Azul (III)

Tomé sus senos y con las palmas de mis manos los acaricié y sentí.

- ¿En Camelia? – preguntó – ¿Qué estás planeando hacer, Lía? Hoy todos notaron que ya no estás con Juan, y que en tu lugar está Camelia. A Camelia hace no mucho la conocemos. La conocimos por ti. Juan también la conoció por ti, dime qué ha pasado. Yo sólo sabía que ya no estabas con Juan, pero no sabía todo lo demás.

- No te metas, Iván. Esto no te interesa.

3.

  • Deja de querer jugar, Lía. Vas a salir mal de esto – decía Iván.

  • ¿Mal? – reí – Ya no puedo estar más mal. Si crees que al final me voy a terminar enamorando o que me dolerá que ella me deje..., o qué sé yo. Ya pasó. Ya estoy enamorada – dije mirando por la ventana –. Estoy enamorada y siento que la necesito cada vez más. Necesito que ella me mire, que ella me sonría…

De nuevo me atraparon las inmensas ganas de llorar. Quería tenerla. Volver a acariciar su delicado cuerpo. La necesitaba.

  • Haciendo lo que piensas hacer vas a salir peor, Lía – hablaba Iván tan serio como pocas veces en él.

  • Cállate, Iván. Ya – dije volteando a mirarlo –. Sé lo que quiero y tengo claros mis límites.

Para ese momento ya habían pasado unas horas. Aclarecía el cielo. Arranqué la camioneta y dejé a Iván en su casa, y después me fui a la mía. Era domingo por la mañana y mi mamá no estaba. Me recosté en mi habitación y recordé una vez más la tarde del viernes.

  • No… - dijo Camelia alejando sus labios de mí.

  • No, qué – respondí siguiendo su boca.

  • No está bien – respondió abriendo sus ojos y alejándose una vez más de mí. Sentí enojo. ¿‘’No está bien’’? ¿De verdad dijo eso?

  • ¿Por qué? – pregunté poniendo su cuerpo contra la puerta que daba al estudio - ¿Por qué? Dime – pregunté una vez más y junté completamente mi cuerpo con el suyo. Puse mis manos en sus caderas y presioné con fuerza. Con la misma fuerza recorrí las líneas de su cintura hasta llegar a la parte baja de sus senos.

  • Estoy con Juan – dijo en mi oído.

  • Ah, ¿sí? – respondí seria. Tomé sus senos y con las palmas de mis manos los acaricié y sentí. Camelia suspiro en mi oído y yo sentí palpitar mi entrepierna. Coloqué dos de mis dedos entre su pezón izquierdo y lo apreté. Su respiración comenzó a ser irregular y pesada. Bajé mi rostro y besé su cuello; descendí más para lamer su seno. Después acerqué mis labios a su pezón que tenía entre mis dedos y pasé mi lengua; luego lo mordí suavemente. Camelia me tomo de mi cabello y enredó sus dedos en él. Solté su seno y la tomé nuevamente de las caderas.

Recordaba esto cuando escuché el motor de un auto. Me levante de la cama para asomarme por la ventana y era el auto de mi mamá. Bajé a saludarla y me platicó en dónde había estado. Así pasó el resto del día.

Llego el lunes y con ello las clases en la universidad. Transcurrió el resto de la semana y todo pasó sin mayor inconveniente. Aunque me surgió un problema: no sabía cómo o de qué manera continuar con lo que tenía planeado. A Camelia poco la veía. Y si nos encontrábamos de frente sólo nos saludábamos fugazmente. Ella normalmente estaba con Juan y yo normalmente estaba con compañeros de clase o con Iván.

Analizaba superficialmente la situación. Yo, por experiencia, sé lo débiles que somos las mujeres (no todas, por supuesto). Con un halago o una simple palabra ya nos tienen. No en su totalidad pero sí nuestro interés por saber el porqué de esa persona. No sólo la mujer, el ser humano en general. Y Camelia no era la excepción. Sabía, casi tenía la certeza de tener a Camelia confundida. Claro, también porque había sido mi amiga y la conocía.

El sábado por la noche, a eso de las ocho, sonó mi celular. Era Iván recordándome la fiesta de su hermana. Decía que me esperaba en su casa o que si quería iba por mí. Le respondí que no, que yo llegaba en media hora. Bajé a la sala y mi mamá leía el periódico. Le dije que iba a salir y que por favor me prestara las llaves de la camioneta.

Antes de llegar a la fiesta me detuve en un local a comprar cigarrillos y cervezas. Al llegar dejé la camioneta frente a la casa de Iván. Le mandé un mensaje para que me abriera y al entrar el ambiente era tranquilo. La fiesta era sólo entre los amigos cercanos de su hermana y nosotros, los más cercanos en la universidad.

A la primera que vi fue a Ana, la hermana de Iván. Me acerqué y al poner atención a la música  sonaban unos beats intensos, pero suaves. Algo así como trip-hop.

  • Hola Ana, ¿qué tal? – saludé a Ana que estaba sentada en el césped conversando amenamente.

  • ¡Qué sorpresa, Lía! – decía Ana poniéndose de pie y dándome un beso en la mejilla –. Ya creí que no vendrías.

  • Sí, aquí estoy – respondí. – ¿Qué escuchan? ¿Massive attack? ¿Portishead? ¿Por qué tan depresivos?

Sonreí con mi exagerado comentario y ella me mostró su sonrisa. Qué bella era esta mujer.

  • No sé, no tengo idea de quién está eligiendo la música. Supongo que Iván o alguno de ellos – contestó Ana y levanto los hombros –. Mira, te presento a mis amigos, él es…

Nombró a diez personas. Los saludé con la mano y le dije a Ana que la veía en un rato. Iván y los demás estaban sentados también sobre el césped, a unos metros del grupo de Ana.

  • Buenas noches – dije viendo a todos conversar. Iván de nuevo ya estaba entre ellos. Camelia me vio y me mostró su sonrisa.

  • Deja la formalidad y también deja esas cervezas que tienes en la mano – dijo Ángel (uno más del grupo). Los demás se rieron y yo sólo un poco. Hicieron espacio y me senté. Destapé una de mis cervezas mientras pasaba la noche con el ambiente bastante tranquilo. Evitaba mirar hacia Juan y Camelia.

Ya en la madrugada entré en la casa porque el frío me comenzaba a calar. Fui a la habitación de Iván buscando algo para cubrirme. Camelia entró detrás de mí diciendo que también ya sentía la baja temperatura; y yo me sentí un poco intranquila. Aún no sabía cómo continuar con esta situación. En la habitación me senté en la cama y froté mis brazos para darme calor. Camelia me vio y se fue encima de mí. Caímos en la cama y ella se rió.

  • ¡Estás helada! – dijo cubriéndome por el cuello en un abrazo. Deslicé mis manos lentamente y las situé en la parte baja de su trasero. Camelia se apretó más a mi cuerpo mientras una de mis manos comenzó a adentrarse en el medio de sus piernas. Con uno de mis dedos recorrí rosando la línea de su vagina sobre sus prendas.

Camelia se separó de mí poniéndose dificultosamente de pie y yo me senté en la cama.

  • Discúlpame, no podemos seguir con esto – dijo Camelia.

  • ¿Con qué? – pregunté. Quería que ella me lo dijera para saber que ella sabía que esto estaba pasando. Que las dos lo estábamos viviendo y no sólo yo.

  • Sabes a lo que me refiero. Lo siento, pero estoy con Juan y lo quiero – respondió.

  • ¿Lo quieres? – pregunté - ¿De verdad lo quieres? Contéstame algo, Camelia, ¿qué sientes por mí? – sentí una inseguridad enorme al decir esta última pregunta.

  • ¿Por ti? – me miró largamente – Discúlpame, pero a ti sólo te veo como una amiga. Aunque no creo que podamos volver a serlo – dijo eso y se dio media vuelta. Comenzó a caminar hacia la salida de la habitación. Rápidamente me puse de pie y caminé hacia ella. La tomé del brazo impidiendo que abriera la puerta. Dejé a un lado el dolor que me comenzaba a inundar y proseguí mis actos sólo pensando en la traición de ellos dos. Ella se giró y nos miramos.

  • No, discúlpame a mí. No sé qué me pasó contigo. Nunca me había sentido atraída por una mujer. Eres la primera y no sé cómo comportarme contigo. Sólo reacciono a mis instintos. No quiero dejar de verte. Por lo menos déjame seguir siendo tu amiga.

  • No entiendo. No te entiendo. Juan era tu novio y de un día para otro tienes interés en mí. Explícame.

  • Ya te dije que no sé – dije alterándome un poco. Si le decía mi verdadero problema ya no podría avanzar en lo que vagamente tenía pensado –. No me preguntes más. Déjame seguir siendo tu amiga. No volveré a hacer nada que no quieras.

Regresamos a la fiesta y todo transcurrió dentro de lo normal, creo yo. Después de todo Camelia me permitió seguir con ella. Como amigas, por supuesto. Camelia no me hablaba pero tampoco me evitaba. Yo hice lo mismo, traté de mantener un comportamiento habitual.

4.

Transcurría la semana y todo era muy pesado con las clases y trabajos atrasados. Camelia al inicio de la semana mantuvo una actitud distante, después se fue tranquilizando hasta volver a lo normal.

Llegó el viernes por la mañana. Caminaba con Iván por la facultad cuando el profesor de literatura me vio y me hizo señas para acercarme.

  • Iván, te veo en la noche. Voy a hablar con un profesor – le dije a Iván deteniendo el paso y mirándolo.

  • Sí – se acercó a mí para darme un beso en la mejilla –. ¡Espera! – dijo separándose súbitamente – ¿Recuerdas cómo llegar a la casa de Rubén?

Hoy íbamos a casa de Rubén.

  • Eh, no – dije –. Yo te marco en la tarde y me avisas cómo llegar. Voy a llevar la camioneta de todas formas.

  • Está bien – sonrió y se fue.

Al llegar al lado del profesor saludé dando un: << Buenos días. >> El profesor  me dio la mano y me repitió.

  • Lía, te presento al profesor Arturo.

  • Un gusto profesor – saludé dándole la mano.

  • Ella es su alumna – dijo indicándome con su mano a la alumna del profesor Arturo.

  • Bien… – dije sin entender la razón de las presentaciones.

  • Oh, disculpa – dijo mi profesor riendo escasamente –. Le pedí ayuda a ella para las correcciones.

Y miré por primera vez a aquella chica y ella me sostuvo la mirada. La desvié mirando a Leo, mi profesor de literatura, con vaga molestia.

  • Espero no haya ningún inconveniente, Lía  – intervino el profesor Arturo –. Leo nos ha hablado de la publicación que es en tres meses y solicitó mi ayuda; y bien, no me es posible. Hoy mi alumna me acompañaba y Leo le pidió ayuda para que tú no sientas completamente la presión.

  • No, no hay ningún inconveniente. Está todo bien – dije –. Espero a ti no te molesté trabajar para mí – dije mirando a esta chica.

  • Por mí no hay problema en colaborar contigo – y la escuché, por fin, hablar.

  • Me alegra – le sonreí y ella nada.

  • Fue un gusto hablar contigo, Lía – decía el profesor Arturo interrumpiendo –. Leo habla maravillas de ti. Ahora me retiro, tengo clases aún.

  • Lo mismo digo, profesor. Hasta luego – me despedí.

  • Adiós profesor. Nos vemos el lunes – le dije a Leo.

  • Adiós, que estés bien – respondió él. Miré a esta chica y ella miraba hacia otro sitio así que me fui sin decir más.

Se hizo de tarde y llamé a Iván para verlo. Me dio la dirección exacta de Rubén y fui para allá. Compré cigarrillos y cerveza.

Al llegar a la fiesta me encontré con los demás y todo iba muy bien. No había visto a Camelia por ningún lado.

Pasaba la noche y ya había visto a Camelia. Estaba con Juan al otro lado de la casa. Traté de ignorarlos y seguí en lo mío. Una chica que no conocía, pero que al parecer Iván sí, me comenzó a hacer la plática. Al inicio no estaba de humor como para responderle de la mejor manera. A las dos horas ya estaba completamente relajada y me había olvidado de todos mis problemas. Me comencé a reír con ella. Notaba que a veces se me acercaba demasiado o me acariciaba la mano. Yo sólo me dejaba hacer. Había olvidado mi alrededor hasta que noté que Iván nos miraba mucho.

No hay más por contar de la fiesta. Me besé con ella, con la chica de la fiesta, sin saber su nombre. Igual, probablemente no la volvería a ver.

Al lunes siguiente mientras iba a mi primera clase me encontré con Iván esperándome en la entrada de mi salón.

  • ¿Qué pasa? – le pregunté.

  • ¿Qué pasó con Renata? – preguntó serio.

  • ¿Renata? ¿Quién es Renata? – interrogué.

  • La chica con la que estabas el viernes en la noche – dijo.

  • ¿Cuál de todas? – pregunté ya sabiendo a quién se refería.

  • ¡Con la que te besaste, puta madre! – gritó. Algunos nos voltearon a ver – ¿Por qué lo hiciste? ¿Harás lo mismo que yo te hice con Eli? Te estás vengando, ¿no? Por eso es que te dejas besar… - decía Iván.

  • Oh… ¿te molesta tanto? No me digas que… – me reí – ¿estás enamorado de ella?– pregunté.

  • ¡Sí, puta madre! ¡Me molesta! ¡De verdad me molesta!

  • Cálmate – le dije tocándole el hombro.

Iván se quedó callado y se puso en cuclillas. Recargó los codos en las rodillas y se tomó el cabello con los dedos ocultando su rostro y quejándose.

  • No seas dramático. Levántate – le dije halándolo ligeramente de los cabellos.

Murmuró algo que no alcancé a escuchar y me coloqué a su misma altura.

  • ¿Qué? – pregunté y al instante miré para arriba. Había gente esperando para entrar al salón.

  • Es que ella realmente me gusta… - dijo Iván levantando la cara y mostrándome sus suaves sentimientos a través de sus ojos.

  • Está bien, está bien. Ahora levántate – hablé poniéndome de pie.

Iván lentamente se puso de pie haciéndose a un lado. Las personas pasaron rápidamente mirándonos mal.

  • Y bien, ¿qué decías? – pregunté.

  • Que ella me gusta y tú no la respetaste.

  • ¡Yo no hice nada, carajo!

  • Entonces deja de ser tan zorra. Te dejas tocar y besar por todo el mundo.

  • Chinga a tu madre, Iván. No me hables así. Yo me beso con todo el mundo - dije molesta -. ¿Por qué la defiendes a ella? Yo soy tu amiga.

  • Por lo mismo, te conozco.

No sabía de qué manera seguir tratando este tema con Iván.

  • Ya, ¿sí? Ya no digas más. No se volverá a repetir nada con Renata. Ella no me interesa. Ni siquiera sabía cuál era su nombre. Y ya olvida lo de Eli. Eli fue hace años.

Disculpen la tardanza a aquellos que me leen y comentan. Gracias (: