Azul (I)

''(...) porque hay tantas cosas que no me atrevo a decir. Tantas cosas que no me dejarías decir...''

1.

El cielo se llenó de nubes oscuras haciendo de todo el camino aún más gris y melancólico. Pensaba en ella, en Camelia, cuando una gota cayó al suelo siguiéndole más de ellas. Las personas pasaban corriendo de un lado a otro cubriéndose con lo que sea que tuvieran en las manos. Yo no podía; no quería.

Después de caminar unos minutos más, di vuelta a la izquierda estando cada vez más cerca de mi casa. La lluvia se volvía rápidamente más violenta levantando el polvo del piso y oscureciendo la lejanía. Las calles estaban desiertas. Comenzaba a sentir mi piel caliente, falsamente caliente, porque lo que yo tenía era frío y dolor. Miraba el suelo llenando mi cabeza de inútiles reconfortantes y de infinitos por qué; hasta que levante la vista y me encontré con su silueta. Inmediatamente supe que era ella. Sus largas y delgadas piernas la delataban. No tanto como delataban mi deseo por su cuerpo.

Su cuerpo se movía lentamente en mi dirección.

Me detuve al tenerla a dos metros de distancia. Ella dio un paso más quedando a cien centímetros de distancia. Miré sus manos. Abría y cerraba continuamente los dedos. Después subí recorriendo su húmedo cuerpo hasta encontrarme con sus ojos. Sus tambaleantes ojos nerviosos.

  • Hola… - dijo ella. No escuché lo que decía. La lluvia me lo impedía. Pero qué tan difícil es leer esas palabras en los labios.

  • ¿Qué quieres? – dije elevando un poco la voz.

  • ¿Podemos hablar? – respondió ella. Su voz me destrozaba el alma.

  • ¿Para qué, Camelia? ¿Para qué? Ya me han hecho suficiente.

  • Dame unos minutos, por favor.

Me hice a un lado perdiendo cualquier distancia entre nosotras y continué caminando. Después de unos pasos di media vuelta cerciorándome que Camelia me seguía. Sí, ahí iba.

Llegamos al portón de mi casa. Abrí y me quedé esperando a que ella pasara. Cerré y cruzamos el jardín de la casa mientras la lluvia disminuía poco a poco. Invité a Camelia a mi habitación.

Saqué ropa seca de los cajones del armario. Le dejé un par de prendas en la cama y me fui al cuarto de baño con ropa para mí. Mi cabello escurría por mis pechos goteando en el piso. Abrí las llaves de la regadera y esperé a que el agua se calentara. Lo que menos necesitaba era enfermarme. Me bañé e hice todo lo rutinario después de eso. Salí y Camelia sostenía en sus manos un retrato donde salgo con Juan en Playa Escondida, Puerto Vallarta. Ni siquiera sé por qué aún tenía esa foto. Di unos pasos más y me senté en la orilla de la cama. Carraspeé la garganta para que ella soltara eso. Como era de esperarse rápidamente dejó la foto en su lugar y se giró hacia mí.

  • ¿Y bien? Dime qué quieres – pregunté.

  • Eh, no sé. No sé – dijo Camelia tomándose la cabeza en acción de desespero.

  • ¿Entonces? Dime ya, que estoy cansada.

  • Lo que quiero es pedirte disculpas… No planeé involucrarme con Juan. No de la manera en la que pasó todo.

  • Bien… - dije pensando qué más podía decir – Ya te puedes ir.

  • No, no, espera, eso no es todo – dijo caminando hacia mi sitio quedando de pie frente a mí.

  • Camelia, por Dios, ya no me tienes que decir nada. Ya sé todo. ¡Todo, puta madre! Tú y ese hijo de puta me destrozaron. ¿No lo entiendes? ¿Qué más quieres? – dije poniéndome de pie quedando cerca de ella – Ya sé que te revolcaste con él, a la semana de presentártelo. Que gritas como la gran zorra que eres. ¿Qué más puedo saber, Camelia?

  • Sólo una cosa más, una más – respondió un minuto después. Su mirada ahora era fría y grave –. Ya estoy saliendo con Juan. Juan es mi novio.

  • ¡No me jodas! – dije girándome y alejándome de ella – Vete. Por favor, vete. No quiero verte.

  • De verdad lo siento – escuché decir y después el sonido de la puerta abrirse para después cerrarse.

Ese estúpido. Hace una semana terminamos y ya está saliendo con Camelia.

La lluvia chocaba débilmente contra la ventana. Entonces pensé en cómo se iría a su casa y cómo con esa ropa de dormir. Salí del cuarto rápido y bajé deprisa las escaleras. Camelia estaba de pie en medio de la sala. Disminuí mi velocidad y me detuve a unos metros de ella.

  • ¿Te piensas ir así? – pregunté.

  • Así, cómo – respondió ella después de unos segundos. Aún estaba de espaldas y, literalmente, lejos de mí.

  • Con mi ropa…

  • ¿Qué quieres que haga? La mía está mojada – dijo girándose y mirándome, aún, seriamente.

  • Quítatela – respondí. En ese momento supe cómo me vengaría de estos dos.

  • Cómo crees. Voy a quedar desnuda – dijo con confusión en sus ojos.

  • No creo que te importe – hablé caminando hacia ella –. Vamos, yo te ayudo.

Le comencé a desabotonar la camisa de rayas que traía puesta. Ella se quedó quieta sin decir nada. Cuando iba en el tercer botón me di cuenta que, obviamente, no traía sostén. No dije nada y seguí desabotonando. Al terminar me pegué a su cuerpo y le saqué la camisa. Ella tan callada que seguía. Tiré la prenda en el piso y la cubrí con mis brazos. Sentí infinitas ganas de llorar. ¿Por qué lo había elegido a él? Sé que nunca hice nada para que ella notara mis ganas por ella, pero, ¿por qué? La apreté a mi cuerpo y recargué mis labios en su cuello. Camelia lentamente se fue acoplando y también me abrazó. Pasó un tiempo y me alejé un poco. La miré y ella tenía sus ojos cerrados.

  • Estás fría – dije. Ella pausadamente abrió sus ojos y me miró.

Rió bajito y se volvió a pegar a mi cuerpo. Volví a recargar mis labios a la altura de su cuello. Le di un beso. Ella me apretó más contra ella. Le di otro y fui ascendiendo hasta llegar a su mejilla izquierda. Pasé mi rostro junto al suyo para besar su mejilla derecha. Regresé al centro de su rostro y le di un beso en la punta de su nariz. Camelia tenía los labios ligeramente abiertos. Bajé un poco y despacio pasé mi lengua por el espacio que formaban sus gruesos labios. Esperando alguna reacción de ella.