Azul (XIII)

Observé a todos e inclusive Camelia reía.

Ya no sé qué decir por la tardanza en la publicación de este capitulo. Supongo que sólo me queda ofrecer una disculpa por la demora.

Agradezco a todos los que comentan y leen esta historia.


Subimos a la habitación de Iván y Agathe, al parecer, aún seguía molesta, porque no decía ni una palabra y apenas me miraba. Cerré la puerta y ella caminó unos pasos, se giró hacia mí y me miró con seriedad. Una canción pasó por mi  mente y la comencé a cantar mientras me acercaba a Agathe.

  • ‘’Why you so serious?

You’re so intense

Ella me detuvo en mi camino y colocó sus manos sobre mis hombros para detener mi ritmo, y me habló.

  • Lía, vine aquí contigo para conocerte más, y vaya que conocí más de ti, pero me tenías que dar un lugar al venir aquí sólo por ti. No sé si comprendas.

  • Sí te comprendo.

  • No te estoy pidiendo que estés sólo conmigo porque realmente no somos nada y apenas y nos conocemos, pero respétame cuando estemos juntas. ¿De acuerdo?

Respondí asintiendo con mi cabeza y ella me besó.

  • Agathe –dije separándome de ella–, ¿desde cuándo te gustan las mujeres?

  • Esta pregunta también ya me la hicieron tus amigos –comentó riendo.

  • ¿Ah, sí? ¿A qué hora que no me di cuenta?

  • Bueno, no tal cual. Fue cuando saliste de la sala con tu amigo… ¿Iván? ¿Se llama Iván, no? –asentí–. Me tocó turno y preguntaron que si realmente me gustaban las mujeres.

  • ¿Qué dijiste?

  • Que sí. ¿Por qué siempre todas las personas dan por hecho que una como mujer necesita de un hombre? –me preguntó.

  • Eh, ¿no sé?

  • No sabes cómo me fastidia que los hombres siempre me miren de la misma manera. Algunas mujeres, en cambio, me miran diferente. Me miran mal –rió–, pero sus miradas no siempre son con la intención de llevarme a la cama.

Ups, yo sí la miré con esta última intención.

  • Yo nunca te miré mal –dije excusándome.

Me alejé de ella y fui al armario de Iván a buscar algo de ropa para cambiarnos. Encontré una playera mía, de las que olvidaba cuando me quedaba a dormir aquí, pero sólo eso. Saqué un suéter calientito y se lo di a Agathe para que se cambiara. Cuando ella se volvió a desvestir, me la quedé observando detenidamente.

  • ¿Practicas algún deporte aparte del tango? –pregunté.

  • Sí –dijo terminando de ponerse el suéter y quedando en calzoncillos­ –. Por las mañanas voy al gimnasio.

  • Se te nota –dije sonriendo. Fui hacia ella y la besé.

Nos encaminamos a la cama de Iván y caímos acostadas. Ninguna de las dos teníamos fuerzas para iniciar algo más y así nos quedamos: acostadas, besándonos con toda la tranquilidad del mundo. Luego de un rato el sueño llegó a nosotras y nos comenzamos a quedar a dormidas. Yo por mi parte, estaba entre dormida y despierta. No pasó mucho cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe y el ruido de las risas inmediatamente penetró la habitación.

  • Shhh –dijo Iván riéndose y todos guardaron silencio–, ya están dormidas.

  • ¡No es cierto! –gritó alguien a quien no le reconocí la voz– ¡Lía está despierta!

Después escuché pasos apresurados y a alguien lanzarse sobre nosotras. Me desperté completamente. La verdad era que quería conservar la calidad de mi sueño en ese momento, porque yo sabía que después se me dificultaría reconciliar el sueño. No sé cómo pasó, pero en cuanto me vi sentada en la cama, Rubén estaba tirado en el piso. Y sí, fue Rubén el que se aventó sobre nosotras, especialmente en mí.

  • ¿Qué les pasa? –dije abriendo bien los ojos y con molestia.

Nadie respondió  y sólo pude apreciar sus risas de la caída de Rubén. Observé a todos e inclusive Camelia reía. Su risa era más suave, más cauta. De nuevo me dejé caer en la cama, a un lado de Agathe, que ni las risas ni nada la habían despertado completamente, y ella murmuró que qué había pasado. ‘’Nada –respondí. ’’ Los demás continuaron burlándose de Rubén y yo volví a cerrar los ojos. Y como era de esperarse, no concilié el sueño. Escuchaba cómo los demás se ponían de acuerdo para dormir y me levanté de la cama de mala gana para buscar mi playera que tenía prepara. Porque por besar a Agathe y mirarla, yo no me había cambiado. Me la puse y después me quité los jeans quedando en calzoncillos. Cuando iba de regreso a la cama, vi a Camelia que se estaba peinando frente al espejo. Nos miramos a través del reflejo mientras todo a mis espaldas se detenía, di un paso más perdiendo su mirada, y el tiempo fluyó de nuevo. Cuando ya estaba por volverme a montar en la cama, ahora me encontré con la mirada de Renata. Esto me comenzaba a hacer perder la serenidad. Porque era  –no sé cómo explicarlo– frustrante mantener un vínculo tan estrecho con varias personas. Y por frustrante me refiero a tener la obligación (aunque uno no quiera) de mirarlos y sentir un peso en esa mirada; y peor aún, tener a esas personas en un mismo lugar, al mismo tiempo.

Desperté a Agathe y le dije que nos cobijáramos bien. Las dos nos cubrimos, yo quedando en la orilla, e Iván dijo que todas las mujeres dormirían en la cama. Tendríamos el espacio justo para nuestros cuerpos, porque por mucho que la cama fuera muy grande, normalmente no entran tantas personas. Los hombres dormirían en el suelo con frazadas. Un poco después se acostaron las demás, quedando Camelia al otro extremo de la cama. Iván avisó que ya iba a apagar la luz y, cuando el lugar quedó a oscuras, el silencio dominó la habitación. Me di la vuelta quedando de espaldas a Agathe y ella me abrazó por la cintura. Cerré los ojos y me empecé a quedar dormida. No sé cuánto tiempo después, un dolor pulsante en la cabeza me volvió a despertar. Y queriendo o no, me separé del abrazo de Agathe y me senté en la cama para ver de qué manera salía de aquí para buscar alguna pastilla que me aliviara el dolor. La oscuridad me impedía ver a mi alrededor, pero un poco después mi vista se adaptó, y distinguí a los que dormían en el piso. A tientas busqué en dónde pisar y me levanté. Caminé pegada a la orilla de la cama y brincando a unas cuantas personas logré llegar a la puerta.  Aún sentía que todo me daba vueltas, pero con esfuerzo no me caí en el intento. Abrí la puerta y salí al pasillo que también estaba a oscuras. No recordaba en dónde estaba el baño más equipado ­–por así decirlo–, que era en donde estaba el botiquín, y me quedé pensando un buen rato. Comencé a caminar y recordé que al final del pasillo estaba el cuarto de baño. Fui hasta allá y en el botiquín encontré aspirinas. Me tomé una y antes de salir me enjuagué la cara. Salí y empecé a caminar de regreso. Iba mirando mis pies cuando choqué con alguien; levanté la cara y distinguí el rostro de Camelia que estaba frente a mí.

  • ¿Camelia? –dije dudando de que realmente fuera ella.

  • Sí. Quítate –dijo.

El dolor de cabeza, y el hecho de que aún me sintiera alcoholizada, no me permitieron asimilar que Camelia estaba frente a mí (sólo nosotras) y que quería pasar, aparentemente.

No alcancé a responder, cuando sentí un empujón en mi costado izquierdo que me hizo tambalear.

  • Que te quites –instó.

El pasillo era bastante grande para que ella pasara por mi lado, pero no, ella quería hacerme a un lado.

Pasó por mi lado y, cuando estábamos a la misma altura, extendió uno de sus brazos con el propósito de volverme a empujar. Apenas me tocó yo me dejé ir y quedé sostenida por la pared de mi lado derecho. Camelia se fue y un poco después escuché la puerta del baño cerrarse. Con cierto esfuerzo retomé mi postura y volví a caminar mirando mis pies… Todo me daba vueltas. Llegué a la habitación de Iván y entré cerrando la puerta detrás de mí. Para llegar a la cama pasé caminando encima de los que estaban acostados en el piso. Ya no me importó tener cuidado de no pisarlos y escuchaba que algunos se quejaban debajo de mí, cuando pasaba directamente por sus estómagos. Mecánicamente me metí a la cama, me tapé y cerré los ojos.

Desperté al escuchar mi nombre a lo lejos. Abrí con mucha dificultad los ojos y era Iván.

  • ¿Qué hora es? –pregunté débilmente. No pude mantener los ojos abiertos porque me dolían un poco.

  • Son las once de la mañana–respondió él.

  • Déjame dormir –dije volteándome hacia el otro lado. Me acomodé plácidamente en toda la cama notando que ahora ya estaba vacía… Bueno, casi. Distinguí la presencia de otro cuerpo cerca de mí y con la misma dificultad abrí los ojos. Era Camelia.

  • Lía, no creo que quieras seguir durmiendo en mi cama –escuché decir a Iván remotamente.

No escuché más, ni recuerdo haber hecho algún otro movimiento, cuando me volví a dormir.

  • Lía –volví a escuchar mi nombre pero esta vez abrí con menos dificultad los ojos. Distinguí el cabello de Camelia que inundaba mi nariz. Estaba abrazada a ella de cucharita. Camelia estaba de espaldas a mí, y yo la tenía sujetada por la cintura.

Rápidamente, y como pude, me solté de Camelia. Me destapé y girándome fui hasta el borde de la cama para sentarme en ésta. De nuevo era Iván.

  • Iván, qué per –la palabra se me atoró en la boca y titubeé un poco– persistente– pasándome las manos por la cara tratando de despertarme mejor–. ¿Para qué me quieres despierta?

  • Porque ya todos se despertaron y porque ya vamos a comer.

  • ¿Y por qué no la despiertas a ella? –dije refiriéndome a Camelia.

  • Si lo  hubiera hecho ella habría notado que la estabas abrazando, estúpida –respondió con una sonrisa.

  • Cállate, que ni cuenta me di.

  • Ah, y también porque Agathe quería venir a despertarte.

Miré a mi alrededor y la habitación estaba completamente limpia de personas, sin Agathe.

  • Me quiero cambiar de ropa Iván, por una más limpia.

Me puse de pie y estiré mi cuerpo.

  • Busca en el segundo cajón de la primera fila –dijo señalando su guardarropa.

Fui hacia allá, abrí el cajón y, efectivamente, toda mi ropa olvidada estaba en este cajón. Había como dos calzoncillos, unas cinco playeras y un pants negro.

  • Gracias –dije volteándome hacia Iván.

  • Dale las gracias a Lupe. Ella te lavó toda tu ropa –dijo riendo.

  • Bueno, dale las gracias de mi parte a Lupe –respondí–, que hasta la ropa interior me lavó.

Lupe era la señora encargada de limpiar las habitaciones y de mandar las cosas a la lavandería.

  • ¿Te quieres bañar? –sugirió él.

  • Sí, me gustaría. Préstame una toalla para secarme y el jabón y esas cosas, ¿no?

  • Lo que ordene la princesa.

  • Por favor –dije sonriéndole.

  • Ya, ya. No me sonrías tanto, ¿sí?

Sólo me reí y saqué un par de prendas para después de bañarme. Dejé mi ropa en los pies de la cama y fui hacia Camelia cuando vi que Iván se metió al medio baño de su habitación. Destapé el cuerpo de Camelia hasta la cintura y la observé detenidamente. Tenía el cabello regado por la cara y su respiración apenas se escuchaba.

  • ¿Qué haces Lía? –escuché decir a Iván.

  • Nada. Eh, sólo la iba a despertar –respondí girándome hacia él.

  • Te conozco. No pensabas hacerle alguna maldad, ¿verdad?

  • Para nada. ¿Tú la despiertas entonces? Ya me voy a bañar –dije de corrido y caminé hasta el baño.

  • ¿Por qué tienes los ojos hinchados? –gritó Iván en cuanto cerré la puerta.

Me miré al espejo y mis ojos estaban un poco hinchados. Era como si hubiese llorado y yo no recuerdo haber llorado. Me observé detenidamente al espejo y recordé que sí lo había hecho. Sucedió después de encontrarme a Camelia en el pasillo, al llegar a la cama y acostarme, lloré un poco.

En el lavamanos estaban todas las cosas para asearme. Me di un baño, me sequé el cuerpo y me lavé los dientes. Salí y al mirar hacia la cama, Camelia ya no estaba. Me puse mi ropa y después fui al tocador de Iván para secarme el cabello y cepillármelo, sólo porque a veces se formaban algunos nudos, y más ahora que ya lo tenía más largo. Me hice el cabello hacia un lado, me lo sacudí, y salí de la habitación sintiéndome más fresca.

Descendí las escaleras y el desastre en la sala seguía igual o peor que como lo recordaba. Y pensar en que todavía le tenía que ayudar a Iván a acomodar. Al ir llegando al comedor ya se escuchaba el alboroto. Entré y vi que ya éramos menos, no más de diez. Saludé con un saludo en general y busqué un lugar libre. Al encontrarlo fui hasta allá y me senté. Tomé un plato y busqué qué servirme. Sólo había chilaquiles y en ese momento sentí un poco de ardor en el estómago. (Los chilaquiles son un platillo típico mexicano.) Estaba dudando en si comerlos o no, cuando un plato de frutas se deslizó hasta mí. Fue Iván que estaba sentado casi delante de mí, pero a quien tenía directamente de frente era a Camelia.

  • Si no quieres comer chilaquiles, también hay fruta –dijo él–. La picó Agathe.

  • Gracias –le respondí.

Busqué a Agathe y estaba sentada a unos tres lugares de mí, pero del otro lado de la mesa.

  • ¿Tienes yogurt, Iván? –pregunté.

  • Sí. Me parece que sí. ¿Vas por él o voy?

  • Yo voy, gracias.

Me levanté de la mesa y fui hacia la cocina. Había una puerta de intermedio entre la cocina y el comedor. Abrí el refrigerador y busqué el yogurt. Me tardé unos minutos en encontrarlo porque después de todo sí me sentía un poco desorientada por todo el alcohol consumido. Saqué el yogurt y cerré la puerta del refrigerador. Puse el envase del yogurt en la mesa de la cocina y busqué en los cajones algún tenedor. Me estaba desesperando de no encontrar ningún tenedor (o ya mínimo cuchara) cuando alguien entró a la cocina. Por el hombro miré de quién se trataba y era Camelia. No dije nada y seguí en lo mío.

  • ¿Qué buscas?

No respondí.

  • Te digo, que qué buscas –volvió a decir.

Tampoco respondí.

  • Te estoy hablando, no me ignores.

  • ¿Qué carajos te pasa Camelia? –dije cerrando con fuerza el último cajón en el que busqué los cubiertos y volteándome hacia ella–. Deja de buscarme. Déjame tranquila.

  • ¿Estás buscando los cubiertos? –dijo ignorando mis plegarias y caminando hacia un mueble que estaba en la contra esquina de donde yo había buscado–. Ten –dijo aventando una cuchara a la mesa.

La miré mal y se tensaron mis mandíbulas.

  • Ah, ya entiendo –dijo–, quieres un tenedor –de nuevo se dio la vuelta y buscó el tenedor –. Ten –también me lo aventó a la mesa, pero éste se resbaló y cayó al suelo.

Sentí un coraje infinito.

La puerta de la cocina se abrió y entró Iván.

  • ¿Qué pasa? –habló Iván deteniéndose casi luego­–. Debí saber que ustedes no pueden estar bien estando juntas.

  • No estamos juntas –respondí.

Tomé mi envase de yogurt y rodeé la mesa para llegar a la puerta, pero me detuve al encontrarme a Camelia a medio camino.

  • Deja de buscarme, te falta dignidad –le dije.

Pasé por su lado haciéndola a un lado con mi hombro y le pedí permiso a Iván para que me dejara salir. Estaba a medio paso de la puerta cuando alguien me empujó por la espalda. El empujón fue diminuto pero no me lo esperaba que casi choco con la puerta. Me giré y era Camelia.

  • No hables de dignidad cuando tú estás por los suelos. No –tragó saliva y continuó– no quisiera volverte a ver. Te detesto como no tienes idea. Por tu puta culpa todos creen que soy lesbiana. ¡Puta madre, por qué te metiste conmigo! ¡Por qué no me dejaste tranquila!   ­–dándome otro empujón, pero ahora sí choqué contra la puerta. La puerta se balanceó y ahora fui yo la que empujó a Camelia.

  • Déjame –dije sin defensa.

  • Camelia, por favor –interfirió Iván.

  • Está bien, Iván –alcancé a decir.

  • Ya no estoy con Juan –prosiguió Camelia­–. ¿Estás contenta?

Bajé la mirada y vi que en el cuello de Camelia había una marca roja, casi morada. Era un chupetón. Me sentí aún más débil y miserable.

  • ¿Y qué quieres que haga? –dije.

  • Sólo no quiero volverte a ver –respondió–. Cumpliste lo que querías, piérdete.

Me salí de la cocina y pasé a dejar el envase de yogurt en la mesa del comedor. Iván salió casi detrás de mí y me tomó del brazo.

  • Lía, discúlpame, prometo no volver a intentar nada con tu novia –dijo él.

  • ¡Uh! –los que estaban ahí exclamaron al escuchar a Iván.

¿Con mi novia? ¿Qué? No entendía nada.

  • Sí, discúlpame ­–prosiguió–. Yo sé que eres extremadamente celosa ­–Iván me sonrió y entendí por dónde iba el asunto– pero sabes cómo soy.

Suspiré y moví la cabeza. La cosa era clara, Iván estaba diciendo todo esto en público para que me fuera imposible irme. Porque los demás interferirían y preguntarían. Después de todo Iván me conoce muy bien, y yo conozco a Iván mejor que a nadie. Regresé a mi asiento en la mesa y al mismo tiempo Camelia se estaba sentando de nuevo. No la quería ver.

  • Bien, ahora sí voy a preparar el café –dijo Iván–. No te apures Camelia, yo lo preparo solo.

Entonces entendí que Camelia había ido a la cocina para preparar el café, y, supongo, de paso decirme lo mucho que me detestaba.

En cuanto Iván se fue de nuevo a la cocina, los demás me comenzaron a hacer bromas sobre lo supuestamente celosa que soy en extremo. Miré a Agathe y ella sólo reía por las bromas. Trate por todos mis medios de comportarme con normalidad.

  • Cálmense, cabrones –les dije con diversión–. Si alguno de ustedes se acerca a Agathe, les pasará lo mismo que a Rubén.

  • O lo mismo que a Camelia –comentó alguna voz femenina. Busqué con la mirada de quién se trataba y era la misma que en el juego de la botella le había dicho a Camelia que me diera el golpe en la cara.

‘’Pendeja –pensé. ‘’ Era claro que hacía referencia al vídeo que filmé de Camelia teniendo relaciones sexuales conmigo.

Le eché yogurt a mi plato de fruta y vi que sobre la mesa había más cubiertos. Suspiré y tomé uno.

  • Entonces, ¿no vas a decir nada? –continuó la misma estúpida.

Los demás le dijeron que se calmara. Mastiqué mi bocado mientras pensaba qué responderle. Me traté de tranquilizar porque si respondía apresuradamente, en el calor del momento, diría una respuesta estúpida (como siempre). Estaba en eso pero lo único que salió de mi boca fue:

  • ¿Por qué lo dices? ¿También quieres que te grabe? –la miré y fue inevitable que se formara una risita en mis labios, es que qué respuesta.

Pasé mi mirada por Camelia y en sus ojos se reflejó el odio del que me habló en la cocina. Entonces le creí: realmente me detestaba.

  • Porque – decidí continuar– yo no soy la mejor en esas cosas de filmar vídeos. Es más, no sé nada de esas cosas. Pero igual, si me lo pides, te puedo complacer. Como a ella –señalé a Camelia–. ¿Por qué no le platicas, Camelia?

Ya veía a Camelia gritándome todos los posibles insultos, pero continué hablando.

  • Pero antes dime tu nombre, ¿sí? Es que por más que le haga no lo recuerdo.

Hay un montonal de cosas que he aprendido de mi papá. Una de ellas, terminar las cosas bien, hasta las últimas consecuencias. Y si Camelia decía detestarme, pues que lo hiciera más. Yo ya estaba hundida y no había nada que me hiciera salir. Ya no tenía nada que perder.

  • Soy quien te va a partir la madre, pendeja –me respondió.

  • ¡Qué miedo! –dije con ironía.

La vi levantarse de su asiento y rodear la mesa, entonces me pregunté el porqué de su odio hacia mí. Giré mi silla y cuando me pensaba poner de pie, ella llegó a mí y me tomó de la playera.

- Deja de mirarme y haz algo, pendeja –le respondí de la misma manera.

Vi a Camelia llegar y ponerse detrás de ella. Los demás también se pusieron de pie y le tomaron los brazos y de los hombros para que me soltara.

  • Suéltenme –habló ella–. Siempre creyéndote el centro del universo, siempre…

Veía sus labios moverse y no comprendía mucho de lo que decía. ¿Me estaba hablando a mí? Obviamente, Lía. Sólo que de repente comenzó a hablar y no me está viendo a los ojos, por lo tanto parecen palabras al aire. Y no sólo eso, el que todos estén a mí alrededor, y que yo esté aún sentada, hace que sienta que el aire a mi alrededor sea sofocante, espeso, y me ensordezca los oídos.

En cuanto alguien le liberó una mano, inmediatamente sentí un golpe en mi labio inferior. Apreté los ojos y un segundo después Agathe estaba frente a mí, mirándome con preocupación. La hice a un lado y me puse de pie. Entre todo el alboroto ya no tenía frente a mí a la estúpida que me acababa de golpear. La busqué y estaba platicando a voces con Camelia. Iba ir hasta ellas. Pensaba ir y decirle –no sé– cualquier cosa, pero mis desganas me hicieron salir del comedor. Me tenté el labio y sólo lo sentí un poco lastimado por dentro. Casi nada. El golpe no lo recibí directamente porque no tuvo oportunidad de tomar velocidad. Estaba en el primer escalón para subir a la habitación de Iván, cuando me encontré a su hermana de él. La saludé y me comentó que sus amigos la estaban esperando para ir a no sé dónde.

  • ¿Y tus papás cuándo regresan? –le pregunté. En ese momento Agathe llegó a mi lado y me acarició la espalda.

  • Hasta el lunes en la mañana –respondió con una gran sonrisa.

  • Y por lo tanto tú e Iván hacen lo que quieren, ¿no? –me crucé de brazos.

  • Pues sí –respondió con la misma sonrisa.

  • Cuídate –le acaricié la cabeza–. Mira, ella es Agathe.

Nos despedimos de ella y subimos hasta la habitación de Iván, en donde Agathe me pidió una explicación. No de manera exigente sino hasta con suavidad.

  • Lo mejor será que ahora nos vayamos –respondí.

Busqué las llaves de la camioneta en mi chamarra y me calcé los pies. Salimos del cuarto de Iván y por suerte no me encontré a nadie. Íbamos en camino a la puerta de la casa cuando sonó el timbre. Salimos de la casa y cruzamos el jardín para llegar al zaguán. Abrí la puerta incrustada a éste y era el mismo tipo que ayer estaba acompañando a Camelia en la fiesta.

  • Hola –dijo él–. ¿Puedo entrar?

  • ¿Para qué? –le respondí.

  • Eh, pues quedé en venir a recoger a Camelia

  • Camelia ya se fue –dije por último y salí.

Esperé a que Agathe también saliera y él volvió a hablar.

  • Pero ella dijo que regresara a esta hora.

  • Lo siento –le respondí y cerré la puerta–. ¿Nos vamos, Agathe?

Comenzamos a caminar hacia donde había dejado estacionada la camioneta y en cuanto estuve en mi asiento me recargué en el volante con frustración.

Encendí la camioneta y esperé un poco a que el motor se calentara y le di marcha.

Mis ganas de hablar estaban en cero y sólo iba maldiciendo a los que se me atravesaban en la carretera.  Agathe iba a decir algo, pero antes de formar una oración la callé.

  • No preguntes nada, ¿sí?

  • Tranquilízate, Lía. No es conmigo con quien tienes que descargar tus problemas. Sólo quiero que me cuentes por qué pasó lo que pasó. Pero no ahora, yo entiendo.

  • No tengo que decirte nada. Tú y yo no tenemos nada –exclamé.

Ese enojo que manifesté no era para Agathe, era más bien para mí. Me sentía tan molesta conmigo misma, pero ni una disculpa le pude ofrecer.

  • Eres muy injusta, Lía –dijo por último.

¿Injusta? ¿Soy injusta? Eso ya lo sabía. Todos tenían que pagar mis reacciones explosivas, menos la causante.

En cuanto detuve la marcha de la camioneta, Agathe se bajó sin decir nada.

Llegué a mi casa y dejé estacionada la camioneta afuera, en la acera de la calle. Le puse seguro y me metí. Al llegar a la sala supe que no había nadie. Revisé el buzón del teléfono de la casa y había llamadas de mi mamá en donde me decía que le marcara a su teléfono en cuanto estuviese en casa.

  • ¿Mamá? –dije– Ya estoy en casa.

Hablé un rato con ella y me dijo que en la noche saldríamos a cenar los tres juntos: mi mamá, mi papá y yo. Protesté un poco pero luego mis desganas volvieron a ganar y acepté.  Colgué la bocina e inmediatamente entró una llamada.

  • ¿Sí?

Mi mamá siempre me pedía que al contestar una llamada dijera por inicio el nombre de la familia, pero a mí siempre se me olvidaba. Aunque yo siempre evitaba contestar las llamadas.

  • ¡Lía! –dijo Iván del otro lado de la línea.

  • Iván, qué tal.

  • ¿Por qué te fuiste sin despedirte? Chinga –ni siquiera me dejó responderle­–, ¡¿por qué no le regresaste el golpe a Gabriela?!

Cierto, la que me lastimo el labio se llama Gabriela.

  • Iván, cállate, ¿sí?

  • ¡Es que por qué no hiciste nada! ¡Siempre estas huyendo! ¡Siempre!

  • Iván, no me digas nada. Cállate.

  • Voy a tu casa en la noche. ¿Qué llevo para beber?

  • Voy a ir a cenar con mis papás.

  • ¿Vas a regresar, no?

  • Sí.

  • Entonces te espero en tu casa a la hora que llegues.

  • ¿No quieres mejor acompañarme a cenar con mis papás? –le pregunté.

  • No, cómo crees.

- Entonces te dejo las llaves en el hueco de siempre y me esperas en mi habitación. Trae una botella de… –pensé un poco– vino.

  • ¿Vino? ¿De verdad? –rió.

  • Sí, sí. Tengo antojo de vino. Que sea rosado. Oye, pero antes –seguí–, ¿cuál es el apellido de Gabriela? Tienes clase con ella, ¿no?

  • Creo que es... Re... Requina... Sí. ¿Para qué?

  • Nada más. Nos vemos en la noche.

Terminamos la conversación y estaba por subir a mi habitación cuando volvió a sonar el teléfono.

  • ¿Sí? –respondí.

Buscaban a mis papás, a cualquiera de los dos, un licenciado. Siempre era así, siempre había personas buscando a mis papás.

Subí a mi habitación y lo primero que busqué fue mi Tablet. Repetía el apellido de Gabriela para que no se me olvidara e ingresé a mi e-mail. Busqué en los correos de fechas anteriores y sí, como lo pensé, el nombre Gabriela Requeno (no Requino como dijo Iván) estaba en la línea de Asunto, junto con el nombre de su cuento.

La cosa es que cuando yo me responsabilicé por la edición del proyecto, también venía incluido la recepción y elección de cuentos. El profesor Leo me lo advirtió y yo acepté el trabajo con todo incluido. Unos días después, en la convocatoria para promocionar el concurso, aparecía mi nombre completo como parte de este proyecto. Estos anuncios estaban por toda la facultad y me llegaron infinidad de correos. Con paciencia leí uno por uno y descarté el cuento de Gabriela Requeno. Lo descarté porque recurría a los mismos elementos que el autor Franz Kafka en La Metamorfosis. Aclararé que el cuento me resultó bueno, pero nada novedoso si conoces a Kafka, autor de gran magnitud.

Me recosté en mi cama y me quedé dormida luego de formar conjeturas. Supuse que la tal Gabriela me odiaba por no aceptar su cuento. Ella me conocía y me figuré que sabía de mi lugar en este concurso.

No sé con qué fuerza me desperté pero el cielo ya estaba oscuro. Miré la pantalla y ya eran las siete de la noche, rápidamente me puse de pie. A las ocho tenía que ver a mis papás y el restaurante en el que habíamos quedado estaba a una hora de mi casa. Me cepille los dientes, me mojé el cabello con un poco de agua y salí casi corriendo de mi casa poniéndome un suéter. Mi papá detestaba la impuntualidad. Dejé mis llaves de la casa en el hueco que le indiqué a Iván y subí a la camioneta. Arranqué y tomé mi camino. Iba rápido pero tratando de ir con toda la precaución posible.

Dejé la camioneta en el valet parking y entré al restaurante. Le pedí la hora a un señor que iba saliendo y eran cinco para las ocho. Llegué a tiempo. Pregunté por la reservación a nombre de mi mamá y me llevaron a la mesa donde ya me esperaban los dos.

  • Hola –les dije.

  • Buenas noches, Lía –respondió mi papá–. ¿Por qué vienes tan informal?

Miré mi vestuario y, claramente, todavía llevaba el pants negro pero ahora lo acompañaba con un suéter.

  • Quise venir cómoda –respondí y tomé un lugar en la mesa.

El mesero llegó y sólo ordené un café. En el menú había una larga lista de todos los posibles cafés y sus combinaciones, pero yo sólo quería un café.

  • Un café sencillo, por favor.

Mi papá comenzó a hablar y me preguntó por el mantenimiento de la camioneta.

- Pues no la he llevado al mecánico.

  • Llévala a la agencia a revisar.

  • Está bien.

  • Quiero que me informes de su mantenimiento.

  • Está bien –volví a responder.

Después mi papá llevó el tema de la camioneta a lo inevitable: la universidad. A mi papá jamás le gustó la carrera que yo elegí estudiar y mucho menos que haya decidido ir a esa universidad. Él quería que fuera a una universidad privada.

Terminamos la conversación y ellos dijeron que iban ir a visitar a la abuela porque estaba enferma, y que si no quería ir. Me negué por estar supuestamente cansada y nos despedimos. Ellos regresarían hasta el domingo en la noche porque la abuela vive a las afuera de la ciudad.

Regresé a mi casa pasando las once de la noche y cuando llegue a mi habitación, allí estaba Iván husmeando de nuevo en la Tablet.

  • Hey, por fin llegas –dijo él.

Caminé hacia la cama y me quité el suéter.

  • ¿Llevas mucho tiempo aquí? –le pregunté.

  • Algo. Como una hora –respondió–. Ya subieron las fotos de ayer.

  • ¿Fotos? ¿Tomaron fotos?

No respondió y me enseñó la pantalla en donde aparecían algunos amigos. Me quité el pants y me subí a la cama junto a él para ver las demás fotos. Iván las iba pasando en la pantalla y había unas bastantes cómicas.

  • Ya es hora de bebernos ese vino que nos está esperando, ¿no? –dijo Iván luego de terminar con las fotos.

  • ¿En dónde está? –volteé a mi lado buscando el vino y estaba sobre mi buró, pero no era sólo una botella, sino cuatro. Me reí y me senté en la orilla de la cama. Tomé una botella y leí su etiqueta. Eran dos botellas de vino rosado, un blanco espumoso y un tinto.

  • ¿Qué tal, eh? –dijo Iván pasando su cara por mi hombro y sonriendo–. Yo no sé de vinos pero me los recomendó mi papá.

En ese momento recordé que no le ayudé a Iván a limpiar el desastre de su casa y moví mi hombro para poder voltearme hacia él.

  • ¿Ya regresaron tus papás? –le pregunté.

  • No, les marqué por teléfono.

  • Ya no te ayude a limpiar, Iván. Discúlpame. ¿Quién te ayudo?

Resultó que al final Iván tuvo que marcar a las dos señoras que se encargaban del aseo diario de la casa para que limpiaran el desastre.

  • Voy a la cocina por el sacacorchos -le dije a Iván.

Iván sacó del bolsillo de su pantalón el sacacorchos que estaba en mi cocina.

  • Eres lenta, Lia. Ya pensé en todo.

Le quitamos el corcho a la primera botella de vino rosado y qué buen sabor tenía. Su olor también era rico. Estuvimos platicando de más cosas mientras bebíamos de la boquilla de la botella a tragos lentos. Pues al final ni fueron tragos lentos, porque la botella se acabó en cuestión de nada. Los dos ya estábamos felices y yo, por mi parte, evitaba tocar el tema de Camelia. Saqué cigarrillos del cajón de mi buró y nos fumamos uno entre los dos. Entonces, entre todo, le comenté a Iván sobre mi duda del vídeo que grabé de Camelia conmigo. O sea, que qué le había pasado, si lo borraron o lo guardaron.

  • Pablo me dijo que él se encargó de borrarlo –dijo Iván–. Aunque de todas formas se va a terminar enterando toda la universidad.

  • Ay, qué exagerado Iván. Cuando regresemos a clases seguro que todos ya lo habrán olvidado.

Tomé otra botella de vino, que ni fijé cuál era, y la destapé. Un sabor más amargo. Miré y era el tinto. Se lo pasé a Iván y los dos quedamos de acuerdo en mejor beberlo hasta el final. Tomé otra botella, la del blanco espumoso, y le boté el corcho. Entre risas me llevé la botella a la boca y traté de atrapar todo la espuma.

Cómo nos estábamos divirtiendo y disfrutando de los olores y sabores del vino.

  • Voy a poner música –dije y fui hasta un mueble de dos puertas y saqué unas bocinas de mediano tamaño junto con el estéreo.

Conecté el estéreo al conector Jack del iPad y busqué una colección de canciones de un músico de jazz en YouTube.

  • No, no –dijo Iván cuando iba de regreso a la cama–. Busca alguna de Luismi.

Por "Luismi" se refería a Luis Miguel, cantante de baladas románticas.

  • Qué gay eres, Iván –le dije.

  • No más que tú –dijo riendo.

Reí con él y regresé a la cama ignorando su petición de elección de música.

  • Oh, oh, oh –exclamó él–, ¿sabes de qué me enteré?

Lo miré y esperé a que continuara. Y continuó con esta frase:

- Camelia ya tiene novio.

Todo se pasmó y un segundo después las cosas en mi mente volvieron a fluir con normalidad.

  • ¿Es el mismo de ayer en la fiesta? –pregunté.

  • Aja –dijo asintiendo.

  • Pues ya qué. Que viva su vida –dije y le di un trago más a la botella–. Oye, por cierto, ¿y Renata? Ya no la vi cuando bajamos a comer.

  • Se fue temprano.

  • Ah...

Nos quedamos en silencio y se escuchaba la suave música de fondo.

  • Pero insisto –habló Iván–, ¿por qué no le respondiste de la misma manera a Gabriela? Lo pensé un poco y quizá Gabriela te odia porque le gusta Camelia y… quizá tú eres un estorbo… o no sé, la cabeza no me da para mucho.

Le conté a Iván lo del cuento y mis razones para creer que Gabriela no me soportaba por eso, aunque la idea de que sea por Camelia no sonaba nada mal.

De pronto comenzó a sonar el teléfono de Iván.

  • Estoy con una amiga –dijo él–. Aja... sí... sí... ¿En dónde? ...Márcame en diez y ya vemos.

  • ¿Quién era? –le pregunté cuando colgó.

- Ya lo verás. ¿Quieres ir a un lugar nuevo? –preguntó con cierto misterio.

  • ¿Qué tan nuevo?

  • No me refiero a eso, sino a un lugar de esos que no concurres. Diferente.

  • No sé... –dije dudando– Mis papás no están y a quién le pido permiso.

  • Vamos, Lía, como si eso te importara. Además tú ni permiso pides.

  • Qué chistoso –le dije con sarcasmo–. Antes sí pedía permiso.

  • Anda, ¿sí? –suplicó.

  • Ya, está bien. ¿En dónde es o qué?

  • Van a venir por nosotros, así que no te preocupes.

Luego de un rato Iván recibió otra llamada y les dio la dirección de la calle más cercana a mi casa.

Me volví a poner mi pants, me calcé los pies y me cubrí con un suéter más caliente. Iván tomó la botella de vino blanco y yo tomé la última de vino rosado que aún no destapábamos.

Salimos de mi habitación entre risas silenciosas y empujones. Bajamos hasta la sala y salimos al jardincito. Caminamos y caminamos por las calles vacías terminándonos la penúltima botella. Reíamos y llegamos al lugar indicado, en la calle indicada. El frío se sentía en los labios y en las mejillas. Después de todo era de madrugada.

Unos quince minutos después vimos llegar una camioneta. Se estacionó frente a nosotros y la música que resonaba en el interior de la camioneta se silenció y bajaron varias personas a saludar escandalosamente a Iván. Eh, cómo describirlas…

  • Hermano, ¿cómo estás? –saludaban de esta manera a Iván y le daban palmadas en la espalda.

Observé la camioneta y era una Chevrolet antigua. Quizá el modelo era de los noventa. Iván me presentó ante ellos (puros hombres) y subimos a la camioneta.

  • Que Iván y su novia se vayan adelante, ¿no? –dijo uno de ellos.

¿Qué? ¿Yo novia de Iván?

Iván se sentó en el asiento del copiloto y yo me senté sobre sus piernas. Arrancaron a toda velocidad y la música volvió a sonar. Estaban escuchando algún artista de Hip-hop.

Todos hacían un escándalo terrible, pero qué bien se sentía. Después de un rato llegamos al centro de la ciudad. Las luces y los edificios cautivaban. Nos estacionamos en una calle que a la luz del día es bastante concurrida y todos bajamos. Yo aún tenía la botella de vino rosado pero no sabía con qué abrirla porque olvidé el sacacorchos.

Nos metimos a un pasillo de tiendas comerciales (ahora cerradas) y al final del pasillo había una puerta de madera mal colocada. Uno de ellos dio unos suaves golpes en la puerta y ésta se abrió. Una señora de aspecto duro estaba vigilando y nos dejó entrar. En el lugar había muchísimas personas y todo tenía un aspecto underground. El sitio contaba con buena iluminación y con amplitud. Había mesas y sillas de madera desgastadas. Otras mesas ni contaban con sus propias sillas y las personas se sentaban cómodamente en el suelo. Había una barra larga de madera en donde se vendía la cerveza. Sólo había cerveza. Estaba recorriendo el lugar cuando me detuve en una mesa, de aquellas sin sillas. En la mesa  estaban alrededor de diez personas y entre ellos Nuriel. La misma niña de dieciséis años que va en mi clase de tango.

Uno de ellos, de los de la misma mesa de Nuriel, atrapó mi  atención. Destapó un frasco pequeño y de no sé dónde sacó un gotero y lo hundió en el frasco. Abrió la boca y se echó una o dos gotas de este líquido. Pasó el frasco pequeño y el gotero a su compañero de al lado. Ya casi tenía la certeza de lo que contenía aquel frasco cuando Iván y sus amigos encontraron en dónde sentarnos.

  • Dame un minuto –le dije a Iván–, voy a saludar a alguien. Yo te alcanzo.

Caminé hacia la mesa en donde estaba Nuriel, y cuando le pasaron el frasco me incliné un poco y puse mi mano sobre su hombro. Ella giró su rostro un poco hacia atrás y me vio de reojo.

  • ¿Qué haces? –le pregunté.

Ella volvió su rostro hacia el frasco y sin probar nada se lo pasó al del turno siguiente. La botella tenía inscrito en un pedazo de cinta: "LSD". Me enderecé y ella se puso de pie. Me sonrió y me dio un corto abrazo.

  • Qué sorpresa –dijo tranquilamente–. ¿Qué haces aquí, Lía?

  • Acabo de llegar con unos amigos... Bueno, voy a estar allá –le señalé la mesa en donde ya estaban ellos.

  • ¿Te veo al ratito? –preguntó con inocente sonrisa.

  • Sí –le confirmé y le sonreí–. Nos tomamos una juntas.

Me alejé de ella y caminé hacia donde Iván. Me atacaron algunas preguntas sobre Nuriel. Una de ellas, ¿qué hacia ella aquí?

Llegué a donde Iván y ya tenían unas botellas de cerveza sobre la mesa. Sus amigos me hablaban con mucha confianza y eran muy bromistas. Me senté a un lado de Iván y él tenía la botella de vino entre sus piernas. Se la quité y le intenté sacar el corcho con la mano pero no me fue posible. Un chico a mi lado me quito la botella con suavidad y, no sé de qué manera, destapó la botella con sus dientes. Esto realmente me sorprendió. Y su apodo lo decía todo: "El destapador", así le decían.

La madrugada transcurría y no tardaron en integrarse unas cinco mujeres que se abrazaron muy sugerentemente a algunos de los amigos de Iván. Ellas jugaban y los acariciaban. No pasó mucho tiempo cuando uno de ellos se acercó a mí y me inició la plática. Todo iba de maravilla hasta que se comenzó a inclinar más a mi cuerpo. Le di una última sonrisa y me recargué en el pecho de Iván. Él pasó su brazo por mis hombros y así continuamos la noche.

Con los hombres siempre hay que tener cuidado; cualquier señal o gesto equivocado y ellos lo malentienden.

A las tantas de la madrugada, alguien gritó no sé qué cosa y todos lo apoyaron gritando de la misma manera. Empezaron a tomar sus cosas e iban saliendo del lugar muy animadamente.

  • ¿Qué pasa ahora? –le pregunté a Iván.

  • Carreras de coches. ¿Vamos? –me dijo levantando una ceja.

- Suena divertido. Vamos.

Los amigos de Iván igual se estaban preparando para salir y todos nos pusimos de pie. De un trago me terminé el resto de la botella de vino y busqué a Nuriel en el lugar. Allí estaba de la mano de un tipo alto y con tatuajes en los brazos y uno en el pecho. No traía camiseta ni nada, estaba al descubierto.

Salimos y estaban dando la dirección del lugar. Todos se subieron a sus automóviles o motocicletas, y partían para allá. Los que no tenían medio de transporte, se unían a otros con camionetas.

Unos cuarenta minutos después llegamos al lugar; éste era en un terreno grande y estábamos a las faldas de un cerro. Había un camino de  tierra elíptico y todo lo demás era pasto seco. La neblina era muy espesa y el frio se sentía en cada rincón del cuerpo.

Con toda la neblina era imposible distinguir a alguien que no estuviera a un paso de ti, y con toda esta multitud no lograba encontrar a Nuriel, y ni siquiera sabía si ella había decidido venir.

Saqué un cigarrillo y lo encendí temblando de frío. No paso mucho cuando el olor a marihuana inundó el aire.

Los faros de los automóviles lograban que la visión se hiciera más amplia y poco después se organizaron los competidores  para la primera competencia.

Eran tres automóviles los que se formaron en una línea de meta invisible y una mujer dio la señal de partida. Todos estábamos acomodados a lo largo del camino y otros ya comenzaban a apostar.

Cuando perdimos de vista a los competidores, formamos un círculo con los amigos de Iván y volvimos a conversar. Decían que esto de las competencias sólo se lograba cuando estaban presentes no sé qué personas, pero al parecer eran muy importantes en este lugar.

Unos quince minutos después vimos avecinarse las luces de un automóvil y detrás de él, los otros dos. Anunciaron al ganador y varias personas se acercaron a rodearlo.

Un poco después dijeron que la segunda competencia seria en treinta minutos. En ese tiempo, uno de los amigos de Iván sacó del bolsillo de su pantalón una hoja de periódico doblada. La abrió y sacó de ella una pequeña planilla de cartoncillo con el diseño de algún personaje de caricatura. La partió y de ella salieron cuadros pequeños. Era claro lo que era: LSD, pero no diluido.

  • Para ti y tu novia –le dijeron a Iván entregándole un cuadro.

Iván me miró como preguntando: "¿Lo hacemos?" Le quité el cuadro de la mano y lo partí en dos partes con las uñas de los dedos. Le di una mitad a él y la otra me la metí a la boca, sobre la lengua.

Inició la siguiente carrera y la euforia crecía. Al parecer alguien "muy importante" estaba dentro de uno de esos autos.

Poco a poco comencé a sentir los efectos. Por un momento creí que me estaba riendo con Iván y algo me decía que era sobre Camelia, pero caí en que él estaba atento al regreso de los autos y yo sólo tenía la sonrisa en la boca. Me pasé la mano por la boca y buscando mi racionalidad borré mi estúpida sonrisa.

Cuando las luces de los automóviles iluminaban de nuevo el camino, logré ver del otro lado a Nuriel. Un impulso me hizo querer correr hacia ella, pero al mismo tiempo algo me detuvo. Los autos venían a gran velocidad y creí, sin razonar, que debía contenerme. Esperé sin esperar, y cuando llegó el momento de cruzar, caminé sin pensar en nada y llegué frente a Nuriel.

  • Hola –le dije sonriendo y levantando la mano.

Ella se lanzó a abrazarme amistosamente por el cuello y me hizo retroceder unos pasos. Entendí que Nuriel estaba igual que yo.

Nuriel y yo no tuvimos un contacto tan estrecho en las clases de tango, pero el hecho de encontrarnos y conocernos, provocó una conexión, sin obviar que las dos teníamos ácido en la sangre.

Se separó de mí y me preguntó que cómo estaba.

  • Bien y tú –dije lentamente y sintiendo cada palabra pasar por el espacio oscuro de mi mente.

  • Igual –dijo sonriendo por un lado.

Le sonreí eternamente y no supe qué más decir.

  • Un cigarro. ¿Fumamos un cigarro? –le pregunté luego de no sé cuánto.

  • ¡Sí, qué gran idea! –exclamó ella alegremente.

La verdad era que ésta no era una gran idea, era una idea cualquiera, pero las conductas, en este estado, siempre son alteradas.

  • Ya vengo –Nuriel le dijo a alguien que al parecer estaba a su lado.

Me tomó del dorso de la mano y me haló por fuera de todo el cúmulo de personas para salir a tierra libre.

La neblina inundaba cada uno de mis sentidos y me sentía encantada.

Llegamos a un automóvil y Nuriel se montó sobre su cofre; hice lo mismo y saqué un cigarrillo. Lo encendí y olvidé la razón por la que estaba sentada aquí, viendo la neblina flotar, hasta que escuché una risa a mi lado. Volteé y era Nuriel. Estaba riendo de la nada y me la quedé observando buscando leer cada uno de sus gestos. Me sentía tan cercana a ella. Reí con ella y luego pregunté la razón.

  • ¿Te estás riendo conmigo y no sabes por qué? –dijo divertida.

  • Sí –le respondí sonriendo.

  • Mi novio –continuó y con ello su risa–. Debe de estar con una de ellas. ¿Por qué me hace esto? –dijo ahora con melancolía.

  • Eh, ¿no sé? –le respondí.

Le di una fumada torpe a mi cigarrillo y solté el humo. Le pasé el cigarrillo a Nuriel y comencé a sentir mis labios secos. Me recosté completamente en el cofre del auto y el recuerdo de Camelia me abrumó. La tristeza, la culpa y la infelicidad se proyectaban como Camelia. De pronto, como si se tratara de un recuerdo, yo estaba sentada en el último escalón de no sé dónde y frente a mí estaba Camelia de pie. Ella sabía que yo estaba ahí y yo hundía mi cabeza entre mis piernas por su indiferencia.

  • ¡Lía! –escuché la voz de Iván zumbando en mis oídos. Su voz retumbaba en mi cabeza hasta distorsionarse completamente. Me reí y pensé en que allí estaba Iván para salvarme de todo, hasta de mis alucinaciones.

Me volví a sentar y miré atentamente a Nuriel. Sus facciones eran tan finas, tan delicadas, tan inocentes. Nuriel me volteó a mirar y yo le sonreí, cuando poco a poco todo se comenzó a hundir. La imagen de Nuriel y la neblina se comenzaron a dividir en trozos hasta multiplicarse. ‘’ ¡Qué chistoso! –pensé. ’’ Todo era tan lento y pesado. Cerré los ojos y sentí que me hundía en el vacío. Un vacío, que sabía, era mi mente. Tuve un momento de lucidez en el que supe que todo esto era una alucinación y le hablé a Nuriel.

  • ¿Cómo estás?

Ella ya estaba recostada y tarareaba una canción. Sonreí y me dejé caer suavemente sobre el cuerpo de Nuriel que miraba el cielo. Mi cara quedó en su pecho y ella pasó sus brazos por mi cuello y me acariciaba el cabello. Me sentía como una niña flotando en el universo. El cuerpo de Nuriel era como un nido para mí.

  • ¡Lia! –escuché de nuevo mi nombre en la voz de Iván y volví a sonreír–. ¡Aquí estás! ¡Dios, qué haces aquí!

Iván me tomó un brazo y me hizo separarme de Nuriel para levantarme. Me reí y el frió me golpeó. Sentía mi cuerpo seco, tieso, y con lentitud me pasé la mano por el cabello. El cielo se estaba serenando. Los rayos del sol comenzaban a alcanzarnos y la neblina se disipaba. Ahora ya estaba un poco más consciente.

  • ¿Qué pasa? –dije y sentí que mi voz era... borrosa.

Iván me abrazó con preocupación. Yo no sabía por qué estaba preocupado, pero igual lo abracé. Me bajé del carro e Iván me tomó de la mano. Me dejé hacer y comenzamos a caminar. Recordé el rostro de Nuriel y me volví hacia atrás. Ella ya estaba sentada sobre el cofre y me miraba. Me solté de Iván y regresé a donde ella.

  • Me voy –le dije.

  • No. Aún no, por favor.

  • Lo siento, es que luego no sabré cómo volver.

  • No importa, yo te llevo –objetó ella–. Bueno, yo, él te podrá llevar –y señaló a alguien a mis espaldas.

Al girar era el mismo con el que estaba ayer en la noche, el de los tatuajes. Venía con una botella cerveza en la mano y rodeado de personas. Caminaban hacia nosotras e Iván llegó a mi lado.

  • También podemos llevar a tu novio –dijo Nuriel.

Le sonreí tiernamente e intenté coordinar mis palabras para hablar con Iván. Le pregunté:

  • ¿Nos quedamos un poco más?

Él estaba por responder cuando el escándalo llegó a nuestros oídos.

  • Lola, acá estás –dijo el tipo de los tatuajes. ¿Pero quién era Lola?

  • Sí –respondió Nuriel.

¿Nuriel también se llamaba Lola? Junté estos dos nombres y me reí internamente por pensar en la posibilidad de que ella se llamara Nuriel Lola, o Lola Nuriel... Sí, Lola Nuriel sonaba mejor.

  • Ella es una amiga y él es su novio –Nuriel estaba diciendo esto cuando regresé de mis pensamientos–. Los vamos a llevar a su casa –dijo más como una orden que como una pregunta.

  • Lo que digas amor –respondió el de los tatuajes y le dio un beso a Nuriel en la boca.

Ella giró su rostro y se veía molesta con él.

  • Oh, no importa Nuriel –hablé con más conciencia–. Nosotros venimos con otras personas, así que nos regresamos con ellos.

Los amigos del novio de Nuriel se acercaron más, hasta rodearnos, y continuaban haciendo bromas de no sé qué. Uno de ellos saltó a la superficie y le habló a Nuriel.

  • Yo me encargo –dijo él y parándose frente a mí me levantó del suelo y me acomodo sobre su hombro. Sólo sentí cuando mi cabeza estaba a la par de su espalda y su mano pasar por mis caderas para sostenerme. Me sorprendí porque su movimiento fue bastante rápido.

Levanté el rostro y vi a Iván reaccionar lento porque los demás le impidieron el paso.

¿Qué era esto? No entendía nada.

El tipo comenzó a caminar y yo no hacía nada por protestar. Mis sentidos no daban para nada. Llegamos a un auto y me metió con cuidado en los asientos traseros. Él se fue y yo me acomodé bien. No lograba asimilar que de alguna manera estaba aquí por la fuerza, pero por lo menos ya no estaba pasando frío. Unos minutos después se abrió la puerta que tenía a mi izquierda y entró Iván. Cuando estaba por hablar, también se abrieron las puertas delanteras y entraron Nuriel como copiloto, y su novio como conductor. Su novio se veía de unos veinte años, o quizá un poco más.

  • Lo siento, Lía –habló Nuriel–, pero yo me voy a encargar de llevarte hasta tu casa, al igual que a Iván. Ya hablé con él y él ya habló con los amigos de ustedes para avisar, ¿no, Iván?

Iván respondió pero yo no dije nada y miré por el vidrio. Me recargué en el hombro de Iván y cerré los ojos. Aún sentía que todo daba vueltas a mi alrededor y el estómago se me encogía por la velocidad con la que aparentemente giraba.