Azul (VII)

Pasó sus manos por mi cintura hasta llegar a mi abdomen y me apretó más a ella. Tragué saliva y solté el aire por la boca. Posó sus labios en mi hombro derecho y atrapó con sus labios abiertos mi piel.

Camelia y yo nos fuimos directo a la habitación entre risas, empujones y roces descuidados. Ya dentro colocamos el seguro de la puerta. Me aventé a la cama con la misma ropa que traía y Camelia se fue encima de mí.

- ¿No te vas a cambiar? – preguntó con una sonrisa cerca de mi rostro.

- ¿Para qué? – dije riendo y juntando mi frente con la suya. Miré sus labios y después sus ojos. Repetí esa acción dos veces y finalmente me detuve en sus labios. Vi que se movían pero no tenía la intención de dejar de mirarlos.

- ¿Tantas ganas tienes de besarme? – preguntó riendo.

- ¿Qué? – dije regresando mi mirada a sus ojos y sin captar su pregunta.

- Que ya me beses – dijo mirándome profundamente a los ojos. Rocé mis labios con los suyos y después me alejé sin despegar mi frente de la suya.

- Bésame tú – murmuré al ver que sus ojos estaban cerrados.

Ella rió divertidamente sin si quiera abrir los ojos y buscó mis labios a tientas. Dejé que Camelia me besara sin corresponderle. No quería que me culpara a mí por haber iniciado este acto. Besó mi labio inferior unos segundos y yo sentí claramente la forma de sus labios. Sus suaves labios que ahora me besaban. Segundos después abrí la boca y metí mi lengua en ella. Camelia aún seguía sobre mí y sentía su tibio cuerpo sobre mí.

El resto de la madrugada besé a Camelia todo lo quise y ella hizo lo mismo. Mis labios me ardían pero no quería dejar de sentir sus labios, ni de saborear sus besos. En ningún momento, ninguna de las dos intentó algo más allá de la agradable sensación de nuestros cuerpos y labios sintiéndose.

Desperté a eso de la una de la tarde y Camelia estaba recostada sobre mi pecho abrazándome por la cintura. Pensé en cuál sería su reacción al recordar todo. Seguramente la misma de siempre: arrepentimiento y rechazo. Mi brazo estaba bajo su cuerpo y lo sentí adormecido. Cuidadosamente lo intenté sacar sin despertarla, pero no funcionó. Ella lentamente abrió los ojos y yo me quedé expectante sin moverme.

  • Buenos días - dijo somnolienta.

  • Hola - respondí.

Se sentó sobre la cama y me miró. Hice lo mismo y también la miré. Transcurrieron unos segundos, unos largos segundos, y me sonrió.

-  ¿Por qué estás tan tensa? -preguntó riendo un poco.

  • Tú me pones así - dije aun conteniendo los nervios en la boca.

  • ¿Yo? Vaya. Tranquila, que no como personas.

  • Qué graciosita eres - contesté riéndome un poco.

Me arrastré a la orilla de la cama y me coloqué de pie quedando de espaldas a ella. Caminé rodeando la cama hacia el cuarto de baño y me metí cerrando la puerta tras de mí. Me recargué en el lavamanos y me miré un largo momento frente al espejo escupiendo en un suspiro todos mis nervios. Mis labios estaban rojos e hinchados; mis ojos tenían un brillo que noté casi inmediatamente. Me sentía bien. Cerré los ojos y sonreí al recordar lo que pasó. Un momento después me desvestí y me metí a la ducha, luego, me cepillé los dientes. Me envolví en una toalla y salí. Camelia estaba sentada en el borde de la cama con la mirada perdida. Comencé a caminar hacia ella para que me notara, pero inmediatamente cuando iba dando el segundo paso despertó de su ensoñación y me miró. No tuve más intentos de caminar hacia ella y desvié mi camino hacia mi equipaje que estaba al otro lado de la habitación.

  • Tardaste mucho en salir - comentó en su mismo sitio.

  • Tranquila, no me extrañes tanto - bromeé.

Saqué mi ropa interior y una playera azul cielo. No sabía si cambiarme aquí en la habitación con Camelia o entrar de nuevo al cuarto de baño. Opté por la primera y me retiré la toalla del cuerpo. Mi cabello goteaba por mi cuerpo, así que me pasé las manos por él, de manera que cayera suelto en mi espalda. Me concentré tanto en acomodar mi cabello que no noté que Camelia ya estaba de pie y mirando en mi dirección.

  • Qué miras. Sucia - dije sin hacer ningún intento por cubrirme.

  • Que estás rica, mamita - dijo Camelia soltando la risa.

  • ¡Qué corriente, Dios! - respondí haciéndome la ofendida y metiendo mis piernas en mis calzoncillos. Camelia sólo rió más y yo me comencé a poner el sostén. El broche era por la parte de atrás y se me estaba dificultando abrocharlo. Mi húmedo cabello también me lo dificultaba, pero no intenté quitarlo. Quizá después de todo me intimidaba un poco que Camelia no me quitara la mirada de encima.

  • ¿Necesitas ayuda con eso? - la escuché preguntar.

  • Eh, sí. Si me haces el favor - respondí dejando caer mis brazos cansados a mis costados.

La vi acercarse ligeramente. Sus pies estaban desnudos provocando que al caminar la habitación se llenara de silencio.

  • Date la vuelta - dijo a un metro de mí. Giré dejándole mi espalda al descubierto. Esperé unos segundos pero no sentía indicios de que Camelia hiciera algo. Sólo escuchaba su calmada respiración en la misma distancia.

  • Cam... - pensaba hablar pero Camelia tomó mi cabello y lo pasó para adelante por mi hombro izquierdo.

  • Tonta, si tu cabello también te estorbaba para abrochártelo – dijo tiernamente.

Sentí las yemas de sus titubeantes dedos recorrer la línea de mi columna. De arriba a abajo. Se detuvo en la costura de mi calzoncillo blanco. Alejó sus dedos después de unos segundos para pegar su cuerpo al mío. Sentí su vagina en mis nalgas, y sus senos en mi espalda. Pasó sus manos por mi cintura hasta llegar a mi abdomen y me apretó más a ella. Tragué saliva y solté el aire por la boca. Posó sus labios en mi hombro derecho y atrapó con sus labios abiertos mi piel. La haló lo poco que pudo y sentí la punta de su lengua acariciarme. Yo no sabía cómo comportarme y mucho menos qué hacer con mis sueltas manos que aún caían a mis costados. Esas preguntas dejaron de importar cuando Camelia comenzó a recorrer con la punta de su lengua desde mi hombro hasta mi cuello. Cerré los ojos y todo se resumió a la húmeda lengua de Camelia que me recorría. Hasta que tocaron a la puerta. Me sobresalté y abrí rápidamente los ojos. Camelia en un segundo se alejó de mí. Me di la vuelta y la vi. En sus ojos se reflejaba la excitación del momento mientras que, si es posible, también había temor. Tocaron una vez más la puerta y se escucharon voces detrás de ella. Miré sus labios rojos e hinchados igual a los míos. Sonreí y fuimos cómplices por segunda ocasión. Recorrí la poca distancia que nos separaba y tomé su rostro entre mis manos. Reí un poco mientras la miraba atentamente a los ojos, y del otro lado de la puerta gritaban el nombre de Camelia. Era Juan. No esperé más y la atraje directamente a mi boca. La besé con desesperación hundiendo mi lengua en ella. Quería tener todo su dulce y amargo sabor del alcohol añejo en mis labios; en mi ser.

  • ¡Camelia! – grito Juan para ser escuchado. La perilla de la puerta se comenzó a mover pero por suerte, alguna de las dos puso el seguro. No tengo ni idea de quién de las dos lo hizo.

Camelia me tomó de la cadera juntándome a su arropado cuerpo. Inmediatamente mis instintos reaccionaron, sintiendo ese líquido escaparse por mi cuerpo. Sentía palpitaciones en mi parte baja y dejé de besar a Camelia para descender a su cuello. Le iba dando pequeños besos mientras desabotonaba con impaciencia su delgada blusa. Camelia dejó caer ligeramente su cabeza hacia atrás, permitiéndome besar con más libertad su cuello. La perilla la comenzaron a mover con más ímpetu y la excitación entre las dos aumentaba.

  • ¡Lía! – esta vez era otra voz. Iván, supuse. Estúpido Iván.

Retiré la camisa de Camelia y saqué uno de sus senos del sujetador y lo lamí. Me separé de ella para regresar a sus labios y soltarle un beso, mientras que del otro lado del dormitorio seguían insistiendo. Caminé con Camelia hasta topar con una pared y ya no quería esperar más. Sencillamente no podía. Sumergí mi mano hasta encontrar el botón de su pantalón. Lo desabotoné con una mano y comencé a acariciar sus labios vaginales sobre su ropa interior. Camelia comenzó a suspirar y emitir pequeños gemidos. Hice a un lado su calzón y con dos de mis dedos separé su vagina y hallé su clítoris. Su carnoso clítoris. Pasé un dedo sobre él y comprobé lo duro que estaba. Camelia apretó un gemido de su boca que terminó saliendo en algo parecido a un lamento. Mis líquidos escaparon más y dirigí una mano a mi vagina. Me comencé a masturbar con una mano, mientras que la otra lo hacía con Camelia. Nuestros labios se volvieron a encontrar hasta que escuchamos ruidos de llaves. Instantáneamente nos separamos.

  • Metete al baño – susurré.

Ella caminó rápidamente a donde le dije. Vi su playera tirada y con una patada la aventé debajo de la cama. Escuché la llave entrar en la cerradura y girar. Al mismo tiempo escuché el agua de la regadera caer. Suspiré y entraron Juan, Iván y para mi desgraciada suerte: Pablo. Los tres me miraron y después dejaron caer su mirada a donde se supone que van mis senos. Me agaché y corroboré lo que imaginé: Tenía un seno por fuera y mi sostén estaba que se caía.

  • ¿Y Camelia? – preguntó Juan, siendo el primero en regresar su mirada a mi rostro.

  • ¿Qué quieren? – ignoré su pregunta y miré a Pablo e Iván – Me estoy cambiando y por las prisas no me pude ni acomodar nada.

  • Lo sentimos – dijo Pablo un tanto apenado ya mirándome –. Juan e Iván me mandaron a pedir las llaves para abrir… es que nadie contestaba… y no sé, pensamos…

  • ¿Y Camelia? – interrumpió Juan.

  • ¡Carajo! ¿¡No escuchas el ruido del agua!? ¡Se está bañando! – dije molesta. Me di la vuelta, me acomodé el sostén en su lugar y ahora sin ninguna dificultad me lo abroché.

  • Disculpa – dijo Pablo. Escuché sus pasos y supuse que todos ya se habían ido. Giré y me encontré aún con Iván.

  • ¿Qué quieres Iván? Me estoy cambiando, por favor vete.

  • No soy estúpido, aquí estaba pasando algo más. El ambiente se siente caliente – dijo neutral.

  • Sí, me estaba masturbando y no me dejaron. ¿Algo más? – pregunté seria.

Iván se comenzó a reír y negó con la cabeza.

  • Cualquier cosa me puedes contar, Lía – sugirió.

  • Gracias Iván. Lo sé.

No dijo nada más y salió de la habitación.

Estos estúpidos me habían bajado la calentura. Ya qué. Me terminé de cambiar y aún se escuchaba el ruido del agua caer. Abrí las dos ventanas de la habitación que se encontraban a espaldas de la cama y saqué un libro y mi cajetilla de cigarrillos de mi maleta. Me recosté en la cama y encendí un cigarrillo. Comencé a leer mientras esperaba que Camelia saliera.

Casi me quedó dormida esperando a Camelia. No sé cuánto tiempo tardo pero sentí su presencia al lado de la cama, de pie, mirándome. Veía un poco borroso y sin esperarlo sentí sus labios sobre los míos. Abrí mi boca y ella metió su lengua. Un minuto después se separó de mí, abrí mis ojos y vi cuando se pasó la legua por los labios sonriéndome. Se fue de mi lado a cambiarse. Me sonreí y me senté sobre la cama para ahora mirarla yo. Saqué otro cigarrillo de la cajetilla y lo encendí. Dejé caer deliberadamente mi cuerpo en el respaldo de la cama mientras la observaba sin perder ningún detalle. Se puso su braga y después el sostén. Camelia no tuvo ningún problema con el broche, porque lo tenía por la parte de adelante. Ocasionalmente me miraba de reojo y reía con un poco de timidez.

  • Tu novio se veía un poco molesto cuando no te encontró en la habitación – comenté a Camelia mientras se cepillaba el cabello frente al espejo.

  • ¿Qué le dijiste? – preguntó.

  • Que era un estúpido y que si no había notado el sonido de la regadera.

  • Dime algo, Lía. ¿Qué sientes por Juan? – cuestionó.

  • ¿Que qué siento por él? – me sorprendió su pregunta.

  • Sí, ¿lo extrañas? ¿Aún lo quieres?

  • ¿Por qué me preguntas esto? – dije confusa.

  • Porque fue tu novio y creí que…

  • No creas nada Camelia. No siento nada por él.

  • De acuerdo, disculpa.

  • ¿Alguna vez has estado con otra mujer? – pregunté de improvisto. Siempre me había atacado la curiosidad por saber eso de Camelia.

  • ¿Qué? – dijo dejando el cepillo en el tocador y girando la cabeza para mirarme.

  • A ver, más claro – reí –: ¿que si te gustan las mujeres?

  • Supongo que sí. Somos muy hermosas – respondió planificando cada palabra dicha.

  • ¿Alguna en particular? – cuestioné.

  • Oh, oh, ya entiendo… - rió - ¿Quieres saber si tú me gustas?

  • Obvio. Eres muy astuta, ¿eh? – dije burlándome.

  • Tonta.

  • ¿Entonces? – insistí.

  • Me gustas, Lía. Me gustas más de lo que tenía pensado – respondió mirándome sinceramente –. Y si quieres saber si antes ya había estado con otra mujer la respuesta es: No.

  • De acuerdo – sonreí placenteramente.

Me coloqué de pie y caminé hasta ella. Le tendí la mano para que se pusiera de pie.

  • Ven, vayamos con ellos. Deben de estar muy preocupados – dije burlándome. Camelia tomó mi mano y se colocó de pie. Me tomó de la cintura y me volvió a besar. Quería quedarme una vida así con ella pero nos terminamos separando.

  • ¿Y tú? ¿No te cepillas el cabello o qué? Lo tienes largo y se te van a hacer nudos – dijo precaviéndome.

  • Para nada. Lo tengo muy lacio que cuando se seca no se forma ningún nudo.

Salimos tomadas de la mano, recorrimos el pasillo y bajamos las escaleras jugando. Cuando llegamos a la sala de estar, estaban todos con algunas botellas de alcohol. Nos soltamos de las manos.

  • ¡Por fin bajan! – exclamó Rubén y los demás nos miraron.

Saludamos a los demás y Camelia fue a sentarse con Juan. Yo me senté al lado de Iván y observé que en la mesa de centro también habían platos con sándwich preparados. Tomé dos y una cerveza. No había comido nada desde ayer y el hambre me mataba. Camelia también tomó dos y comenzó a devorarlos. Los demás platicaban hasta que propusieron un juego de sólo besos. Consistía en girar la común botella, pero en este caso, a los dos que la botella señalara se tendrían que besar. No existían más castigos que el de besar al que te toco par, exceptuando a  las parejas que no cumplían. Cada pareja que no cumpliera, los dos tendrían que tomar directamente de la botella por siete segundos seguidos y pasárselo por la boca al del lado derecho. Cada quince minutos todos tenían que cambiar de lugar para que no se repitieran las parejas.

Al primer giro, tocó a dos hombres. Todos reímos y ellos inmediatamente (como los grandes machos que creen que son) se negaron. Me acerqué al oído de Iván para burlarme un poco de él.

  • Lástima, Iván – reí –. Tú estás al lado derecho de Lalo (uno de los protagonistas del beso), y si no acepta el beso te va a pasar en un rico beso el tequila.

  • ¡Ni lo digas! – dijo horrorizado.

Para suerte de Iván, los dos terminaron dándose el beso.

  • Suertudo – le susurré. Él sólo rió.

Mire a Camelia y ella al mismo tiempo hizo lo mismo. Nos miramos y le sonreí. También me sonrió. Le guiñe un ojo, le di un sorbo a mi quinta cerveza y obtuve la total atención de Camelia de entre todo este desorden de personas. Nos mirábamos sin importar nada más hasta que sentí un codazo en mi torso. Giré mi cabeza hacia mi lado izquierdo, mirando con odio al imbécil de Iván.

  • ¿¡Qué!?  - le solté enojada.

  • Despierta estúpida. Te tocó a ti con Camelia.

Todo mi odio desapareció y mis ojos brillaron igual a dos joyas. Miré a Camelia y se notaba  un poco sorprendida. Juan sólo miraba al frente sin decir nada. Los demás esperaban con una sonrisa, otros murmurándose algo al oído y con la misma sonrisa, a que el acto se consagrara.

Me puse de pie y esquivé la mesa de centro para llegar al frente de Camelia.

  • ¿Quieres hacer esto, Camelia? – pregunté ofreciéndole una bonita sonrisa.

Ella no dijo nada, se puso de pie y tomó un trago de la botella. Mi sonrisa desapareció cuando creí que no besaría, entonces me tomó de los hombros y me acercó a su boca. Unió mis labios a los suyos y me pasó un poco de tequila. Sentí desbordar por las orillas de mis labios el tequila que no entró en mi boca. Un poco después me soltó y se sentó inmediatamente en su mismo lugar. Yo me quedé torpemente de pie sin hacer nada. Sintiendo las gotas de tequila descender por mi mentón y estrellarse contra mi clavícula. Reaccioné y sin decir más me fui a mi lugar. Los demás reían y bromeaban con lo que había sucedido. Miré a Camelia y la vi cruzar las piernas y acercar su rostro al de Juan. Me concentré en sólo mirarlos cuando escuché que gritaron: ‘’ ¡Cambio!’’ Todos se levantaron de su asiento y se sentaron en algún otro. Camelia y Juan ignoraron todo esto y un segundo después se besaron. Se besaban y sentí otro golpe en mi torso.

  • ¡Deja de golpearme! – levanté la voz y algunos me miraron.

  • Te volvió a tocar, estúpida – dijo Iván con su risita divertida. Genial, ahora Iván no estaba a mi lado izquierdo, sino que al derecho. Estupendo.

Dirigí mi mirada hacia la mesa de centro y corroboré que de nuevo la botella me señalaba. Recorrí el cuerpo de la botella para ver quién sería mi compañero esta ocasión: Susana. La otra persona era: Susana. Inmediatamente me reí. Me reí porque no lo creía. Me tocó con la niña más heterosexual que había conocido.

Susana era una niña muy bonita. Blanquita y de pelo largo castaño. Delgada y con sus facciones finas. Tenía novio y hablaba de hombres guapos y cosas por el estilo. Realmente no tenía una relación de amistad con ella, pocas veces fueron las que hablamos y siempre era muy escasa nuestra conversación. Cuando la escuchaba hablar y expresarse con otras personas me parecía una persona sencilla y linda. A pesar de que tendía a hablar mucho de hombres, varias veces le caché temas culturales que captaban mi inmediata atención. Susana y su novio siempre estaban el uno con el otro. Yo me preguntaba si no se hartaban, pero parecía que no.

  • Susana, si no quieres hacer esto, entiendo – sugerí. No quería que la niña se incomodara.

Mire a mi derecha asegurando que tenía que pagar mi castigo con Iván. Iván tomaba de su vaso de bebida quitado de la pena y yo me pregunté: ‘’ ¿Por qué demonios no se sentó en otro lado?’’ Regresé mi vista hacia Susana y vi que a cada lado tenía a una chica.

  • Eh, no. De acuerdo, lo haré – dijo un poco nerviosa.

  • Entonces ven. Acércate – dije poniéndome de pie. Sonreí levemente porque besaría a esta niña bonita.

Susana fue hasta mí y lentamente acercó su rostro al mío. Se le notaba temerosa y los demás ni ruido hacían. Tuve que bajar un poco mi cabeza porque ella era un poco más baja que yo. Su aliento chocó contra mis labios hasta sentirlo cada vez más cerca volviéndose un aire espeso y tibio. Me besó.  Sentí sus labios que eran más delgados que los de Camelia, pero no por eso menos deliciosos. A los pocos segundos me separé de ella. No quería propasarme y besarla con mayor atrevimiento.

El juego seguía pero decidí salirme. Podría jurar que todos se besaron con todos.

Me fui a la recamara y me recosté. Ya había anochecido y me sentía un poco mareada. Olvidé apagar la luz de la habitación y con todo el esfuerzo del mundo me puse de pie y la fui a apagar.

Cerré los ojos y traté de volver a conciliar el sueño. Después de un largo rato lo estaba consiguiendo hasta que escuché voces venir por el pasillo. Abrieron la puerta y la primera voz que reconocí fue la de Camelia. Cerraron la puerta fuertemente y la escuché susurrar un silencio. La segunda voz era la de Juan. Se estaban besando y de pronto escuché un golpe contra la puerta de madera. Camelia liberó un suspiro y entendí que Juan la tenía contra la puerta. La habitación se comenzó a llenar de jadeos, exhalaciones y pequeños golpecitos contra la puerta. Imaginé que se trataba de intentos de penetración.

No sé en qué momento llegaron hasta el otro lado de la cama y escuché que Camelia le decía a Juan que parara, que aquí estaba yo dormida. Sólo lo decía, porque cada beso que se daban se escuchaba correspondido.

No aguanté más y me coloqué de pie de la cama. Como pude me puse las sandalias y salí del cuarto azotando con todas mis fuerzas la puerta. Fui a la habitación de Iván y le pedí que me dejara dormir con él. A él le había tocado dormir con Rubén así que no hubo ningún problema.

A la mañana siguiente desperté aproximadamente a las siete de la mañana. Estaba abrazada a Iván frente a frente. Nuestras piernas estaban entrecruzadas y él tenía su mano en mi cintura. Rubén estaba hasta el otro lado de la cama con las piernas abiertas y los brazos bajo su cabeza con la boca abierta. Me reí. Estas eran las pocas veces en que me sentía tan unida a Iván. Él siempre buscaba la manera de cuidar de mí sin que yo me diera cuenta.

Como pude me intenté separar de Iván y al hacerlo descubrí una marcada erección asomándose en su bóxer. Típicas erecciones matutinas. Traté de tocarlo lo menos posible y, gran suerte la mía, salí de la cama. Iván giró en la cama volviendo a quedarse dormido. Salí de la habitación y caminé hacia la mía. Al recordar el porqué de todo, sentí repugnancia y desprecio. Llegué a la puerta de mi recamara y noté que las manos me sudaban y temblaban. Cerré los ojos y me dije que no había razón para sentirme de esta manera, así que abrí la puerta. Lo primero que miré fue el piso, después subí mi vista hacia la cama y en ella sólo estaba Camelia cubierta con la sábana blanca. La observé y entendí que ya era momento de terminar con todo esto. Ya no quería más dolor ni complicaciones.

Me metí a dar un baño y al salir me sentí más fresca y con las ideas más claras del por dónde dirigiría esto. Camelia seguía dormida y yo me recosté a su lado sin siquiera tocarla. Cerré los ojos y me volví a quedar dormida.

8.

Ya es jueves de nuestra última semana de vacaciones y todo a marchado al pie de lo dicho. Hablé con Camelia de lo sucedido y le dije que no tenía por qué darme explicaciones porque entre ella y yo no hay nada. Ella tampoco pretendía explicarme todo pero sí ofrecerme una disculpa. Le quise preguntar por qué demonios me había besado y qué le había hecho cambiar de opinión respecto a la intimidad de nuestra relación, pero ya no tenía caso. Después de esa plática no intenté acercarme de manera física a Camelia. Ella también dudaba cómo comportarse, así que ninguna tuvo mayor intento que el de conversar.

Todo iniciaría con una videocámara. Se la pedí prestada a uno de los chicos. Le dije que había olvidado la mía y que quería tomar fotos y vídeos del lugar. El chico complacido me la prestó.

Hoy, mismo jueves, vamos a ir a una fiesta que nos invitaron. El lugar es en una cabaña cerca de la playa.

Antes de salir para la fiesta posicioné la videocámara sobre el tocador de manera que enfocara completamente toda la amplitud de la cama.

Al llegar había bastante gente. Más de la que pensé y de todos los colores. Comenzamos a beber y de nuevo Pablo no se me despegaba. Ya no encontraba de qué manera amable decirle que no quería nada con él. En fin, trataba de ignorarlo y alejarme de él. Me parece que Pablo lo entendió porque dejó de insistir por muestras de cariño en ese momento.

En el lugar conocí a un chico que no recuerdo el nombre. Ni siquiera sé si se lo pedí, pero lo conocí. Era un tipo lindo que me hablaba de todo tipo de cine. Después de un rato, como era inevitable, nos besamos. Me agradó cómo me besaba, pero no se comparaban a los labios de una mujer.

Salimos de la fiesta en la madrugada. Tuvimos que regresar caminando porque nadie quiso llevar automóvil. Caminamos unos veinte minutos y llegamos.

Al entrar a la casa no esperé a Camelia para regresar con ella a la habitación. Subí y cerré la puerta. Fui a cepillarme la boca, salí del cuarto de baño y con el claro propósito me comencé a desvestir. Cuando ya estaba sólo en ropa interior la puerta se abrió de golpe. Era Camelia.

  • ¿Por qué no me esperaste para regresar juntas? –preguntó. Arrastraba un poco la voz y sus mejillas estaban sonrojadas.

  • ¿Para qué? –dije.

Camelia no respondió nada y cerró la puerta. Se metió al cuarto de baño y supe que este era el momento perfecto. Caminé al tocador y presioné el botón de grabar.

Camelia salió con la cara húmeda y los ojos más despiertos.

  • ¿Estás mejor? –pregunté amablemente.

  • Sí… –dijo.

Fui a la cama y me senté de mariposa sobre ella. Camelia se subió a la cama y se posicionó igual a mí.

  • Discúlpame, Lía. Discúlpame– clamó –. Pero no tienes que andarte besando con nadie más después de mí.

  • ¿Cómo? –pregunté un poco confundida.

  • No beses a nadie más –dijo eso y se lanzó sobre mí para besarme.

Me dejé caer sobre el colchón y decidí a no tocarla. Quería que en el vídeo se viera que era ella quien deseaba esto y no yo.