Azul (VIII)

Inicia el vídeo cuando voy de regreso del tocador y Camelia sale del cuarto de baño. Nuestras voces en el vídeo se escuchan lejanas. Me subo en la cama y después Camelia. Se escucha un poco cuando Camelia me pide disculpas y se lanza a besarme.

- Discúlpame, Lía. Discúlpame– clamó –. Pero no tienes que andarte besando con nadie más después de mí.

  • ¿Cómo? –pregunté un poco confundida.

  • No beses a nadie más –dijo eso y se lanzó sobre mí para besarme.

Me dejé caer sobre el colchón y decidí a no tocarla. Quería que en el vídeo se viera que era ella quien deseaba esto y no yo.

Me estuvo besando por unos minutos pero yo no quería mover los labios. Se sentó sobre mí y me miró. Después preguntó: ‘’ ¿Me deseas, cierto?’’ No dije nada y sólo la miraba. ‘’ ¿Por qué no me besas? –dijo apresuradamente. ’’ No podía responderle nada. Sólo giré mi cabeza mirando a otro sitio.

Una vez más acercó sus labios a los míos y lentamente comenzó a besar mi labio inferior. Cerré los ojos. Ahora me besaba en los dos labios. Abrí la boca y dejé que me hiciera a su antojo. Se separó de mí y yo regresé mi rostro para mirarla directamente. Camelia me miraba y pude contemplar de nuevo sus ojos de amor. Suspiré y ella volvió a acercarse a mí. Cuando estaba por llegar a mi boca giré la cara y ella se detuvo a centímetros de llegar. Levanté la cabeza hasta llegar a su oído y le susurré un Te Deseo. Dejé caer mi cabeza en la almohada y nos volvimos a acariciar los labios. Posó sus manos en mis senos y los apretó. Descendió a mi cintura para volver con sus manos bajo mi sostén. Hurgó en mis senos y, con el poco espacio que le permitía la prenda, pellizcaba delicadamente mis pezones. Un calor tibio y espeso me recorrió pesadamente todo el cuerpo. Sacó sus manos y las metió bajo mi espalda. Levanté un poco mi cuerpo y desabrochó mi sujetador. Nos dejamos de besar para que Camelia me lo sacara. Me miró y sonrió. Levantó su cuerpo y sus nalgas cayeron en mi pubis. Suspiré por el placer que sentí. Ella sólo traía un pequeño short ligero y eso me permitió sentirla bien. No tan bien como hubiera querido. Se frotó y yo sumergí mi cabeza en la almohada apretando los ojos. Después sentí su lengua en mi seno izquierdo y de una vez por todas solté todo el aire acumulado en mis pulmones.

Con su lengua chupándome y su cuerpo restregándose en mí, podría haber acabado. Pero no acabé.

Al abrir los ojos y ver a Camelia sobre mí, sentí un inmenso placer. Qué placer sentirla y verla comiéndome.

Comencé a mover las caderas a su ritmo mientras Camelia cambiaba de seno. Me mordió mi pezón y yo solté un gritito. Ella rió y yo la tomé de los cabellos alejándola suavemente de mí. Tenía una sonrisa divertida. Sus labios estaban rojos y húmedos.

  • ¿Te diviertes lastimándome? –pregunté sonriéndole igual y todavía sosteniéndola por los cabellos.

  • Quizá… -respondió y tiré más de ella.

  • ¿Quizá? –reí.

  • Un poco –respondió y se volvió a aventar a mi cuerpo.

Volvimos a caer sobre la cama y nos besamos. Camelia me tomó de las mejillas y me besó con más revuelo. Me mordía los labios, los estiraba y volvía a morder. Cuando yo intentaba penetrar su boca con mi lengua, ella la retenía entre sus labios y la chupaba.

Todo me dejó de importar: Que si en el vídeo se proyectaban mis deseos o que si yo ponía mucho de mi parte.

Giré mi cuerpo y me coloqué encima de ella. En un segundo me deshice de los botones de su blusa y cómo pudimos se la saqué del cuerpo. Estaba muy caliente, al igual que Camelia, y estábamos llenas de desesperación. Para retirarnos el total de prendas restantes, no necesitamos más de un minuto.

Deslicé mi mano por el vientre de Camelia y llegué a sus labios vaginales. Pasé la yema de mi dedo medio, desde sus muslos, recorriendo toda la línea de su vagina. Sentía sus fluidos brotar y sin intentar penetrarla me acerqué a sus senos. Pasé la punta de mi lengua por toda su aureola color rosita y después atrapé su pezón. Lo succionaba y halaba. La quería tener en mí. Quería todo de ella.

La respiración de Camelia se volvió rápida reflejándose en su pecho. Subía y bajaba agitadamente. Aproveché y la penetré directamente con el mismo dedo. Mientras que con otro dedo comencé a acariciar su clítoris. Dejé su seno y subí a su boca. La besaba mientras la penetraba, ya, con dos dedos. Camelia apenas podía mantener el ritmo del beso. Empezó a mover sus caderas al ritmo de mi mano y yo agregué más fuerza a la penetración. Me separé de ella y, cuando sentí que estaba por acabar, sin más, la dejé de penetrar y bajé a su vagina. Pasé mi lengua por toda su vagina y encontré su clítoris. Su olor me dominaba. Succionaba su clítoris mientras que mi mano regresaba a su agujerito. Entré en ella y Camelia comenzó a gemir con más fuerza. Aunque aún contenía el ruido de sus placeres para no ser escuchada. Me tomó de la cabeza acercándome más a su sexo. Aumenté la velocidad de todo lo que estaba entre mis manos y boca, y Camelia acabó.

Regresé a su boca y la besé. Camelia me siguió y después de unos minutos sentí de improviso su mano en mi vagina. Comenzó a mover sus dedos y yo, inmediato a su contacto, comencé a moverme con su mismo movimiento para sentirla más. Todo el calor estaba acumulado en mi sexo y en cualquier momento explotaría.

Me junté más a su cuerpo y sentía sus senos chocar contra los míos. Las dos suspirábamos y volví a llevar mi mano a la intimidad de Camelia. Ahora las dos nos entregábamos placer.

Al amanecer las dos ya estábamos dormidas. Antes de quedarme dormida recordé el seguro de la puerta y me levanté y lo coloqué. Cuando iba de regreso a la cama también me acordé de la videocámara. Fui al tocador y la tomé. Vi que se le había agotado la pila. La cerré y la guardé en uno de los cajones.

9.

Ya es viernes por la noche y mañana en la tarde regresamos a la ciudad.

Lo que sigue después de grabar el vídeo es mostrárselo a todos.

Es cierto, las dudas me llenan la cabeza pero ya no quiero seguir jugando a esto. Ya me han herido más de lo que pude permitir.

Le pedí a Iván que avisara a todos que el sábado en la mañana nos juntaríamos en la sala para ver las fotos y los vídeos que grabamos en estas dos semanas.

El viernes en la noche, antes de dormir, Camelia me acariciaba el cuerpo sobre las sábanas. Yo estaba de espaldas a ella y fingía estar dormida. Me recorría desde el hombro, pasaba por una parte de mi brazo y curveaba en mi cintura; llegaba a mis caderas y sus caricias se perdían en el aire. Entonces regresaba a mi hombro y repetía.

Dejé de sentir sus delicadas manos y realmente me quedé dormida.

Desperté cuando el sol ya estaba fuera. Miré la pantalla de mi móvil y marcaban las nueve de la mañana. Giré mi cuerpo en la cama y Camelia estaba a mi lado profundamente dormida. Pasé mi dedo por la punta de su nariz hasta caer en sus labios. Sus gruesos labios. Deseé besarla mil veces más pero me contuve. La tomé del hombro y la agité levemente:

  • Camelia, despierta… –La miré abrir un poco los ojos y algo se me movió en el pecho. –Despierta, amor… –murmuré.

No pude decir más y me levanté la cama. Me di un baño y cuando salí, Camelia ya estaba despierta. También se metió a bañar y en lo que ella lo hacía, yo me cambiaba. Al terminar me acerqué a la puerta del cuarto de baño y le dije que la esperaba en la sala. Que no tardara.

Saqué la videocámara del cajón y me quedé pensativa mirándome al espejo. Sacudí la cabeza y bajé a la sala. En ella ya estaban casi todos. Sólo faltaba Camelia y otros dos.

Prendieron la pantalla de la sala y conectaron la primera cámara. Me acerqué al chico que me prestó su cámara y se la devolví.

  • Disculpa, se le agotó la pila –le dije –. Pero me parece que no hay problema. Cuando la conectemos a la pantalla se prenderá sola, ¿verdad?

  • Sí, normalmente guardan una reserva de pila. No te preocupes – respondió sonriendo.

  • Bien, gracias – le devolví la sonrisa.

Los dos que faltaban salieron de la cocina con varias cosas para desayunar. Las pusieron en la mesita de centro y cuando todos se estaban acomodando en sus lugares llegó Camelia.

Yo me había sentado en un sillón de dos piezas junto a Iván. Camelia me miró y me sonrió. Yo no pude responderle y corrí mi cara hacia otro lado.

  • ¿Para qué quieres que todos veamos juntos las grabaciones? –me dijo Iván cerca del oído –Como si a ti te importara esto.

  • Ya van a empezar, cállate –respondí ignorándolo.

En la primera sesión habían varias fotos de todos juntos. Unos besándose o jugando, y otros dentro del mar. Todos reían con las fotos y así fueron conectando las demás cámaras. Hasta que llegó la que pedí prestada.

Mi cuerpo se tensó y quedé mirando cómo conectaban la videocámara y ésta prendía después de un rato. Comenzaron a reproducir las imágenes que el chico había fotografiado, una por una, hasta que se comenzó a reproducir el vídeo. Todos quedaron en silencio viendo de qué se trataba. Me quedé quieta mirando sólo la pantalla del televisor.

Inicia el vídeo cuando voy de regreso del tocador y Camelia sale del cuarto de baño. Nuestras voces en el vídeo se escuchan lejanas. Me subo en la cama y después Camelia. Se escucha un poco cuando Camelia me pide disculpas y se lanza a besarme.

Transcurre el vídeo, cuando Camelia me pregunta si la deseo y yo giro la cabeza, y sin darme cuenta, quedo viendo hacia la cámara. Camelia se acerca a mi rostro y busca mis labios. Sigue transcurriendo el vídeo de manera lenta hasta llegar a la parte donde Camelia me muerde y yo tiro de sus cabellos. No se distingue la plática que mantenemos entre sonrisas, hasta que ella se vuelve a aventar sobre mí para besarme. Entonces se corta el vídeo y en la pantalla vuelven a aparecer las opciones de Menú.

Todo se quedó en silencio y yo me quedé igual de muda. Miré a Camelia y aún miraba la pantalla con sus ojos abiertos y un brillo que los inundaba.

Cuando estaba por mirar a Juan, escuché un ruido que me hizo mirarlo todavía más rápido. Lo vi ponerse de pie y mirarme. Había arrojado lo que tenía entre las manos y tenía el rostro rojo de enojo. Caminó hasta mí y acercó su molesto rostro al mío. Dijo algo que no pude distinguir y después vi sus manos acercarse a mi cuerpo. Luego de eso, sentí a Iván ponerse de pie y alejarlo de un empujón de mí.

  • ¿Qué te pasa pendejo? –dijo Iván con el ceño fruncido y la mirada fuerte –Ni se te ocurra tocarla.

Yo sólo seguía quieta sin poder formular nada.

  • Deja de meterte –habló Juan –O también ya se acostó contigo la muy zorra y por eso la defiendes.

  • ¿Qué dijiste? –pregunté tratando de asimilar cada una de sus palabras.

  • ¡Que eres una hija de puta! –gritó Juan.

En un chasquido mis ideas se organizaron y me pregunté por qué y hacia quién sentía este temor. Deseché la angustia y temor que me comenzaban a sofocar y me puse de pie.

  • No me hables así –dije apuntando con la mirada a Juan –.  ¿Quién te crees para hablarme de esa manera o tan si quiera intentar levantarme la mano?

  • Eres una puta. Siempre lo haces. ¡Siempre! ¡Qué cabrona eres! –respondió Juan enredando sus dedos en su cabello y gritando con fuerza.

Iván se puso frente a mí para protegerme de cualquier intento de agresión por parte de Juan. Pero yo no quería que nadie me defendiera.

Puse mi mano en el hombro de Iván e hice presión. Quería que entendiera que se hiciera a un lado. Iván me miro y dudosamente se quitó de mi camino. Me acerqué a Juan y le hablé:

  • Tú eres el cabrón, Juan –me miró sin soltarse aún de los cabellos –. Tú me engañaste con ella –señalé a Camelia que miraba toda la escena sin decir nada –. Tú te acostaste con ella –la miré una vez más con desprecio –. Tú te quedaste con ella y no te importó acostarte con ella en mi misma habitación –lentamente Juan se soltó del cabello dejando caer todas sus defensas –después de una semana de presentártela.  ¡En mi cama! ¡Entiendes el asco que sentí y el dolor que me hicieron pasar!

Dejé de hablar y observé a todos. Todos nos miraban sin soltar palabra alguna. Mi mirada se posó en Camelia y ya sin ningún temor caminé hacia ella. Cualquier miedo se había esfumado al recordar lo que sucedió hace unos meses. Al recordar que ellos tenían la culpa, quizá yo también, pero en ese momento no importaba.

Me hinqué a su altura y la miré a los ojos. De sus ojos salían unas escasas lágrimas.

  • ¿Ahora entiendes todo, amor? –dije sarcásticamente –No me interesas. Te dije que no me gustaban las mujeres, estaba en un error. Me puede gustar cualquier mujer menos una como tú.

Camelia no dijo nada.

Me puse de pie y fui a mi recamara. Metí como pude todas mis cosas en mi equipaje. En el tiempo en el que lo hice Camelia no apareció para nada.

Bajé con mi todas mis cosas y al primero que me encontré fue a Pablo. Le ofrecí una disculpa y él dijo que no había disculpa que dar. Que esperaba sinceramente que todo se arreglara. Seguí caminando para llegar a mi camioneta y me encontré a otros cuantos. Unos negaban con la cabeza y se despedían de mí. Otros sencillamente no decían nada.

Eché mi maleta atrás, me subí en el asiento del conductor, sin pensar en nada, y arranqué la camioneta. Estaba en eso cuando vi a Iván corriendo hacia mí.

  • Espérame –dijo abriendo la puerta del copiloto – ¿Me pensabas dejar?

  • Súbete –respondí suspirando.

Iván también echó sus cosas en la parte trasera de la camioneta y se montó a mi lado. Puse en marcha la camioneta.

En el camino de regreso me solté a llorar. Aparqué el carro a la orilla de la carretera y lloré más contra el volante. Sólo sintiendo la mano de Iván acariciarme la espalda.