Azul (XII)

¿Eres tú?

- ¿Por qué a ti? –preguntó Agathe a mi lado.

- No importa –le respondí.

Camelia no dijo nada y le dio la última calada a su cigarrillo; se puso de pie y sin mirar a nadie caminó hacia mí; se hincó a mi altura y se pasó la mano por el cabello, entonces me miró. Su mirada me dejó vacía e inmóvil. Torpemente me acomodé el cabello, y cuando menos lo pensé, sentí el golpe en mi cara. Camelia se puso de pie y se fue sin una última mirada, sin nada.

  • Auch –escuché decir a Iván a mi lado.

Puse mi mano en mi mejilla izquierda y la sentí caliente.

  • ¿Qué tanto miran? –dije a los curiosos.

Volvieron a girar la botella y tocó a otros más. Después procesé un poco, y me miré a la chica que le puso el castigo a Camelia. Sabía que se juntaba con nosotros, pero no recordaba su nombre. De hecho, con las mujeres casi nunca logré sobrellevar una amistad; me entendía mejor con los hombres porque creo que son menos complicados.

  • ¿Qué quieres? –le pregunté a Renata. Sí, me tocaba ordenarle a Renata.

  • Reto –respondió ella del otro lado.

Pensé un poco. Algunas cosillas pasaron por mi mente: como que le diera una cachetada a la chica que le dijo a Camelia que me golpeara, o que me besara… No, qué absurdo.

  • Besa a Iván –dije.

Iván a mi lado se ahogó un poco con su bebida y protestó:

  • ¿¡Qué!? –pronunció tosiendo.

  • Disculpa, si no lo has notado, tengo novia –ahora protestó Renata.

  • Lo siento, no hay reglas para esto, ¿o sí? –miré a algunos cuestionando.

  • Entonces no quiero. ¿Qué quieres que me quite? –dijo Renata.

  • Oh, vamos… De acuerdo –me reí un poco­–, los pantalones.

Renata me miró terriblemente y yo sólo le pude mantener la sonrisa. Se puso de pie, se desabotonó sus jeans negros y se los bajó, sacándoselos con dificultad por no quitarse los botines.

  • ¿Contenta? –dijo aventándolos por fuera del círculo.

Me reí un poco más y lo siguiente que seguía era el turno de la semana inglesa. De nuevo le tocó a Iván, pero esta vez, con Rubén.

  • Qué suerte tienes para esto, Iván –dije riéndome de él.

Los dos inmediatamente se negaron, pero en esto no había escapatoria. Después de un rato pasaron al centro del círculo y les comenzaron a decir los días de la semana. Todo era realmente cómico y más por el alcohol ya consumido.  Se terminaron dando más besos que cachetadas, pero como nadie sabía quién tenía que dar los golpes en este caso, se turnaron.

  • ¿Qué tal? –volví a preguntar a Iván cuando llegó con su cara de asco a mi lado.

  • Ya no quiero jugar –respondió.

  • Ni modo.

Pasó un turno más cuando le tocó a Agathe. Al otro lado, quien le puso el castigo, fue un amigo más del grupo.

  • ¿Qué quieres linda? –dijo él.

  • Castigo –dijo ella.

Él achicó sus ojos mientras la veía y pensaba, en ese momento me volteó a mirar y de nuevo a Agathe.

  • Mete tu mano dentro del pantalón de Lía y ya sabes… tócala –dijo sonriendo.

  • No, no me metas en esto –dije apresuradamente. Estaba de acuerdo en que era un juego y que el alcohol desinhibe a cualquiera, pero no dejaría que pasara.

  • ¿Te estás negando, tú, Lía? –dijo él­– Esto no es nada para ti.

  • Pues no lo voy a hacer, busca algo más –respondí seriamente.

  • Tú no lo vas a hacer, ella es la que lo va a hacer–contrarrestó­–. Pero si no estás de acuerdo, qué se le va a hacer. Sólo bésala –le dijo a Agathe.

Agathe no dijo nada y girando el rostro hacia mí, me besó. Le mantuve el beso por algunos segundos y lentamente nos separamos.

En ese momento todavía mantenía mi cordura casi intacta, pero unos tragos después todo se volvió más sencillo, más gracioso y sin importancia. Todos reíamos con el mínimo acto sin valor y, claro, se agarraron de los problemas internos del grupo. Hacían bromas o, en el caso del juego, hacían que esas personas que habían tenido alguna diferencia, se enfrentaran.

  • Lía, tienes que excitar a Iván –dijo su nombre y rió– sin utilizar las manos.

  • ¿Cómo crees? –me reí­– ¿Y cómo le voy a hacer?

  • No sé –respondió el tipo desde el otro lado.

Volteé a mirar a Iván y también estaba riendo.

  • ¿Listo? –le pregunté.

El asintió con la cabeza y me subí en él. Iván dejó caer su cuerpo al suelo y lo único que se me ocurrió fue restregar quedamente mi rodilla contra su miembro. Pasé mi lengua por su lóbulo y lo atrapé entre mis labios. Poco a poco sentí algo duro nacer contra mi rodilla y me quité de encima de él.

  • Ya –dije sentándome de nuevo en mi lugar.

  • ¿Es cierto, Iván? –preguntó el que dictó el castigo– ¿Tan rápido?

Iván se reincorporó y sólo rió. Metió la mano dentro del bolso de su pantalón y se acomodó lo que es obvio.

En otro turno le volvió a tocar a Agathe.

  • Quítate la camisa –le ordenó Mariana, una chica más del grupo.

Agathe se desabrochó, uno a uno, los escasos botones de su camisa quedando sólo con su sostén negro. Yo no le podía quitar la mirada de encima, pero un poco después la botella señaló a Camelia. Mi interés quedó reducido a ella.

  • Verdad o castigo.

  • Verdad –dijo ella.

  • Veamos –dijeron desde el otro lado–, ¿cómo besa Lía?

  • ¿Lía? –cuestionó Camelia– Mueve mejor los dedos que los labios –respondió dándole un trago a su bebida.

¿Qué?

  • ¡Uh! –exclamaron algunos.

No me quedó de otra que reírme y mirar hacia otro lado. Un poco después decidieron hacer cambio de lugares porque la botella siempre señalaba a los mismos.

Al primer giro de la botella, tocó que Rubén le ordenara a Agathe.

  • Báilale a ella –dijo Rubén señalando a Camelia.

Todos nos comenzamos a reír. Rubén me volteó a ver con su sonrisa ‘’malvada’’ y riéndome le enseñé mi dedo corazón. Agathe, entre dudando, se paró frente a Camelia mientras le subían de volumen a la canción que sonaba: Goldigger de Brodinski.  Comenzó a bailar sin saber exactamente cómo, mientras Camelia la miraba atentamente desde su lugar en el suelo; Agathe unos segundos después se comenzó a mover sensualmente serpenteando sus caderas mientras todos estábamos atentos a su movimiento; al finalizar la canción, Agathe se dio la vuelta y regresó a su lugar.

Giraron la botella, siendo el turno de jugar semana inglesa, y señalándome a mí, del otro lado la botella quedó entre Renata y un chico.

  • Un volado –dijeron para saber con quién de los dos me tocaría.

  • Eh, yo preferiría que fuera con Renata –dije.

  • Estás olvidando que tengo nov… – decía Renata con la voz un poco torpe.

  • Shh –dije interrumpiéndola–. ¿Qué más da? Además tu novia ya se quedó dormida –hablé mientras veía hacia los sillones en donde su novia dormía tranquilamente.

  • ¿Qué estás buscando Lía? –manifestó Renata confundida.

  • ¿Yo? –moví la cabeza negando­– Nada. Sólo besarte y ya.

En eso recordé a Iván, y cuando lo miré, él no mostraba signos de molestia, así que no me preocupé. Pasamos al centro del círculo. Renata y yo nos acomodábamos para jugar, que sólo era ponernos de espalda contra espalda, y los demás comenzaron a nombrar los días de la semana. Al final fueron cuatro cachetadas y tres besos.

  • Dame tú los golpes y yo te beso –le dije a Renata ahora que nos mirábamos.

Los cuatro golpes fueron bastantes leves que no sentí nada, y cuando tocaban los besos, me arrepentí. Era claro que mi comportamiento hacia ella, las últimas veces que nos vimos, no fue el mejor, y ahora, como si nada, quería volver a besarla.

  • Renata, si no lo quieres hacer, por mí está bien. Después de todo te entiendo –dije luego del último golpe.

Sin dejarla decir algo, me alejé de ella y declaré que no lo haría. Me fui a sentar a mi lugar y me obligaron a quitarme la playera por no cumplir con todo el reto, al igual que a Renata que aún no había dicho nada. Siguió transcurriendo el juego, y cuando observé a todos, vi que la mayoría, por lo menos, ya no tenían alguna prenda. Camelia seguía intacta con toda su ropa puesta y el tipo con el que estaba, ya no estaba.

En un giro la botella me señaló a mí y a Camelia. Esto tenía que pasar, porque ella y yo estábamos acomodadas en línea recta, una a cada extremo de la línea imaginaria. La miré y ella, un segundo después, también me miró. Ella era quien tenía que poner el castigo así que esperé a que preguntara.

  • ¿Qué quieres? –preguntó inmutablemente.

  • Castigo –dudé un poco antes de decirlo.

  • Muéstranos cómo te masturbas.

  • ¿Qué? –dije procesando porque quizá el alcohol me estaba haciendo delirar.

  • Lo que escuchaste –dijo con un ligero aire de altanería–, métete la mano y mastúrbate.

  • Qué estupidez –dije.

  • Para nada. Eso no es nada para ti, ¿o sí? –cuestionó mirándome fríamente.

  • ¿Tanto te duele? –respondí tratando de mantener la calma– ¿Por qué no vienes y lo haces tú por mí, cariño? Utiliza esas lindas manos para algo más que sostener cigarrillos.

  • Hey, cálmense –dijo Iván desde no sé qué lugar.

  • ¿Dolerme?  –rió– ¿De verdad crees que causaste algo en mí?

Ah, justo en el corazón.

  • Cállate –sólo atiné a decir–. No decías lo mismo cuando te lamía la vagina.

  • Lía, ya cállate. Las dos guarden silencio, ya han bebido demasiado –interfirió una vez más Iván.

  • Juan lo hacía mejor que tú, no te enaltezcas. Sabes a lo que me refiero, ¿no? –continuó Camelia.

¿Por qué te burlas?

  • ¡Ten vergüenza! –respondí alzando la voz.

  • ¿Qué vergüenza quieres que tenga? ¡Dime! Porque no sé de qué hablas.

Mis palabras cada minuto eran más escasas.

  • ¡De decirlo ante todos! –dije exaltada.

  • ¡Ya, cálmense las dos! –gritó Iván mientras los demás guardaban silencio.

Iván se puso de pie y buscó algo en el piso; caminó hasta mí con mi chamarra en sus manos y me la aventó.

  • Acompáñame allá afuera, Lía. Esto se te está saliendo de las manos –dijo Iván.

Me puse de pie y me coloqué mi chamarra. Salimos los dos y en cuanto Iván cerró la puerta tras de sí, lo empujé contra la pared y me abracé a él. Iván me acarició la cabeza y quizá era un momento oportuno para soltar algunas lágrimas, pero no, sólo me sentía cansada y decepcionada de mí misma, por hablar demás. Después de un rato me solté de Iván y suspiré.

  • ¿Vamos al sanitario? –pregunté.

  • Vamos –respondió.

Comenzamos a caminar y nos percatamos de que todo el lugar estaba casi vacío, sólo que nunca falta el que se queda dormido en cualquier lugar de la casa. Ninguno de los dos podíamos mantener el paso firme e Iván empezó a bromear sobre cualquier cosa, haciendo que se me olvidara lo sucedido.

  • Oye, pero tú querías besar a Renata. Eso es traición, y dijiste que no lo volverías a hacer–dijo Iván con seriedad pero después no evitó reír.

  • ¡Ya sé! Pero es tan bonita –comenté.

  • ¿Verdad? –dijo Iván.

Llegamos a los sanitarios que están en la planta baja. Primero pasé yo, y después él. Cuando íbamos de regreso vimos que todo el lugar era un completo desorden.

  • Tienes mucho que limpiar para mañana –dije.

  • ¿Me dejarás limpiar a mí solo? –suplicó por ayuda.

  • ¿Crees que te voy a ayudar?

  • ¿Y no?

  • De acuerdo, te ayudaré, pero tienes que preparar el desayuno.

  • Sabes que sí.

Regresamos del sanitario riendo sobre alguna aventura sexual que me contaba Iván. Abrimos la puerta y el juego seguía. Regresé un poco más liviana y calmada. Reparé en que me había olvidado de Agathe casi toda la noche y cuando la vi, reía y mantenía una conversación fluida con casi todos. La miré insistentemente para que no se olvidara de mi presencia, y funcionó: me miró; pero después, como si yo realmente no existiera, regresó la mirada a la persona que estaba bebiendo directamente de la botella de tequila, mientras los demás le contaban los segundos. Iván y yo de nuevo nos sentamos en el círculo.

  • ¿Qué hora es Iván? –pregunté después de unos minutos.

  • Van a dar –miró su reloj de pulsera– las cuatro.

Aún era temprano y a mí ya me estaba dando sueño.

  • Iván, ya me voy a dormir –le dije.

  • Aún es muy temprano, porq…

  • Lía, tu turno –alguien habló interrumpiendo a Iván. Miré de quién se trataba y era un amigo más.

  • Ya no voy a jugar, será después –respondí.

  • No seas así. Sólo una pregunta, una, una más –dijo y rió estúpidamente. Efectos del alcohol, vuelvo a repetir.

  • No lo creo.

  • Oh, sólo es una pregunta sencillita –continuó él.

  • A ver, dime –dije cediendo.

  • ¿Eres lesbiana? Porque recuerdo que alguna vez dijiste que no te gustaban las mujeres y después –pausó y, supongo, recordó hechos pasados– dijiste que sí, pero  que Camelia no… y Juan era tu novio y también novio de Camelia… y el vídeo con Camelia… y hoy resulta que vienes con tu novia, pero al parecer no lo es… y yo no entiendo nada. ¿Me explicas?

La verdad era que yo, a estas alturas, tampoco entendía nada.

  • No hay nada realmente importante en todo esto. Así que no cuestiones cosas que, yo te lo digo, no tienen la mínima importancia. Y lo de ser lesbiana… pues sí, a veces lo soy. No te voy a decir que primeramente me fijo en la ‘’esencia’’ de la persona, porque no es así. Porque obviamente me interesa si es un hombre o una mujer a quien estoy mirando con interés. Muchas personas dicen que no hay razones para etiquetarse, pero yo creo que no está mal definirnos; a fin de cuentas, estamos en… –se me olvidó lo que estaba diciendo y me quedé pensando– Disculpa, ya se me fue lo que estaba diciendo.

  • Creo que te entendí –respondió él y a mí me causo gracia. Después de todo éramos un grupo muy extenso de amigos, pero finalmente, un grupo. Y en un grupo siempre iba a existir la inquietud sobre qué le pasó a aquél, o porque ya no se hablan tal y tal persona.

  • ¿De verdad? Porque yo no sé ni lo que dije –reí–. Agathe, discúlpame, hoy te invité para estar contigo y me comporte como una estúpida… Voy para allá arriba, ¿quieres acompañarme?

  • No, Lía. No te la lleves contigo –dijeron algunos.

  • ¿Agathe? –volví a preguntar y ella sólo rió moviendo la cabeza. Se puso de pie y buscó entre todas las cosas su ropa. Muchos no perdían huella de sus movimientos.

Le dije a Iván que dormiríamos en su habitación y los demás, claramente, nos comenzaron a hacer unas cuantas bromas antes de salir.


Gracias por leer y una sincera disculpa por demorar en publicar.