Azul (II)

''Tú, como si nada, te diviertes; pero entristécete: si todos sabrán que estoy quemado, ninguno sabrá que por tus llamas. ''

Rió bajito y se volvió a pegar a mi cuerpo. Volví a recargar mis labios a la altura de su cuello. Le di un beso. Ella me apretó más contra ella. Le di otro y fui ascendiendo hasta llegar a su mejilla izquierda. Pasé mi rostro junto al suyo para besar su mejilla derecha. Regresé al centro de su rostro y le di un beso en la punta de su nariz. Camelia tenía los labios ligeramente abiertos. Bajé un poco y despacio pasé mi lengua por el espacio que formaban sus gruesos labios. Esperando alguna reacción de ella.

2.

  • Haz lo que quieras en lo que me baño. Estás en tu casa – dije levantándome del suelo y rodeando la sala para subir las escaleras.

  • Eres muy educada a veces, ¿sabías? – gritó él y se comenzó a reír.

  • Cállate – dije subiendo las escaleras.

Estaba en esos momentos de mi vida en que detesto a todo el mundo, a todo, y no aguanto ninguna broma.

Me tenía que cambiar para ir a la fiesta de Rubén, uno de nuestros amigos de la universidad, pero realmente yo no sabía si realmente debía ir. En ese lugar estaría Camelia…

Llegamos a la fiesta pasando las diez de la noche. Estacioné la camioneta de mi mamá una calle antes de la fiesta porque ya no había más espacio. Entramos y saludamos a nuestros amigos. Hasta ese momento no había visto a Camelia ni a Juan. Habían latas de cerveza, botellas de whisky y vodka en una mesa grande. Tomé una cerveza y comencé a beber. Iván estaba a mi lado y me platicaba de una chica de su grupo, y que pronto tendría sexo con ella, y que estaba muy buena, etc.

  • Mira, ve quién está allá – dijo Iván haciéndome señas con sus ojos.

  • ¿Quién? – dije sin mirar.

  • Voltea para que veas – respondió sonriéndome.

  • No, dime tú – le dije mirándolo.

  • Tu noviecito – dijo Iván riendo.

  • Sabes que ya no estoy saliendo con él, Iván. Deja de burlarte de mí – le dije enojada.

  • No lo hago para burlarme. Sabes que no. Siempre nos reímos de estas cosas, no entiendo tu mal humor – respondió Iván.

  • Tienes razón – dije.

  • Ya sé – dijo y se comenzó a reír.

Los demás se nos acercaron y comenzamos a platicar. A los minutos se acercó Juan, saludó a todos con un <> y se sentó en los sillones en los que estábamos. Él quedó frente a mí y nos miramos unos segundos.

  • Juan, no has visto a Camelia. Dijo que vendría – preguntó Rubén.

  • Oh, sí, sí – dijo Juan pasando su mirada por mí –. Se encontró a una amiga y está con ella en el jardín.

  • Dile que ya la estamos esperando – dijo Rubén feliz.

  • Ya no debe tardar, Rubén – le dijo Juan.

Continuaron platicando y bebiendo unos minutos más.

  • Hay que jugar – dijo Emilio (uno más del grupo).

  • Giremos la botella. Verdad o castigo – dijo alguna chica.

  • No, yo no juego – dije poniéndome de pie.

  • No seas así, Lía – dijo Rubén a mi lado izquierdo. Me tomó de la muñeca para no irme y los demás le hicieron coro –. Anda.

  • Por fin llegas – escuché decir a alguien. Giré mi rostro a la derecha y era Camelia caminando hacia nosotros. Me solté de la mano de Rubén y me senté de mala gana en mi sitio.

Empezó el juego siendo en el círculo unas 15 personas. A veces como castigo tocaba beber directo de la botella, otras veces bailar, otras lamer algo o a veces decir algo íntimo. Por suerte, a mí no me había tocado. Hasta ese momento.

  • ¿Qué quieres? ¿Verdad o castigo, Lía? – me preguntó Emilio.

  • Nada, no quiero nada – dije y los demás se rieron.

  • Decide – intervino Iván a mi derecha.

  • Castigo – respondí.

  • Veamos… Besa a quien tú quieras de este círculo. Ése es tu castigo: elegir.

Pensé unos segundos. Pensé en lo que había pasado en mi casa ayer con Camelia. En vengarme por lo que me hicieron estos dos… En la reacción de Camelia después de besar sus labios. Bebí un largo trago de mi quinta lata de cerveza y me puse de pie dejando la cerveza en el piso. Di unos dos pasos y me situé frente a Camelia que estaba sentada en el sillón. Le tendí la mano para que supiera que era ella a quien elegía y todos comenzaron a alburear, todos menos Juan, se reían y se alborotaban. Era claro que mi venganza sólo se vería reflejada en Camelia aunque era directamente para los dos.

Ella miró mi mano y se rió nerviosa. La tomó y miró a Juan que estaba a un lado suyo.

  • No es necesario que te pongas de pie, Camelia. Es mi castigo y a mí me toca hacer todo – dije impidiendo que Camelia se pusiera de pie después de tomar mi mano.

  • Bien… - respondió ella y me miró sin soltarme. Camelia recargó su espalda en el sillón y yo entrecrucé nuestros dedos para después subirme encima de ella; coloqué una rodilla a cada costado de sus piernas. Mi abdomen quedaba a la altura de su rostro por lo que tuve que sentarme en sus piernas. Me acomodé mejor quedando frente a ella. Solté sus dedos y tomé su mentón con mi mano que anteriormente la sostenía. Con mi dedo índice atrapé desde dentro su labio inferior haciendo que abriera más su boca. Me acerqué a ella y antes que nada mi lengua ya estaba tocando sus labios; después, ya estaba penetrando ese espacio que tanto me gustaba y, posteriormente, sentí sus labios contra los míos. No sé cuánto tiempo pasó. Sólo sé que sentí un enorme placer cuando ella me tomó de la nuca para sentirme más cerca de ella. Fugazmente recordé la razón de todo y me separé lentamente de ella. Pude contemplarla una vez más con los ojos cerrados y en paz. Me reí y me puse de pie. Caminé hacia mi lugar sin mirarla ni una vez más, mientras me reía, apenas, perceptiblemente. Pero claramente queriendo que los demás lo notaran.

Transcurría la noche con el mismo juego y después de un rato me volvió a tocar a mí. Esta vez, para mi gran fortuna, era Juan quien me preguntaba.

  • ¿Te volviste lesbiana? – preguntó Juan seriamente.

  • ¡Oye! – me reí. Para ese entonces ya había ido tres veces al sanitario e iba en mi doceava cerveza – Ni siquiera me has preguntado si quiero verdad o castigo… o reto… u orden. O lo que sea.

  • ¿Verdad o castigo? – volvió a preguntar.

  • Bien, bien, te voy a complacer. No más que tu nueva novia, claro – me reí –. No. No soy lesbiana. Es más, no me gustan las mujeres – mentí –. Y una cosa más, ¿es posible volverse lesbiana? No sé, cariño.

Podría contar todo lo que pasó y no pasó, pero el juego se acabó a eso de las cuatro o cinco de la mañana. Me fui a la camioneta y esperé a que amaneciera, y claro, a que mi sistema nervioso se tranquilizara. Cerré los ojos y recordé la tarde del viernes. Recordé la respiración de Cristina. Sus suaves labios moverse con el movimiento de los míos. Sus senos desnudos en mis manos. Su fina cintura.

Escuché la puerta de la camioneta abrirse haciéndome abrir rápidamente los ojos. Me tranquilicé dándome cuenta que era Iván.

  • Me espantaste, tonto – le dije.

  • ¿En qué piensas? – dijo sentándose en el asiento del copiloto y cerrando la puerta.

  • En nada.

  • ¿En nada? – habló tranquilamente – ¿En Juan? En Juan ya no, ¿cierto?

  • No, él ya no me interesa.

  • ¿En Camelia? – preguntó – ¿Qué estás planeando hacer, Lía? Hoy todos notaron que ya no estás con Juan, y que en tu lugar está Camelia. A Camelia hace no mucho la conocemos. La conocimos por ti. Juan también la conoció por ti, dime qué ha pasado. Yo sólo sabía que ya no estabas con Juan, pero no sabía todo lo demás.

  • No te metas, Iván. Esto no te interesa.