, entonces, rojo fuego sus mejillas, alzó la cabeza y sus ojos enfocaron, directísimamente, los de él, en casi alarde retador

  • Claro que te entiendo…  Pero es que, también yo soy mujer… Y no de palo, por cierto…

Ni ella misma sabía de dónde sacó el valor para hablarle así, tan directa, tan claramente, pero los efectos de su alocución fueron fulminantes, con un Alyosha al que le faltó tiempo para lanzarse sobre ella, estrechándola entre sus brazos, buscando con ansia su boca, que ella, toda amorosa, toda feliz, le abrió … Luego, tomados de la mano, ascendieron a la cama, en lo alto del horno calentada por las brasas, un tanto mortecinas ya, fundiéndose allí, pletóricos, en su primera noche de amor pleno.

FIN DEL CAPÍTULO Y DEL RELATO

NOTAS AL TEXTO.

  1. Ubico la zona  entre las ciudades de Tiumen Y Chelíabinsk, más cerca de ésta que de Tiumen, aunque dentro del oblast, (provincia) de Kurgán y los datos climatológicos que señalo son los reales de tal zona geográfica.
  2. Estos asentamientos aún hoy día existen, pero en vías de extinción. Ipatov, por ejemplo, que a inicios de los años 20 tenía una población de setecientas-ochocientas alma, actualmente sólo lo habitan 165 personas; y Vodolazovo, Chuga, Nikitin y varios lugares más, todos en esta misma zona, distrito de Kataysk, Oblast ( provincia ) de Kurgán, aunque lindando ya con el de Chelyabinsk, cuya población ha pasado de unas 200/300 personas en 1923 a menos del medio centenar actual.
  3. Me refiero al “Koljós”, una cooperativa agraria soso-soviética. El primer “koljós” se crea en 1917, de forma voluntaria, aunque hasta 1921 no se medio generaliza, tomando carácter obligatorio a partir de 1928, con el 1º Plan Quinquenal de Stalin. El “koljós” fue una visión de la “Colectivización de la Tierra”, por la Revolución Bolchevique; la otra fue el “sovjós”, aunque esta última, el “sovjós”, fuera más propia de la Ley de Colectivización de Stalin de 1929. El “koljós”, como digo, funcionaba bajo régimen de Cooperativa, cediendo el Estado a la entidad agraria las parcelas de tierra, pero sólo su uso y disfrute, no su propiedad en sí; cada socio del “koljós” ( “koljótnik”-“koljoznitsa” ), tenía, en propiedad, 0,4ha. de tierra y algunos animales, amén de un sueldo mensual y una paga anual, en concepto de participación en beneficios, con arreglo a las horas trabajadas para la comunidad; por su parte, el Estado cobraba al koljós entre el 30 y el 40% del total de su producción, disponiendo cada “koljós” de libertad para vender la parte no estatal a quien mejor le conviniera, siempre que fuera dentro de la URSS,  ya que el Comercio Exterior se lo reservaba el Estado. En el “sovjós” el Estado era el único y absoluto propietario, siendo sus trabajadores, “sovjotnik/covjoznitsa”, simples jornaleros del Estado, sin más beneficios que los sueldos mensuales.

    1. Digo en el texto que también recibieron “ un trozo de tierra, poca cosa, algo menos de una hectárea ”; exactamente recibirían 0,8 ha., 0,4 ha. por cada uno de ellos dos, como adultos que eran ambos.
    2. La “isba” era la típica casa rural rusa; y digo “era”, porque hoy está totalmente en desuso, confinada a reclamo turístico, más bien. Estaba construida en madera, troncos de árbol, pino, abeto o abedul, normalmente. De una sola habitación y forma cuadrada o rectangular; por lo general, amplia, hasta 80/100 metros cuadrados. Caldeada por lo que es, se llama, estufa u horno ruso, “russkaia pech”, algo inimaginable si no se ve, siquiera sea en foto, pues es un mamotreto en ladrillo y cemento, lo único en toda la casa con semejante construcción fija; además, la única parte de la casa sólidamente cimentada, sobre troncos de árbol bien hundidos en tierra, por su descomunal peso, ya que la casa, la isba, descansa directamente sobre el suelo, la tierra monda y lironda. Servía, ante todo, para calentar la casa, pero también se cocinaba y hasta como cama y bañera podía servir, añadiéndole un altillo en todo lo alto de la construcción, descubierto, con paredes de hasta casi medio metro, donde lo mismo podía ponerse un colchón, mantas y tal, como llenarse de agua, aprovechando el propio calor del “invento” tanto para dormir caliente como para calentar el agua del  baño. En regiones donde los inviernos pueden durar seis y más meses estas “estufas” u “hornos” rusos, pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.