Azul (VI)

- ¿Para qué? – dije riendo y juntando mi frente con la suya. Miré sus labios y después sus ojos. Repetí esa acción dos veces y finalmente me detuve en sus labios. Vi que se movían pero no tenía la intención de dejar de mirarlos.

Platicamos por mucho tiempo. A veces me venía a la cabeza la imagen de Renata. Mentí diciendo que Renata sí era mi novia para no dar muchas explicaciones. Y de cierta manera sí estaba saliendo con ella.

- ¿Y tus papás? – pregunté al ver que comenzaba a oscurecer y no llegaba nadie.

- No están. Regresan mañana en la noche – dijo recostándose sobre el sillón –. Ven, acuéstate conmigo. Me coloqué detrás de ella y la abracé por la espalda.

- ¿Y Juan? Platícame de él – dije en su oído.

Habíamos obviado el tema de su novio por hablar de otras tantas miles de cosas.

  • ¿Qué quieres saber de él? – respondió después de un silencio – Fue tu novio, tú lo conoces  igual o mejor que yo.

  • A tu relación. A eso me refiero –dije.

  • Bien. Estamos bien – dijo.

  • Ah…

  • Discúlpame, pero me es difícil hablar de esto contigo. Cómo imaginas que te voy a hablar de los detalles que tiene conmigo o de lo que vivimos.

  • Eso no me importa. Yo ya lo he olvidado y no me afectaría que me platicaras de él – contrarresté. Para poder lograr de nuevo un acercamiento hacia ella le tenía que dar esa confianza.

  • Ahora no puedo, discúlpame – respondió.

Después nos quedamos en silencio. Se escuchaba lejanamente el ruido de algunos automóviles pasar por la avenida. Todas las luces de la casa estaban apagadas. No nos habíamos movido de lugar desde que llegamos de la universidad. Sólo nos iluminaban los faros de los automóviles  que traspasaban las ventanas.  Camelia juntó su cuerpo más al mío y yo, en el abrazo por el que nos sosteníamos, la apreté todavía más a mí. Sentí un calor recorrerme el cuerpo hasta allanarse en mi entrepierna. Cerré los ojos y pegué mi nariz a su pelo. Aspiré su olor. Un olor que me obligaba a quererla: flor del jazmín con un choqué de humo de tabaco. Su cuerpo también tenía olor a flor, dulce y suave, sin el tabaco. El olor del humo de cigarro sólo se le pegaba a su pelo y a su ropa, y, a mí, me fascinaba. Súbitamente recordé que sólo sería ‘’su amiga’’ y dejé de olerla.

  • Tengo hambre – dije.

  • Yo también…  - respondió - ¿Pedimos algo de cenar?

  • Hm, no sé. ¿Qué se antoja? – pregunté.

  • Algo no muy pesado…

  • Mejor veamos en tu cocina qué tienes para preparar, ¿sí? – dije y al mismo tiempo me deshice del abrazo que nos mantenía unidas.

  • No, no me quiero levantar. Y no me sueltes – dijo tomando el torso de mi mano y llevándola a su abdomen – Un ratito más.

  • Por favor, ahorita regresamos. Es que sí tengo hambre – recordé que realmente no había comido casi nada en todo el día.

  • No quiero que me sueltes. Te he extrañado estas semanas – dijo lentamente.

  • Creí que no. Creí que jamás necesitarías de mí – confesé –. Pero me disculparás porque sí tengo hambre – dije y rápidamente me separé de ella, y como pude me puse de pie.

  • No, por favor. No me dejes sola – dijo con un tono dramático y bromista. Con una mano me tomó de la playera impidiéndome alejarme. Ella aún seguía recostada sobre el sillón.

  • Suéltame. Suéltame. Suéltame… - dije repetitivamente sin hacer nada.

  • Ay, está bien – dijo quejándose y soltándome. Camelia quedó tendida desganada sobre el sillón. Sus ojos tenían un pequeño destello que sobresalía en la oscuridad haciéndome saber que me miraba. Sentí ganas de llenarle el cuerpo de besos, pero sólo me agaché y besé su mejilla. Dejé mis labios unos segundos sobre su piel y después me fui a la cocina.

Esa noche cenamos cereal con leche, platicamos todavía más y nos fuimos a dormir a su habitación. Llamé a mi mamá para avisarle que no llegaría dormir y me comentó que Renata me había ido a buscar a la casa, y que me espero por más de una hora. Revisé mi teléfono celular y comprobé que se le había agotado la batería.

7.

  • ¡Lía! – Escuché que gritaron a mis espaldas – ¡Lía, espera! – volvieron a insistir cuando no hice caso. Giré y vi que se trataba de Renata.

  • ¿Qué pasa? – pregunté cuando Renata llegó corriendo a mí.

  • ¿Cómo estás? – preguntó agitadamente.

  • Bien, bien. ¿Tú?

  • Necesito hablar contigo – dijo regularizando su respiración.

  • ¿Ahora? Tengo clase, Renata. Quizá después – dije y me di la vuelta para seguir con mi camino.

  • ¿Qué te pasa? – habló tomándome del hombro obligándome a girar de nuevo – Hace días que no sé nada de ti y tú estás así…, tan indiferente. ¿Qué te pasa?

  • No me pasa nada. Sólo no tengo suficiente tiempo.

  • Creo que ya no podemos seguir con esto – dijo Renata impulsivamente.

  • ¿Con qué, Renata? – dije pasándome la mano por el cabello.

  • Con lo que se supone que teníamos – respondió frágilmente.

  • Está bien – reí burlonamente  –. Como tú quieras – contesté y rodé la mirada hacia cualquier otro sitio que no fueran sus ojos –. Pero ya no me vuelvas a buscar – regresé mi mirada a su rostro y una vez más contemplé sus tristes ojos. Sin esperar respuesta, inmediatamente me volví a dar la vuelta y retomé mi camino. No quería volver a mirar la tristeza en su mirada. No quería que me volvieran a mirar sus blandos ojos.

Es cierto que mi comportamiento hacia Renata era el de una perra, pero no quería lastimarla. Si bien Renata me podría haber ayudado (sin que ella lo supiera) a darle celos a Camelia, no me agradaba la idea. Nunca me ha gustado la idea de provocar a una persona por medio de celos. No son un recurso para mí. Tenía mil tácticas más como para recurrir a ellos. Y no sólo eso, sentía que ya no necesitaba de Renata. Tenía de nuevo a Camelia, y Renata, como ya lo dije, me hacía olvidar pasajeramente a Camelia, pero ahora, ¿para qué? Quizá ahora Iván tendría el camino totalmente libre, aunque creo que Renata es lesbiana en su totalidad.

Sé que probablemente estaría cometiendo una gran estupidez porque no tenía absolutamente nada seguro con Camelia pero qué más daba. Yo la quería y me bastaba con tenerla cerca. ¿Y mi venganza? A veces olvidaba esos sentimientos y me concentraba en sentir cada sentimiento relacionado con Camelia.

Así pasaban los días, me sentía feliz. El sentimiento de culpa por Renata no me duró mucho. Ella no había vuelto a aparecer en mi camino e Iván no hablaba ya de ella. Cosa rara pero a la cual no le di mucha importancia. Compartía infinidad de momentos agradables con Camelia y sentía que a veces ella prefería mi compañía a la de Juan.

Comencé con el proyecto de la edición. No busqué a aquella chica que el profesor Leo me sugirió. No sentí necesitarla.

Llegaron las vacaciones de fin de año y con ello acordamos con los demás ir dos semanas a Veracruz. Llegaríamos directamente a Costa Esmeralda en donde Pablo (uno más del grupo) tiene su casa en Tecolutla (lugar que abarca parte de la playa). Iríamos quince personas en total: Camelia, Iván, Rubén, Juan y todos los demás con los que nos juntábamos. Iríamos en siete carros. Yo llevaría la camioneta y los demás sus autos. Partiríamos un lunes, yo recogería a Iván, a Camelia y al estúpido de Juan. Llegó el lunes y al primero que recogí fue a Iván. Subió sus maletas a la parte trasera de la camioneta, una Ford Lobo negra doble cabina.

  • Hey, ¿cómo estás? – dijo Iván al subirse de copiloto a mi lado.

  • ¿Qué tal? Bien.

  • Invité a Renata – comentó él.

  • Ah, ¿y qué?

  • Dijo que no podía.

  • Qué mal – dije y arranqué la camioneta.

Llegamos a casa de Camelia en donde ella ya estaría con Juan. Juan subió sus maletas de él y de Camelia, mientras ella subía a los asientos traseros.

  • Hola – dijo pasando su rostro por el medio de los asientos de adelante y dándome un beso en la mejilla. La miré por el retrovisor y le sonreí –. Hola, Iván – dijo saludándolo sólo en palabras. Se sentó y cruzó sus largas piernas. A los minutos subió Juan y sentí su incomodidad.

  • Hola – saludó retraídamente.

  • Hola, Juan – respondió Iván amistosamente.

  • Vámonos – dije y encendí la camioneta.

Nos juntamos en un punto de la ciudad de donde partiríamos todos. Todos nos iríamos siguiendo en la carretera.

Llegamos al anochecer. Por mi parte yo me sentía muy cansada de manejar tantas horas y los demás que también manejaron los autos venían igual que yo.

La casa era espaciosa. Tenía seis dormitorios esparcidos en tres pisos de la casa; terraza y alberca.

Nos dividimos las habitaciones. Decidieron que mujeres con mujeres y hombres con hombres. Éramos siete mujeres en total y para mi suerte me tocó compartir habitación sólo con Camelia. La cara de Juan fue un chiste. Reconocí la molestia en su rostro pero no dijo nada.

  • Tu noviecito se molestó – dije riéndome cuando me dirigía a la habitación con Camelia.

  • ¡No te rías! – exclamó riendo también.

  • ¿Por qué? ¿Viste su cara? – me reí todavía más.

  • Shh, nos va a escuchar. Vienen atrás – dijo Camelia bajando la voz y conteniendo la risa.

  • De acuerdo – respondí soltando una última carcajada.

Dejamos las maletas en la habitación y le dije a Camelia que ella bajara a juntarse con los demás porque yo estaba muy cansada. Me despojé de mis pantalones y me metí a la única cama que había en el dormitorio. Era una cama matrimonial así que habría suficiente espacio. Camelia se acercó a la orilla de la cama y me cubrió con la colcha no sin antes sonreírme con su sonrisa perfecta. Después sugirió quedarse conmigo pero le dije que no. Salió de la habitación apagando la luz. Cerré los ojos y me quedé profundamente dormida. Sentí cuando Camelia se acostó a mi lado y se juntó a mi cuerpo, pero estaba muy cansada como para despertar completamente.

Desperté a la mañana siguiente como a eso de las seis de la mañana. Aún el cielo estaba oscuro. Camelia estaba a mi lado de espaldas a mí y admiré como las sabanas marcaban las líneas de su cuerpo. La miré unos minutos y después me levanté a ducharme. La habitación tenía cuarto de baño personal. Después de bañarme y vestirme salí de la habitación, y toda la casa estaba en silencio. Un silencio limpio, suave, delicado. Salí a la terraza que estaba en la parte trasera de la casa y me recosté en el césped. Miré como el cielo aclarecía cada vez más y las pocas nubes se iban alejando. Se escuchaban algunos pajarillos cantar y ninguna persona, ni ninguna cosa me atormentaban en ese momento.

Miré el cielo hasta que el sol me comenzó a incomodar. Me puse de pie y me metí de nuevo a la casa, todos seguían dormidos. Fui a la sala de estar y había botellas de alcohol y de cerveza por todos lados. Definitivamente no perdían el tiempo. Fui a la cocina y vi que por lo menos habían comprado provisiones para nuestra comida. Me preparé un sándwich, me serví un vaso de leche y fui a desayunar al comedor. Tranquilamente desayunaba hasta que escuché risas en la misma sala. Las ignoré y terminé mi desayuno. Recogí mi plato y vaso, y después fui a donde se escuchaba el escándalo.

  • ¡Qué escandalo! – dije haciendo que todos los que estaban ahí se callaran.

  • ¡Qué amargada! – contraatacó Iván que estaba jugando a las peleas con Juan, y otros dos chicos – Ya ni porque tú dormiste temprano y ni bebiste.

  • Es broma – reí –. Sigan jugando, voy a cambiarme y después a la piscina.

Ellos siguieron en lo suyo y yo subí a mi habitación. Supongo que no hace falta mencionar que a Juan ni una mirada le regalo. Al llegar Camelia ya estaba despierta y con un juego de bikini rojo vino. Su pelo suelto y largo que caía acomodado en la parte derecha de su pecho hacía de su fisionomía una mujer hermosa. Se miraba al espejo, yo caminé hasta quedar detrás de ella, nos miramos a través del reflejo y la complicidad fluyó entre nosotras. Extendí mi mano y acaricié su hombro desnudo. Con la yema de dos de mis dedos acaricié la largura de su brazo hasta llegar a la palma de su mano y entrecruzar nuestros dedos. Di un paso más, acortando la única distancia que nos separaba y pegué mi cuerpo al suyo. Acerqué mi mano libre a su abdomen y pasé mis dedos por la línea de su braga (bombacha, calzón). Recargué mi mentón en su hombro y contemplé su rostro a través del reflejo. Camelia me miraba fijamente a los ojos como esperando mi siguiente movimiento. Sus labios estaban ligeramente separados y se veían húmedos – qué ganas de besarlos –. Pensé fugazmente en la palabra: Amiga . Y me separé de golpe de ella. Caminé sin comentar nada hacia mi equipaje.

  • ¿Vas a la piscina? – pregunté sacando mis prendas.

  • Eh… Sí – respondió.

  • ¿Vamos en la tarde a la playa? – pregunté.

  • Sí. Ahorita les decimos a los demás, ¿no?

  • Ajá – respondí yendo hacia el cuarto de baño a cambiarme.

  • Te veo abajo – gritó Camelia. Después escuché la puerta cerrarse.

Me vestí con una playera blanca de tela delgada y con mi braga negra. Me puse mis sandalias y bloqueador y fui a las piscina. Al llegar la mayoría ya estaba ahí. Unos dentro del agua, otros asoleándose y los que no estaban supuse que aún dormían. Pusieron música y el ambiente se prendió. Los que faltaban comenzaron a salir de la casa y yo me entretuve platicando con Pablo (el dueño de la casa). Yo le gustaba a Pablo, me lo dijo meses atrás cuando aún seguía con Juan. Nadie se enteró. Y sé que aún le gusto porque recurrentemente busca estar cerca de mí, por la manera en la que me habla y por la sonrisita estúpida que se le forma cuando me ve. A mí no me gusta en lo absoluto.

Al otro lado de la piscina estaba Camelia con Juan. Ella estaba sentada sobre sus piernas besándose. Su sola acción me amargó el momento. Escuchaba a Pablo hablar y hablar hasta sentí ganas de una cerveza.

  • Ahora vengo, Pablo. Voy adentro por una cerveza – dije poniéndome de pie e interrumpiendo lo que sea que estuviera diciendo él.

  • Ah, sí, claro – respondió.

Me quedé de pie un momento observando a Camelia y al idiota de Juan besarse. Qué felices se veían. El colmo fue cuando vi la mano de Juan adentrarse en el sujetador de Camelia. Me di la vuelta y caminé hacia la casa.

¡Puta madre! ¡Puta madre! ¿Por qué tenía que estar con él? ¿Por qué tenía que estar tan feliz cuando estaba con él?

Dentro de la casa solté un fuerte golpe contra la pared que me dolió hasta el alma. Fui a la nevera y saque un doce de cervezas (doce cervezas), y regresé a la piscina un poco más relajada pensando en que si ella estaba tan feliz, ¿por qué yo no buscar por lo menos mi comodidad? Miré a Camelia fijamente y ella se percató de mi mirada. Nos miramos unos segundos y su sonrisa se le desdibujó. Dejé las cervezas en una mesa larga que estaba fuera de la casa y fui hasta Camelia.

  • Camelia, ¿ya le dijiste a tu novio que vamos a la playa en la tarde? – pregunté observándolos. Juan aún tenía su mano dentro del sujetador de Camelia y lentamente la sacó.

  • Sí, es lo que le comentaba – dijo un poco inquieta.

  • Oh, bien, porque yo ya le dije a Pablo y a otros más.

  • Está bien – dijo aclarando su garganta.

  • ¿Y tú, Juan, quieres ir? – hablé mirándolo seriamente.

  • Sí, me gustaría – respondió con incomodidad.

  • Me alegra – respondí.

A eso de las tres de la tarde salimos de la casa para ir a la playa. Había poca gente así que nos sentimos en más libertad. Pablo no se me despegaba y me empezaba a molestar.

Así pasó la primera semana de nuestras vacaciones. Cuando llegó el viernes fuimos  a un antro del lugar.

Al llegar al lugar no se nos dificultó ingresar porque el antro es de un amigo del papá de Pablo. Ya dentro había mucha gente pero directamente fuimos al área VIP. Comenzamos a beber y varios bajaban a la pista a bailar.

  • ¿Quieres bailar conmigo, Lía? – preguntó Pablo extendiéndome la mano.

  • No, Pablo. Gracias.

  • Pero, ¿por qué? – interrogó confundido.

  • No sé bailar esa música – respondí –. Y tampoco me gusta mucho.

  • Sólo una pieza…

  • Al rato, Pablo. Disculpa.

Camelia regresó de la pista tomada de la mano de Juan. Se soltó de él y fue hacia mí. Se acercó a mi oído y me dijo que fuéramos a bailar. Moví la cabeza ligeramente en forma de negación y ella necia a mi respuesta me tomó del torso de la mano y me haló para levantarme de mi asiento. Por la fuerza con la que lo hizo quedamos pegadas frente a frente y me reí.

  • De acuerdo – dije en su oído por el ruido de la música.

Al bailar me excité al sentir los senos de Camelia junto a los míos. Sentir su respiración en mi rostro aumentaba mi deseo por besarla.

Transcurrió el resto de la noche y regresamos a la casa a eso de las cuatro o cinco de la mañana.

Camelia y yo nos fuimos directo a la habitación entre risas, empujones y roces descuidados. Ya dentro colocamos el seguro de la puerta. Me aventé a la cama con la misma ropa que traía y Camelia se fue encima de mí.

  • ¿No te vas a cambiar? – preguntó con una sonrisa cerca de mi rostro.

  • ¿Para qué? – dije riendo y juntando mi frente con la suya. Miré sus labios y después sus ojos. Repetí esa acción dos veces y finalmente me detuve en sus labios. Vi que se movían pero no tenía la intención de dejar de mirarlos.

  • ¿Tantas ganas tienes de besarme? – preguntó riendo.

  • ¿Qué? – dije regresando mi mirada a sus ojos y sin captar su pregunta.

  • Que ya me beses – dijo mirándome profundamente a los ojos. Rocé mis labios con los suyos y después me alejé sin despegar mi frente de la suya.

  • Bésame tú – murmuré al ver que sus ojos estaban cerrados.