Azucena (1)
Azucena, una compañera de oficina caliente. Primera Parte.
Azucena (1)
Recuerdo que apenas había pasado un mes desde que empecé a trabajar para esa empresa. Un día, estando en la oficina arreglando una base de datos con la secretaria, entro una Sra. que jovialmente saludo a la secretaria y se pusieron a conversar. Mientras charlaban, note como la Sra. me hacia ojitos disimuladamente. Al irse, le pregunte a la secretaria quien era ella. Me comento que se llamaba Azucena y que trabajaba en la sección de planillas de la empresa. Un día me la encontré en la cafetería y terminamos comiendo juntos todos los días, cosa que aproveche para conocerla mejor. Azucena tenia 40 años, vivía sola, trigueña, de cabello corto castaño, algo gordita, un buen par de tetas, aunque algo falta en nalgas. Sin embargo, había algo que me ponía caliente respecto a ella. Un día, conversando con una compañera de trabajo, me entere que Azucena tenía fama de mujer fácil entre los compañeros.
Un día, camino al trabajo, me la encontré esperando el bus en una parada y viendo que por lo visto, había perdido el bus de la hora, le di un aventón. En el trayecto, conversando pude notar que venia muy guapa, blusa blanca, saco y minifalda azul marino. Le pregunte a que se debía la ocasión y me comento que tenía una reunión importante y había que ir vestido profesionalmente. Me pregunto si así estaba bien, así que aproveche para decirle que se veía muy bien, cosa que la hizo sonrojar. Varias veces en el camino me pillo chequeándole las piernas. Cuando llegamos al trabajo, me dio un beso en la mejilla y me dijo que me veía en el almuerzo. Me pase toda la mañana pensando en Azucena y en esas piernas que me llamaron tanto la atención. Al mediodía, mientras comíamos y veíamos una revista que tenía consigo, se le cayó un papel que fue a parar debajo de la mesa. Cuando me agache a buscarlo, me quede un rato viendo las piernas cruzadas de Azucena un poco más de cerca. Justo en ese momento, las descruzo y las abrió de par en par, dándome una vista subliminal de sus bragas celestes. Como había demasiada gente en la cafetería en ese momento, me levante para no despertar sospechas. Cuando reanudamos la conversación, me pregunto si había visto algo que me hubiera gustado y le respondí que le quedaba bien el color celeste. Azucena me lanzo una sonrisa picara cuando fuimos interrumpidos por otro compañero que quería sentarse en la mesa.
Un viernes, faltando poco para salir, la secretaria de la oficina me llamo. Al parecer, tenía que venir el sábado a una cuestión de las hojas de tiempo de la oficina, pero también tenia una actividad en la escuela de la hija y que no podía faltar. Me pidió el favor de cubrirla al día siguiente con lo de las hojas de tiempo, ya que yo también tenía experiencia con la base de datos. Al principio lo pensé un poco, pero cuando me dijeron que me lo cargaban como sobretiempo, acepte sin problemas.
Ese día, me dirigí a la oficina de planillas. Como no era día de oficina, todo el mundo estaba vestido bien sencillo. Azucena, que no dejaba de hacerme ojitos y sonrisas coquetas, llevaba puesto un vestido de verano verde, que al cruzar las piernas se le veían todos los muslos. Desafortunadamente, no me toco ver lo de las hojas de tiempo con ella, pero desde donde estaba, podía verla cuando cruzaba las piernas todo el día y de vez en cuando, como abría las piernas para dejarme ver las bragas negras que tenia puesta. Al finalizar la jornada, me pidió el favor de darle un aventón hasta la ciudad. Al sentarse en el carro, el vestido se le corrió bastante, dejando la mayor parte de sus muslos descubiertos. Íbamos hablando de todo un poco y cuando llegamos a la ciudad, me pregunto si no era mucha molestia que la dejara en su domicilio. Viendo mi oportunidad, accedí y siguiendo sus instrucciones, llegamos a su apartamento. Nos quedamos conversando un rato en el carro hasta que finalmente me invito a subir a conversar, tomarnos unos tragos y quien sabe dijo. Nos sentamos en el sillón mientras conversábamos como siempre. Me pregunto si la encontraba atractiva y le respondí que si. Se acerco a mí y me dijo que se había vestido así para mi justo antes de darme un beso en la boca. Mientras nuestras lenguas jugueteaban, mis manos apretaban sus tetas y su mano sobaba mi paquete y trataba de bajarme el zipper.
Al quedar mi pene libre, se arrodillo frente a mí y empezó a mamarmelo. Recorría mi pene con su lengua de arriba abajo y de vez en cuando me lamía los huevos y me los sobaba. Alternaba haciéndome una paja y mamando hasta que no aguante más y me corrí en su boca. Se lo trago todo y me siguió pajeando mientras me decía que le gustaba el sabor de mi semen y que era mía para lo que yo quisiera. Al rato de estar así, mi pene se fue poniendo duro de nuevo, entonces me dijo que quería que conociera su cama. Me guió hacia su cuarto agarrando mi pene con su mano. Una vez dentro, me pidió que le ayudara con su vestido. Le desabroche la parte de arriba y le quite el sujetador. Azucena se quito el vestido quedando solo con la tanga negra. Se acostó en la cama y se abrió de piernas. Me acomode y procedí a quitarle la tanga. Se la quite con fuerza y pude notar que estaba completamente rasurada y mojadísima. Hice que se levantase un poco y le puse una almohada debajo para tener mejor acceso. Empecé a lamerla empapando mi cara en sus jugos cuando me apretaba la cabeza contra su concha. Al rato me dijo que no aguantaba más y que la penetrara. Se la metí de un solo golpe y empecé a bombearla con todas mis fuerzas. Solo se escuchaba los gemidos de Azucena y el rechinar de la cama. Azucena rodeo mi cintura con sus piernas y sentía como su pelvis se meneaba sincronizándose con mis embestidas. Finalmente no pude más y termine viniéndome dentro de ella. Sudados, me separe de ella y quede sentado frente a sus piernas abiertas viendo mi leche chorreando de su enrojecida concha. Se pasó un dedo recogiendo rastros de mi semen y se lo metió en la boca, diciéndome lo delicioso que era. Quedamos acostados juntos abrazados mientras Azucena me agarraba el pene y me lo frotaba una y otra vez. Todavía quería guerra y yo estaba dispuesto a darla