Bacanal Incestuoso (2: Cumpleaños)

Continúa la historia de la Familia Clavijo. Es el cumpleaños de Eduardo y seguramente le gustarán sus regalos... En especial uno que desea desde hace años...

Continúa la historia de la Familia Clavijo. Este capítulo resultó más largo de lo que esperaba y por lo tanto tardé más en traducirlo ya que la historia la estoy escribiendo en inglés. Espero que cuando escriba directamente en español los relatos sean mejores. Como bien lo adivinó alguna lectora (a la que por cierto no le gustó nada la historia), este relato está basado en el Best Seller Twilight (Crepúsculo) de la autora estadounidense Stephenie Meyer. Difiero de otro lector que comentó el relato en cuanto no considero necesario leer o saber cuál es la historia original para entender lo que escribo aquí. Basta decir que el físico de los personajes es el mismo y su personalidad trata de ser lo más parecida dentro de las circunstancias del incesto aunque podría pensarse como una historia independiente. Por lo demás, gracias a los que se han tomado la molestia de comentar y espero muchos más.

PD: Por si no lo han notado, lo que está en itálicas son recuerdos.

Bacanal Incestuoso

Por M. Vuckets (Allegra.Jane.Alec)

Capítulo 2 Cumpleaños (Eduardo)

No fue hasta que mi madre se casó con Cristóbal que empecé a disfrutar mis cumpleaños. Hasta entonces, la víspera de ese día era pasada por mis hermanos y yo recordando cómo el matrimonio de nuestros padres había terminado en una terrible y similar noche de Junio.

Pero ahora mi cumpleaños era sin lugar a dudas uno de los días más gloriosos del año, por lo menos para mí. Y este año por fin iba a cumplir dieciocho años así que seguramente esto me garantizaría unos cuantos obsequios placenteros por parte de mi familia. Estaba altamente optimista en cuanto al prospecto de los resultados de este día en mi persecución por obtener un regalo de cumpleaños que había deseado tanto durante los últimos dos años que pedirlo se había convertido prácticamente en una tradición. Eso es además del Aston Martin V12 Vanquish que había pedido hacía más de tres meses.

Pero seguramente el más anticipado regalo, el objeto de mi ferviente deseo podía ser descrito en una sola palabra: Alicia. Después de dos años de ser una miembro activo en la vida sexual de nuestra familia, nunca me había cogido a mi hermanita. De hecho, yo era el único en la familia (entre ambos hombres y mujeres) que no había probado esa fruta prohibida. Y por eso cada año pedía el mismo regalo y cada año ella ignoraba mi petición.

Una vez le pregunté por qué yo era el único con quien no había estado. Después de esa particular conversación yo estaba aún más ansioso, si es que eso era factible, en meterme en los pantalones de Alicia. Estábamos sentados en el sillón de la sala de estar en frente de la televisión, la casa completamente desierta a excepción de nosotros. Ella estaba pasando canales sin dejar uno por más de veinte segundos, sus piernas cruzadas al estilo indio debajo de su cuerpo. Yo realmente no estaba mirando la televisión ni tampoco la estaba mirando a ella, mis párpados casi cerrados y mis manos estiradas detrás de mi cabeza.

De repente un gemido me hizo abrir mis ojos. Al principio pensé que había venido de Alicia, pero cuando me concentré en la imagen en la pantalla me di cuenta que ella estaba viendo un canal de porno con dos mujeres besándose apasionadamente mientras acariciaban mutuamente sus brazos y cuellos. Giré mi cabeza para mirar a mi hermana con una de mis cejas levantadas. Ella sólo encogió sus hombros, sonrió abiertamente y descansó su espalda en el sillón poniéndose cómoda.

Yo me sentí abruptamente excitado por el hecho de que mi hermanita menor estuviera viendo pornografía a unos cuantos centímetros de mí. Sentí un imponente impulso por tocarla y después de batallar conmigo mismo por un par de minutos, los quejidos provenientes del televisor vibrando en mis oídos, extendí mi mano izquierda y gentilmente la puse en el muslo de Alicia, justo debajo de donde terminaban sus pantaloncitos blancos.

Empecé a acariciar su muslo suavemente, las yemas de mis dedos deslizándose por su tibia y tersa piel. Giré mi cuerpo velozmente para mirarla y vi que estaba con sus ojos cerrados, la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, una amplia sonrisa en su rostro. Estiré mi mano derecha y con un lento movimiento moví algunos de sus largos y lisos cabellos detrás de su oreja y luego puse mi mano alrededor de su nuca, dulcemente acariciando su mejilla con mi pulgar en deliberados movimientos circulares.

Ella abrió sus grandes ojos cafés y miró directamente a los míos, sonriendo aún más ampliamente. Me incliné sobre ella y me detuve a sólo unos centímetros de su rostro. Dudé por un momento pero ella no se alejó de mí así que continué con mi ataque y junté mis labios con los suyos. La boca de Alicia era suave y tibia contra la mía. Al principio ella no me abrió sus labios, nuestras bocas presionándose dulcemente contra la otra, su delicioso aliento caliente filtrándose a través de sus ajustados labios.

Empecé a mover mi mano izquierda hacia arriba por su muslo y estómago hasta que llegué a su cintura. Bruscamente halé su cuerpo para juntarlo con el mío y me incliné hacia adelante con la fuerza de todo mi peso. Pronto estábamos los dos acostados sobre el sillón, yo entre sus piernas y encima de su pequeño torso. Mi mano derecha recorrió desde su hombro, sobre sus alegres pechos y su abdomen, hasta su cintura por donde la deslicé debajo de su blusa. Mi mano izquierda seguía acariciando su pierna hasta su trasero, mi sangre y adrenalina corriendo vigorosamente dentro de mis venas y concentrándose en mi caliente entrepierna.

Mientras mi mano reptaba entre su suave piel y su camisa, los labios de mi hermanita se separaron para mí y la punta de su húmeda lengua tocó mi labio superior rápidamente. Tracé su labio inferior con mi lengua y sentí una corriente eléctrica cuando la suya se salió de su boca para masajear la mía. Mis manos empezaron a halar su blusa hacia arriba dejando su vientre completamente expuesto a mi merced.

Empujé mi lengua dentro de su boca y pude realmente saborearla, el calor de su goma de mascar favorita con sabor a sandía invadiéndome completamente. La picazón en mi entrepierna se intensificaba cada segundo mientras sus pequeñas manitos se movían a lo largo de mi pecho sobre mi camisa. Pero tan pronto como mis manos alcanzaron los laterales de sus senos e intentaron subir aún más su blusa, su lengua dejó de moverse y ella ladeó su cabeza hacia la derecha separando mis labios de los suyos.

-Eduardo… -susurró en mi oído, presionando las palmas de sus manos contra mi pecho.

Moví mis labios hacia su cuello, proporcionándole suaves y gentiles besos y marcando mi camino hasta su agitado pecho. Mi muy hinchada verga estaba junto a la parte interna de su muslo y no pude evitar frotarla contra su piel a través de mi pantalón. Su respiración era irregular mientras trataba, sin éxito, de sentarse derecha de nuevo.

-Eduardo… -jadeó más fuertemente, presionando con más impulso para levantar mi peso de su cuerpo.

Sabía que no había manera en la que pudiera ignorar su evidente resistencia ni tampoco persuadirla para que continuáramos. Levanté una parte de mi peso, presioné mi frente contra la suya y cerré mis ojos. Traté de calmar mi respiración contando mentalmente hasta diez e intentando aliviar la dolorosa agonía de mi polla aprisionada en mis pantalones.

Abrí lentamente los ojos para encontrar a una Alicia alarmada, sus ojos cafés repasando intensamente cada centímetro de mi rostro. Suspiré y me senté a un lado, mis codos descansando en mis rodillas y mi pulgar e índice apretando el caballete de mi nariz. Sentí a mi hermanita acomodarse en el sillón de nuevo. Podía escuchar su agitada respiración y los crecientes gemidos de las mujeres en la televisión.

-Alicia, yo- –empecé a decir con mis ojos cerrados antes de que ella me interrumpiera mientras ponía una de sus suaves manos en mi muslo, peligrosamente cerca de mi punzante erección.

-Está bien, Eduardo –dijo moviendo su mano a lo largo de mi muslo. –Sólo voy a ir a terminar mi tarea.

Abrí mis ojos y automáticamente la tomé de su muñeca, halándola de nuevo hacia el sillón del que se acababa de levantar. Alicia suspiró resignada mientras su espalda golpeaba de nuevo el sofá y cruzó sus brazos frente a su pecho.

-No –protesté urgentemente. –Necesitamos hablar de esto.

-Eduardo, de verdad- –dijo poniendo sus ojos en blanco e intentando pararse antes de que yo la interrumpiera.

-Bueno, está bien. Sólo respóndeme una pregunta, ¿sí? –pregunté molesto.

-Bien, pero entonces yo también te puedo preguntar una –afirmó exasperada. Yo sólo asentí.

-¿Por qué no quieres tener relaciones sexuales conmigo? –pregunté después de una pausa, mirando directamente a sus grandes ojos cafés.

Ella sólo levantó sus hombros. –Eduardo, eres mi hermano.

-No recibí el memorándum que decía que Emilio es adoptado. Supongo que eso explica muchas cosas… -dije sarcásticamente. Ella rió suavemente.

-No lo decía de esa forma. Es sólo que tú y yo somos mucho más unidos, eres mi mejor amigo y… no quiero que nuestra amistad se arruine por esto… -suspiró moviendo su mano entre los dos.

-¿Por qué habría de afectar esto- -empecé a quejarme antes de que ella me interrumpiera mientras mirada hacia otro lado.

-Recuerda lo que pasó entre tú y Rosy. No se hablaron por un mes y las cosas no han sido las mismas desde entonces… -susurró nerviosamente. Ella sabía mejor que nadie que no me gustaba tratar este asunto en particular.

-No necesito que me lo recuerdes –dije fríamente. –Además, si eso es lo que te preocupa-

-No es eso -dijo negando calmadamente con la cabeza y dejando de mirar la televisión para mirarme a mí. –No quiero perderte, no es un riesgo que valga la pena correr –afirmó simplemente mientras acariciaba mi mejilla con su delicada mano, insinuando que habíamos terminado de hablar de este tema.

Yo negué con la cabeza, irritado por su absurda forma de razonar. ¿No podíamos tener ambos, sexo magnífico y una gran amistad? Alicia deslizó su mano desde mi mejilla, pasando por mi pecho, hasta mi pierna, en donde la puso lentamente. En el fondo podía escuchar los quejidos y jadeos que provenían de la televisión. Después de la discusión mi flujo sanguíneo había empezado a volverse más lento y mi erección estaba disipándose, menos mal.

-¿Puedo hacer mi pregunta ahora? –preguntó en su voz más dulce.

-Seguro –respondí aún agachado con mi espalda descansando en el espaldar del sillón, mi cabeza cayendo hacia atrás y mis ojos cerrados.

-¿Te masturbas pensando en mí? –dijo seductivamente, su mano sobre mi muslo moviéndose levemente.

Mi polla empezó a palpitar nuevamente y yo abrí mis ojos sorprendido por su pregunta. Ella sólo me sonrío y movió su cuerpo más cerca del mío, estirando su cuello para que su boca estuviera a unos pocos centímetros de mi oreja.

-¿Lo haces? –insistió, su cálido aliento cosquilleando mi oreja y cuello.

La tomé por la cintura bruscamente con mis dos manos y la senté en mi regazo, su derriere presionándose contra mi hinchada entrepierna. Puse mi mano derecha detrás de su cuello y acerqué su rostro al mío, nuestros labios separados solamente unos cuantos centímetros y nuestros ojos mirando directamente a los del otro. Sus labios estaban escasamente separados y podía sentir su aliento entrando en mi boca, sus inhalaciones agitadas.

-Sí –respondí honestamente, rozando mis labios a los suyos suavemente. Ella puso sus manos alrededor de mi cuello y moviendo sus caderas contra mi cuerpo, mi polla frotándose contra su trasero.

-¿Sobre qué fantaseas? –susurró, sus voz sensual.

Moví mi cabeza hacia un lado y acaricié la línea de su mandíbula con la punta de mi nariz hasta su mejilla. Presioné mis labios ligeramente dos veces antes de dejar que mi lengua lamiera su piel. Mis pantalones estaban terriblemente pequeños para mi verga que ya se había puesto completamente erecta, la fricción entre su trasero y mi entrepierna no era suficiente para calmar mi dolor.

-En… que… te… cojo… duro… en… tu… mojado… y… rosado… coñito… -respondí entre besos y lametones a lo largo de su garganta hasta sus senos. Ella gimió mientras mis manos se movían por su estómago y tocaban ligeramente los bordes de sus pechos. La curiosidad me invadió debido a su pregunta, ella se veía decidida a cerrar el tema en su intento de ir a estudiar.

-¿Te masturbas tú pensando en mí? –pregunté después de lamer la piel sobre su escote.

-Ajá –respondió entre suspiros. –Pienso en tu gran polla bien adentro de mi culo… -gimió y se estremeció enviando una corriente eléctrica directo a mi miembro.

No podía soportar más; necesitaba cogérmela ahí y en ese momento. Apresuradamente moví mis manos hacia el frente de sus pantaloncitos y pude desabotonar el primer botón cuando escuché los pasos y las voces por encima de los gritos de las mujeres teniendo sus orgasmos en el televisor.

-¿Alicia? –tentativamente preguntó la voz de Javier viniendo del garaje.

-¡Voy! –respondió ella ruidosamente, saltando de mi regazo y abotonando sus pantaloncitos.

-No no no no… -me quejé tomándola de la muñeca y girándola, atrayéndola de nuevo hacia mí. Ella soltó una risita y me pasó el control remoto.

-Diviértete… -me dijo apuntando al televisor con su cabeza.

Quedé con la boca abierta al ver a Alicia caminar lentamente hacia Javier que la esperaba en la puerta. Ella tomó su mano y empezó a halarlo hacia las escaleras. Él se disculpó con la mirada y levantó sus hombros, yendo detrás de mi hermanita. Pronto Emilio y Rosalía aparecieron en la puerta, seguramente curiosos por los gemidos. Rosalía miró del televisor a mí y a mi evidente erección dos veces antes de levantar una ceja y menear su cabeza en un gesto de reproche.

-Eduardo, realmente necesitas una chica –dijo despectivamente antes de dejar la habitación, su cabeza siempre en alto.

Emilio se sentó a mi lado, estirando sus brazos detrás de su cabeza y relajando sus piernas. Miró a las dos mujeres cogiéndose mutuamente con un consolador de dos cabezas, sus traseros chocando, y se giró para mirarme con una amplia sonrisa puesta en su cara.

-Genial –dijo tomando el control remoto y subiendo el volumen mientras frotaba su creciente entrepierna lentamente.

Ese día tuve que masturbarme dos veces antes de poder volver a pensar con claridad. Pero este año iba a ser mi triunfo sobre la pequeña hada provocadora. Habíamos comido hacía como dos horas y yo estaba recostado en el negro sillón de cuero de mi habitación, mirando las nubes a través del ventanal del tamaño de la pared. Mientras recordaba cómo Alicia me había provocado hasta causarme una de las más dolorosas y duraderas erecciones de mi vida, escuché un suave golpeteo proveniente de la puerta.

-¿Si? –pregunté sin levantarme.

-Cariño, soy yo –la gentil voz de mi madre resonando desde detrás de la puerta.

-Pasa –dije mientras me acomodaba en una posición más adecuada.

Mi madre abrió tímidamente la puerta y se quedó parada mirándome con ojos amorosos. Su cabello estaba femeninamente arreglado en una cola de caballo, las largas fibras de color café oscuro cayendo sobre su espalda. Su apretada blusa blanca tenía el botón superior desajustado y su falda negra cubría sus piernas hasta debajo de sus rodillas. Siempre me gustaron las piernas de mi madre, especialmente cuando me atrapaban por la cintura. No había estado con ella en más de tres años, desde que se había casado con Cristóbal. Ella estaba feliz ahora y eso era lo que realmente tenía importancia para mí.

Esmeralda me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Caminó hacia mí con sus tacones repiqueteando contra el suelo de madera con cada paso que daba. Mi madre se sentó junto a mí y me revolvió los cabellos gentilmente.

-Siento que no tengas una novia con quien pasar tu cumpleaños este año. Te divertiste muchísimo con Tatiana hace un año –dijo sonriendo. Claro, ella recordaba que Tatiana y yo no dejamos mi habitación en todo el día.

-Está bien, mamá. Pasar mi cumpleaños con mi familia está bien para variar –dije tomando su mano izquierda y entrelazando nuestros dedos.

-Cristóbal acaba de llegar del trabajo y queríamos darte tu regalo antes de ir a cenar –me dijo levantándose del sillón y halándome de la mano. -¡Te va a encantar!

-Bien –fingí desinterés y la dejé arrastrarme hasta el nuevo garaje.

Cristóbal nos estaba esperando, su espalda recostada en su Mercedes negro y sus brazos cruzados enfrente de su pecho, su bata blanca de doctor doblada y colgada en su brazo derecho mientras su maletín médico descansaba sobre el techo de su auto. Sonrió cuando nos vio acercarnos y vino hacia mí para abrazarme estrechamente, nuestros pechos fuertemente presionados contra el otro.

-Feliz cumpleaños hijo –me susurró al oído y me dio palmaditas en la espalda. –Lamento haber salido tan temprano esta mañana.

-Gracias, papá –dije silenciosamente. Había empezado a decirle papá seis meses después de la boda, cuando me convenció de que haría a mi madre la mujer más dichosa del mundo.

Mi padre me soltó y se dirigió hacia el auto cubierto por una tela blanca, un gigante moño rojo sobre el capó. Se giró para mirarnos a mi madre y a mí, sonriendo. Extendió sus manos en frente de él, dirigidas hacia mi madre, instándola a que se le uniera.

-¿Harías lo honores, cariño? –le preguntó mostrándonos sus destellantes dientes blancos.

Ella tomó mi mano y me haló hasta estar cerca del carro en donde removió la tela en un rápido movimiento revelando un hermosísimo Vanquish negro. El diseño era impecable, la línea realzaba el imponente y aerodinámico vehículo, la pintura negra centelleaba magníficamente debajo de las luces del garaje.

Me moví hacia el carro y rocé con la yema de mis dedos la lisa pintura del capó. Amaba mi Volvo pero había un sentimiento al obtener un nuevo auto que era indescriptible, una emoción de entusiasmo implícitamente creándose en el interior hasta que se saca el vehículo para el primer paseo.

-Gracias –dije tratando de esconder mi conmoción.

-Te dejaremos solo –Cristóbal dijo sonriente apuntando hacia el auto con su mano derecha.

Él se acercó y puso su mano en mi nuca. Se inclinó hacia adelante lentamente y presionó sus labios contra los míos, la punta de su lengua saliéndose de su boca y rozando mi labio inferior tiernamente. Podía sentir su frío aliento dentro de mi boca, degustar el sabor a menta en mi lengua.

-Feliz cumpleaños nuevamente –me dijo soltándome.

Mi madre soltó un risita silenciosa y se me acercó para darme un besito en los labios también, su labial uniendo nuestros labios por el más breve de los momentos.

-Te amamos –me susurró dulcemente al oído. –Prepárate querido, partimos a cenar a las seis.

Se alejó de mí caminando hacia Cristóbal, quien estaba parado junto a la puerta. Él puso su mano izquierda en la cintura de mi madre y miró una última vez en mi dirección, sonriendo, antes de salir dejándome solo en el garaje.

Antes de que pudiera continuar mirando mi nueva adquisición, la esbelta figura de Rosalía se presentó en la puerta con los brazos cruzados enfrente de su voluminoso pecho y su escote más pronunciado de lo usual gracias a su camisa blanca de rayas. Su cadera estaba inclinada hacia la derecha descansando contra marco de la puerta. Sus piernas estaban completamente aprisionadas por su ceñida falda azul que terminaba un par de centímetros arriba de sus rodillas y de sus botas de tacón negras.

-Es hermoso ¿cierto? –dijo en su exasperante pero melodiosa voz, admirando mi nuevo carro.

-Sí –respondí mientras me giraba para mirar mi auto de nuevo. Ella caminó hacia mí con sus brazos aún cruzados enfrente de ella.

-¿Te gustaría ver el regalo de parte de Emilio y mía? –cuestionó indiferentemente.

-¿No debería Emilio estar presente también? –pregunté pensando por qué mi hermano mayor no estaba en casa para mi cumpleaños.

-No, tenía clase hoy así que vamos a reunirnos con él esta noche en el restaurante en Roma –respondió simplemente.

-Ah, está bien. Muéstrame –dije intentando de esconder mi curiosidad.

-Compramos frenos Brembo gigantes y neumáticos de veinte pulgadas soldados con aleación para tu nuevo auto –dijo con aires de grandeza. –También jugué un poco con tu motor. No te importa ¿verdad? –Rosalía preguntó inocentemente.

-Claro que no –respondí honestamente. La había dejado jugar con el motor de mi Volvo antes y, por más que me molestara admitirlo, ella sabía lo que hacía. Mi pasión por los autos era probablemente la única cosa que tenía en común con Rosalía además de nuestra obvia adicción al sexo espléndido.

-¿Quieres ver? –dijo sensualmente mientras se acercaba a mi nuevo auto y se inclinaba ligeramente delante de él levantando el capó. Su derriere estaba presionado violentamente contra su falda y sus senos estaban escasamente cubiertos debajo de la desabotonada parte superior de su camisa.

-Seguro –respondí moviéndome hacia mi carro después de admirar los magníficos neumáticos que ella y Emilio habían comprado. Me concentré en el motor y encontré que había jugado con algunas piezas, especialmente el carburador.

-Gracias –dije honestamente.

-De nada. Feliz cumpleaños –dijo sonriendo ampliamente.

Bajó el capó y miró alrededor del gran garaje. Mi Volvo estaba estacionado justo al lado de mi Vanquish y junto a éste se encontraba el M3 de Rosalía. El Audi de mi madre estaba entre el Mercedes de Cristóbal y el espacio vacío reservado para el Jeep de Emilio, aún así había espacio para al menos tres carros más.

-Qué bueno que nuestros padres decidieron expandir el garaje… -dije más para mí mismo que para ella.

-Sí, los carros no hubieran cabido en el antiguo garaje. Especialmente después de la próxima navidad –se rió musicalmente. –Creo que Alicia está pidiendo un Porsche y mi hermano quiere una Ducati.

Yo asentí distraídamente, pensando en la actual actitud boyante de Rosalía. Desde aquel incidente, mi relación con mi exasperante hermanastra había sido difícil, casi escasamente cordial. Ella enderezó su torso sensualmente y caminó hacía mi antes de poner sus delicadas manos en mi pecho.

-Sabes, Eduardo… -murmuró suavemente. –Como hoy cumples dieciocho pensé que debería darte un regalo de cumpleaños más especial.

-Ah ¿sí? –pregunté levantando una ceja y poniendo mis dos manos alrededor de su cintura y sobre el comienzo de su redondo trasero.

-Ajá –respiró contra mis labios antes de tocar la punta de su nariz contra la mía.

Se inclinó más cerca y me besó. Cerré mis ojos y respondí el beso de Rosalía fervorosamente, presionando su cuerpo bruscamente contra mi pecho. Mi hermanastra inmediatamente abrió su boca para mí, su delgada lengua saliendo de ella invitadoramente. Dejé que mi lengua penetrara su boca, la humedad y el calor de su aliento envolviéndola. Mis manos se movieron a lo largo de sus piernas y torso hasta que las dejé deslizarse debajo de su camisa sintiendo la sedosa piel que cubría su estómago y espalda.

Separamos nuestros labios y recuperamos nuestros alientos, mis manos aún por debajo de su blusa acariciando la sección baja de su espalda. Sus frágiles manos se deslizaron por mi pecho sobre mi camisa y llegaron a mi cinturón. Mi polla palpitó en anticipación mientras ella continuaba su camino hasta mi ingle y agarraba mi entrepierna severamente.

-¿Te gustaría estrenar el asiento trasero de tu nuevo auto? –preguntó mientras frotaba mi inflamada verga por encima de mis pantalones.

-Claro –respondí sacando mis manos de debajo de su camisa y agarrando sus dos nalgas. -¿Tienes condones? –pregunté, ese pensamiento provocando que resurgiera la horrible memoria de la última vez que había tenido relaciones sexuales con Rosalía. A los dos nos recorrió un escalofrío.

Ella no respondió pero despegó su mano derecha del frente de mis pantalones y removió dos envolturas brillantes y redondas del bolsillo lateral de su ajustada falda junto con su teléfono móvil. Con su otra mano tomó la mía y me haló hacia la parte trasera del auto abriendo la puerta de atrás y se sentó en la silla de cuero con sus piernas provocativamente separadas por fuera del carro.

Yo me quedé parado enfrente de ella entre sus piernas extendidas, admirando la gloriosa vista que tenía delante de mí. Su falda era lo suficientemente larga para impedirme ver su ropa interior y la parte superior de su blusa estaba abierta, el borde de encaje de su sostén blanco visible. Me incliné sobre ella y puse cada una de mis manos en la parte exterior de sus muslos y empecé a moverlas hacia arriba, halando la apretada falda azul con ellas. Pronto su falda estaba en sus caderas y mis manos podían acariciar sus piernas desnudas, la piel bajo la yema de mis dedos sedosamente suave.

Mi hermanastra comenzó a besar mi garganta y a halar mi camisa hacia arriba, intentando quitármelo. Levanté mis brazos para ayudarla, mi cabeza pasó por el ajustado agujero y luego tiré la prenda hacia un lado. Empecé a desabotonar su camisa mientras le daba besos y lamidas en cada centímetro de piel que me era revelado mientras ella colgaba sus brazos en mi cuello y espalda.

-Oh, Eduardo… -gimió sonoramente, su espalda arqueándose instintivamente hacia mí.

Mis labios rozaron la piel sobre sus senos y estómago hasta que su camisa estuvo completamente abierta. Mi hermanastra se quitó su blusa mientras yo le levantaba la falda sobre su vientre y pechos hasta que llegué a sus hombros.

-Sólo sácala de un tirón –murmuró al notar que yo no podía hacer pasar su falda sobre su cabeza.

Después de forcejear removiendo su falda, la empujé aún más adentro del auto y me giré para cerrar la puerta detrás de mí. Soportando mi peso en sólo una rodilla sobre la silla entre las piernas de ella, incliné mi cuerpo sobre mi hermanastra y tomé sus pechos sobre su sostén de encaje blanco. Deslicé mi mano sobre su abdomen y toqué la parte superior de su minúscula tanga blanca, la piel que estaba debajo completamente ardiente.

Rosalía desabrochó mi camisa y frotó los planos de mi lampiño pecho con dulzura. Sus manos recorrieron mi abdomen y desabrocharon mi cinturón y mis pantalones con rapidez, mi tiesa verga agradeció su libertad estirando mi ropa interior vigorosamente. Sacudí mis brazos para quitarme la camisa y la arrojé al suelo donde cayó encima de los dos condones.

Mi hermanastra rodeó mi cintura con sus brazos y haló mis pantalones y mi ropa interior hacia abajo en un veloz movimiento. Terminé de quitarme lo último que me quedaba de ropa y mis zapatos mientras ella se movía hacia el lado derecho del auto dándome espacio para que me sentara.

Mi sangre estaba corriendo por mis venas y concentrándose dolorosamente en la parte baja de mi abdomen en donde podía sentir la punta de mi polla rozando la piel de mi propio estómago, mi miembro potente y firme. Me senté en la mitad de la silla con mis piernas ligeramente abiertas. Rosalía se arrodilló junto a mí y dirigió su mano a mi prominente erección. Sus dedos rodearon mi polla, suave y sudorosa. Ella la acarició varias veces y yo cerré mis ojos, mi cabeza relajada en el espaldar de la silla. Pronto los dedos de mi hermanastra fueron seguidos por su resbalosa lengua, la sensación de humedad enviaba una corriente eléctrica desde mi pene hasta mi cerebro.

-Oh ¡joder! –gruñí guturalmente.

Ella dejó de lamer y frotar mi verga y yo abrí mis ojos para ver por qué, mi entrepierna pulsaba dolorosamente. Rosalía se levantó y puso sus manos en mi cuello mientras posicionaba sus piernas a cada lado de las mías, apretándolas fuertemente. Me besó bruscamente, nuestras lenguas alternaban del interior de mi boca a la de ella mientras mi hermanastra bajaba su coxis y rozaba su coño contra mi entrepierna sobre sus delgados calzoncitos.

Nuestra respiración se aceleró al humedecerse aún más su ropa interior, la fricción entre mi verga y su coño decreció repentinamente mientras sus calientes jugos empapaban la delgada tela. Moví mis labios a su cuello y sus firmes senos. Noté que su sostén estaba ajustado en el frente y procedí a desabrocharlo, el encaje blanco cosquilleando en mi mano mientras sostenía su busto. Deslicé los tirantes de su sujetador por sus brazos y lancé la prenda sobre su hombro.

Sus redondos pechos estaban coronados por unos pezones rosa oscuro que aún no se encontraban erectos. Estiré mis manos y sostuve sus desnudo pecho delicadamente al principio pero luego recordé que a Rosalía le gustaba lo duro. Puse ambos pezones entre mi pulgar y mi dedo índice respectivamente y empecé a frotar fuertemente.

-Pellízcalos, Eduardo –gimió y luego lamió mi oreja. –Pellízcalos duro.

Yo accedí y apreté sus botoncitos bruscamente, los pequeños picos rosados tomaron vida bajo mi roces. Debajo de mí, Rosalía estaba frotando mi entrepierna y mis bolas con movimientos circulares incrementando la velocidad mientras yo continuaba amasando sus pechos.

-Ooh… Mmm… Sí… -suspiró.

Lamí su cuello y dejé que el olor de su delicioso perfume me invadiera, mi polla pulsaba incontrolablemente contra el cubierto coño de Rosalía. Moví mi mano derecha hasta su nuca y tomé algunas fibras de su cabello halándolo suavemente.

-¿Te gusta esto? –le pregunté mirando a sus ojos azules.

-Sí –susurró y puso su pulgar sobre mi labio inferior, separando mis labios levemente.

Mi lengua salió de mi boca y acarició su pulgar. Ella lo introdujo en mi boca y yo empecé a chuparlo, mi lengua enrollándose alrededor de su liso dedo. Lo saqué de mi boca y lo reemplacé con su seno derecho, mis dientes rasparon su pezón cuidadosamente. Un gemido escapó sus hinchados labios. La abrasión entre su coño y mi polla estaba calentando el área de mi abdomen inferior aún más y mi necesidad de follarla sobrepasaba cualquier otro deseo en mi mente.

Puse mis manos en sus caderas y halé sus calzoncitos hacia abajo hasta sus rodillas, el fluido transparente que salía de su húmedo coño se deslizaba por sus muslos y brillaba con la poca luz que se filtraba a través de las ventanas. Se quitó de encima de mí y se sentó a mi derecha, continuó quitándose su diminuta tanga con sus piernas completamente alzadas en el aire. Me incliné sobre el suelo del auto y encontré el brillante paquete circular que estaba buscando.

Después de hacer el rutinario procedimiento de revisión tan rápido como me fue posible, puse el condón sobre la cabeza de mi inflamada polla y lo halé hacia abajo cubriendo el resto de mi miembro. Rosalía me miró sospechosamente pero no dijo nada y retomó su posición anterior sobre mi piernas. Puse cada una de mis manos en sus caderas y la halé hacia abajo hasta mi verga erecta, sus delicadas manos en mis hombros. Quité mi mano derecha y tomé la base de mi miembro ajustándolo en lo que se sentía como su entrada.

Con un veloz movimiento, Rosalía dejó que todo su peso la arrastrara alrededor de mi polla, la calidez y la presión envolviéndola inmediatamente. Ella cerró sus ojos firmemente, el placer de la penetración combinado con el dolor que debió sentir por mi verga atravesando sus entrañas sin ningún estiramiento anterior.

-Mmm… ¡Joder! –sollozó antes de empezar a moverse lentamente de arriba abajo sobre mi verga, la fricción entre sus paredes y mi miembro incrementaba la temperatura de mis bolas.

Jugué con sus senos y sus nalgas mientras ella rebotaba encima de mí, el sonido de nuestros cuerpos encontrándose resonaba dentro del carro acompañado por nuestros gemidos y quejidos. Pasé mi mano derecha sobre su suave coño, con su clítoris prominente al tacto entre sus inflamados y lampiños labios. Empecé a circular el capuchón con mi dedo índice, tratando de no tocarlo directamente mientras ella se movía verticalmente sobre mí.

-¡Ahh! Hazlo más… Se siente muy bien… Mmm… No pares, Eduardo –gimió agitada. –Por favor, no pares.

Continué estimulando su clítoris y ella siguió cabalgándome mientras el sudor resbalaba por su mejilla y entre sus senos. Saqué mi lengua y lamí una gran gota que se deslizaba por su pecho, el salado sabor de su transpiración hacía que mis glándulas salivares convulsionaran. Mi hermanastra acarició mis hombros y mi cuello, ocasionalmente enredando sus manos en mi desordenado cabello, mi propio sudor resbalando por mis sienes y mi pecho.

La temperatura en el interior del auto había aumentado considerablemente, las ventanas estaban empañadas y nuestros cuerpos estaban calientes por el esfuerzo físico aunque en realidad Rosalía estaba haciendo todo el trabajo, soportando su peso en sus duros muslos y sus brazos. Sus senos rebotaban de arriba abajo rítmicamente y el sonido de su contacto con el abdomen de mi hermanastra se sumaba al chapoteo que salía de su coño contra mi caliente polla.

-Mmm… Sí…. ¡Oh Dios! –gimió, sus ojos cerrados y su rostro sonrojado.

Sentí que mi orgasmo se acercaba, mi ardiente polla profundamente insertada en la apretada vagina de Rosalía, sus pliegues abiertos alrededor de la base de mi miembro y sus abrasadores jugos saliendo de su interior. Traté de no correrme hasta que ella hubiera llegado a su clímax concentrándome en las pulsaciones de mis bolas agonizantes con placer.

-¡Joder! ¡Rosy, está buenísimo! –gruñí ruidosamente mientras ponía mis manos en sus caderas y la halaba de arriba a abajo más rápidamente.

Notaba que ella estaba a punto de correrse, su cuerpo temblaba incontrolablemente y sus entumecidas extremidades no eran capaces de soportar su peso mientras sus movimientos de cadera se hacían más lentos. Ella cerró los ojos y ciegamente puso sus manos en mi hombro para apoyarse.

-Voy… a… correrme… pronto… Eduardo… -suspiró suavemente mientras mojaba sus labios seductivamente, su pecho salvajemente agitado.

-¡No pares! No pares ahora… ¡Ah mierda! ¡Oh joder! –grité mientras intentaba continuar subiéndola y bajándola de mi falo.

Separé mi espalda de la parte de atrás de la silla y rodeé su cuerpo con mis brazos, presionándola seguramente contra mí. Sus pechos estaban justo en frente de mi rostro, sus pezones erectos casi me picaban el ojo. El cuerpo de Rosalía tembló con placer al entregarse a su inminente orgasmo mientras mis brazos soportaban todo su peso. Mis caderas se movían de arriba abajo para continuar con la fricción y nuevas gotas de transpiración empezaban a formarse en mis piernas y estómago.

-¡Sí! ¡Fóllame! –susurró en mi oído. -Fóllame duro, Eduardo.

-Ooh… ¡Joder! ¡Argghhh! ¡Rosy! –Mis gemidos hacían eco dentro del carro, aún más alto que los jadeos de Rosalía.

-Me… corro… -gritó una última vez mientras su cuerpo convulsionaba locamente.

-Córrete para mí, Rosy –jadeé. –Córrete para mí.

Mientras ella llegaba a su clímax yo podía sentir palpitaciones débiles alrededor de mi polla en al cabo de unos cuantos minutos de penetración continuada sentí mis testículos vibrar, enviando una corriente eléctrica y un flujo de sangre al resto mi abdomen bajo y mi miembro.

-Grrr… ¡Joder! –gruñí mientras mi verga latía frenéticamente y mi semen caliente rodeaba mi sensitiva cabeza, invadiendo la parte superior del condón recién usado. Por reflejo seguí penetrándola, gradualmente haciendo más lento el ritmo y la fuerza de cada embestida. Rosalía había recuperado un poco de su compostura mientras yo tenía mi orgasmo y se dedicaba a acariciarme el cuello y el cabello relajadamente.

Suspiré contentó después de mi descarga y levanté a mi hermana de la cintura, retirando todo mi miembro antes de bajarla de nuevo sobre mi polla que se desinflaba. Tomé su rostro entre mis manos toscamente y lo traje enfrente de mí, mis labios muriéndose por tocar los suyos. Nos besamos apasionadamente y su lengua masajeaba la mía violentamente. Rompí el beso contra mi voluntad y pronto estuvimos los dos respirando agitadamente.

-Gracias –dije entre inhalaciones. –Eso fue asombroso.

-Fue todo un placer –respondió ingeniosamente.

Un golpecito en la empañada ventana me distrajo de mirar la sonrisa de satisfacción en su sudoroso rostro, su sedoso y ondulado cabello rubio cubría sus pechos. Giré para mirar a la ventana y, por supuesto, ahí estaba la sombra en la inconfundible forma de una persona en el exterior. Alcancé el botón y lo presioné por un breve momento mientras la ventana automática bajaba hasta que una hendidura de luz desde el exterior era visible.

-Esmeralda me pidió que les dijera que nos vamos en veinte minutos –Javier rió suavemente. –Por favor estén listos –dijo mientras caminaba alejándose del auto, los pasos silenciosos pero aún audibles en el suelo de concreto.

Rosalía se sentó a mi lado y empezó a ponerse su ropa interior mientras yo quitaba el condón usado de mi polla. Antes de que pudiera intentar limpiarla, ella se inclinó sobre mí nuevamente y limpió mi verga con su lengua hasta que estuvo limpia. Se puso su ropa más rápido que yo ya que no había dejado de usar sus botas, tomó su teléfono móvil del suelo y salió del auto. Después de terminar de subir mi cremallera y ponerme mi camisa, abrí la puerta y salí de mi nuevo Vanquish. Ella estaba esperando por mí afuera, con su espalda recostada sobre la puerta delantera.

-Feliz cumpleaños –dijo nuevamente mientras se aproximaba para darme un dulce beso en la boca en un gesto muy poco característico de ella.

-Gracias –farfullé pero ella ya estaba cerca de la puerta.

Me apuré para llegar a mi habitación en el tercer piso y tomé una rápida ducha limpiadora. Entré en mi armario y escogí el nuevo traje de diseñador que Alicia me había dado esa mañana. Me puse una camisa azul claro, pantalones negros y chaqueta pero decidí desechar la corbata amarilla. Después de ponerme el cinturón, los calcetines y los zapatos, cepillé mi cabello con mis dedos dejándolo en mi característico desorden y rocié un poco de colonia sobre mí.

Cuando bajé las escaleras, mi madre y Cristóbal estaban sentados en el sillón de dos puestos en la sala de estar, tomados dulcemente de la mano. Él tenía puesto un traje azul oscuro, camisa blanca y corbata carmesí, las combinación de alguna forma lo hacía lucir más rubio. Mi madre usaba un largo vestido azul de cóctel soportado por delgados tirantes que moderadamente exponían su escote. Su largo y liso cabello oscuro caía delicadamente sobre su espalda, hombros y senos. En su cuello una gran gema centelleaba bajo la luz, colgando de una delgada cadena plateada.

Antes de que pudiera halagar a mi madre, Alicia apareció pavoneándose por el centro de la sala de estar con un gesto exasperado en su rostro, Javier detrás de ella sosteniendo una corbata rosa que combinaba con su traje a rayas color gris oscuro. Ella usaba un largo vestido negro con una amplia abertura en el frente que dejaba ver sus piernas y rodillas. Su torso estaba cubierto por la alternación de rombos negros y aberturas que mostraban su blanca piel, sus senos encerrados en dos triángulos negros que se mantenían en su lugar gracias a dos delgados tirantes. Mi hermanita tenía su cabello recogido en una elegante cola de caballo sostenida por un brillante broche, delicados rizos en las puntas de su largo cabello color café oscuro.

-Oh, Alicia, por favor -Javier se quejó mirando la corbata rosa y persiguiendo la espalda de Alicia.

Ella se giró como un torbellino y miró directamente a sus ojos azules, levantando una ceja, cruzando sus brazos en frente de su pecho y golpeando el suelo impacientemente con su tacón. –Bien –accedió Javier y empezó a atar la corbata alrededor del cuello de su camisa mientras me enviaba miradas exasperadas que se concentraban en el desabotonado cuello de mi camisa y mi corbata ausente. Alicia siguió su mirada e inmediatamente caminó hacia mí.

-¿Y tu corbata? –inquirió tratando sin éxito de sonreír honestamente.

-No tenía ganas de ponerme una esta noche –dije sinceramente.

-¿De verdad? –dijo usando el mismo gesto que le había regalado a Javier hacía un minuto.

-Sabes, hermanita –susurré en su oído. –Si quieres que use una corbata vas a tener que darme una motivación lo suficientemente buena

Sonreí mientras ella me daba una última mirada llena de frustración y se fue con un silencioso -¡Agh! – y Javier siguiéndola de cerca aún atando su corbata. Mis padres se levantaron del sillón y caminaron hacia el armario de abrigos mientras una despampanante Rosalía bajaba las escaleras.

Usaba un vestido rojo sin tirantes, largo hasta el piso que terminaba en amplios bordes crispados sobre sus zapatos. Su cabello estaba en sus ondas habituales ya que supongo no tuvo tiempo de sobra, algunas fibras cerca de sus sienes sostenidas por una hermosa hebilla con joyas. Bajó los últimos escalones y caminó hasta pararse a mi lado, una engreída sonrisa en su rostro mientras nuestros padres se giraban para mirarnos con sus abrigos colgando del brazo.

Gentilmente puse mi mano derecha en la parte baja de la espalda de Rosalía y giré para ver mis que mis dedos no encontraron el satín sino su suave y tibia piel. Su vestido tenía la espalda descubierta, el comienzo de su redondo trasero escasamente cubierto. Volví a mirar a nuestros padres quienes tenían puestos sus abrigos, Cristóbal usaba un gabán gris oscuro y mi madre un grueso abrigo de piel negro. Mirándonos a Rosalía y a mí, tenía la mirada inconfundible de – se ven tan hermosos juntos - en su rostro. Nuestros padres nunca habían entendido por qué los dos no habíamos resuelto nuestras diferencias después de esa pelea, pero se debía a que ignoraban la razón por la cual inició nuestro altercado.

Después de ponerme mi propio gabán y ayudar a Rosalía con su blanco abrigo de piel, nos dirigimos al garaje donde Alicia y Javier estaban esperando. Caminé hacia la puerta delantera de mi Volvo plateado y la abrí para que alguna de mis hermanas entrara. Rosalía me miró y luego miró a Alicia.

-Creo que prefiero el asiento trasero –dijo deslizándose dentro del carro por la puerta trasera que Javier había abierto.

Javier rió y yo también sonreí, mi hermanita nos miraba sin entender cuál era la razón de nuestro entretenimiento. Se sentó en la silla delantera y yo cerré la puerta detrás de ella y luego caminé alrededor de la parte delantera del auto hasta llegar al asiento del conductor. Encendí el motor y seguí el negro Mercedes de Cristóbal al salir del garaje y hacia la autopista.

El viaje de dos horas a Roma fue un evento callado exceptuando la Suite bergamasque de Debussy, la nueva colección de Cds que Javier me había regalado y que sonaba relajadamente en el fondo. Cuando dejamos Foligno el cielo aún estaba claro. Observamos el atardecer en el camino y en el momento en que llegamos a Roma la noche estaba completamente oscura.

Seguí las instrucciones del Sistema de Posicionamiento Global GPS y estacioné justo al lado del carro de Cristóbal. Ayudé a Alicia a salir del vehículo mientras Javier asistía a su hermana. Entramos en el restaurante y después de registrar nuestros abrigos, seguimos al anfitrión que nos guió hasta nuestra mesa privada en el fondo del elegante restaurante. Emilio estaba esperando en una mesa circular, tenía puesto un traje negro similar al mío con camisa blanca y corbata azul. Se levantó apenas nos vio aproximándonos y se inclino levemente para besar a mi madre en la mejilla y abrazar a Cristóbal. Saludó a Alicia y Javier respectivamente y luego se acercó a mí.

-Feliz Cumpleaños, hermano –dijo abrazándome fuerte y dándome palmadas en la espalda.

-Gracias –pude decir, la fuerza de su abrazo dejándome casi sin aliento.

Después de soltarme, se fue hacía Rosalía y puso sus manos en su cintura, inclinándose hacia abajo para besarla en los labios y susurrarle algo al oído que la hizo reír nerviosamente. Me senté entre mi madre y mi padre y justo enfrente de Javier. Alicia estaba a su derecha y Rosalía a su otro lado. Emilio estaba entre su novia y mi madre.

El camarero se acercó con los menús y todos ordenamos lo que quisimos, yo realmente no tenía hambre pero las cenas de cumpleaños eran una tradición familiar Clavijo casi imposible de romper, excepto por el año anterior en que había pasado toda la noche cogiéndome a Tatiana. Aún así tuvimos una cena especial el día siguiente. Después de que llegaron los platos todos comimos calladamente, un poco de conversación siendo llevada a cabo. Por eso de la mitad de la cena Cristóbal propuso un brindis a mi salud y todos alzamos nuestras copas. Mi padre tomó un sorbo de su bebida y yo lo imité ya que ambos éramos conductores designados.

-Emilio dice que él conduce si quieres tomar, cariño –mi madre murmuró en mi oído.

-Gracias, pero no es necesario –dije sonriéndole. –Dile que preferiría no embriagarme con champaña… le susurré tratando de sonar serio. –Da una resaca terrible.

Ella sólo sonrió y le pasó el mensaje a mi hermano. Él me miró y meneó su cabeza en horror burlesco mientras mi madre le daba mi respuesta. Después de unos minutos me disculpé para ir al baño y Emilio hizo lo mismo y camino detrás mío hasta que llegamos a nuestro destino.

-Por cierto, gracias por el regalo –dije al llegar a la puerta del baño.

-¿Te refieres a los accesorios para tu auto o lo que pasó dentro del mismo? –dijo riéndose cuando ya estábamos adentro.

-¿Rosalía ya te lo dijo?

-No –respondió tratando ser serio. –Pude escuchar todo el evento.

-¿Cómo es eso? –pregunté intentando sonar desinteresado.

-Rosalía me llamó esta mañana y dijo que me tenía una sorpresa –explicó mientras se bajaba la cremallera ya que habíamos llegado a los urinales. –Luego, cuando estaba en mi clase de Temas Contemporáneos en Ciencias Sociales recibí una llamada de su teléfono, lo único que podía escuchar eran gemidos. Al principio no sabía con quién estaba ella pero luego dijo tu nombre –continúo sonriendo. No pude evitar la expresión de sorpresa que seguramente estaba puesta en mi rostro mientras mi hermano me decía que había escuchado a su novia y a mí cogiendo. –Fue bastante erótico y me excité muchísimo

-Entonces ¿abandonaste la clase? –pregunté curioso por saber si se había masturbado escuchándonos.

-No pude –respondió meneando su cabeza. –Usé el auricular inalámbrico durante toda la clase y tuve que mirar la fea cara del señor Giardelli cada rato para controlar mi erección.

Me reí al escuchar esto. Imaginar a mi hermano tratando de dominar ese endurecimiento en la mitad de un salón de clase era en realidad algo cómico. Pero mientras escuchaba a los líquidos irse por el drenaje un incómodo pensamiento cruzó mi mente. Miré rápidamente a Emilio pero él no lucía enfadado. Decidí que era mejor decirlo de todos modos.

-Como tú y Rosalía son una pareja, supongo que debí pedirte permiso… -le solté incómodamente mientras subía mi cremallera.

-En absoluto. Rosy y yo no hemos hablado sobre exclusividad todavía… -dijo calmadamente. –Bueno, no teniendo en cuenta que ahora estoy ausente la mayoría de las noches. Aunque tengo el presentimiento de que el tema los vamos a abordar esta noche –hizo una mueca pensando en la noche que se le avecinaba.

-¿Vas a dormir en la casa? –pregunté mientras enjabonaba mis manos vigorosamente.

-Sí –respondió mientras lavaba sus manos al igual que yo. –Volveré condiciendo el domingo. –Meneó su cabeza suavemente y rió. –Sabes, es bueno que mi chica esté siendo atendida –susurró en un tono que hacía pensar que el mensaje era sólo para él. –Mejor que seas tú que cualquier extraño –continuó, dándome palmadas en la espalda con su mano recién secada.

-Creo que esto sólo fue un evento de ocasión especial –dije sinceramente. –Sabes que mi relación con Rosalía es terriblemente complicada.

-Es verdad… -recordó. –Desde esa vez de la que a ninguno de los dos les gusta hablar. Me pregunto qué fue todo eso… -dijo la última parte más para sí mismo que para mí.

-¿Ella nunca te contó? –pregunté atónito por el hecho de que ella no hubiera compartido eso con nadie. Después de todo, lo se lo había dicho a Alicia.

-No –respondió inmediatamente. –Ese es un tema muy delicado para ella así que dejé de preguntar después de un tiempo.

-Ah –dije en ausencia de una mejor expresión.

-¿Me dirás tú? –Sus ojos brillaban con esperanza por un breve momento.

-Sabes que yo tampoco me siento cómodo hablando de eso –indiqué sin mirar a sus ojos café oscuro. Emilio y Alicia habían heredado con los ojos de mi madre mientras yo había obtenido los verdes orbes de mi padre.

-Está bien –suspiró derrotado. –Aunque debo admitir que estoy complacido de que no haya funcionado entre ustedes dos. Yo no estaría con Rosy ahora si eso no hubiera pasado.

-Rosalía y yo tenemos personalidades incompatibles –afirmé fríamente. –No hubiera durado.

-No sabes eso. Tal vez si lo que pasó no hubiera sucedido, ustedes todavía estarían juntos –dijo, obviamente preguntándose cómo hubiera sido esa situación.

-Créeme, no hubiera funcionado de ninguna forma –declaré desdeñosamente sobre mi hombro mientras llegaba a la puerta que llevaba al interior del lujoso restaurante.

El resto de la noche pasó sin incidente exceptuando la mano de mi madre y la de Cristóbal que acariciaban mis muslos peligrosamente cerca a mi entrepierna, mi polla empezaba a cosquillear incómodamente. Al parecer esa no era la única acción que se estaba desarrollando debajo de la mesa ya que Rosalía reía ansiosamente a cada rato mientras Emilio trataba de parecer serio, sus manos en ninguna parte visible.

Salimos del restaurante y Alicia y Javier volvieron a casa conmigo ya que Rosalía lo hizo con Emilio en su Jeep. Durante nuestro viaje de regreso a Foligno, mi hermanita y mi hermanastro intercambiaron miradas lujuriosas a través del espejo retrovisor, las manos de Alicia acariciaban sus muslos suavemente a cada rato.

Estacioné mi Volvo en su lugar, el Jeep de Emilio ya estaba en el garaje y el Mercedes de Cristóbal estaba justo detrás de mí. Salí del auto mientras Javier le abría la puerta a Alicia continuando las miradas provocativas sin el espejo. Caminamos hacia la sala de estar y encontramos a Rosalía y mi hermano abrazados en un apasionado beso, sus ropas obviamente estorbaban para lo que harían más tarde en la habitación de ella. Javier tosió ruidosamente y rió. Mi madre y mi padre entraron a la habitación tomados de la mano y ella estaba dulcemente sonrojada. Me moví para estar al lado de Cristóbal y lo abracé.

-Gracias por todo, papá –dije mirando a mi madre sobre su hombro.

-De nada, hijo –susurró en mi oído y luego me soltó.

Alcancé a mi madre para abrazarla también mientras Cristóbal decía buenas noches al resto de mis hermanos. Después de eso, nuestros padres se fueron, la mano de él alrededor de la cintura de mi madre y deslizándose hacia su trasero gentilmente. Javier me abrazó para desearme las buenas noches también después de felicitarme por mi cumpleaños nuevamente. Alicia hizo lo mismo, presionando su cuerpo fuertemente contra el mío, sus senos acariciaban mi pecho sobre mi camisa y mi abrigo.

-Feliz cumpleaños, hermano –murmuró en mi oído.

  • Habría sido aún más feliz si me hubieras regalado lo que realmente quería de ti… -le dije ruidosamente.

-Buenas noches, Eduardo –gruñó desdeñosamente, obviamente molesta por mi insistencia. Javier, Rosalía y Emilio rieron.

-¡Tío! Estás tan encoñado… -Emilio dijo entre risas mientras Javier y Alicia se iban.

-No puedo estar encoñado por no he tenido ese coño aún –dije amargamente.

Rosalía y Emilio se rieron aún más fuerte y luego cada uno me abrazó al llegar a la puerta de la habitación de mi hermanastra en la segunda planta. Dije mis buenas noches y me dirigí a mi cuarto en el piso superior mientras me quitaba mi chaqueta. Abrí la puerta y me senté en mi sillón de cuero, mi cabeza hacia atrás y mis ojos cerrados.

Otro año había pasado y no me había cogido a Alicia, otra vez . Seguro, había sido un muy buen cumpleaños considerando que actualmente no tenía novia y aún así había logrado tener sexo increíble con una de las mujeres más sexys que conocía. Tenía mis problemas con Rosalía pero no podía negar que era absolutamente preciosa. Me preguntaba por qué finalmente había decidido tener sexo conmigo otra vez. Yo no se lo había pedido nunca más después de ese día. Un tímido golpe en la puerta me sacó de mis reflexiones.

-Pase –dije sin molestarme en preguntar quién era o en abrir mis ojos.

Supe que era una mujer porque sus tacones golpeaban el suelo de madera al caminar hacia el sillón y se sentí junto a mí, el movimiento ligero y gentil. Abrí mis ojos y vi a Alicia con sus piernas cruzadas, una sobre la otra, visibles a través de la abertura de su vestido. Levanté una ceja, gratamente sorprendido por su presencia.

-¿Qué? –preguntó sonriendo. -¿No puedo hacerle una pequeña visita nocturna a mi hermano mayor? –susurró coquetamente.

-Por supuesto que puedes –respondí cerrando mis ojos nuevamente. –Eres siempre bienvenida en mi habitación.

Ella soltó una risita. –Bueno saberlo.

Sentí su mano en mi muslo moviéndose relajadamente y ganando distancia hacia mi entrepierna. Sus caricias pusieron mis palpitaciones en frenesí, mi abdomen inferior empezó a calentarse incontrolablemente. Continuó frotando mi pierna durante unos minutos, nuestras respiraciones los únicos sonidos que se escuchaban dentro del cuarto. Después de una larga pausa, ella tosió incómoda.

-Entonces… -dijo nerviosamente. –Dieciocho ¿no? Ahora no puedes cogerte menores sin el riesgo de consecuencias penales… ¿Cómo te sientes? –inquirió bromeando.

-Consternado –respondí dramáticamente. –Aunque creo que la edad de consentimiento en Italia es catorce… -añadí. –Tú tienes diecisiete ¿verdad? –pregunté riéndome y tratando de sonar distraído mientras la tomaba de su cintura y la halaba más cerca de mí.

Ella sólo soltó una risita en respuesta, poniendo su cabeza en mi hombro. Acaricié su mejilla izquierda con mi mano derecha y puse mi dedo índice debajo de su mentón, forzándola a que me mirara. Sus grandes ojos cafés se encontraron con los míos y pude ver la ansiedad en ellos, anticipación filtrándose a través de su mediocre charada de femme fatal.

Moví mi rostro más cerca y junté sus labios con los míos. Mi lengua entró en su boca impacientemente, una brisa mentolada envolviéndola inmediatamente. Alicia se había cepillado los dientes antes de venir a mi habitación y ahora su frío aliento entraba dentro de mi caliente boca causándome escalofríos. Traté de recostarla sobre su espalda pero se resistió poniendo las palmas de sus manos en mi pecho y empujando insistentemente, nuestros labios nunca se separaban.

Ella siguió rechazando mis avances y yo me sentía frustrado, mis manos se movían por debajo de su vestido y reptando por sus muslos. Mi hermanita rompió nuestro beso repentinamente y sonrió ampliamente antes de arrodillarse en el suelo entre mis piernas, sus ojos nunca se separaban de mi hinchada entrepierna. Estiró sus temblorosos dedos y alcanzó mi cinturón, sus movimientos inseguros.

-¿Estás nerviosa?

-Sí –dijo honestamente. –Nunca he hecho esto –añadió sonrojándose.

-¿Nunca antes habías hecho una felación? –pregunté escépticamente. Estaba seguro de haberla visto mamándosela a Cristóbal la noche que perdió su virginidad, esa ocasión al menos.

-No me refería a eso –dijo sonriendo y deslizando los tirantes de su vestido por sus brazos.

Mi hermanita acarició sus senos con ambas manos antes de empujar la parte superior de su vestido completamente hacia abajo. Apretó sus pechos fuertemente y pellizcó sus rosados picos hasta que estuvieron completamente erectos. Mi erección estaba creciendo dolorosamente en mis pantalones mientras observaba a Alicia jugar consigo misma. Me estiré para acariciar sus senos yo mismo y gimió cuando rocé sus aureolas, la textura rugosa estimulando las yemas de mis dedos y las palmas de mis manos.

Ella empezó a desajustar mi cinturón y desabotonar mis pantalones tocando mi entrepierna repetidamente. Alicia haló mis pantalones y mi ropa interior hacia abajo hasta el piso y yo levanté mis caderas para ayudarla. Luego tomó mi polla en su mano derecha y la acarició firmemente. Mi verga no estaba completamente erecta pero tampoco enteramente flácida.

Después de mover su mano de arriba a abajo alrededor de mi miembro, mi hermanita puso su lengua enfrente de mi glande y lo lamió una vez, un impulso eléctrico recorrió mis venas y se concentró en mi virilidad. Arrastró su lengua de arriba abajo por mi polla durante varios minutos mientras sus saliva de deslizaba hasta mis testículos y mi trasero.

-Oh ¡Joder Alicia! –gruñí, la visión de mi hermana menor chupando mi verga excitándome al extremo.

Ella sonrió maliciosamente y acarició sus senos de nuevo antes de poner mi polla entre su escote, empujando sus tetas una contra la otra. Alicia empezó a embestirme moviendo sus pechos de arriba a abajo alrededor de mi palpitante verga. Miré varias veces cómo mi glande aparecía y desaparecía entre el busto de mi hermanita.

-Mmmm… ¡Te estás cogiendo mis tetas! –gimió mirándome a los ojos.

LA saliva que mi hermana había usado a propósito como lubricante se estaba secando contra mi miembro y sus senos, la fricción entre ellos haciéndose dolora y las embestidas más fuertes. Estiré mis manos y la tomé por la cintura, halando su cuerpo hacia el mío y posicionando sus pechos justo en frente de mi boca. Lamí la línea entre sus senos con toda la saliva que pude usar y degusté el salado sabor de mis propios jugos pre-seminales sobre su piel.

-Oh, Eduardo… -murmuró enredando sus manos en mi sudoroso cabello.

Chupé sus pezones bruscamente y otro gemido escapó de sus labios cuando mordí uno delicadamente. Se inclinó hacia debajo de nuevo y continuó frotando sus tetas contra mi dolorosamente erecta polla. Pronto mi saliva también empezó a secarse y estaba seguro de que Alicia también lo podía sentir ya que la fricción se hacía insoportable. Ella bajó su cabeza, su mentón presionado contra su pecho y mojó sus labios seductivamente antes de tocar mi glande con su húmeda lengua, insertando la punta en mi delicado agujero. Una onda de placer recorrió mi cuerpo.

-Quiero cogerte, Alicia –gimoteé. -¡Déjame follarte!

-Voy a dejar que folles mi caliente… y mojada… boquita… ahora… -dijo provocativamente entre lametones.

Alicia sacó mi polla de entre sus pechos y la metió en su boca, la humedad maravillosamente satisfactoria. Empezó a moverse su cabeza de arriba abajo, su mano derecha sosteniendo la base de mi miembro firmemente mientras su mano izquierda acariciaba mis testículos, ocasionalmente halándolos.

Mi hermanita levantó su mirada y alzó el dedo índice de su mano izquierda y lo lamió cuidadosamente, su lengua enrollándose alrededor del mismo en los mismos movimientos circulares que hacía cuando mi polla se encontraba en su boca. Bajó su dedo y continuó chupando mi verga, estimulando la base de mi glande. De repente sentí una presión debajo de mis bolas, el resbaladizo dedo de mi hermana estaba entrando en mi culo.

-Oh ¡Joder! Oh ¡Mierda! –grité mientras su dedo salía y entraba de mi culo.

-Mmmmgggh… -gimió con mi falo dentro de su boca.

Con mi culo lleno y mi hermanita con la boca repleta de mi polla, no me pude aguantar más. Los ojos de Alicia cerrados en éxtasis fueron demasiado para mí, mis testículos se acercaron a mi cuerpo y mis músculos se tensaron en anticipación. Mi pulso resonaba en mis oídos en total diacronía con mi agitada respiración, transpiración deslizándose por mi pecho y sobre mis piernas haciendo que el sillón de cuero por debajo de ellas se pusiera resbaladizo.

-Me voy a correr… grité guturalmente moviendo mis caderas hacia adelante. -¡Arrgggh!

-Córrete… encima… mío… ¡Eduardo! –gimió sacándose mi polla de la boca y apretándola en movimientos fuertes y acelerados.

Mi semilla caliente salió disparada y aterrizó en los labios de Alicia, en sus pechos, pezones y cuello. Ella lamió sus labios y ronroneó suavemente mientras frotaba el resto de mi semen sobre sus sudorosos senos. La levanté tomándola de la cintura y la senté sobre mi desnudo regazo. La besé ferozmente, saboreando mis jugos dentro de su boca. Moví mi mano derecha sobre su muslo hasta que llegué a su mojado coño sin sorprenderme por la ausencia de calzones. Ella quitó mi mano con urgencia, poniéndola sobre mi rodilla.

-Quiero que tú también te corras –me quejé.

-No no –dijo tercamente, moviendo su dedo índice de un lado a otro enfrente de mis ojos. –Es tu cumpleaños… Esto es sólo para ti –añadió dándome delicados golpecitos con en su dedo en la punta de mi nariz.

-Hoy me has dado el mejor regalo de cumpleaños… -le susurré al oído mientras rozaba la yema de mis dedos en su mejilla y a lo largo de su barbilla.

Ella rió. –Vamos a ver si piensas lo mismo mañana cuando salgas a pasear en tu Vanquish.

Puse mis ojos en blanco y sonreí mientras presionaba su cuerpo contra el mío. Supe que esto era lo máximo que iba a obtener por ahora y decidí volverle a poner el vestido, los triángulos negros cubrían sus redondos senos nuevamente y los tirantes colgaban delicadamente de sus hombros. Mi verdadero paso a la adultez, mi vigésimo primer cumpleaños, estaba a sólo tres años de distancia. Podía esperar hasta entonces con la esperanza de obtener el máximo regalo en esa fecha más significativa.

-Buenas noches, hermano –dijo silenciosamente después de que terminé de vestirla.

-Se levantó de la silla y acomodó su vestido a una apariencia menos comprometedora, aplanando las arrugas sobre la tela que cubría su abdomen y espalda. Alicia caminó hacia la puerta sin mirar atrás, sus tacones golpeaban el suelo de madera.

-Eh ¿Alicia? –pregunté levantándome y caminando hacia ella.

Se giró por completo y se sobresaltó por mi repentina proximidad. Puse mis manos en su cintura y me incliné para besarla suavemente, primero un besito en los labios y luego inserté mi lengua por un breve momento en el que pude saborear mi semen aún en su boca.

-Te quiero –susurré en su oreja mientras acariciaba su mejilla apaciblemente.

-Yo también te quiero –me respondió suavemente mientras ponía sus manos en mi cuello y me abrazaba fuerte antes de caminar hacia la puerta y cerrarla detrás de ella.