Azul (XI)

Tomé su cara entre mis manos y atrapaba sus labios con los míos.

Suspiré y me tiré en la cama. Minutos después escuché el ruido del zaguán y el motor de la camioneta; la voz de Iván exclamando un: ‘’ ¡Gracias!’’ y, después, la camioneta alejándose.

10.

Salí de mi casa dando las diez de la noche y fui por Agathe en la camioneta. Me estacioné, me acomodé la chamarra, peiné mi cabello en el espejo retrovisor y me puse un poco de labial humectante. Salí de la camioneta y cuando estaba en el primer escalón de tres para llegar a la puerta,  ésta se abrió y salió Agathe. Me quedé sin palabras y la observé de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.

  • ¿Qué tanto me miras? –preguntó con su tan suyo tono de voz.

  • ¿A ti? Nada. Miro detrás de ti, están entrando los mosquitos.

  • ¿Mosquitos? Aquí no hay mosquitos.

  • Claro que los hay –dije terminando de subir los escalones–. Mira, tienes uno en la frente –continué hablando y puse suavemente la palma de mi mano en su frente–, y otro en… ­–busqué con mi mirada otro lugar en su cuerpo– aquí ­–poniendo mi mano libre en su seno derecho.

  • Ah, mira, pues con esa delicadeza no vas a matar nada –dijo riendo.

  • Shh, espera, tienes uno en los labios –dije y acerqué mi rostro al suyo; pero antes de llegar desvié mi camino y fui hasta su oreja–. Pero qué cosas, tú tienes manos, quítatelo tú.

Como respuesta sólo escuché su risa y yo libré mis manos de su cuerpo. Estiré mi brazo derecho para tomar la perilla de la puerta y al mismo tiempo pegué mi cuerpo con el suyo.

  • ¿Nos vamos? –susurré juntando su mejilla con la mía.

Agathe de nuevo no dijo nada, pero esta vez tuve como respuesta un abrazo. Pasó sus brazos por mi cintura, estrechando de la mejor manera nuestros cuerpos.

  • Deja de coquetear conmigo. ¿Me quieres seducir tan rápido?–dijo risueñamente con su cara en mi hombro.

  • ¿Seducirte? Creí que eso ya lo había hecho.

  • Tonta –respondió puerilmente.

  • ¿Eh, qué dijiste? –pregunté separándome del abrazo­– Es que no te escuché, repítemelo por favor.

  • Tonta –repitió.

  • ¿Tonta? –reí– ¿Sólo tonta? ¿La hermosa mujer francesa no conoce más insultos?

  • Claro que sé más –exclamó con la mirada divertida.

  • ¿Como cuáles? –dije y al mismo tiempo recordé la fiesta­– Pero mejor me los dices en la camioneta que se nos hace más tarde.

  • De acuerdo, vamos –respondió y se dio la vuelta para cerrar la puerta.

Subimos a la camioneta en camino a la casa de Iván.

  • La verdad –hablé después de unos minutos de silencio–, sí te miraba a ti y no a los mosquitos, porque estás hermosa.

  • Gracias –respondió después de unos minutos. En ese momento llegamos a un alto y aproveché para mirarla.

  • C’est tout? (¿Es todo?)

  • No, tú también te ves hermosa –respondió.

  • No me refería a eso –respondí. Ni siquiera sabía a qué me refería preguntándole si eso era todo.

  • ¿Entonces? –preguntó mirándome.

  • A nada –moví la cabeza y miré hacia el frente, esperando el cambio de color.

  • Lía, tú también eres hermosa… Me gustas. Si no fuera así, jamás me habría puesto a tu lado para bailar contigo.

  • No necesito que me digas que soy hermosa. No sé, no lo necesito. Ni siquiera sé por qué te pregunté si eso era todo –continué la marcha de la camioneta.

  • ¿Entonces?

  • No sé –levanté los hombros–. Mejor dime, por qué la primera vez que bailamos te estabas riendo –dije recordando la razón por la que le hablé.

  • Por ti –respondió después de unos segundos y con la risa en los labios.

  • ¿Yo? –pregunté mirándola y riendo.

  • Es que te veías nerviosa y sólo mirabas el movimiento de tus pies.

  • Pues sí, lo estaba un poco –respondí sintiéndome boba.

  • Lía, Lía, mírame –dijo y yo la miré deteniendo la marcha de la camioneta en una calle sin transito–. No te sientas apenada, que eso, hasta ahora, es lo que más me ha gustado de ti. Nunca te muestras tímida y aquella vez fue la única. Descuidaste la imagen que no quieres mostrar ante nadie, y a mí me gustó.

Me quedé mirándola y meditando un poco en lo que me acababa de decir. ¿Era cierto? Yo no quería mostrar mi debilidad ante nadie porque… Creo que nadie se quiere ver débil. Y lo de mostrarme tímida, ya no. Antes lo era y todo lo adjunto a mi padre. Él siempre fue muy imponente y, a mí, me causaba temor. Me costaba expresarme y relacionarme con algunas personas; pero he tratado de superarlo con los años y adquirí una confianza en mí misma que no se ha roto completamente.

  • Gracias. Espero que lo hayas disfrutado porque no creo que me vuelvas a ver de esa manera –dije sonriéndole amablemente.

De nuevo puse en movimiento la camioneta y hablamos de otros tantos temas hasta llegar a la fiesta. Estacioné la camioneta a una calle del lugar, me bajé del asiento del conductor, de nuevo me acomodé la chamarra, y  los jeans también; rodeé la camioneta por el frente, saqué un cigarrillo y lo encendí; abrí la puerta del copiloto, y con el cigarrillo en los labios, le tendí la mano para bajar.

  • ¡Qué amable! –dijo tomando mi mano y bajando grácilmente de la camioneta.

Me solté de su agarre y cerré la puerta de un portazo. Puse el seguro y me quité el cigarrillo de los labios.

  • ¿Quieres? –le ofrecí a Agathe.

Ella sin responder me sonrió y lo tomó de mis manos. Aspiró y soltó el humo.

  • ¿Vamos? –pregunté mirándola.

  • Vamos –respondió.

Comenzamos a caminar hasta la casa de Iván y el cielo estaba libre de nubes. Estrellas se veían pocas por toda la contaminación en la ciudad, pero era una noche –cómo describirla– profunda, silenciosa y fría. Calculaba que eran ya como las once de la noche y sentía en mi cuerpo inquietud y ansiedad. Agathe me pasó lo que restaba del cigarrillo y en dos fumadas me lo terminé. Llegamos al portón y toqué el timbre. No se escuchaba música ni ruidos, así que supuse que estarían adentro de la casa. En lo que esperábamos, me acerqué a Agathe y la besé. Tomé su cara entre mis manos y atrapaba sus labios con los míos. Se escucharon pasos del otro lado del portón y lentamente me separé de ella. La puerta incrustada al portón se abrió y ahí estaba Iván con las mejillas sonrojadas (por el acohol, obviamente), la respiración agitada y con el cabello un tanto despeinado.

  • ¡Lía! –se lanzó a abrazarme enérgicamente. Di unas leves palmadas en su espalda esperando a que se separa de mí.

  • Iván… –dije dificultosamente alejándolo de mí.

  • Te quiero –decía impidiéndome soltarme.

  • Wey, cálmate, yo también te quiero –dije. Nunca he sido de llamar por wey a las personas pero quería que se notara que Iván sólo era un amigo.

(La palabra Wey es un adjetivo de uso común en México. Es utilizado para sustituir el nombre de una persona, y cambia según el contexto en el que se utilice.)

  • Yo también te quiero –volvió a repetir. Se separó después de un tiempo de mí y sus ojos se notaban turbios.

  • Ya estás ebrio –dijo agitando su cabello.

  • Poco –respondió–. Pero entra, entra que aquí hace frío –por casualidad miró a su alrededor y vio a Agathe–. Hola… ¿Quién es tu amiga, Lía? –preguntó sin mirarme.

  • Iván, ella es… es una amiga.

  • Qué bonita tu amiga –decía sonriéndole con su habitual sonrisa.

  • Sí, se llama Agathe. Agathe, él es Iván.

Iván se acercó a darle un beso en la mejilla a Agathe, y en la cara de ella noté incomodidad.

  • Pero Iván, deja tu estupidez y entremos –dije pasando por su lado y metiéndome.

Me paré y miré hacia la casa. Desde este punto, ya se escuchaba la música y bastante ruido. Al parecer era una fiesta con más personas de las de mi agrado. Un poco después Agathe entró a la casa y se paró a un lado de mí.

  • ¿Qué piensas? –preguntó Agathe.

Que qué pienso. Pienso en que Iván puede ser un estúpido creyendo que cualquier mujer bonita va a caer a sus pies y que no puedo olvidar la sensación de haber estado con Camelia.

  • En nada –respondí–. Ven, vamos –extendí mi mano y Agathe la tomó.

Comenzamos a caminar y unos metros más adelante Iván nos alcanzó.

  • Déjame hablar con tu amiga –me dijo Iván al oído.

  • ¿Para qué? –dije a un volumen de voz normal.

  • Es que, Dios, está muy buena –seguía murmurando en mi oído.

  • Agathe, Iván quiere hablar contigo –dije soltándome de su mano y dando un paso más para dejarlos a ellos.

  • Eres una estúpida –dijo Iván y no escuché decir nada a Agathe.

Llegué a la puerta de la casa y me quedé parada sin hacer nada. Después escuché a Iván y a Agathe llegar tras de mí.

  • ¿Qué pasa? –preguntó Iván.

  • Nada –dije agitando mi cabeza y tomando la perilla de la puerta.

Entré y había gente por todos lados. Inmediatamente reconocí la música que sonaba y suspiré porque el género no era totalmente de mi agrado; había gente, mucha gente bailando                                                                                                                                                      enérgicamente. Habían cañones de luces led en partes estratégicas de la casa, y ni tan estratégicamente, porque no podía reconocer a nadie.

  • ¿Toda esta gente no tiene que preparar lo que va a cenar en unos días? ¿O no tienen que comprar su ropa elegante, o qué sé yo para el definitivo fin de año?

  • No seas amargada, Lía –dijo Iván a mi lado.

  • Sí, Lía, así como tú estás aquí, ellos también –dijo Agathe a mi otro lado.

  • Es que cómo puede haber tanta gente –dije resignada.

  • Sabes que después de las doce todos se van –dijo Iván–. Mejor ve a beber algo.

  • Suenas más coherente que hace unos minutos, Iván –dije mirándolo.

  • Ya sé –dijo sonriendo–. ¿No quieres venir conmigo? –preguntó mirando a Agathe.

Volteé a mi derecha, que es donde estaba Agathe, y la miré esperando su respuesta. Al mismo tiempo que miraba a Agathe, a unos pasos detrás de ella, reconocí el cuerpo de alguien. La reconocí pero no acertaba en saber quién era, porque estaba de espaldas y con el pelo corto (corte que no recuerdo en alguna de mis amistades más cercanas). Me ensimismé tratando de ver quién era esta chica, pero no me daba la cara y las luces no eran de gran ayuda. Estaba con un grupo de personas y tomada de la mano de una chica, y yo estaba segura de que la conocía. Se movía y platicaba muy animadamente con su grupo de amigos, y sin verlo venir, besó a la chica con la que se sostenía de las manos.

  • ¡Lía! –alguien agitó su mano frente a mi cara.

  • ¿Qué pasa? –dije regresando a mi realidad y mirando a Agathe.

  • Te decía que fuéramos por algo de beber, pero te perdiste.

  • ¿E Iván? –dije viendo que ahora las dos estábamos solas.

  • Ya se fue.

  • ¿Y no te ibas a ir con él? –dije recordando lo último de nuestra platica.

  • ¿Quieres que me vaya con él? –preguntó con seriedad– Porque hasta ahora parece que quieres que esté con tu amigo que ni siquiera conozco y se supone que vengo contigo.

  • Disculpa, no quise darme a entender así –respondí por mi tibio comportamiento.

Ella no respondió nada y sólo miró hacia otro sitio. Me acerqué un poco a ella intentando besarla, pero ella, con diplomacia, giró su cara. En otro intento, tomé su mano y forzándola entrecrucé nuestros dedos y le hablé:

  • ¿Qué se antoja para tomar?

  • No sé, lo que quieras –respondió, aun, sin mirarme.

Desde mi lugar me estiré buscando el lugar donde estaban dejando la bebida, y, volteando hacia mi derecha, de nuevo vi a la conocida que se giraba y en ese momento, sin buscarlo, me miró. Sentí su mirada por un lento segundo y después ella caminó hacia el fondo de la sala, sola. La seguí con la mirada y vi que al final de la sala estaba la siempre recurrente mesa donde ponen las botellas y cervezas.

  • Mira, vamos para allá –le dije a Agathe–. Allá está la bebida.

  • Vamos –respondió.

Comenzamos a caminar, sin yo dejar de tomar su mano, pasando por todo el tumulto de personas que hacían sus intentos de bailar. A unos pasos de la mesa, la pude observar una vez más con detenimiento. Detallé su cuerpo esbelto y su nuevo corte de cabello.  Por un segundo dude en acercarme pero sin pensarlo más, ya estaba a un lado de ella. Solté la mano de Agathe y me acerqué a la mesa.

  • Con permiso –dije empujando ligeramente el cuerpo de Renata y tomando dos latas de cerveza de la mesa.

Ella no dijo nada y en ese instante la volteé a mirar, como para ver de ‘’quién’’ se trataba. Ella también me volteó a ver por encima del hombro. Tuve la oportunidad de admirar que con ese nuevo corte sus finas facciones resaltaban más, y sus ojos claros se veían más grandes y bonitos.

Sin esperar más de ese eterno momento, levanté las latas de la mesa y me di la vuelta para entregarle una a Agathe.

  • ¿Cerveza está bien? –le pregunté.

  • Sí, gracias.

Destapé la mía y le di un sorbo: Cerveza clara. La cerveza clara no es tanto de mi agrado, prefiero la oscura; pero qué más da, no se me ocurrió pasar a comprar algo de beber.

Miré hacia el centro de la sala, que era donde todos estaban bailando, esperando a que Renata pasara por mi lado para regresar hacia donde estaban sus amigos. No tardó mucho en suceder cuando paso por mi lado, llevando consigo un paquete de 12 cervezas oscura, dándome cuenta por la marca. Las luces se alternaban por todo el lugar dando parte a Renata. La alternancia en las luces se desvanecía cada cierto tiempo y todo el sitio quedaba oscuro. No tenía nada concreto en mente, sólo bebía de mi cerveza sin recordar si quiera el lugar en el que estaba y que las coincidencias sucederían inevitablemente.

  • Voy por otra cerveza –le dije a Agathe después de perder de vista a Renata– ¿Te traigo otra?

  • No, aún tengo. Gracias –respondió cortésmente.

  • Bien –me di la vuelta y con la mirada busqué de las mismas cervezas que llevaba cargando Renata.

En una esquina, a diez metros de la mesa, vi cartones afilados de cerveza. Caminé hasta allá y colocándome de cuclillas saqué dos, en este caso, botellas. Me puse de pie y, con la llave de mi casa, destapé una de las botellas. Le di un sorbo y tomé la otra botella del piso. Me di la vuelta de regreso hacia Agathe, y mientras más me acercaba a ella pude distinguir que ya tenía a unas cuantas personas a su alrededor. Hombres, al parecer. Me detuve colocándome a un lado de ella, le di un trago más a la cerveza y dejé las dos botellas en el suelo; saqué un cigarrillo de mi pantalón y lo encendí; levanté la mirada y observé a cada uno de los que pretendían estar con Agathe.

  • Hola –les dije soltando el humo.

Eran tres tipos altos y a ninguno de ellos los conocía. Ellos me miraron y uno de ellos me sonrió peculiarmente. Los tres respondieron mi saludo a tiempos distintos y de diferente manera.

  • ¿Los conoces, Agathe? –le pregunté mirándola.

  • No. No sé ni quienes sean –dijo indiferente ante la presencia de éstos.

  • Eh, nos acercamos porque estabas sola –dijo uno de ellos mirando a Agathe.

  • No, ya lo vieron, está conmigo –respondí.

  • Sí…, pero no estaría mal si nos quedamos aquí con ustedes, ¿no? –dijo otro de ellos.

  • No sé… –dije– Mi novia y yo queremos estar solas.

Agathe me volteó a mirar con ligera sorpresa. Los otros se quedaron callados y tal parece que aún veo el asombro en sus ojos.

  • ¿Son novias? –preguntó el de la peculiar sonrisa.

  • Pues sí –dije tan normalmente como pude–. ¿No dices nada, amor?

  • Sí, quiero estar sólo con ella. No sé si lo entiendan –dijo Agathe con la misma indiferencia.

  • Ya la escucharon –dije finalmente.

Me agaché y levanté la botella de cerveza del suelo. Le di una fumada más al tabaco y se lo pasé a Agathe. Bebí de la cerveza y ellos tardaron unos segundos más, pero se fueron finalmente. Dejé de beber y giré mi rostro hacia Agathe. Ella me miraba con cierta curiosidad y yo le guiñé un ojo y le sonreí. Me acerqué un poco más a ella y la besé.

  • Creí que les dirías que me llevaran con ellos –dijo con su frente pegada a la mía.

  • Cómo crees –me reí y la volví a besar.

Un minuto después la música subió fastidiosamente de volumen y me obligó a separarme de Agathe.

  • ¿No ves a Iván? –pregunté.

  • ¿Para qué?

  • Para preguntarle quién está poniendo la música y de paso ir hacia esa persona y decirle unas cuantas cosas.

  • Tranquila –respondió riendo.

Un poco después –por suerte­– vi a Iván. Sin decir nada, porque probablemente no se escucharía mi voz, tomé a Agathe con una mano, y con la otra, mi otra botella de cerveza sin abrir, y fui hacia Iván. Cuando me vio, se detuvo y caminó hacia mí.

  • Iván, ¿quién está poniendo la música? –dije casi gritando porque cualquier voz era inaudible.

  • ¿Qué? ¿Que quién, qué? –dijo acercando su rostro al mío para escuchar mejor.

  • ¿Qué quién está poniendo la música? –repetí más alto.

  • No-sé ­–respondió después de procesar mi pregunta–. Pero ven, vengan, allá están todos –dijo señalando al final del final de la sala.

¿’’Todos’’? ¿Camelia? ¿Éste era el momento  que estaba esperando? Sólo estaba esperando para encontrarla, ¿cierto?

  • ¿Eh? –dije.

Iván rió y habló:

  • ¡Tranquila, ella viene con alguien más!

¿Alguien más?

  • ¿Quién? –dije en un impulso.

  • ¿Para qué quieres saber? ­–exclamó–. Además –pausó un momento– tú también vienes con alguien más.

  • ¿Ya lo sabes? –reí un poco y levanté la ceja esperando su respuesta.

  • ¿Creyeron que nadie vería con cuánta intensidad se besan?  –dijo mirándonos con seriedad y a la misma vez con diversión– Y solamente ‘’amigas’’.

Sólo me reí y Agathe se quedó sin entender nada, porque, claramente, no se alcanzó a escuchar nada de lo que Iván me dijo. Retomamos el camino de Iván, hacia donde se supone que estaban todos, mientras seguíamos bromeando. Cuanto más nos alejábamos, el escándalo era menor. Llegamos a una segunda puerta que conectaba con la sala principal de la casa y entramos.

En el interior, inmediatamente se sintió un ambiente más tranquilo. Sonaba música diferente, el siempre género del trip hop. Tuve cierta aprensión por mirar a los que estaban en ese lugar, hasta que escuché a alguien nombrarme.

  • Lía, bravo, aquí estás –vi acercarse a Pablo con una sonrisa.

Me dio un abrazo y un beso en la mejilla; miró a Agathe y vi que le sonrió. El siguiente en acercarse fue Rubén, haciendo lo mismo que Pablo. Otros cuantos también se acercaron a mí y me saludaron, unos más eufóricos que otros. Hasta ese momento aún no había visto completamente a los que estaban dentro de esta segunda sala, y cuando por fin acabaron los saludos, miré. Recorrí el lugar lentamente, manteniendo una postura fuerte, tratando de no mostrar mi absorbente temor, y la vi. Estaba sentada en un sillón con las piernas entrecruzadas, riendo como si nada; tenía un vaso en su mano izquierda, y un cigarrillo en la mano derecha; miraba atentamente al tipo que tenía a su lado y él mantenía la atención de Camelia. Me reí para mí misma y me sentí, como tantas veces, estúpida. ¿Cómo creí que Camelia instaría por mí?

  • Pasen, tomen asiento –dijo Iván, haciendo una señal con su mano para que nos sentáramos.

  • ¿Y tu amiga quién es? –preguntó Rubén de la misma forma en que lo había hecho Iván al inicio.

  • Ella es Agathe –dije y al mismo tiempo la miré. Le sonreí y le extendí mi mano para que la tomara.

Nos sentamos todos. Me senté junto con Agathe en un sillón de dos piezas y me solté suavemente de su mano para destapar mi segunda botella de cerveza.

  • ¿En qué estábamos? –dijo uno de los que estaban ahí.

  • En… No sé –finalizó riendo.

Yo, por mi parte, no tenía el valor suficiente de volver a mirar a Camelia.

  • Platícanos, ¿cómo has estado, Lía? –dijo alguno de ellos.

  • Bien, gracias –respondí.

  • ¡Oh, ya recordé de qué hablábamos! –dijo una chica.

Todos la miramos y ella continuó:

  • ¡De la Ilíada! –dijo y sonrió triunfante.

  • ¿De la muerte de Patroclo? –dijo alguien.

  • No, no, estábamos en la pelea de Aquiles y Héctor.

Ellos continuaron hablando de algunos cantos de la Ilíada, mientras yo jugaba con los dedos de Agathe. Entre las dos nos bebíamos la botella de cerveza y platicábamos de algunas cosas sin sentido.

  • Ahora vengo, voy a ver qué tal está la fiesta allá afuera –dijo Iván.

Lo miré y asentí con la cabeza.

  • ¿Por qué todos ustedes están acá adentro, y no allá afuera? –pregunté al tipo que tenía a mi lado izquierdo.

  • Como llegamos desde temprano, nos metimos acá, y al final ya no salimos –dijo y rió–. ¿No quieren algo de beber?  –preguntó mirándonos a Agathe y a mí­­.

  • ¿Qué bebidas tienen? –preguntó Agathe.

Él nos mencionó unas cuantas marcas de tequila, vodka y ron.

  • Yo quiero una cerveza, por favor –dije.

  • A mí tráeme tequila solo, por favor –dijo Agathe.

  • De acuerdo –el chico sonrió y fue hacia el otro lado de la sala, que era donde ellos tenían sus bebidas.

Presté un poco de atención a la plática que ahora casi todos mantenían y era sobre el Ser y el Deber ser; después pasaron a Aristóteles y lo justo. El chico regresó con mi cerveza, la botella de tequila y unos vasos. Me dio la cerveza y le sirvió a Agathe, y se sirvió él.

  • Ya, hablen de otra cosa –se escuchó decir.

  • Mejor juguemos –dijo alguien más.

Oh, no, juegos no. El vocerío que se escuchó después de eso fue la aceptación del juego.

  • Pero ¿a qué jugamos? –preguntaron.

Estaban en eso cuando se abrió la puerta. La puerta estaba a mis espaldas por lo que no vi de quién se trataba, pero supuse que de Iván.

  • Adelante, pasen –sí, sí era Iván.

Estaba bebiendo de mi cerveza cuando vi a Renata llegar al centro de la sala. Por mirarla, se me derramó un poco de cerveza por el mentón. Me limpié el líquido con las yemas de los dedos, sin quitarle la mirada de encima.

  • Chicos, ella es Renata y ella –refiriéndose a la chica con la que estaba tomada de la mano, y con la misma, supongo, con la que se besó hace un rato– Jesse.

¿’’Jesse’’? Estaba segura que a ella la había visto en algún otro lado. Renata y Jesse estaban con sus demás amigos, que eran como seis; Iván primero nos dijo los nombres de los amigos de Renata, y después presentó a uno por uno de nosotros, hasta que llegó a mí.

  • Y ella es Lía, que ya la conoces tú, Renata–finalizó Iván.

La miré un momento y giré mi rostro para seguir platicando con Agathe. Después de las presentaciones, todos decidieron jugar con la botella… el juego de siempre. Unos se encargaron de alejar los sillones y la mesa de centro, para dejar todo ese espacio libre y poder sentarnos todos en el suelo. Mientras movían los muebles le comenté a Agathe que no quería jugar.

  • ¿No? ¿Por qué?

  • No me gusta jugar mucho este tipo de juegos…

  • Si quieres no jugamos –dijo ella amablemente.

  • No, si tú quieres jugar, juega –le sonreí.

  • Mejor me quedo contigo –dijo y me dio un pequeño beso en los labios.

Giré el rostro y noté que algunos nos observaban. Recorrí un poco más el sitio, y vi a Renata que también me observaba y la miré unos segundos; seguí recorriendo un poco más la habitación, pero sabía hasta dónde debería de llegar mi recorrido, porque intuí en qué lugar estaba Camelia, y donde empezaba ella, terminaba todo.

  • Bien, ¡juguemos! –exclamó alguien.

Todos se sentaron formando un círculo y sólo fuimos unos cinco los que no entramos al juego.

  • ¿No van a jugar? –preguntó Rubén.

Moví la cabeza en forma de negación e Iván me habló.

  • Lía, juega. Siempre eres así, nunca quieres jugar. Agathe, no seas igual que Lía, juega con nosotros. Y ustedes chicos –refiriéndose a los otros tres–, únanse al juego. Todos ustedes no sean tan aburridos.

Después de un rato, y no sé de qué manera, los cinco que habíamos quedado afuera, terminamos entrando al círculo.

  • Cómo molestas, Iván –dije sentándome a su lado.

  • Poco –respondió y rió.

Pedí que me pasaran la botella de tequila y me serví un poco. Me sentía tan patética porque no era capaz de levantar completamente la mirada por evitar encontrarme con Camelia.

Giraron la botella y le tocó a Rubén con Iván. Rubén le preguntó a Iván que qué quería.

  • Verdad –respondió Iván.

Mientras sucedía esto, de un trago me terminé mi bebida. El primer trago siempre es difícil, pero después pasa como si nada. Me serví un poco más, y entonces Rubén habló:

  • ¿Cuándo fue la primera vez que tuviste sexo?

Lo volteé a mirar, y me reí de él.

  • A los catorce años –respondió él.

Éramos un poco más de veinte personas las que estábamos jugando, y alguien sugirió que a las personas que señalara la botella, cada cinco turnos, jugarían semana inglesa. En el quinto turno, volvió a tocar a Iván, pero esta vez con una de las amigas de Renata. Los dos pasaron al centro del círculo y les fueron diciendo los días de la semana; al final, ella le dio unas 4 cachetadas y el resto fueron besos.

  • ¿Qué tal? –le pregunté a Iván cuando llegó a mi lado.

  • Bien –respondió–. Habría preferido que fuera Renata.

  • Iván, no jodas, que no te das cuenta que Renata es lesbiana –le dije sinceramente.

  • Pero qué quieres que haga –dijo volteándome a ver–, ella realmente me gusta.

No respondí nada y le acaricié la cabeza. Lo despeiné y sentí su suave cabello.

  • Tienes el cabello muy suave y manejable, Iván –comenté riéndome de él.

  • Ya sé –respondió riendo.

En ese momento me sentí un poco culpable, pero nada que un trago más de tequila no pueda remediar. Me sentía un tanto culpable por haber estado con Renata mientras Iván me decía lo mucho que le gustaba. Yo me reconfortaba diciéndome que Iván no tenía nada con Renata, y por lo tanto no había de qué preocuparme, pero estaba jugando a la doble moral.

  • Te tocó a ti, Lía –dijo Iván sacándome de mis pensamientos.

Miré con quién me tocaba y se trataba otra vez de Rubén.

  • Verdad –dije.

  • ¿A quién, de los que estamos aquí, has besado? –preguntó formulando pausadamente su pregunta.

  • ¿Qué? –dije y me reí desconcertada.

  • Que a quién de…

  • Sí, sí entendí lo que dijiste –dije interrumpiéndolo.

  • ¿Entonces? –dijo él.

Me quedé en silencio y miré, empezando por mi izquierda, que era donde estaba Iván, a recordar a quién había besado. Llegué a Camelia y la miré. ¡Dios, la miré! Estaba encendiendo un cigarrillo y su cabello caía a un costado de ella. Cerré los ojos un segundo y seguí con mi camino. Entonces reparé en que Juan no estaba aquí.

  • Como seis personas –respondí.

  • Te pregunté: ¿A quién? –dijo Rubén con su sonrisa.

  • No me jodas –dije riendo­–. ¿Qué prenda quieres que me quite?

El castigo para los que no respondían o cumplían con el reto que se les daba, era quitarse una prenda.

  • Quítate –pensó un poco­– la chamarra –y me sonrió.

Me la quité y quedé con mi playera. Volvieron a girar la botella y, unos dos turnos después, le tocó a Camelia. Aproveché para mirarla y contemplé cada gesto de su rostro.

  • Reto –dijo Camelia.

  • Dale una cachetada a Lía –dijo la chica.

Todos volteamos a ver a Camelia y, después, algunos me miraron a mí.

  • ¿Por qué a ti? –preguntó Agathe a mi lado.

  • No importa –le respondí.

Camelia no dijo nada y le dio la última calada a su cigarrillo; se puso de pie y sin mirar a nadie caminó hacia mí; se hincó a mi altura y se pasó la mano por el cabello, entonces me miró. Su mirada me dejó vacía e inmóvil. Me acomodé el cabello, y cuando menos lo pensé, sentí el golpe en mi cara. Camelia se puso de pie y se fue sin una última mirada, sin nada.