Bajada al infierno, regreso al paraíso
Última entrega de una pequeña serie, en la que secuestrada un día que ya casi no recuerda, María, una mujer normal, está en manos de extrañas personas. Es torturada, humillada, violada y degradada en extraños ritos. Cuando cree que ya nada puede empeorar. Es separada de sus compañeros de esclavitud, quedando en manos de una sádica joven que la descubre nuevos significados del dolor y el placer, en una extraña relación.
María fue encadenada, y sus ojos tapados. Esta vez no la llevaron a su celda habitual, la obligaron a bajar cuatro tramos de escaleras, por lo que dedujo que debía estar en un sótano. Sujetaron sus brazos a la pared, por lo que la posición más cómoda que podía adoptar era sentada, la abandonaron cerrando una chirriante puerta. La pared era de piedra y estaba fría, como la estancia que olía a humedad. Su boca estaba seca y sentía en su estómago punzadas de hambre, tenía carne de gallina y los pezones duros por la baja temperatura. La dolían las quemaduras del pecho y la nalga. Pero, decidida a mantener su equilibrio mental se dedicó a redecorar su casa para evadirse.
No sabía cuanto tiempo había pasado desde que estaba en su nueva ubicación, mucho menos desde su secuestro. La puerta se abrió y alguien se acercó a María. La venda de sus ojos fue quitada y pudo comprobar en la penumbra del lugar que ante ella se encontraba una mujer joven, de menos de 25 años, pequeña y fibrosa. Bueno, bueno, bueno... . Dijo mirándola como si la estudiara detenidamente. Parece que no estás muy estropeada. Tienes hambre, ¿verdad? Pues vas a ganarte la comida. Añadió, mientras se quitaba los pantalones y la ropa interior, acercando después su sexo a la cara de María.
Obediente, comenzó a lamer la vulva, metió su lengua todo lo dentro que fue capaz moviéndola hasta que le dolió. Acarició el abultado clítoris casi mecánicamente esperando a que su ama se corriera. Por fin logró que el orgasmo deseado llegase. No has estado mal, esclava, pero deberás mejorar. Te has ganado la comida de hoy. Dijo, mientras se vestía. La dejo sola, y unos minutos después volvió con un recipiente de plástico lleno de pan duro y tomates casi echados a perder. La desató y la dejo comer. Luego la enseñó un rincón en la mazmorra donde había un agujero cubierto por una reja y una vieja manguera negra enganchada a un oxidado grifo; explicando: Ahí puedes desahogar tu cuerpo. María hizo sus necesidades, limpiándose luego con agua de la manguera. Estaba aprendiendo a valorar cosas como esas.
Ahora vamos a jugar un rato tu yo, a solas. Explicó la joven ama. Salieron por un lúgubre pasillo iluminado de trecho en trecho por bombillas de escasa potencia. Abrió una puerta metálica, encendió la luz y la ordeno entrar. Se trataba de una habitación de alto techo y unos 30 metros cuadrados; paredes y suelo eran de piedra. El mobiliario estaba compuesto por lo que evidentemente eran instrumentos de tortura de tipo variado. No solo por el frío, María sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal El ama quito las pulseras a su esclava, la ordenó tumbarse en una especie de mesa de gruesa y tosca de madera, poblada de argollas. La cara de su torturadora tenía un expresión de perversa felicidad.
Concienzudamente ato las muñecas y tobillos de Maria con una áspera cuerda. Menos esa parte de su cuerpo, el resto estaba relativamente libre. Su dueña, se coloco una banda elástica en el pelo para que no la molestase el largo cabello rubio. Buscó en los cajones de un mueble, y cogió unas cadenas no muy gruesas. Las sujeto pacientemente en las anillas de los pezones y luego en las del sexo. Tomó una cadena más larga que pasó por una polea que colgaba de una viga sobre el cuerpo desnudo de la esclava. Enganchó las cadenas pequeñas a la grande. Con cara de satisfacción, tiro de la cadena, que hizo un ruido siniestro al deslizarse por la polea, hasta que las otras se tensaron tirando de los pezones y de los labios de María, que al principio solo noto una relativa molestia con el tirón.
Continuó estirando de la cadena y empezó el dolor, María tenía que arquear su cuerpo levantando pecho y abdomen para mitigarlo. Pero la fatiga hacía que en algún momento el cuerpo cediese hacia abajo y el peso aumentaba el sufrimiento. Su ama disfrutaba con los pequeños gemidos de la esclava. Para ponérselo un poco más difícil, colocó bajo su espalda una plancha de madera llena de gruesos clavos. Si deseba descansar, al dolor de sus pezones y su vulva, se añadían los pinchazos en espalda y nalgas. El juego debió de aburrir a la joven, que elimino las cadenas y los pinchos, dejándola que descansara unos instantes.
María fue conducida ante una enorme rueda de madera. Vamos a desentumecer tus músculos, puta. Comentó la perversa mujer. Con el cuerpo de frente a la rueda sujetó con cuerdas las muñecas. Luego hizo girar la rueda haciendo que el cuerpo ascendiera sobre esta, ocupando aproximadamente un tercio de la circunferencia del artefacto. Ató fuertemente los tobillos y María quedó boca abajo con su cuerpo extendido al máximo sobre la rueda. La sádica ama se despojó de la parte superior de su vestimenta y cogiendo un fino látigo de cuero empezó azotando la piel de la espalda de María, que sollozaba con cada golpe. Metódicamente prosiguió con las nalgas y las piernas. Hizo un pequeño descanso, para secarse el sudor y beber agua, y cambio a su víctima de posición poniéndola boca arriba. Ahora la azotó usando una fina caña, primero las piernas, luego el vientre, y termino golpeando los pechos y ensañándose en los pezones.
El cuerpo quedó marcado de señales rojas, que en algunos puntos eran pequeños cortes que sangraban levemente. Desatada de la rueda, colgó su cuerpo con una cuerda por los brazos. Minuciosamente las heridas fueron pulverizadas con alcohol. María sintió una mezcla de escozor insufrible y alivio. Su ama se veía satisfecha con la actitud estoica de María, que en ese momento encerrada en si misma proyectaba un viaje por Europa. A pesar del pequeño tamaño de su cuerpo, el ama manipulo fácilmente el cuerpo de la esclava, a la que atada ahora por los pies, elevó, dejándola suspendida de suerte que la cabeza estaba a la altura perfecta para su gozo carnal. La libidinosa joven se desnudo y ordenó a María que la hiciera disfrutar, añadiendo que del resultado dependería el próximo juego. En esa incómoda postura la esclava se sujeto con las manos a las nalgas de su dueña. Pasó la lengua por el vello púbico, acarició con la punta los labios y noto la humedad que manaba el sexo caliente. Se empleó a fondo, posando la lengua sobre el clítoris apretando y haciendo movimientos rápidos a un lado y al otro. Con las manos no cesaba de acariciar las nalgas menudas y cosquilleaba el ano de su sometedora, que jadeaba, gruñía y se retorcía de placer. La sesión debió resultar satisfactoria, porque fue recompensada con la devolución a su mazmorra. María se durmió hecha un ovillo para protegerse todo lo posible del frío.
Al despertar, encontró el recipiente de la comida con una asquerosa rata comiendo de él. Llena de ira sacó la goma del grifo y descargó un golpe sobre el animal que salió huyendo renqueante. Estaba decidida a sobrevivir, así que comió sin pensar en nada más. Para evitarse problemas puso la manguera como estaba. Enumeraba mentalmente los nombres de plantas que conocía, cuando entró a buscarla su ama. Vestida con prendas de cuero tenía un aire mas amenazador de lo normal. En la sala de torturas había un olor que enseguida identificó, brasas. Estaban situadas bajo la rueda, imaginó que sucedería. María atada boca arriba fue sometida a una vuelta de rueda, sintiendo a pocos centímetros de su piel el calor sofocante. La dueña sonrió con su sadismo habitual. Ahora pasaremos más despacio. Avisó, con crueldad. Lo peor eran las anillas que se calentaban y quemaban aun después de pasar sobre las brasas. Sus pezones estaban abrasados, y la piel de sus pechos, más dolorida que el resto. Cesó el tormento de la rueda pero escozor y dolor proseguían.
La joven ama hizo nuevos preparativos, extendiendo sobre la mesa de tortura una arpillera de tacto áspero. También seleccionó una especie de consolador doble, uno de cuyos extremos tenía un tamaño descomunal, mientras el otro era de tamaño, al menos, normal. La lastimosa esclava fue llevada a la mesa, cuya altura había sido mermada. Sus piernas atadas a las patas mediante cuerdas, mientras de cintura para arriba su pecho descansaba sobre la mesa con las muñecas sujetas a unas argollas metálicas. María veía las estrellas cada vez que su piel quemada rozaba el tejido. Para culminar los preparativos usando un rollo de esparadrapo ancho las nalgas fueron separadas con esmero. La dueña del destino de María se despojó lentamente de su ropa, para acto seguido introducir hábilmente el grueso vibrador por el ano de la esclava hasta el tope que lo separaba del otro extremo. Ni el día de la ceremonia la habían introducido nada tan grueso y largo. Con marcado deseo, la joven introdujo la parte menor en su sexo ya lubricado por su desviado gozo al causar dolor a su víctima. Se movió despacio deleitándose, y luego se abrazó a la espalda de María, que por efecto del peso sintió un intenso dolor en sus heridos pezones, que la hizo gritar. Animada por el sufrimiento, la sádica mujer accionó el mecanismo de vibración, cabalgando salvajemente el cuerpo inmóvil. A más gritos de María mayor era el disfrute, por lo que sus maniobras se prolongaron al menos 15 minutos. Al sacar aquella enorme cosa de su ano la esclava pensó que su cuerpo iba a darse la vuelta como un calcetín. El abundante esparadrapo fue arrancado de modo brusco.
Después, más por temor a romper del todo su juguete humano, que por lástima, desató a la esclava y la entregó un bote con una pomada, dejándola de nuevo en la mazmorra. María se aplicó la sustancia y noto un enorme alivio en su piel quemada. Bebió agua y se tendió boca arriba para descansar. Aquella vez el descanso fue algo mas largo de lo normal, la dieron de comer un par de veces y el frasco de pomada se terminó. Su piel estaba mucho mejor, en algunos lugares se había pelado ligeramente, pero en los pezones la molestia persistía, auque menos. Ya no sentía el frió del principio, y lo mejor de todo, gozaba de estar a solas con ella misma, y sus evasiones mentales la alejaban de aquel infierno. Pero como siempre, la calma cesó y de nuevo se vio llevada a la sala siniestra.
El ama la ordenó beber agua, mucha agua. Mientras la examinó la piel tocando y pareciendo satisfecha de su estado. Siguió acariciando sus hombros, su cabeza en la que se notaba ya el pelo, el pubis y las axilas. Luego la beso en el cuello y mordisqueó una de sus orejas. Acarició los pechos y pellizco malvadamente los pezones. Tras lo que se dirigió a María preguntando: ¿Tienes ganas de mear, perra?. Ella respondió asintiendo con la cabeza. Pues deberás esperar hasta que estés a punto de reventar, si no deseas que esta vez te ase a fuego lento en la rueda. Mientras para entretenerme desnúdame, pero despacio, muy despacio.
Comenzó por la camisa, con toda la suavidad del mundo desabrochó botón a botón, deslizo la tela por un brazo y el otro, con lentitud extrema. Doblándola luego primorosamente y depositando la prenda sobre la odiosa mesa. Quitó los lazos de sus botas y aflojó los cordones. Las sacó como si estuviese manipulando un explosivo, colocándolas perfectamente alineadas. Tiró de los calcetines como si separase los pétalos de la última flor de la tierra, poniéndolos junto a la camisa. La joven cerró los ojos con rostro de notorio placer. María desabrochó el pantalón y deslizo la cremallera a cámara lenta. Delicadamente acompañó los pantalones hasta los pies, desembarazándolos de la tela, como quien suelta un delicado animal atrapado en un cepo. Los estiró y dejó en la mesa. Incorporándose abrió el cierre del sujetador con parsimonia. Bajó los tirantes como si fueran de papel de seda, y separó las copas de los pechos como si éstos fuesen de arena a punto de desmoronarse. Al sacar el sostén de los brazos acaricio su piel con la punta de sus dedos. Lo dejo colocado sobre la blusa. Con voz suave a punto de quebrarse su dueña ordenó: Las bragas quítamelas con la boca. María obediente apretó la cinturilla de la prenda entre sus labios y tiro con suavidad rodeando el cuerpo de su dueña. Su nariz rozaba suavemente la piel de pubis, caderas y nalgas. Prosiguió el descenso, cambiando cada pocos centímetros de una pierna a la otra, hasta llegar a los pies. Dejó la prenda intima con el resto de la ropa. María nunca se había sentido atraída por otra mujer, pero sentía un cosquilleo interior, no sabía bien si por puro deseo sexual o porque era lo más tierno que había sentido en muchos días.
Su ama abrió los ojos, buscó una tela de terciopelo rojo, la extendió y se tumbó sobre ella. María esperó instrucciones. Con una extraña sonrisa la conminó: Mi dulce puta, ahora quiero que me mees encima, despacio y sin dejar un trozo de piel por mojar. Desconcertada unos segundos, reacciono y colocándose sobre ella dejo caer su orina por todo el cuerpo de su dueña. El líquido resbaló por su cara, sus pechos, su tripa, sexo, y piernas. Se sintió aliviada porque su vejiga hacía rato que estaba llena. Ahora, guarra, quiero que lamas tu pis, dijo. Preparada para todo se agachó poniéndose de rodillas junto a la joven, y pacientemente pasó su lengua por frente, ojos, boca, lamiendo el salado líquido. Continuó por el cuello, los hombros y los pechos, mientras su dueña gemía de placer. Su lengua pasó por los brazos, siguió en la tripa, pubis y piernas. La insaciable joven acarició el cuerpo de María, la abrazó obligándola a imitarla, lo que hizo mansamente. La tumbó sobre la suave tela y ahora ella fue la recorrida por la lengua y los labios del ama. Sintió la experta lengua sobre sus pezones que se irguieron, su sexo se humedeció sin poder evitarlo. Bajó hasta él y lo lamió concienzudamente, María no pudo evitar un jadeo de placer, mientras notaba la lengua juguetona en su vagina, y el suave cosquilleo de un dedo en el ano. Ahora acariciaba con destreza el clítoris y estalló en un orgasmo salvaje. Dejándose hacer, la pequeña mujer se colocó sobre ella, de modo que sus vulvas estaban en contacto, la metió un pecho en la boca y ordenó que se lo succionase. Comenzó a montarla con un movimiento cada vez más rápido hasta correrse entre gritos.
Quizá como premio a sus juegos de aquel día, la permitió llevarse la tela a la mazmorra, con lo que ese día María durmió como si estuviera en una cama de verdad. Desde ese momento todo fue distinto, a pesar de que las sesiones de tortura se repitieron día tras día; y sufrió pinzas, descargas eléctricas, azotes, rueda, quemaduras, consoladores..... Había una extraña mezcla de dominación de María en las sesiones amatorias, y de la implacable ama sádica en las de tortura.
Un día María de despertó con una extraña sensación de pesadez en su cabeza, y extraño sabor en la boca. Creyó estar soñando al rozar con sus pies suaves sábanas y notar un colchón bajo su cuerpo. Abrió los ojos y no vio el techo de la mazmorra sino el blanco luminoso de la luz del sol. Se levantó de un salto, no estaba desnuda, llevaba un suave camisón de satén blanco. Estaba en lo que parecía la alegre habitación de un hotel.
Miró los muebles, sobre un escritorio había papel y otros objetos con el membrete del Hotel Pacific Azur. Entró en el baño, estaba lleno de objetos de tocador. Casi se asusto al verse en el espejo, porque no recordaba ya que era hacer eso. Su aspecto era estupendo, el pelo corto pero bien arreglado, un tono de piel bronceado. Se despojó de la ropa y miró su cuerpo, tocó la piel suave y perfecta, sin marcas de ningún tipo. Inspeccionó los pezones, apenas una mínima cicatriz donde habían estado las anillas, lo mismo en sucedía en su vulva. Su vello púbico había crecido de nuevo.
Se puso un albornoz y comprobó la puerta de la habitación, estaba abierta y daba a un tranquilo pasillo alfombrado. Se asomó a la terraza, tenía una vista perfecta de una larga playa de arena blanca, agua transparente y colores que parecían sacados de una película. Entró a la habitación, curioseó el armario, estaba lleno de ropa cara, cuidadosamente ordenada. También había un juego de maletas de una conocida marca.
Llamaron a la puerta suavemente con la mano. Por un momento pensó que entraría su sádica ama o algún esbirro. Pero abrió y vio a un elegante y sonriente camarero, que después de dar los buenos días en francés dejo un carrito en la terraza con un suculento desayuno, que colocó primorosamente en una mesa en un impecable mantel blanco. Croissants, tostadas, zumos de frutas, aromático café, leche, mermeladas, mantequilla, frutas, quesos, embutidos, panes de distintos tipos...
Decidió que pasase lo que pasase desayunaría. El camarero salió con una cordial sonrisa. Sobre la mesa había un periódico, miró la fecha con sorpresa, 12 de septiembre. Habían pasado mas de tres meses desde el día en que fue secuestrada. Se olvidó de todo y desayunó, ya ataría cabos después de comer. Olió el café, la comida, sintió la brisa en su cara. Disfruto de aquellos momentos como sabía que jamás lo habría hecho.
Tras el desayuno se dio una larga ducha dejando que los múltiples chorros la envolvieran. Se vistió con unos pantalones blancos de lino y una blusa a juego. Curioseó un cajón, estaba su pasaporte, una cartera de piel con su DNI, dinero y tarjetas de crédito. También había un teléfono móvil, lo encendió y comprobó que tenía su número, y todos los números de su agenda. Era todo muy extraño.
Sonó el teléfono de la habitación. Llamaban de recepción, había llegado un paquete para ella. El empleado del hotel hablaba un español horrible con acento portugués, pero le entendió. Bajó a recepción, el hotel sin duda era de lujo, el recepcionista sonrió y la entregó un paquete de Fedex. Se sentó en una mesa junto a una terraza y lo abrió. Contenía la carta de un bufete de abogados que decía representar a una compañía de seguros con la que supuestamente tenía una póliza contratada.
La comunicaban que la había sido hecha efectiva la cantidad de 50.000 euros correspondiente a la indemnización por su accidente de tráfico del día 5 de junio. La fecha de su secuestro. Se congratulaban de la recuperación de su amnesia y sus lesiones, y se ofrecían para ayudarla en lo que fuera necesario.
También había un billete de avión abierto de regreso, en primera clase. Una carta de su jefe deseándola una recuperación rápida y pidiendo que no se preocupase y se incorporara al trabajo cuando considerase oportuno. Una postal firmada por sus compañeros. Un montón de facturas pagadas de hospitales. Y una nota para el director del hotel en la que le indicaban a que cuenta debía cargar todos los gastos.
Suspiró, dejaría todo en la habitación, y se iría a dar una paseo por lo que ya había averiguado era una paradisíaca isla del pacifico, que disfrutaría los próximos días. Personas capaces de organizar su secuestro y toda aquella extraña operación eran demasiado poderosas como para poder hacer nada. María decidió borrar todo de su memoria y empezar a recordar que había sufrido un accidente y tenía mucho dinero en el banco.