Azul (X)

La tomé de las caderas hasta topar con ella en una pared y restregué mi cuerpo contra el suyo.

  • Lía, ayer te estuve marcando al celular y me manda directo a buzón –decía mi mamá cuando estábamos desayunando.

  • Ah, es que lo  tengo apagado –respondí.

  • ¿Por qué? –preguntó.

  • No sé –levanté los hombros.

Ya es miércoles de la segunda semana y aún no he encendido el celular.

Terminé de desayunar, me cambié de ropa y salí a correr como lo había estado haciendo estos últimos días. Al regresar seguí con el proyecto de la edición y ya por la tarde salí de casa para ir a las clases de tango. Iba caminando cuando a unos metros delante de mí estaba Nuriel con un chico. Seguí caminando y cuando iba pasando por su lado, me vio.

  • Hola Lía –dijo desde su sitio y agitando la mano a manera de saludo.

  • Hola –respondí con una sonrisa y continué con mi camino.

Minutos después ingresé al salón y vi por el rabillo del ojo a la mujer de cabello rizado y mirada salvaje. Estaba de pie recargada en la pared con las piernas cruzadas y los brazos entrelazados sobre el pecho.  Inmediatamente sentí su mirada sobre mí y, cómo negarlo, me llené de nervios. Miré hacia ella, y en efecto, me miraba intensamente y traspasándome la piel. Bajé la mirada y después la volví a subir. Observé el reloj que colgaba sobre la pared y vi que aún faltaban unos minutos para clase. Froté mis dedos y tuve la vaga idea de acercarme a ella; pero por qué hacerlo. Deseché los nervios y subí al último piso a dejar mis cosas.

Al salir del ascensor, en el segundo piso, vi que Nuriel ya se estaba cambiando de ropa para iniciar la clase.

  • ¿Por qué no dejas tus cosas en el último piso? Hay bastante espacio –dije parada delante de ella.

  • ¿Eh? –murmuró levantando la mirada y encontrándose con mis ojos. Nuriel se estaba terminando de sacar el pantalón por los tobillos.

  • ¿No es más fácil dejar tus cosas allá arriba y cambiarte en los vestuarios? –repetí  y le sonreí.

  • No –respondió y  me  miró con sus pupilas como la noche.

  • Como quieras –respondí y me alejé de ella.

Me situé en el centro del salón esperando a que iniciara la clase. Roberto se me acercó y me saludó. El muchacho después de todo me agradaba.

  • Hola, chica mala –dijo Roberto con una gran sonrisa.

  • Hola, Robert –me reí.

  • Oye, te estás burlando de mí –se quejó él.

  • Para nada –me reí más.

El maestro dijo que tomáramos lugares, interrumpiendo mi conversación con Roberto. Roberto estaba a mi derecha y al girar la vista a mi izquierda –sí– estaba la mujer de risos y mirada protuberante. Me sorprendí un poco, no esperaba encontrarla a mi lado. Ahora sólo esperaba que me tocara par con ella y no con Roberto. Porque yo estaba a la izquierda de él.

Se dieron las instrucciones y el maestro aplaudió. Aplauso: inicio de clase. Tragué saliva y giré a mi izquierda. No me importó si a mí, por orden, me había tocado con Robert. Por instinto, o qué sé yo, giré a mi izquierda y ahí estaba ella. Al instante ella también giró hacia mí. Nunca había visto sus labios tan de cerca y en ese momento sólo quise devorarla.

  • Lía… –tosió Robert para atrapar mi atención. Giré hacia él– Creo que me toca contigo.

  • No Robert, busca a alguien más –respondí esperando que captara mi indirecta. Pero qué estúpida, Roberto no sabe de mi gusto por las mujeres. Seguramente no se ha de imaginar mis intenciones con esta mujer.

  • Sí, Robert –interrumpió una voz a mis espaldas­–, busca a alguien más –los ojos de Roberto miraron a la persona que habló detrás de mí–. Mira, ella tampoco tiene pareja.

En ese momento giré hacia mi esperada pareja de baile para agradecerle su complicidad conmigo, y vi que quien tampoco tenía pareja de baile era Nuriel.

  • Nuriel, ¿por qué no bailas con Roberto? –pregunté.

  • Claro –respondió ella y pasó por nuestro lado.

El maestro se acercó a nosotros y nos preguntó que por qué aún no empezábamos. Nos disculpamos y tomé de la cintura a mi pareja. Comencé sin mirarla, sólo mirando el movimiento rítmico de nuestros pasos, hasta que escuché una risita. Levanté la mirada y me encontré, primero, con sus labios, después con su nariz, y por último, con sus ojos divertidos.

  • ¿Qué te causa gracia? –pregunté mirándola de la misma manera.

  • Nada –respondió agitando la cabeza con una voz profunda y grave–. ¿Cómo te llamas?

  • Lía –respondí y noté que tenía ligeramente un acento diferente–. ¿De dónde eres? –pregunté.

  • ¿Para qué quieres saber? –preguntó amablemente.

  • Oh, disculpa, es que noté un acento diferente en ti. No me tienes que responder.

  • De Avignon, Francia. Yo soy Agathe –respondió sin más complicaciones.

  • Oh, Agathe, tu es très  belle! (eres muy bella) –dije sonriendo.

  • Ah, tu parles français! (tú hablas francés) –dijo con entusiasmo. La verdad es que la manera de ser de Agathe me había sorprendido. Su mirada y todo lo que representa ella como persona, no tenía nada que ver con su manera tan agradable de ser.

  • Oui, oui –respondí y me reí–. No, la verdad es que sé muy poco. A veces voy a las clases de francés que dan en la facultad. También está la Facultad de Letras Francesas, pero está más lejos.

Seguimos charlando entre pasos y ocasionalmente miraba a Nuriel. Es que, lamentablemente, no le podía quitar la mirada de encima. Ella parecía no acordarse de mí. Estaba bastante concentrada en cómo realizar cada paso que no se interesaba en nadie más.

Agathe me dijo que cuando ella tenía quince años se había venido a vivir a México con sus papás, por el trabajo de éste. Ahora ella ya tenía veintiún años y estaba estudiando una ingeniería.

Terminó la clase de tango y subí junto con Agathe al último piso por nuestras cosas. Antes de tomar el ascensor vi a Nuriel quitándose la playera con la que estuvo en clase. Nuriel se veía tan frágil y delicada. Sus pechos no eran muy grandes pero compaginaban con su largo y delgado cuerpo.

  • Entonces, ¿qué haces saliendo de clase, Lia? –preguntó Agathe tomando su bolso de ropa.

  • Hoy, nada –respondí y caminamos yendo al ascensor.

  • Podríamos ir a mi departamento y seguir charlando… –sugirió Agathe.

  • Hm, no lo sé –bromeé.

  • Si no quieres está bien –dijo Agathe. Las puertas del ascensor se cerraron.

  • Sólo bromeaba. Sí me gustaría seguir platicando contigo –platicar era lo que menos quería.

El ascensor descendió hasta el último piso y las dos salimos. Me despedí, como siempre, desde lejos de la mujer del escritorio y nos dirigimos a la salida.

  • ¿En dónde vives, Agathe? –pregunté atravesando la puerta de salida. El cielo ya estaba oscuro y se sentía una brisa helada.

  • ¡Lía! –escuché decir a mis espaldas. Di la vuelta y vi que se trataba de Nuriel.

Nuriel estaba envuelta en un abrigo negro con un cigarrillo en las manos. Ella dio unos pasos más hasta quedar delante de mí. Aspiró de su cigarrillo y soltó el humo. El humo se mezcló con el vapor que salió de sus labios y se acomodó su abrigo.

  • ¿Qué pasa? –pregunté.

  • Discúlpame, hace un rato no quise sonar grosera –dijo aterciopeladamente.

  • Está bien –dije. Supe que se refería a cuando le sugerí ir a los vestidores a cambiarse. A mí no me pareció grosera. Es cierto, me confundió un poco su respuesta tan seca, pero apenas la conozco que no sé cómo es ella realmente.

  • ¿Ya te vas? –preguntó.

  • Sí, voy con ella –respondí. Miré a mi lado para indicar con quién iba. No me había dado cuenta que Agathe también ya estaba viendo a Nuriel y escuchando todo.

  • Está bien, de todas maneras discúlpame. Nos vemos mañana –respondió y se acercó a darme un beso en la mejilla. Cerré los ojos involuntariamente disfrutando del contacto de sus labios y de su olor a tabaco. Nuriel se separó y se alejó. No había reparado que el chico con el que la vi por la tarde la estaba esperando. Los dos se alejaron y yo me quedé parada observándola.

  • ¿Nos vamos? –escuché decir a Agathe y reaccioné.

  • Eh, sí, sí. Vamos.

Agathe vivía en las unidades departamentales que están a quince minutos, a pie, de mi casa. Al entrar me ofreció sentarme mientras ella iba por algo de beber.

  • ¿Qué se te antoja? –preguntó­– ¿Un café, un té… vino?

  • Eh… ­–me quedé pensando.

  • ¿Leche caliente? ­–preguntó curiosamente ante mi nula respuesta.

  • ¿Leche caliente? ­­–me reí bastante­­– ¿Qué vinos tienes?

  • Sólo tengo dos, uno italiano que no recuerdo el nombre y un vino mexicano.

  • ¿Cuál es el mexicano?

  • Cabernet Sauvignon –pronunció.

  • Qué bonito lo pronuncias, mujer francesa. ¿Ese vino es mexicano?

  • Bueno, es originario de Francia pero éste está hecho acá, en México.

Agathe fue por el vino y trajo consigo dos copas. Comenzamos a beber mientras platicábamos. Me platicaba de su carrera en la universidad y viceversa. Aún me intimidaba un poco su mirada tan fuerte y sus ojos salvajes. Tenía la enorme tentación de besarla pero no sabía cómo iniciarlo.

  • ¿Y tienes novio, Lía? –preguntó con su grácil acento francés.

  • Hm, no. Me engañó y terminamos –dije recordando a mi último novio.

  • Oh, vaya.

  • Sí… Pero ya se lo regresé –reí. Trataba de verle el lado positivo a lo que le hice a Camelia.

  • ¿Cómo?–rió y mis impulsos de besarla aumentaron– ¿Así que eres vengativa?

  • No lo soy…, pero con él, y con quien me engaño, sentí la necesidad de hacerlo.

  • Cuéntame –dijo.

  • Después.

En ese momento nos quedamos en silencio y nos miramos. Poco a poco nos fuimos acercando hasta casi besarnos. Quise hacer algo antes, y me alejé de ella. Me alejé con la confianza de que ella también se acercó a mí, con la confianza de que ella también me quería besar.

  • Hey, hey, hey, espera –dije alejándome de ella.

  • ¿Qué? –habló abriendo los ojos que ya casi los tenía cerrados.

  • ¿Tú estás saliendo con alguien? No sé, me piensas besar y quizá ya tengas a alguien… más –finalicé. Realmente era algo que poco me importaba. La importancia de las relaciones y el respeto habían dejado de tener un valor primordial.

  • No, con nadie –respondió y no hizo nada. No lo pensé más y me acerqué a ella para besarla. La besé cargada de impaciencia. Me volvía a separar de ella para beber el resto de vino que tenía en la copa y dejé el recipiente en el piso. Agathe hizo lo mismo y esta vez fue ella la que sin decir más, me besó. Caímos al sofá, ella encima de mí y yo sin dejarle de devorar los labios. Ella me correspondía de la misma manera.

Agathe metió una de sus rodillas en mi entrepierna mientras yo la tomé de sus caderas para sentir su cuerpo más pegado al mío. Ella dobló sus brazos que sostenían su cuerpo, de manera que sus pechos chocaran con los míos.

En ese momento no lo pensé, pero tener a una mujer como Agathe montada encima de mí e impaciente por mí, me hizo darme cuenta que con casi nada de esmero podía conseguir estar con quien sea. Bien, no con quien sea, porque siempre existen las personas en extremo difíciles que no hacen nada y como yo tampoco hago nada, nunca pasaría algo. Y tampoco es que quisiera estar con cualquier persona. Si bien ya me habían dicho que era una zorra por dejarme tocar y besar por cualquiera, tampoco me molestaba.

Me continué besando con Agathe disfrutando del rico sabor de su saliva. Mis manos pasaron de estar en sus caderas, a estar en sus glúteos. Los masajeé y sentía su rodilla chocar contra mi sexo. Una de mis manos se coló por el medio de nuestros cuerpos hasta llegar a su vagina. Agathe traía una lycra e inmediatamente sentí sus labios vaginales. Acaricié su vagina y pasé la punta de mi dedo medio por su abertura. Hice más presión y logré sentir su clítoris. Agathe se separó un poco de mis labios y suspiró.

Todo iba perfecto hasta que se escuchó el timbre sonar. Agathe se separó de mí y yo retiré mi mano de su cuerpo.

  • No esperaba a nadie –dijo.

  • No te preocupes, ve a abrir –respondí.

Ella se puso de pie, y mientras caminaba, le observe el movimiento de sus caderas. Qué caderas tan perfectas tenía. Abrió la puerta y se quedó hablando con alguien como por cinco minutos. Después cerró la puerta y regresó a mí. Traía en sus manos un libro de gran volumen. Yo me había quedado recostada en el sofá observándola.

  • Disculpa, no era nadie.

  • No importa –le sonreí. Me levanté del sillón y me puse de pie.

  • ¿Qué pasa? –preguntó. Dejó el libro en un mueble y camino hacia mí.

  • Ya me tengo que ir –respondí pesadamente.

  • ¿Tan temprano? Apenas son –miró su reloj de mano– las diez.

  • Mañana me tengo que levantar temprano y tengo que trabajar en un proyecto muy importante de la universidad.

  • De acuerdo. ¿Quieres que te lleve?

  • No, no te apures. Mi casa no está muy lejos –respondí. Una vez más nos quedamos mirando sin decir nada y nos volvimos a besar.

La tomé de las caderas hasta topar con ella en una pared y restregué mi cuerpo contra el suyo. Era inevitable. Agathe era sinónimo de sensualidad y deseo. De nuevo llevé mi mano a su vagina y sin esperar más, la metí directamente hasta encontrar su húmedo clítoris. Movía dos de mis dedos de diversas maneras y Agathe comenzó a mover sus caderas en un movimiento rítmico. Suspiraba en mi boca y yo no la quería dejar de sentir. De pronto sentí sus frías manos en mi abdomen y las subió hasta llegar a mis senos. El lugar se inundó de nuestras agitadas respiraciones y suaves gemidos. Hasta que volvió a sonar el desgraciado timbre. Al primer timbrazo ninguna hizo nada, pero después sonó una, dos, tres, cuatro veces seguidas.

  • Ya, ya abre Agathe –dije separándome de mala gana de ella. Saqué mi mano de su sexo y ella de mi playera.

Se acomodó su ropa y yo observé mi mano. Mis dedos estaban húmedos y un poco viscosos. Agathe se dio la vuelta para ir hacia la puerta, mientras el desesperante timbre no dejaba de sonar. Caminé detrás de ella y antes de que abriera la puerta, la tomé del brazo haciendo que girara y me mirara. Le sonreí y pasé mis dedos por su boca. Ella al principio no entendió mi acción, pero después lentamente sacó su lengua y lamió mis dedos. Cuando creí que ya no había nada de fluidos en mi mano, me acerqué a ella y la volví a besar para sentir el sabor de sus secreciones. Hundí mi lengua en ella y volvieron a tocar, esta vez, la puerta. Me separé de ella y dejé que abriera. Tomé mi bolso deportivo que estaba a un lado de los sillones y fui a la puerta. Vi que ahora Agathe tenía un folder que al parecer contenía bastantes hojas en su interior. Hablaba con una tipa alta de lentes. Quizá alguna compañera de la universidad. Agathe lucía pensativa y reflexiva.

  • Ya me voy, Agathe –dije.

  • Sí, disculpa los inconvenientes, Lía.

  • No te preocupes, la pasé muy bien.

  • ¿Nos vemos mañana? –dijo suavizando el rostro.

  • Mañana nos vemos –confirmé. Le di un beso en la mejilla y salí.

En cuanto di dos pasos en la calle el frio me golpeó. Saqué un cigarrillo del bolso de mi pantalón y lo encendí. Caminé a paso rápido y en lo que eran quince minutos a mi casa se hicieron menos de diez.

Abrí el portón, crucé el jardín y luego entré a mi casa. No sabía qué hora era. Supuse que como las once. Al llegar a la sala, vi a mi mamá leyendo el periódico.

  • Ya llegué, mamá –dije.

  • Lía, buenos días –dijo.

  • No es tan tarde, mamá –respondí.

  • Sí, pero por lo menos carga con el celular o avísame. Desde hace un rato te está esperando Iván.

  • ¿Iván?

  • Sí –respondió dejando el periódico en la mesa de centro.

  • Y en dónde está que no lo veo.

  • Subió a tu habitación y dijo que te esperaba allá arriba.

  • ¿Y por qué lo dejaste? –interrogué.

  • No vi problema, siempre se la pasa contigo.

  • Está bien –respondí. Fui hacia mi mamá y le di un beso en la mejilla.

Subí a mi habitación. Al abrir la puerta me encontré a Iván acostado en mi cama con un cigarrillo en la boca y con mi Tablet en las manos. El cuarto olía bastante a cigarro y me pregunté desde qué hora llevaba aquí para que el olor ya fuera tan evidente.

  • Hola estúpido –dije y solté mi bolso en el piso.

  • Hola Lía –respondió sin siquiera levantar la mirada.

No dije nada más y dejé que continuara fumando y husmeando en mis cosas. Me metí a dar una ducha y salí para cambiarme. Iván seguía entretenido con la Tablet. Saqué ropa del closet, me sequé el cuerpo y me puse una playera holgada. Caminé hacia Iván y le quité la Tablet de las manos. Vi lo que había en la pantalla y estaba en mi cuenta de Facebook.

  • ¿Cómo ingresaste a mi cuenta? –pregunté curiosa. Me daba igual que haya entrado, pero no tengo la aplicación y por la tanto no tenía mi cuenta abierta.

  • Es fácil adivinar tu contraseña –respondió sentándose en la cama y recargándose en el respaldo. Noté que a Iván le había crecido el cabello y también que se lo acomodaba de manera diferente. Se lo peinaba todo para atrás pero se le veía con un poco de volumen.

  • Estás guapo con ese nuevo peinado –dije cambiando de tema.

  • ¿Crees? –dijo tocándose la cabeza.

  • Ajá. Bien, ¿cómo sabes mi contraseña?

  • Es la fecha de tu cumpleaños, tonta –respondió y pensé en lo fácil que era mi contraseña.

  • Bueno, y qué quieres. Te dije que no me buscaras –dije dejando la Tablet en mi buró y sentándome al pie de la cama.

  • ¿A ti también te creció el cabello? Te ves bien.

  • No, te estoy preguntando que para qué viniste.

  • Este viernes hay una fiesta…

  • Y quieres que vaya.

  • Sí, vamos a ir todos y no hay manera de comunicarse contigo. Tienes miles de mensajes en Facebook y no los revisas; las llamadas a tu celular no entran y sólo me quedaba venir.

  • Ah, claro, venir.

  • Sí, Lía. Es fin de año y estaría bien convivir con los demás.

  • Pasé dos semanas completas con ellos, qué te hace pensar que quiero convivir todavía más con ellos.

  • Porque los demás preguntan por ti –dijo. Yo quise preguntar: ‘’ ¿Y Camelia? ¿Camelia también pregunta por mí?’’

  • ¿En dónde?

  • En mi casa.

  • ¿Quién va? –pregunté.

  • Todos –respondió. Qué listo, Iván. Por todos me refiero a Camelia.

  • Voy a ver. Si sí llego será después de las diez.

  • Te estaremos esperando –respondió y se puso de pie.

  • ¿También creciste? –pregunté. Era yo, o Iván estaba más apuesto– Ya sé mi novio –bromeé.

  • Cuando quieras, nena –me guiñó un ojo y me reí.

  • En qué te vas a ir, ¿no trajiste auto, verdad?

  • No te burles –respondió. Había olvidado que Iván no tenía el automóvil.

  • No me burlo –fui a mi buró, tomé las llaves de la camioneta y se las aventé–. Llévate la camioneta, ya es noche. Mañana la vienes a dejar cuando puedas. Si no estoy le dejas las llaves a mi mamá.

  • Pero tu mamá casi nunca está –dijo.

  • Cierto. Bueno, las avientas y yo las busco en el jardín.

  • Gracias, Lía. Cuídate –se acercó y me iba a abrazar.

  • No, no. No me abraces. No traigo sostén. De lejos está bien.

  • Ay, qué delicada –Iván dijo eso último y camino a la puerta. La abrió y salió.

Suspiré y me tiré en la cama.


Sé que tardo algo de tiempo en publicar y probablemente le pierdan el hilo a la historia, pero, estoy muy ocupada. No sólo eso, también la historia me está alcanzando. Un abrazo.